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lunes, 3 de octubre de 2011

CASO ROBERTO


El Caso Roberto

Rosine Lefort

Roberto nació el 4 de Marzo de 1948. Su historia fue reconstituida trabajosamente, y si los traumatismos sufridos pudieron conocerse fue, sobre todo, gracias al material aportado en las sesiones.

Padre desconocido. Su madre está actualmente internada por paranoica. Lo tuvo consigo hasta los cinco meses, errando de casa en casa. Desatendió los cuidados esenciales llegando incluso a olvidar alimentarlo. Debían recordársele sin cesar los cuidados que requería su hijo: aseo, alimentación. Se demostró que el niño estuvo desatendido hasta el punto de sufrir hambre. Debió ser hospitalizado a los cinco meses en un estado avanzado de hipotrofia y desnutrición.

Apenas hospitalizado, sufrió una otitis bilateral que requirió una mastoidectomía doble. Después fue enviado al Paul Parquet, cuya estricta práctica profiláctica todos conocen. Allí estuvo aislado y alimentado con sonda a causa de su anorexia. Salió a los nueve meses, y fue devuelto, a  la fuerza, a su madre. Nada se sabe de los dos meses que pasó entonces con ella. Sus huellas reaparecen en ocasión de su hospitalización, a los once meses, encontrándose nuevamente en un estado marcado de desnutrición. El niño será definitiva y legalmente abandonado algunos meses después, sin haber vuelto a ver a su madre.

Desde esta época hasta los tres años y nueve meses, el niño sufrió veinticinco cambios de residencia, pasando por instituciones de niños u hospitales, sin habérsele colocado nunca con una familia adoptiva propiamente dicha, subvencionada por el Estado. Estas hospitalizaciones fueron requeridas por sus enfermedades infantiles, por una amigdalectomía, exámenes neurológicos, ventriculografía, electroencefalografía, cuyos resultados fueron normales. Se destacan evaluaciones sanitarias, médicas, que indican profundas perturbaciones somáticas, y cuando lo somático mejoró, deterioros psicológicos. La última evaluación de Denfert, cuando Roberto tenía tres años y medio, propone una internación que sólo podía ser definitiva, por un estado parapsicotico no francamente definido. El test de Gesell dio un Q.D. de 43.

El niño llegó pues a los tres años y nueve meses a la institución, dependencia de Denfort, donde empecé su tratamiento. En ese momento se presentaba de la siguiente manera.

Desde el punto de vista pondo-estatural se hallaba en muy buen estado, al margen de una otorrea bilateral crónica. Tenia desde el punto de vista motor, marcha pendular, gran incoordinacion de movimientos, hiperagitación constante. Desde el punto de vista del lenguaje tenía ausencia total de habla coordinada, gritos frecuentes, risas guturales y discordantes. Sólo sabía decir, gritando, dos palabras: ¡Señora! y ¡El lobo! Repetía ¡el lobo! todo el día, por lo que le puse el sobrenombre de el niño lobo, pues tal era, verdaderamente, la representación que tenía de sí mismo.

Desde el punto de vista del comportamiento, era hiperactivo, todo el tiempo estaba agitado por movimientos bruscos y desordenados, sin objetivo. Actividad de prehensión incoherente: estiraba su brazo hacia adelante para tomar un objeto, y si no lo alcanzaba no podía rectificarse, y debía recomenzar el movimiento desde el principio. Variados trastornos del sueño. Sobre este fondo permanente, tenía crisis de agitación convulsiva, sin verdaderas convulsiones, con enrojecimiento del rostro, alaridos desgarradores; estas crisis estaban relaciónadas con escenas de su vida cotidiana: el orinal, y sobretodo el vaciado del orinal, vestirse, la alimentación, las puertas abiertas que no podía soportar, al igual que la oscuridad, los gritos de los otros niños, y como veremos, los cambios de habitación.

Más raramente, tenía crisis diametralmente opuestas, en las que estaba completamente postrado, mirando al vacío, como deprimido.

Con el adulto era hiperagitado, indiferenciado, sin verdadero contacto. A los niños parecía ignorarlos, pero cuando uno de ellos lloraba o gritaba, entraba en una crisis convulsiva. En esos momentos de crisis se volvía peligroso, fuerte, intentaba estrangular a los otros niños, y debió ser aislado por la noche, y durante las comidas. No se observaba angustia alguna, ninguna emoción.

No sabíamos muy bien en qué categoría clasificarlo. Pero, a pesar de eso intentamos un tratamiento, preguntándonos si obtendríamos algo.

Voy a hablarles del primer año de tratamiento. Interrumpido luego durante un año. El tratamiento conoció varias fases.

Durante la fase preliminar, Roberto mantuvo su comportamiento cotidiano. Gritos guturales. Entraba en la habitación corriendo sin parar, aullando, saltando en el aire y volviendo a caer en cuclillas, cogiéndose la cabeza con las manos, abriendo y cerrando la puerta, encendiendo y apagando la luz. Los objetos, los tomaba o bien los rechazaba, o también los amontonaba sobre mí. Prognatismo muy marcado.

Lo único que pude sacar en limpio de estas primeras sesiones era que Roberto no se atrevía a acercarse al biberón, o que apenas se le acercaba, soplándole encima. Observé también un interés por la palangana que, llena de agua, parecía desencadenar una verdadera crisis de pánico.

Hacia el final de esta fase preliminar, durante una sesión, después de haber amontonado todo sobre mí en un estado de gran agitación, salió a toda velocidad, y le oí en lo alto de la escalera, que no sabía bajar solo, decir, con tono patético, con una tonalidad muy baja que no le era habitual, Mamá, mirando al vacío.

Esta fase preliminar terminó pues fuera del tratamiento. Una noche, después de acostarlo, de pie en su cama, con tijeras de plástico, intentó cortarse el pene ante los otros niños aterrorizados.

En la segunda parte del tratamiento comenzó a exponer qué era para él ¡El lobo! Gritaba esto todo el tiempo.

Un día, comenzó tratando de estrangular a una niñita que yo tenía en tratamiento. Hubo que separarlos, y ponerlo en otra habitación. Su reacción fue violenta, su agitación intensa. Debí acudir y volver a traerlo a la habitación donde vivía habitualmente. En cuanto llegó, aulló ¡El lobo!, y comenzó a tirarlo todo por la habitación -que era el comedor- alimentos y platos. Los días siguientes, cada vez que pasaba ante la habitación adonde había sido llevado, aullaba: ¡El lobo!

Esto aclara también su comportamiento con las puertas, a las que no podía soportar abiertas; pasaba el tiempo de la sesión abriéndolas, para que yo las volviera a cerrar, y gritando ¡El lobo!

Aquí es preciso recordar su historia; los cambios de lugar, de habitación, eran para él una destrucción, ya que había cambiado, sin parar, tanto de lugares como de adultos. Esto se había convertido para él en un verdadero principio de destrucción que había marcado intensamente las manifestaciones primordiales de su vida de ingestión y excreción. Lo expresó principalmente en dos escenas, una con el biberón, la otra con el orinal.

Roberto había por fin tomado el biberón. Un día fue a abrir la puerta, y tendió el biberón a alguien imaginario; cuando estaba sólo con un adulto en una habitación, seguía comportándose como si hubiera otros niños a su alrededor. Roberto tendió el biberón. Volvió arrancando la tetina, hizo que yo la volviera a colocar, tendió nuevamente el biberón hacia afuera, dejó la puerta abierta, me volvió la espalda, tragó dos sorbos de leche y, frente a mí, arrancó la tetina, echó la cabeza hacia atrás, se inundó de leche y vertió el resto sobre mí. Salió presa de pánico, inconsciente y ciego. Tuve que recogerlo en la escalera, por donde empezaba a rodar. En ese momento tuve la impresión de que había tragado la destrucción, y que la puerta abierta y la leche estaban ligadas.

La escena del orinal que ocurrió a continuación presentaba el mismo carácter de destrucción. Al comienzo del tratamiento se creía obligado a hacer caca en sesión, pensando que si me daba algo, me conservaba. Sólo podía hacerlo apretándose contra mí, sentándose en el orinal, teniendo con una mano mi guardapolvo, y con la otra el biberón o un lápiz. Comía antes, y sobre todo después. No leche, sino bombones y tortas.
La intensidad emocional evidenciaba un gran temor. La última de estas escenas aclaró la relación que para él existía entre la defecación y la destrucción por los cambios.

A lo largo de esta escena había comenzado haciendo caca, sentado a mi lado. Después, con su caca al lado de él, hojeaba las páginas de un libro, volviéndolas. Luego oyó un ruido en el exterior. Loco de miedo salió, tomó su orinal, y lo colocó ante la puerta de la persona que acababa de entrar en la habitación vecina. Después volvió a la habitación donde yo estaba, y se pegó a la puerta gritando:  El lobo! ¡ El lobo!

Tuve la impresión que era un rito propiciatorio. Era incapaz de darme esa caca. En cierta medida, sabía que yo no lo exigía.

Fue a ponerla afuera, sabía bien que iba a ser botada, o sea destruida. Le interpreté entonces su rito. Después fue a buscar el orinal, lo volvió a poner en la habitación a mi lado, lo tapó con un papel diciendo «a pu, a pu», como para no estar obligado a entregarla.

Comenzó entonces a ser agresivo conmigo, como si al darle permiso para poseerse a través de esa caca de la que podía disponer, yo le hubiera dado la posibilidad de ser agresivo. Evidentemente, no pudiendo hasta entonces poseer, no tenía sentido de la agresividad, sino sólo de autodestrucción, y esto cuando atacaba a los otros niños.

A partir de ese día ya no se creyó obligado a hacer caca en sesión. Empleó sustitutos simbólicos: la arena. Tenía una gran confusión entre él mismo, los contenidos de su cuerpo, los objetos, los niños, los adultos que lo rodeaban. Sus estados de ansiedad, de agitación se hacían cada vez Mayores. En la vida, se volvía imposible. Yo misma asistía en sesión a verdaderos torbellinos en los que me costaba bastante trabajo intervenir.

Ese día, después de haber bebido un poco de leche, la tiró al suelo, luego tiró arena en la palangana de agua, llenó el biberón con arena y agua, agregó todo esto al orinal, y encima puso el muñeco de goma y el biberón. Me confió todo.

En ese momento, fue a abrir la puerta, y volvió con el rostro convulsionado de miedo. Cogió el biberón que estaba en el orinal y lo rompió, ensañándose con él hasta reducirlo a ínfimos pedacitos. Después los recogió cuidadosamente y los hundió en la arena del orinal. Se hallaba en tal estado que tuve que llevarle abajo, sintiendo que ya no podía hacer nada más por él. Se llevó el orinal. Un poco de arena cayó al suelo desencadenando en él un pánico inverosímil. Se vio obligado a recoger hasta la más mínima pizca, como si fuese un pedazo de sí mismo, y aullaba: ¡El lobo! ¡El lobo!

No pudo permanecer en la colectividad, no pudo soportar que ningún niño se acercara a su orinal. Debieron acostarlo en un estado de tensión intensa que sólo cedió, de manera espectacular, después de una irrupción diarreica, que extendió por todas partes con sus manos, en su cama y sobre las paredes.

Esta escena era tan patética, vivida con tal angustia, que yo estaba muy inquieta, y empecé a comprender la idea que él tenía de sí mismo.

La precisó al día siguiente, cuando debí frustrarlo, corrió a la ventana, la abrió, gritó ¡El lobo! ¡El lobo!, y viendo su imagen en el vidrio, la golpeó, gritando: ¡El lobo! ¡El lobo!

Roberto se representaba así, él era ¡El lobo! En su propia imagen la que golpea o la que evoca con tanta tensión. Ese orinal donde puso lo que entra en él y lo que sale, el pipí y la caca, después una imagen humana, la muñeca, luego los restos del biberón, eran verdaderamente una imagen de él mismo, semejante a la del lobo, como lo evidenció el pánico que tuvo cuando un poco de arena cayó al suelo. Sucesiva y simultáneamente, él era todos los elementos que puso en el orinal. Roberto no era más que una serie de objetos por los que entraba en contacto con la vida cotidiana, símbolos de los contenidos de su cuerpo. La arena es símbolo de las heces, el agua de la orina, la leche de lo que entra en su cuerpo. Pero la escena del orinal muestra que diferenciaba muy poco todo esto. Para él, todos los contenidos están unidos en el mismo sentimiento de destrucción permanente de su cuerpo, el cual, por oposición a esos contenidos, representa el continente -que simbolizó con el biberón roto- cuyos pedazos fueron enterrados entre esos contenidos destructores.

En la fase siguiente Roberto exorcizaba ¡El lobo! Digo exorcismo, porque este niño me daba la impresión de ser un poseído. Gracias a mi permanencia pudo exorcizar, con un poco de leche que había bebido, las escenas de la vida cotidiana que le hacían tanto daño.

En ese momento, mis interpretaciones tendieron, sobre todo, a diferenciar los contenidos de su cuerpo desde el punto de vista afectivo. La leche es lo que se recibe. La caca es lo que se da, y su valor depende de la leche que se ha recibido. El pipí es agresivo.

Numerosas sesiones se desarrollaron así. Cuando hacía pipí en el orinal, me anunciaba: Caca no, es pipí. Estaba desolado. Yo lo calmaba diciéndole que había recibido muy poco como para poder dar algo, sin que esto lo destruyera. Se tranquilizaba. Podía entonces vaciar el orinal en el cuarto de baño.

El vaciado del orinal se rodeaba de muchos ritos de protección. Comenzó vaciando la orina en el lavabo del W. C., dejando abierto el grifo de agua para poder así reemplazar la orina por agua. Llenaba el orinal, haciéndolo desbordar ampliamente como si un continente no tuviese existencia sino por su contenido, y debiese desbordar para, a su vez, contenerlo. Había allí una visión sincrética del ser en el tiempo, como continente y contenido, al igual que en la vida intrauterina.

Roberto recobraba aquí la imagen confusa que tenía de sí mismo. Vaciaba ese pipí y trataba de recuperarlo, persuadido de que era él quien se iba. Aullaba: ¡El lobo!, y el orinal sólo tenía realidad para él cuando estaba lleno. Toda mi actitud fue mostrarle la realidad del orinal, que seguía existiendo después de vaciado de su pipí; así como él, Roberto, permanecía después de haber hecho pipí, así como el grifo no era arrastrado por el agua que corre.

A través de estas interpretaciones, y de mi permanencia, Roberto introdujo progresivamente un lapso de tiempo entre el vaciado y el llenado, hasta el día en que pudo volver triunfante con un orinal vacío en sus brazos. Era visible que había adquirido idea de la permanencia de su cuerpo. Su ropa era para él su continente, y cuando se despojaba de ella, la muerte era segura. El momento de desvestirse era ocasión de verdaderas crisis; la última había durado tres horas, durante la misma el personal lo describía como poseído. Aullaba ¡El lobo! corriendo de una habitación a otra, extendiendo sobre los otros niños las heces que encontraba en sus orinales. Sólo se calmó cuando lo ataron.

Al día siguiente, vino a la sesión, comenzó a desvestirse en un estado de gran ansiedad y, completamente desnudo, subió a la cama. Fueron precisas tres sesiones para que llegara a beber un poco de leche, completamente desnudo, en la cama. Mostraba la ventana y la puerta, y golpeaba su imagen gritando: ¡El lobo!

Paralelamente, en la vida cotidiana, le era más fácil desvestirse, pero a continuación sufría una gran depresión. Se ponía a lloriquear por la noche sin razón, bajaba a hacerse consolar por la celadora, y se dormía en sus brazos.

Al final de esta fase, exorcizó conmigo el vaciado del orinal, así como el momento de desvestirse; mi permanencia había convertido la leche en un elemento constructivo. Pero, impulsado por la necesidad de construir un mínimo, no tocó el pasado, no contó más que con el presente de su vida cotidiana, como si estuviera privado de memoria.

En la fase siguiente, fui yo quien se convirtió en ¡El lobo!

Aprovecha la mínima construcción que ha logrado, para proyectar en mí todo el mal que había bebido y, de cierta manera, recuperar la memoria. Así podrá volverse progresivamente agresivo. Esto resultará trágico. Empujado por el pasado, es preciso que sea agresivo conmigo y, sin embargo, al mismo tiempo, soy en el presente la que necesita. Debo tranquilizarlo con mis interpretaciones, hablarle del pasado que lo obliga a ser agresivo, y asegurarle que esto no implica mi desaparición, ni su cambio de lugar, que siempre es tomado por él como un castigo.

Luego de estar agresivo conmigo, trata de destruirse. Trataba de romper el biberón que lo representaba. Yo le quitaba el biberón de las manos porque no estaba en condiciones de soportar romperlo. Retomaba entonces el curso de la sesión, y su agresividad contra mí proseguía.

En ese momento me hizo jugar el papel de la madre que lo hambreaba. Me obligó a sentarme en una silla donde tenía su vaso de leche, para que yo lo volcase, privándolo así de su alimento bueno. Se puso entonces a aullar: ¡El lobo!, tomó la cuna y el muñeco, y los arrojó por la ventana. Se volvió contra mí y, con gran violencia, me hizo tragar agua sucia gritando: ¡El lobo!, ¡El lobo! Este biberón representaba el alimento malo, y remitía a la separación de su madre, que lo había privado de alimento, y a todos los cambios de lugar que se le había obligado a soportar.

Paralelamente, me hizo jugar otro aspecto de la madre mala, el de la que se va. Una tarde me vio salir de la institución. Al día siguiente reaccionó aun cuando me había visto irme otras veces, sin ser capaz de expresar la emoción que podía sentir. Ese día hizo pipí encima mío en un estado de gran agresividad, y también de ansiedad.

Esta escena no era más que el preludio de una escena final, cuyo resultado fue cargarme definitivamente con todo el mal que había padecido, y proyectar sobre mí ¡El lobo!

Había tragado el biberón de agua sucia y recibido encima de mí su pipí agresivo justamente porque me iba. Yo era pues ¡El lobo! Roberto me separó de él durante una sesión encerrándome en el cuarto de baño, después volvió a la habitación de las sesiones, solo, subió a la cama vacía y se puso a gemir. No podía llamarme, y era preciso sin embargo, que yo volviese, pues yo era la persona permanente. Volví. Roberto estaba extendido, patético, el pulgar suspendido a dos centímetros de su boca. Y, por primera vez en una sesión, extendió sus brazos y se hizo consolar.

A partir de esta sesión, se percibió en la institución un cambio total de comportamiento.

Tuve la impresión de que Roberto había exorcizado a ¡El lobo!

A partir de ese momento ya no habló más de él y pudo pasar a la fase siguiente, la regresión intrauterina; es decir, la construcción de su cuerpo, del ego-body, que hasta entonces no había podido hacer.

Para emplear la dialéctica que él había empleado siempre, la de los contenidos-continentes, Roberto debía, para construirse ser mi contenido, pero debía asegurarse de mi posesión, es decir de su futuro continente.

Comenzó este período tomando un cubo lleno de agua, cuya asa era una cuerda. No podía soportar que la cuerda estuviera atada de los dos lados. La cuerda tenía que colgar de un lado. Me sorprendió que, al tener que anudar yo la cuerda para cargar el cubo, Roberto experimentara un dolor casi físico. Un día, colocó el cubo lleno de agua entre sus piernas, tomó la cuerda y llevó su extremidad a su ombligo. Tuve la impresión de que el cubo era yo, y que así se ataba a mí a través de un cordón umbilical. Después, volcó el contenido del cubo de agua, se desnudó totalmente, se tumbó en el agua en posición fetal, acurrucado, estirándose de vez en cuando, llegando hasta a abrir y cerrar la boca sobre el líquido, como un feto que bebe el líquido amniótico, así como lo han mostrado las últimas experiencias americanas. Yo tenía la impresión que, así, se iba construyendo.

Al comienzo estaba muy agitado, poco a poco tomó conciencia de cierta realidad placentera, y todo culminó en dos escenas capitales, actuadas con un recogimiento extraordinario, y una plenitud asombrosa, dado su edad y su estado.

En la primera escena, Roberto, desnudo frente a mí, recoge con sus dos manos unidas agua, la eleva a la altura de sus hombros y la hace correr a lo largo de su cuerpo. Recomienza de este modo varias veces, y me dice entonces, muy bajito: Roberto, Roberto.

A este bautismo por el agua-pues era un bautismo dado el recogimiento que ponía en él-le siguió un bautismo por la leche.

Comenzó jugando con el agua con más placer que recogimiento. Después tomó su vaso de leche y lo bebió. Luego repuso la tetina, y comenzó a hacer correr la leche del biberón a lo largo de su cuerpo. Como la cosa no iba suficientemente rápida, sacó la tetina, y volvió a empezar, haciendo correr la leche sobre su pecho, su vientre, y a lo largo de su pene con un intenso sentimiento de placer. Luego se volvió hacia mí, y me mostró el pene, tomándolo en su mano, con aire embelesado. Después bebió leche, poniéndosela así por encima y por dentro, de modo que el contenido fuera a la vez continente y contenido, volviendo a la misma escena que había jugado con el agua.

En la fase siguiente, Roberto pasa al estadio de construcción oral.

Este estadio es extremadamente difícil, muy complejo. En primer lugar, tiene cuatro años, y vive en el más primitivo de los estadios. Además, los otros niños que tengo entonces en tratamiento en esa institución son niñas, lo que para él constituye un problema. Por último, los patterns de conducta de Roberto no han desaparecido totalmente, y tienden a volver cada vez que hay frustración.

Tras el bautismo por el agua y por la leche, Roberto comenzó a vivir esa simbiosis que caracteriza la relación primitiva madre-hijo. Pero, normalmente, cuando el niño la vive verdaderamente, no existe ningún problema de sexo, al menos desde el recién nacido hacia su madre. Mientras que aquí había uno.

Roberto debía hacer una simbiosis con una madre femenina, lo que planteaba entonces el problema de la castración. El problema era llegar a recibir el alimento sin que esto acarreara su castración.

Primero vivió esta simbiosis en forma simple. Sentado en mis rodillas, Roberto comía. Después tomaba mi anillo y mi reloj y se los ponía, o bien tomaba un lápiz de mi bata y lo rompía con sus dientes. Entonces, se lo interpreté. Esta identificación con una madre fálica castradera quedó desde ese momento, en el plano del pasado, se acompañó de una agresividad reactiva cuyas motivaciones evolucionaron. Ya no rompía la mina del lápiz sino para castigarse por esta agresividad.

Más adelante, pudo beber la leche del biberón, en mis brazos, pero él mismo sostenía el biberón. Sólo más tarde pudo soportar que yo sostuviera el biberón, como si todo el pasado le impidiese recibir en él, de mí, el contenido de un objeto tan esencial.

Su deseo de simbiosis estaba aún en conflicto con su pasado. Esto explica que utilizara el rodeo de darse a sí mismo el biberón. Pero a medida que experimentaba-a través de otros alimentos como papillas o tortas-que el alimento que recibía de mí en esa simbiosis no lo transformaba en una niña, pudo entonces recibirlo.

Intentó primero, compartiendo conmigo, diferenciarse de mí. Me daba de comer mientras decía, palpándose: Roberto; luego me palpaba y decía: No Roberto. Utilicé mucho esto en mis interpretaciones para ayudarlo a diferenciarse. La situación dejó entonces de ser sólo entre él y yo; Roberto dio cabida a las niñas que yo tenía en tratamiento.

Era un problema de castración, pues sabía que antes y después de él, una niña subía a sesión conmigo. La lógica emocional quería pues que él se hiciese niña, puesto que era una niña la que rompía la simbiosis conmigo, que le era necesaria. La puso en escena de diferentes modos, haciendo pipí sentado en el orinal, o bien haciéndolo de pie pero mostrándose agresivo.

Roberto era ahora capaz de recibir, y capaz de dar. Me dio su caca sin temor de ser castrado por ese don.
Llegamos entonces a un nivel del tratamiento que puede resumirse así: el contenido de su cuerpo ya no es destructor, malo; Roberto es capaz de expresar su agresividad haciendo pipí de pie, y sin que la existencia e integridad del continente, es decir del cuerpo, sean cuestionadas.

El Q.D. del Gessell pasó de 43 a 89, y en el Terman Merrill tiene un C.I. de 75. El cuadro clínico cambió, las perturbaciones motoras han desaparecido, el prognatismo también. Se ha vuelto amistoso con los otros niños, a menudo protector de los más pequeños. Se puede empezar a integrarlo en actividades grupales. Sólo el lenguaje permanece rudimentario: Roberto nunca estructura frases, sólo emplea las palabras esenciales.

Me fui luego de vacaciones. Estuve ausente dos meses.

A mi regreso, Roberto monta una escena que muestra la coexistencia en él de los patterns del pasado y de la construcción presente.

Durante mi ausencia su comportamiento siguió siendo idéntico; expresaba en su antiguo modo, pero en forma muy rica a causa de lo adquirido, lo que la separación representaba para él: su temor de perderme.
Cuando regresé, vació como para destruirlos, la leche, su pipí, su caca, después se quitó el delantal y lo tiró al agua. Destruyó así su antiguo contenido y su antiguo continente, vueltos a encontrar a través del traumatismo de mi ausencia.

Al día siguiente, desbordado por su reacción psicológica, Roberto se expresaba en el plano somático: diarrea profusa, vómitos, síncope. Se vaciaba completamente de su imagen pasada. Sólo mi permanencia podía constituir el enlace con una nueva imagen de sí mismo, como un nuevo nacimiento.

En ese momento, adquirió una nueva imagen de sí mismo. Lo vemos en sesión volver a poner en escena antiguos traumatismos que ignorábamos. Roberto bebe el biberón, pone la tetina en su oreja, y rompe luego, con gran violencia, el biberón.

Sin embargo, fue capaz de hacerlo sin que la integridad de su cuerpo sufriera por ello. Se separó de su símbolo del biberón y pudo expresarse a través de él en tanto que objeto. Esta sesión que repitió dos veces, fue tan impresionante que investigué cómo se había desarrollado la antrotomía sufrida a los cinco meses. Supimos entonces que, en el servicio de O.R.L. donde fue operado, no le anestesiaron y que, durante la dolorosa operación le mantuvieron por la fuerza un biberón de agua azucarada en la boca.

Este episodio traumático esclareció la imagen que Roberto había construido de una madre que hambreaba, violenta, paranoica, peligrosa, que seguramente le atacaba. Después de la separación, un biberón mantenido por la fuerza, haciéndole tragar sus gritos. La alimentación con sonda, veinticinco cambios sucesivos. Tuve la impresión de que el drama de Roberto era que todos sus fantasmas oral-sádicos se habían realizado en sus condiciones de existencia. Sus fantasmas se habían convertido en realidad.

Por último, debí confrontarlo con una realidad. Estuve ausente durante un año, y volví encinta de ocho meses. Me vio encinta. Comenzó poniendo en escena fantasmas de destrucción de ese niño.

Desaparecí a causa del parto. Durante mi ausencia, mi marido lo tomó en tratamiento, y Roberto puso en escena la destrucción del niño. Cuando regresé me vio sin vientre y sin niño. Estaba pues convencido que sus fantasmas se habían hecho realidad, que había matado al niño, y que por lo tanto yo iba a matarlo.

Estuvo sumamente agitado esos últimos quince días, hasta el día en que pudo decírmelo. Entonces, lo confronté con la realidad. Le traje a mi hija, para que pudiese ahora hacer la ruptura. Su estado de agitación cesó de golpe, y cuando lo volví a ver, al día siguiente, empezó, por fin, a expresarme sentimientos de celos. 

Se aferraba a algo vivo y no a la muerte.

Este niño había permanecido siempre en el estadio en el que los fantasmas eran realidad. Esto explica que sus fantasmas de construcción intrauterina hayan sido realidad en el tratamiento, y que haya podido hacer una asombrosa construcción. Si hubiese estado más allá de ese estadio, yo no hubiera podido obtener esa construcción de sí mismo.

Como decía ayer, tuve la impresión de que este niño había caído bajo el efecto de lo real, que al comienzo no había en él función simbólica alguna, y menos aún función imaginaria.
Tenía al menos dos palabras.

SR. HYPPOLITE: Quisiera plantear una pregunta sobre la palabra El lobo. ¿De dónde salió El lobo?

SRA. LEFORT: En las instituciones infantiles, a menudo las enfermeras asustan a los niños con el lobo. En la institución donde lo tomé en tratamiento, los niños fueron encerrados-un día que estaban insoportables-en la sala de juegos, y una enfermera salió e imitó el grito del lobo para que se portaran bien.

SR. HYPPOLITE: Quedaría por explicar por qué el miedo al lobo se fijó en él, como en muchos otros niños.

SRA. LEFORT: El lobo era evidentemente, en parte, la madre devorante.

SR. HYPPOLITE: ¿ Cree usted que el lobo es siempre la madre devorante?

SRA. LEFORT: En las historias infantiles siempre se dice que el lobo va a comer. En el estadio sádico-oral, el niño tiene deseos de comer a su madre, y piensa que su madre va a comerle. Su madre se convierte en lobo. Creo que aquí está, probablemente, pero no estoy segura, la génesis. Hay en la historia de este niño muchas cosas ignoradas, que no he podido saber. Cuando quería ser agresivo conmigo no se ponía en cuatro patas, ni ladraba. Ahora lo hace. Ahora sabe que es un ser humano, pero de vez en cuando necesita identificarse a un animal, como lo hace un niño de dieciocho meses. Y cuando quiere ser agresivo, se pone en cuatro patas, y hace uuh, uuh, sin la menor angustia. Después se incorpora y sigue el curso de la sesión. Sólo puede expresar su agresividad en ese estadio.

SR. HYPPOLITE: Sí, entre zwingen y bezwingen. Se trata de la diferencia que existe entre la palabra en que hay coerción, y aquella en la que no la hay. La compulsión, Zwang, es el lobo el que le produce angustia, y la angustia superada, Bezwingung, es el momento en que juega al lobo.

SRA. LEFORT: Sí, estoy de acuerdo.

domingo, 11 de septiembre de 2011

martes, 6 de septiembre de 2011

HOMENAJE A UN ARTISTA


AL DESCONOCIDO

Al Desconocido

Rosendo Rodríguez Fernández

Para el viejo amigo Jairo, visitante de la tierra de México.

La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas.
Todo se funde en ese beso,
todo arde en esos labios sin límites,
y el nombre y la memoria
son un poco de ceniza y olvido
en esa entraña que sueña.
                                               Fragmento de “El Desconocido”, de Octavio Paz.

Una noche de quinientos años, fue pronosticada por el último emperador azteca, Cuauhtémoc. Un poco de oídas, y por lo que circula en el mundo de la virtualidad, pero también precisamente en la obra de Garry Jennings, “Azteca”[1], todo un universo se eclipsó sin los gritos de agonía que esperaba Cortés del Huey Tlatoani, quemado por los pies, hasta su paso a otra conciencia. El director Alfonso Arau, en su “Zapata, el sueño del héroe”[2], plantea que el espíritu de los antiguos aztecas dio vida a la revolución del sur de México, que alcanzó su apogeo con la entrada del general a la capital, en 1914. Ese año, el primero de la Gran Guerra europea, el terreno militar trazado con sangre mexicana se fue delineando a favor del nuevo gobierno, del que el personaje de Arau sabe muy bien que no quiere participar, en tanto que se trata de una degeneración de la revolución. Frases contundentes, como que “no hay revolucionario que aguante un cañonazo de 50.000 pesos” denuncian el triste precio del alma, a la vez que señalan la eternidad de Cuauhtémoc.

Un legado, el del maíz fecundo en la sangre. Una denuncia: alimento de vacas de hacienda de última tecnología al norte del Río Grande. Mestizos, sin saber, después de todo, si responder al cristianismo de los abuelos de línea hispánica, o a los antiguos dioses mexica, el drama de esas tierras repite un esquema, una y otra vez, propio de lo que se ha dado en llamar América Latina. Como una miríada de identidades fracturadas en la noche del tiempo, con las infecciones de Pizarro en el Perú, y Cortés con su Malinche, la traición es la regla del nuevo americano, pues no hay Padre, o tal vez hay mucho Padre, lo cual, para el caso, es peor.

Almas mezquinas, florecen en empresas cuya grandeza es obediente a la vieja y olvidada conquista. Se prefiere olvidar, y vivir el confort dudoso de los días del presente, y no saber de orígenes ni abuelos asesinos, o de tatarabuelas putas que llegaron por Cartagena con aire de señoras. De águilas a vencejos, se quejaba uno de los poetas de la apodada heroica, en que la sangre bulle por el hotel y la playa, y por unas cuantas gotas de ron, antes que por el honor de Lezo, o por algún sueño moribundo de abuelo de los Mil Días.

Se ha olvidado, en medio de tanta luz de la Razón, y tanta admiración por los dueños del Cielo y de la Tierra, a esos otros del Otrocidio, el término de Eduardo Galeano que apunta a los siglos de desprecio, a los otros abuelos cuyas lenguas han muerto, y solo retornan en sueños locos de cineasta o en afanes de psicótico transpersonal.

¿Qué decir de ese hijo que quiere olvidar? ¿Qué decir del Americano que detesta su origen cubierto de sangre y violación por las décadas del rencor mezquino y la pequeña venganza? ¿Por qué no va a entregar aquello que ya no es sagrado, al fuego fatuo del posmoderno capital?

Que no se olvide el nuevo dueño de la tierra, de la personalidad y la nacionalidad (transnacional), que es hijo de un crimen, y que su semilla está condenada por la limpieza étnica, por un racismo incólume a la investigación, y una victimización que siempre desemboca en el terreno del Derecho.

Ley de Justicia y Paz que es Ley de Olvido y Rencor. No olvidemos que el colombiano es el fruto macerado de la violencia de la espada y la cruz, y los gérmenes de la guerra biológica. Como en todas partes del Nuevo Mundo, lo nuevo de la Guerra, la Esclavitud y las Pandemias, se debate en nombrarlo genocidio o catástrofe demográfica.

¿Qué importa cuál abuelo mató a cuál? Si el resultado es un hijo de asesino y de víctima, ¿A dónde se inclinará su fidelidad? Vete acomodando, maldito infeliz, que estás listo ahora para tratar de ser lo que no eres.

El hombre de la actualidad, está listo para ser simpático con Obama y su democracia, o con la democracia europea, y con toda su ideología de la superioridad racial, enmascarada en el posmodernismo. Peor, listos a consumir de nuevo sabidurías y verborreas que llegan ahora por internet.

Dediquen pues, almas mezquinas, sus esfuerzos a sostener la máquina del olvido, y a mantener en prisión los remordimientos y las injurias, para que su mundo de playas y mujeres sin bikini sea su horizonte ontológico y su verdad de a puño. ¿Qué les puede importar, después de todo, que un loco como yo, los odie tanto?

Septiembre, 2011.


[1] Novela histórica, publicada en 1980 por Editorial Vergara, Estados Unidos de América.
[2] Film de 2004, producida por el propio Arau y Javier Rodríguez.

jueves, 25 de agosto de 2011

martes, 9 de agosto de 2011

EL ESTALLIDO DE LA BURBUJA EDUCATIVA CHILENA

El estallido de la burbuja educativa chilena

Por Adriana Puiggrós *

Reproducido de: Pagina12.com.ar

El “modelo” educativo de Chile ha estallado en mil pedazos, lo cual es un síntoma fuerte del agotamiento del neoliberalismo como forma de la economía, la política y la cultura. No se trata de cualquier experiencia educativa, sino de la que fue alabada, mimada y mostrada como ejemplo hasta hace escasos días por los sectores políticos que abjuran del viejo liberalismo estatista, por los mercaderes de la educación que se han multiplicado como una plaga dejando muy atrás a la escuela privada tradicional, por los que impulsan la meritocracia como mecanismo selector de la población que alcanzará distintos niveles de educación, varios de ellos en campaña electoral en estos días.

En los años ’70 y ’80, sociopedagogos como Bowles y Gientis, Basil Bernstein, Baudelot y Establet y Pierre Bourdieu, entre otros, denunciaron en un lenguaje científico que los sistemas escolares ratificaban las pertenencias de clase previas de los alumnos y cuestionaron fuertemente que la escuela promoviera la movilidad social. Sus conclusiones eran escasamente generalizables en referencia a los sistemas escolares del siglo XX. Pero lejos de haber servido a la superación de las disfuncionalidades de esos sistemas, hoy pueden leerse sus apreciaciones como pronósticos del modelo que implementaría el neoliberalismo.

La condición para que la educación –en lugar de distribuir democráticamente la cultura y colaborar en la nivelación de la instrucción pública y la formación científica y técnico profesional– se tornara en un dispositivo reproductor de desigualdad fue destruir la unidad de los sistemas escolares, privatizar todas sus instituciones, desjerarquizar a los docentes y retirar del Estado toda la responsabilidad que fuera posible. Es lo que se hizo en Chile, donde cursar la educación primaria y secundaria requiere del pago mensual, restando un mínimo de educación gratuita de pésima calidad para los más pobres, y el costo de la educación superior es inaccesible hasta para la clase media. Las universidades chilenas están entre las más caras del mundo, de acuerdo con datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un organismo que ha incorporado a la educación entre los bienes transables y que impulsa el libre mercado de educación superior, así como el retiro de los Estados de todo tipo de inversión y supervisión sobre las universidades.

No podemos dejar de señalar que pocas publicaciones de organismos internacionales han dejado de admirar al modelo educativo chileno y que muchos de los político-educadores neoliberales han exhibido estadísticas muy favorables a ese modelo. Desde la orilla en la que se defiende la educación pública, el papel principal del Estado, el derecho a la educación del pueblo, la gratuidad de toda la educación, incluida la educación superior, descreímos de esas informaciones que denunciamos frecuentemente como basadas en falsas premisas. El más burdo ejemplo es que se muestra como ejemplo de la inversión chilena en educación, que es de un 6 por ciento, sin aclarar que más de la mitad es privada y que parte de la pública se ofrece en forma de créditos que encadenan a las familias por décadas para que sus hijos estudien. Precisamente uno de los elementos de la actual crisis es la imposibilidad de sostener esos créditos; se trata de una situación comparable con la española en relación con la burbuja inmobiliaria.

En Chile, los criterios de la educación instalados desde la época de Pinochet fueron enriquecidos por el neoliberalismo pedagógico que dentro de la Concertación ganó terreno y dio origen a la burbuja educativa. Sus engañosos componentes son términos como “calidad”, “excelencia” educativa, eficiencia de la inversión, equidad (término que en el “modelo chileno” opera permitiendo cobrarle la educación a la mayoría con la excusa de balancear la inversión que el Estado hace con algunos pocos), que en el marco del discurso pedagógico neoliberal adquieren contenidos estigmatizadores y discriminadores. En nombre de la eficiencia se transfirieron las escuelas y los colegios a los municipios, que a su vez arancelaron la prestación o se deshicieron de las escuelas privatizándolas. Esa situación tampoco aguanta más y el movimiento de secundarios, la “revolución pingüina”, que comenzó ya en los años del gobierno de Bachelet, se ha generalizado y superado ante la profundización de las injusticias educativas por parte del gobierno de Sebastián Piñera, que desde su postura conservadora no ha podido pensar más allá que en emplear un decreto firmado por Pinochet en 1983 para reprimir a los estudiantes.

Las demandas del movimiento estudiantil-docente chileno están contempladas en la Ley de Educación Nacional y en el conjunto de la política educativa argentina que han llevado los gobiernos de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner. En la Argentina sólo la inversión estatal llegó al 6,5 por ciento en educación, y nuestras universidades reciben con los brazos abiertos a los hermanos chilenos que vienen de a cientos a seguir su formación profesional. La educación pública es una tradición argentina y a ella se debe que nuestro pueblo siga teniendo la cultura que le ha permitido reconstruir el país en los últimos ocho años al compás de los gobiernos que ha elegido. Chile también tenía una tradición de educación pública y democrática. Su pueblo no lo ha olvidado y hoy emerge como un ejemplo inverso al “modelo neoliberal”: los sucesos de estas horas demuestran que si la educación se reduce a las leyes del mercado en algún momento emerge la sociedad profunda reclamándola como propia.



* Presidenta de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados.


miércoles, 3 de agosto de 2011

PSICOSIS EN LA ACTUALIDAD COLOMBIANA, LA TRIBU URBANA DE LA PSICOSIS

PSICOSIS EN LA ACTUALIDAD COLOMBIANA, LA TRIBU URBANA DE LA PSICOSIS

Por: Edgar Alejandro Gómez Bernal

“los problemas con solución complicada del hombre lo hacen huir de la realidad, ocultándose así en la psicosis”

Primero es bueno definir qué es la psicosis; puedo decir que está arraigada y nace a partir de la “huida de lo real” ideas delirantes, alteración de la percepción (pensamiento confuso, alucinaciones, cambios de conducta).

¿Pero por qué es viable en la sociedad contemporánea la psicosis? Tal vez porque los jóvenes somos de cierto modo malnacidos en la historia. “poseemos una madre, a la cual seguimos, pero nos falta un padre para guiarnos y poder obtenerla”. Lastimosamente no sabemos nuestro lugar en la historia y qué hacer cuando nacemos si todo ya está hecho, para comodidad. Nuestra naturaleza nos lleva a descartar las acciones que requieran esfuerzo primero. Qué hacer con tanta tecnología que nos conduce al sedentarismo al punto de depender de ella. Como ejemplo, puedo exponer: “los celulares nuestra segunda memoria”. La siguiente situación es más usual de lo que ustedes piensan. Tenemos todos los números de teléfonos en el celular, cuando este no está, no conocemos ni el número de nuestra propia casa.. cómo nunca nos llamamos a nosotros mismos.

¿La psicosis como tribu urbana? ¿A qué se refiere? Haber me explico, el cuento de las “tribus” surgió de la necesidad primordial de poder vivir dentro de la sociedad expresando el pensamiento (paradigmático).de pequeños grupos de personas. A esto le sumo la psicosis. Es tal el punto de expresión, que se crea un paralelo, “por así decirlo”, en donde se adopta la pérdida de la realidad. ¿Por qué lo digo? la sociedad en su impotencia ante la crisis que evoca la destrucción, formula nuevas formas de pensamiento. Tal vez, inconscientemente interiorizamos esto de lo social a lo individual como sujeto (persona). Hemos pasado a lo largo de la historia por cuatro importantes etapas: El mito, el destino, la fe, el caos, (complejidad); esta última sobre todas las otras. Seguimos e imitamos conductas para buscar soluciones y respuestas.

Puedo cerrar esto con la cita de Jorge Mario Rozo. “evocar un esquema de pensamiento como mecanismo defensivo, una sociedad que no da tiempo ni lugar en la historia”.(1) Entendiendo como historia el desarrollo del hombre a lo largo del tiempo. Tal vez a la historia se le olvidó que en la vida lo más importante es el conocernos a sí mismos, “pues en la vida lo más importante tendrá que ser el yo”, ser consciente. Pues siento que el sí mismo es emotivo, no es verbal ni mecánico. Es vida, pensamiento individual.

Veo a la psicosis como ese punto en el cual el joven o el mayor se enrolan para crear su realidad o escapar de ella. Como aquel otro que escucha su música rock y se viste desordenado como queriendo decir que es libre y hace lo que quiere. Siguiendo esto, termino con una pregunta al vacío infinito…. ¿Si esto es así, cómo buscar la cura de la psicosis. Acaso queremos curar la libertad. Así sea fuera de nuestra realidad? ¿Acaso para que el sujeto sea curado es necesario que esté en el lado real, insertándolo en la sociedad para actuar y aparentar su salud?

Notas

(1). Karam, jorge Mario. La psicosis en el escenario contemporáneo. En Báez, Jairo; Rodríguez, Rosendo; Velosa, Jaime; Karam, Jorge Mario. (2009). Cuatro documentos desde el psicoanálisis sobre la investigación de la psicosis en Colombia. Fundación Universitaria los Libertadores. Bogotá, Colombia.





martes, 26 de julio de 2011

INTRODUCCIÓN A LOS COMENTARIOS SOBRE LOS ESCRITOS TÉCNICOS DE FREUD

Introducción a los comentarios sobre los escritos técnicos de Freud.

(El seminario. La confusión en el análisis. La historia no es el pasado. Teorías del ego.)

Clase 1. Enero 13 de 1954

Jacques Lacan

Introduciré con mucho gusto este año, en el que les deseo la mejor suerte, diciéndoles: ¡se acabaron las bromas!

Durante el último trimestre, sólo han tenido que escucharme; les anuncio solemnemente que en este trimestre que comienza, cuento con, espero, me atrevo a esperar, que, también yo, los escucharé un poco.

Es la ley misma, y la tradición del seminario que quienes participan en él aporten algo más que un esfuerzo personal: una colaboración a través de comunicaciones efectivas. La colaboración sólo puede venir de quienes están interesados del modo más directo en este trabajo, de aquellos para quienes estos seminarios de textos tienen pleno sentido, de quienes están comprometidos, de diferentes modos, en nuestra práctica. Esto no excluirá que obtengan las respuestas que dentro de mis posibilidades pueda darles.

Me interesaría especialmente que todos y todas, en la medida de sus medios, a fin de contribuir a este nuevo estadio del seminario, dieran el máximo. Este máximo consiste en que, cuando interpele a tal o cual para encomendarle una parte precisa de nuestra tarea común, éste no responda con aire aburrido que, precisamente, tiene esta semana ocupaciones particularmente importantes.

Me dirijo aquí a quienes forman parte del grupo de psicoanálisis que representamos. Quisiera que captaran que si éste está constituido como tal, con carácter de grupo autónomo, lo está en función de una tarea que implica para cada uno de nosotros nada menos que el porvenir: el sentido de todo lo que hacemos y tendremos que hacer durante el resto de nuestra existencia. Si no vienen aquí a fin de cuestionar toda su actividad, no veo por qué están ustedes aquí. ¿Por qué permanecerían ligados a nosotros, en lugar de asociarse a una forma cualquiera de burocracia, quienes no sintiesen el sentido de nuestra tarea?

1
Estas reflexiones son particularmente pertinentes, a mi parecer, en el momento en que vamos a abordar lo que habitualmente se denomina los Escritos Técnicos de Freud.

Escritos Técnicos es un término ya establecido por cierta tradición. Estando Freud aún en vida, apareció bajo el título de Kleine Neurosen Schrifte, un pequeño volumen in octavo, que escogía cierto número de escritos de Freud, comprendidos entre 1904 y 1919, cuyo título, presentación, y contenido, indicaban que trataban del método psicoanalítico.

Lo que motiva y justifica esta forma es la necesidad de alertar al practicante inexperto, quien querría precipitarse al análisis, y a quien hay que evitarle ciertas confusiones respecto a la práctica del método, y también respecto a su esencia.

Se encuentran en estos escritos pasajes de suma importancia para captar el progreso que ha conocido en el curso de estos años la elaboración de la práctica. Gradualmente vemos aparecer nociones fundamentales para comprender el modo de acción de la terapéutica analítica, la noción de resistencia y la función de la transferencia, el modo de acción e intervención en la transferencia, e incluso, hasta cierto punto, el papel esencial de la neurosis de transferencia. Es inútil pues subrayar aún más el peculiar interés que tiene este pequeño conjunto de escritos.

Ciertamente este agrupamiento no es completamente satisfactorio, y el término escritos técnicos no es quizás el que le da su unidad. Unidad que, no por eso, es menos efectiva. El conjunto es el testimonio de una etapa en el pensamiento de Freud. Lo estudiaremos desde esa perspectiva.

Estos textos constituyen una etapa intermedia. Ella continúa el primer desarrollo que alguien, analista cuya pluma no siempre es acertada, pero que en esta ocasión hizo un feliz hallazgo, bello incluso, denominó la experiencia germinal de Freud. Precede a la elaboración de la teoría estructural.

Los orígenes de esta etapa intermedia deben situarse entre 1904 y 1909. En 1904, aparece el artículo sobre el método psicoanalítico, hay quienes sostienen que surge allí por primera vez la palabra psicoanálisis; esto es falso pues Freud ya la había utilizado mucho antes, aún cuando es empleada allí de modo formal, y en el título mismo del artículo. 1909, momento de las conferencias en la Clark University, del viaje de Freud a América, acompañado de su hijo, Jung.

Si retornamos las cosas en el año 1920, vemos elaborarse la teoría de las instancias, la teoría estructural, o como Freud también la llamó, metapsicológica. Es este otro desarrollo de su experiencia y su descubrimiento que nos ha legado.

Como pueden ver, los escritos llamados técnicos se escalonan entre estos dos desarrollos. Esto es lo que les confiere su sentido. Es una concepción errónea creer que su unidad surge del hecho de que Freud habla en ellos de técnica.

En cierto sentido, Freud nunca dejó de hablar de técnica. Basta evocar ante ustedes los Studien über Hysterie, que no son más que una larga exposición del descubrimiento de la técnica analítica. La vemos allí en formación; esto es lo que le da su valor. Por ellos habría que empezar si quisiera hacerse una exposición completa, sistemática, del desarrollo de la técnica en Freud. La razón por la cual no he tomado los Studien über Hysterie es sencilla; no son fácilmente accesibles -ya que no todos leen alemán, ni siquiera inglés- ciertamente existen otras razones, además de estas razones circunstanciales, que hacen que haya preferido más bien los Escritos Técnicos.

Incluso en La Interpretación de los sueños, se trata todo el tiempo, constantemente, de técnica. No hay obra alguna, dejando de lado lo que ha escrito sobre temas mitológicos, etnográficos, culturales, donde Freud no aporte algo sobre la técnica. Inútil también es subrayar que un artículo como Análisis terminable e interminable, aparecido hacia 1934, es uno de los artículos más importantes en lo que a técnica se refiere.

Quisiera ahora acentuar la actitud que me parece deseable mantener, este trimestre, en el comentario de estos escritos. Es necesario fijarla desde hoy.

2
Obtendremos, evidentemente, una completa satisfacción si consideramos que estamos aquí para inclinarnos con admiración ante los textos freudianos, y maravillarnos.

Estos escritos son de tal frescura y vivacidad, que nada tienen que envidiar a otros escritos de Freud. Su personalidad se revela aquí a veces de modo tan directo que es imposible dejar de encontrarla. La simplicidad y la franqueza del estilo son ya, por sí mismas, una especie de lección.

Particularmente, la soltura con que encara el problema de las reglas prácticas que se deben observar, nos permite ver en qué medida ellas eran, para Freud, un instrumento, en el sentido en que se dice una herramienta hecha a medida. En suma dice, está, hecha a la medida de mi mano, y así es como yo suelo agarrarla. Otros quizá preferirían un instrumento ligeramente diferente, más adecuado a su mano. Encontrarán pasajes que expresan esto aún más netamente de lo que yo lo hago en esta forma metafórica.

La formalización de las reglas técnicas es tratada así en estos escritos con una libertad que por sí sola es enseñanza suficiente, y que brinda ya en una primera lectura su fruto y recompensa. Nada más saludable y liberador. Nada muestra mejor que la verdadera cuestión se halla en otro lado.

Esto no es todo. Existe, en el modo en que Freud nos transmite lo que se podría denominar las vías de la verdad de su pensamiento, otro aspecto, que se descubre en algunos pasajes que aparecen quizás en segundo plano, pero que son, no obstante, notables. El carácter doliente de su personalidad, su sentimiento de la necesidad de autoridad; acompañado en él de cierta depreciación fundamental de lo que puede esperar, quien tiene algo que transmitir o enseñar, de quienes lo escuchan y siguen. En muchos sitios aparece cierta desconfianza profunda respecto al modo en que se aplican y comprenden las cosas. Creo incluso, ustedes lo verán, que se encuentra en él una depreciación muy particular de la materia humana que le ofrece el mundo contemporáneo. Esto, seguramente, es lo que nos permite vislumbrar porqué Freud ejerció concretamente el peso de su autoridad para asegurar, así creía él, el porvenir del análisis, exactamente a la inversa de lo que sucede en sus escritos. Respecto a todos los tipos de desviaciones, pues eso era, que se manifestaron, fue exclusivista, e imperativo en el modo en que dejó organizarse a su alrededor la transmisión de su enseñanza.

Esto no es sino una aproximación a lo que puede revelársenos en esta lectura sobre el aspecto histórico de la acción y la presencia de Freud. ¿Nos limitaremos acaso a este registro? Ciertamente no, aunque más no sea por la sola razón de que sería asaz inoperante a pesar del interés, el estímulo, el agrado, el esparcimiento que de él podemos esperar.

Hasta ahora he enfocado siempre este comentario de Freud en función de la pregunta ¿qué hacemos cuando hacemos análisis? El análisis de estos breves escritos continúa en el mismo estilo. Partir pues de la actualidad de la técnica, de lo que se dice, se escribe, y se practica en relación a la técnica analítica.

Ignoro si la mayoría de ustedes- espero que al menos una parte sí- ha tomado conciencia de lo siguiente. Cuando, hoy en día- me refiero a 1954, este año tan joven, tan nuevo- observamos cómo los distintos practicantes del análisis piensan, expresan, conciben su técnica, nos decimos que las cosas han llegado a un punto que no es exagerado denominar la confusión más radical. Les informo que, actualmente, entre quienes son analistas y piensan (lo que ya restringe el círculo) no hay quizás ni uno que, en el fondo, esté de acuerdo con sus contemporáneos o vecinos respecto a lo que hacen, a lo que apuntan, a lo que obtienen, y a lo que está en juego en el análisis.

Hasta tal punto es así que podríamos divertirnos jugando a comparar las concepciones más extremas: veríamos cómo culminan en formulaciones rigurosamente contradictorias. Esto, sin siquiera recurrir a los aficionados a las paradojas que, por otra parte, no son tan numerosos. El tema es suficientemente serio como para que los distintos teóricos lo aborden sin ingenio alguno, y así el humor está ausente, en general, de sus elucubraciones sobre los resultados terapéuticos, sus formas, sus procedimientos y las vías por las que se obtienen. Se contentan con aferrarse a la barandilla, al pretil de algún fragmento de la elaboración teórica de Freud. Sólo esto le ofrece a cada uno la garantía de estar aún en comunicación con sus compañeros y colegas. Sólo gracias al lenguaje freudiano se mantiene un intercambio entre practicantes que tienen concepciones manifiestamente muy diferentes de su acción terapéutica, y aún más, acerca de la forma general de esa relación interhumana que se llama psicoanálisis.

Como ven, cuando digo relación interhumana coloco las cosas en el punto al que han llegado en la actualidad. En efecto, elaborar la noción de la relación entre analista y analizado, tal es la vía en la que se comprometieron las doctrinas modernas intentando encontrar una base adecuada a la experiencia concreta. Esta es, ciertamente, la dirección más fecunda desde la muerte de Freud. M. Balint la denomina two bodies' psychology, expresión que, por otra parte, no es suya, ya que la tomó del difunto Rickman, una de las pocas personas que, después de la muerte de Freud, ha tenido en los medios analíticos un poco de originalidad teórica. En torno a esta fórmula pueden reagruparse fácilmente todos los estudios sobre la relación de objeto, la importancia de la contratransferencia y cierto número de términos conexos, entre ellos en primer lugar el fantasma. La inter-reacción imaginaria entre analizado y analista es entonces algo que deberemos tener en cuenta.

¿Significa esto que es una vía que nos permite situar correctamente los problemas? En parte sí. En parte no.

Es interesante promover una investigación de este tipo, siempre y cuando se acentúe adecuadamente la originalidad de lo que está en juego respecto a la one body's psychology, la psicología constructiva habitual. ¿Pero, basta afirmar que se trata de una relación entre dos individuos? Podemos percibir aquí el callejón sin salida hacia el cual se ven empujadas actualmente las teorías de la técnica.

Por el momento no puedo decirles más, aún cuando, quienes están familiarizados con este seminario deben, sin duda, comprender que, sin que intervenga un tercer elemento, no existe two bodies' psychology. Si se toma la palabra tal como se debe, como perspectiva central, la experiencia analítica debe formularse en una relación de tres, y no de dos.

Esto no quiere decir que no puedan expresarse fragmentos, trozos, pedazos importantes de esta teoría en otro registro. De este modo se captan las dificultades que enfrentan los teóricos. Es fácil comprenderlos: si, efectivamente, debemos representamos el fundamento de la relación analítica como triádico, existen varias maneras de elegir en esta tríada dos elementos. Se puede acentuar una u otra de las tres relaciones duales que se establecen en su interior. Este ser, ya verán, una manera práctica de clasificar cierto número de elaboraciones teóricas que son datos de la técnica.

3
Es posible que todo esto pueda parecerles por el momento un poco abstracto y, para introducirlos en esta discusión, quiero intentar decirles algo más concreto.

Evocaré rápidamente la experiencia germinal de Freud, de la que hace un instante les hablé, ya que en suma ella fue en parte el objeto de nuestras lecciones del último trimestre, enteramente centrado alrededor de la noción de que la reconstitución completa de la historia del sujeto es el elemento esencial, constitutivo, estructural, del progreso analítico.

Creo haberles demostrado que éste es el punto de partida de Freud. Para él siempre se trata de la aprehensión de un caso singular. En ello radica el valor de cada uno de sus cinco grandes psicoanálisis. Los dos o tres que ya hemos examinado, elaborado, trabajado juntos los años anteriores, lo demuestran. El progreso de Freud, su descubrimiento, está en su manera de estudiar un caso en su singularidad.

¿Qué quiere decir estudiarlo en su singularidad? Quiere decir que esencialmente, para él, el interés, la esencia, el fundamento, la dimensión propia del análisis, es la reintegración por parte del sujeto de su historia hasta sus últimos límites sensibles, es decir hasta una dimensión que supera ampliamente los límites individuales. Lo que hemos hecho juntos, durante estos últimos años, es fundar, deducir, demostrar esto en mil puntos textuales de Freud.

Esta dimensión revela cómo acentuó Freud en cada caso los puntos esenciales que la técnica debe conquistar; puntos que llamaré situaciones de la historia. ¿Acaso es éste un acento colocado sobre el pasado tal como, en una primera aproximación, podría parecer? Les mostré que no era tan simple. La historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado.

El camino de la restitución de la historia del sujeto adquiere la forma de una búsqueda de restitución del pasado. Esta restitución debe considerarse como el blanco hacia el que apuntan las vías de la técnica.

Verán indicada a lo largo de toda la obra de Freud, en la cual como les dije las indicaciones técnicas se encuentran por doquier, cómo la restitución del pasado ocupó hasta el fin, un primer plano en sus preocupaciones. Por eso, alrededor de esta restitución del pasado, se plantean los interrogantes abiertos por el descubrimiento freudiano, que no son sino los interrogantes, hasta ahora evitados, no abordados -en el análisis me refiero- a saber, los que se refieren a las funciones del tiempo en la realización del sujeto humano.

Cuando volvemos al origen de la experiencia freudiana ­cuando digo origen no digo origen histórico, sino fuente­ nos damos cuenta que esto mantiene siempre vivo al análisis, a pesar de los ropajes profundamente diferentes con que se lo viste. Freud coloca siempre, una y otra vez, el acento sobre la restitución del pasado, aún cuando, con la noción de las tres instancias ­verán que también podemos decir cuatro­ da al punto de vista estructural un desarrollo considerable, favoreciendo así cierta orientación que, cada vez más, centrar la relación analítica en el presente, en la sesión en su actualidad misma, entre las cuatro paredes del análisis.

Para sostener lo que estoy diciendo, me basta evocar un artículo que publicaba en 1934, Konstruktionen in der Analyse, en el que Freud trata, una y otra vez, la reconstrucción de la historia del sujeto. No encontramos ejemplo más característico de la persistencia de este punto de vista de una punta a otra de la obra de Freud. Hay allí una insistencia última en este tema pivote. Este artículo es la esencia, la cima, la última palabra de lo que constantemente se halla en juego en una obra tan central como El hombre de los lobos: ¿cuál es el valor de lo reconstruido acerca del pasado del sujeto?

Podemos decir que Freud llega allí ­pero se siente claramente en muchos otros puntos de su obra­ a una concepción que emergía en los seminarios que realizamos el último trimestre, y que es aproximadamente la siguiente: que el sujeto reviva, rememore, en el sentido intuitivo de la palabra, los acontecimientos formadores de su existencia, no es en sí tan importante. Lo que cuenta es lo que reconstruye de ellos.

Existen sobre este punto fórmulas sorprendentes. Después de todo ­escribe Freud­ Traüme, los sueños, sind auch erinnern, son también un modo de recordar. Incluso llegar a decir que los recuerdos encubridores mismos son, después de todo, representantes satisfactorios de lo que está en juego. Es cierto que en su forma manifiesta de recuerdos no lo son, pero si los elaboramos suficientemente nos dan el equivalente de lo que buscamos.

¿Ven ustedes adónde arribamos? En la concepción misma de Freud, arribamos a la idea de que se trata de la lectura, de la traducción calificada, experimentada, del criptograma que representa lo que el sujeto posee actualmente en su conciencia ­¿qué diré?, ¿de él mismo? No solamente de él mismo­ de él mismo y de todo, es decir del conjunto de su sistema.

Hace un momento les dije, que la restitución de la integridad del sujeto se presenta como una restauración del pasado. Sin embargo, el acento cae cada vez más sobre la faceta de reconstrucción que sobre la faceta de reviviscencia en el sentido que suele llamarse afectivo. En los textos de Freud encontramos la indicación formal de que lo exactamente revivido- que el sujeto recuerde algo como siendo verdaderamente suyo, como habiendo sido verdaderamente vivido, que comunica con él, que él adopta- no es lo esencial. Lo esencial es la reconstrucción, término que Freud emplea hasta el fin.

Hay aquí algo muy notable, que sería paradójico, si para acceder a ello no tuviéramos idea acerca del sentido que puede cobrar en el registro de la palabra, que intento promover aquí como necesario para la comprensión de nuestra experiencia. Diré, finalmente, de qué se trata, se trata menos de recordar que de reescribir la historia.

Hablo de lo que está en Freud. Esto no quiere decir que tenga razón, pero esta trama es permanente, subyace continuamente al desarrollo de su pensamiento. Nunca abandonó algo que sólo puede formularse en la forma que acabo de hacerlo ­reescribir la historia­ fórmula que permite situar las diversas indicaciones que brinda a propósito de pequeños detalles presentes en los relatos en análisis.

4
Podría confrontar la concepción freudiana que les expongo con concepciones completamente diferentes de la experiencia analítica.

Hay quienes efectivamente consideran el análisis como una especie de descarga homeopática, por parte del sujeto, de su aprehensión fantasmática del mundo. Según ellos, en el interior de la experiencia actual que transcurre en el consultorio, esta aprehensión fantasmática debe, poco a poco, reducirse, transformarse, equilibrarse en cierta relación con lo real. El acento está puesto allí, pueden verlo claramente en otros autores que Freud, en la transformación de la relación fantasmática en una relación que se llama, sin ir más lejos, real.

Sin duda, pueden formularse las cosas de modo más amplio, con suficientes matices como para dar cabida a la pluralidad expresiva, como lo hace una persona que ya nombré aquí, y que escribió sobre técnica. Pero, a fin de cuentas, todo se reduce a esto. Singulares incidencias resultan de ello, que podremos evocar cuando comentemos los textos freudianos.

¿Cómo la práctica instituida por Freud ha llegado a transformarse en un manejo de la relación analista-analizado en el sentido que acabo de comunicarles?, es ésta la pregunta fundamental que encontraremos en el transcurso del estudio que intentamos.

Esta transformación es consecuencia del modo en que fueron acogidas, adoptadas, manejadas, las nociones que Freud introdujo en el período inmediatamente ulterior al de los Escritos Técnicos, a saber las tres instancias. Entre las tres, es el ego la primera en cobrar importancia. Todo el desarrollo de la técnica analítica gira, desde entonces, en torno a la concepción del ego, es allí donde radica la causa de todas las dificultades planteadas por la elaboración teórica de este desarrollo práctico.

Sin duda alguna hay una gran distancia entre lo que efectivamente hacemos en esa especie de antro donde un enfermo nos habla y donde, de vez en cuando, le hablamos, y la elaboración teórica que de ello hacemos. Incluso en Freud, en quien la separación es infinitamente más reducida, tenemos la impresión que se mantiene una distancia.

No soy desde luego el único que se ha planteado esta pregunta: ¿qué hacía Freud efectivamente? Bergler formula esta pregunta por escrito y responde que no sabemos gran cosa acerca de ello, salvo lo que Freud mismo nos dejó ver cuando, también él, formuló directamente por escrito el fruto de algunas de sus experiencias y, en particular, sus cinco grandes psicoanálisis. Tenemos allí la mejor apertura hacia el modo en que Freud actuaba. Pero los rasgos de su experiencia no parecen poder reproducirse en su realidad concreta. Por una razón muy sencilla, en la cual ya he insistido: la singularidad de la experiencia analítica tratándose de Freud.

Fue realmente Freud quien abrió esta vía de la experiencia. Este hecho, por sí solo, le daba una óptica absolutamente particular, que su diálogo con el paciente demuestra. Se advierte, a cada momento, que el paciente no es para él más que algo así como un apoyo, un interrogante, un control si se quiere, en el camino por el que él, Freud, avanza solitario. A ello se debe el drama, en el sentido propio de la palabra, de su búsqueda. El drama que llega, en cada caso que nos ha aportado, hasta el fracaso.

Durante toda su vida Freud continuó por las vías que había abierto en el curso de esta experiencia, alcanzando finalmente algo que se podría llamar una tierra prometida. Pero no puede afirmarse que haya penetrado en ella. Basta leer lo que se puede considerar su testamento, Análisis terminable e interminable, para ver que, si de algo tenía conciencia, era, justamente, de no haber penetrado en la tierra prometida. Este artículo no es una lectura aconsejable para cualquiera, para cualquiera que sepa leer ­por suerte poca gente sabe leer­ ya que, por poco analista que uno sea, es difícil de asimilar, y si uno no lo es, pues entonces le importa un bledo.

A quienes están en posición de seguir a Freud, se les plantea la pregunta acerca de cómo fueron adoptadas, re-comprendidas, re-pensadas las vías que heredamos. De modo tal que nuestra única alternativa es reunir nuestros aportes bajo la égida de una crítica, una crítica de la técnica analítica.

La técnica no vale, no puede valer sino en la medida en que comprendemos dónde está la cuestión fundamental para el analista que la adopta. Pues bien, señalemos en primer término, que escuchamos hablar del ego como si fuera un aliado del analista, y no solamente un aliado, sino como si fuese la única fuente de conocimiento. Suele escribirse que sólo conocemos el ego. Anna Freud, Fenichel, casi todos los que han escrito sobre análisis a partir de 1920, repiten: No nos dirigimos sino al yo, no tenemos comunicación sino con el yo y todo debe pasar por el yo.

Por el contrario, desde otro ángulo, todo el progreso de esta psicología del yo puede resumirse en los siguientes términos: el yo está estructurado exactamente como un síntoma. No es más que un síntoma privilegiado en el interior del sujeto. Es el síntoma humano por excelencia, la enfermedad mental del hombre.

Traducir el yo analítico de esta manera rápida, abreviada, es resumir, lo mejor posible, los resultados de la pura y simple lectura del libro de Anna Freud El yo y los mecanismos de defensa. Ustedes no pueden dejar de sorprenderse de que el yo se construye, se sitúa en el conjunto del sujeto, exactamente como un síntoma. Nada lo diferencia. No hay objeción alguna que pueda hacerse a esta demostración, especialmente fulgurante. No menos fulgurante es que las cosas hayan llegado a un punto tal de confusión, que el catálogo de los mecanismos de defensa que constituyen el yo resulta una de las listas más heterogéneas que puedan concebirse. La misma Anna Freud lo subraya muy bien: aproximar la represión a nociones tales como las de inversión del instinto contra su objeto o inversión de sus fines, es reunir elementos en nada homogéneos.

En el punto en que nos encontramos, tal vez no podamos hacer nada mejor. Pero de todos modos podemos destacar la profunda ambigüedad de la concepción que los analistas se hacen del ego; ego sería todo aquello a lo que se accede, aunque, por otra parte, no sea sino una especie de escollo, un acto fallido, un lapsus.

Al comienzo de sus capítulos sobre la interpretación analítica, Fenichel habla del ego como todo el mundo, y siente necesidad de afirmar que desempeña este papel esencial: ser la función mediante la cual el sujeto aprende el sentido de las palabras.

Pues bien, desde la primera línea, Fenichel está en el núcleo del problema. Todo radica allí. Se trata de saber si el sentido del ego desborda al yo.

Si esta función es una función del ego, todo el desarrollo que Fenichel hace a continuación resulta absolutamente incomprensible; por otra parte, él tampoco insiste. Afirmo que es un lapsus, porque Fenichel no lo desarrolla, y todo lo que sí desarrolla consiste en afirmar lo contrario, y lo conduce a sostener que, a fin de cuentas, el id y el ego, son exactamente lo mismo, lo cual no aclara mucho las cosas. Sin embargo, ­lo repito­ o bien la continuación del desarrollo es impensable, o bien no es cierto que el ego sea la función por la que el sujeto aprende el sentido de las palabras.

¿Qué es el ego? Aquello en lo que el sujeto está capturado, más allá del sentido de las palabras, es algo muy distinto: el lenguaje, cuyo papel es formador, fundamental en su historia. Tendremos que formular estos interrogantes que nos conducirán lejos, a propósito de los Escritos Técnicos de Freud, haciendo la salvedad de que, en primer lugar, estén en función de la experiencia de cada uno de nosotros.

Será también necesario, cuando intentemos comunicarnos entre nosotros a partir del estado actual de la teoría y de la técnica, que nos planteemos la cuestión de saber lo que ya estaba implicado en lo que Freud introducía. ¿Qué es lo que, quizá, ya en Freud se orientaba hacia las fórmulas a las que somos hoy conducidos en nuestra práctica? ¿Qué reducción tal vez existe en la forma en que somos llevados a considerar las cosas? ¿O acaso, algo de lo realizado luego, avanza hacia una ampliación, una sistematización más rigurosa, más adecuada a la realidad? Nuestro comentario sólo adquirirá su sentido en este registro.

5
Quisiera ofrecerles una idea más precisa aún sobre la manera en que encaro este seminario. Han visto, al final de las últimas lecciones que les he expuesto, el esbozo de una lectura de lo que puede llamarse el mito psicoanalítico. Esta lectura está orientada, no tanto a criticarlo, sino más bien a medir la amplitud de la realidad con la que se enfrenta, y a la cual brinda una respuesta, mítica.

Pues bien, el problema es más limitado, pero mucho más urgente cuando se trata de técnica. En efecto, el examen que debemos hacer de todo lo que pertenece al orden de nuestra técnica no debe escapar a nuestra propia disciplina. Si hay que distinguir los actos y comportamientos del sujeto de lo que viene a decirnos en la sesión, diría que nuestros comportamientos concretos en la sesión analítica están igualmente distanciados de la elaboración teórica que de ellos hacemos.

Sin embargo, no es ésta sino una primera verdad, que sólo adquiere su alcance si se la invierte, y quiere decir, al mismo tiempo: tan próximos. El absurdo fundamental del comportamiento interhumano sólo puede comprenderse en función de ese sistema ­como acertadamente lo ha denominado Melanie Klein, sin saber, como siempre, lo que decía­ llamado yo humano, a saber, esa serie de defensas, negaciones, barreras, inhibiciones, fantasmas fundamentales que orientan y dirigen al sujeto. Pues bien, nuestra concepción teórica de nuestra técnica, aunque no coincida exactamente con lo que hacemos, no por ello deja de estructurar, de motivar, la más trivial de nuestras intervenciones sobre los denominados pacientes

En efecto, he aquí lo grave. Porque efectivamente nos permitimos ­nos permitimos las cosas sin saberlo, tal como el análisis lo ha revelado­ hacer intervenir nuestro ego en el análisis. Puesto que se sostiene que se trata de obtener una re-adaptación del paciente a lo real, sería preciso saber si es el ego del analista el que da la medida de lo real.

Con toda seguridad, no basta para que nuestro ego entre en juego, que tengamos una cierta concepción del ego, cual un elefante en el bazar de nuestra relación con el paciente. Sin embargo, cierto modo de concebir la función del ego en el análisis no deja de tener relación con cierta práctica del análisis que podemos calificar de nefasta.

Me limitaré a abrir esta cuestión. Nuestro trabajo debe resolverla. ¿Acaso la totalidad del sistema del mundo de cada uno de nosotros ­me refiero a ese sistema concreto que no necesita el síntoma humano por excelencia, la enfermedad mental del hombre que lo hayamos formulado para que esté allí, que no es del orden del inconsciente, pero que actúa sobre nuestro modo cotidiano de expresarnos, en la más mínima espontaneidad de nuestro discurso­ es algo que efectivamente debe servir, sí o no, como medida en el análisis?

Creo haber abierto suficientemente la cuestión, como para que vean, ahora, el interés de lo que podemos hacer juntos.

Mannoni, ¿quiere usted asociarse a uno de sus compañeros, Anzieu, por ejemplo, para estudiar la noción de resistencia en los escritos de Freud, que están a su alcance con el título de Acerca de la técnica psicoanalítica? No descuiden la continuación de las lecciones de la Introducción al psicoanálisis. ¿Y si otros dos, Perrier y Granoff, por ejemplo, quisieran asociarse para trabajar el mismo tema? Ya veremos cómo hemos de proceder. Nos dejaremos guiar por la experiencia misma.





miércoles, 6 de julio de 2011

miércoles, 15 de junio de 2011

RANKING IBEROAMERICANO DE PSICOLOGIA COLOMBIA

RANKING IBEROAMERICANO DE PSICOLOGIA COLOMBIA

SIR 2011

Publicado por: Jairo Báez


IBE: Iberoamerica LAC: Latinoamérica NAL: Nacional



IBE LAC NAL INSTITUCIONES NACIONALES

37 16 1 Pontificia Universidad Javeriana

54 26 2 Universidad Nacional de Colombia

87 40 3 Universidad de Antioquia

90 41 4 Universidad de los Andes, Colombia

102 49 5 Universidad del Rosario

110 51 6 Universidad Católica de Colombia

122 59 7 Universidad de San Buenaventura

162 84 8 Fundación Universitaria Konrad Lorenz

177 93 9 Universidad del Norte

185 97 10 Universidad Pontificia Bolivariana

186 98 11 Universidad Santo Tomás

190 102 12 Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia

231 127 13 Universidad de La Sabana

232 128 14 Universidad El Bosque

272 149 15 Universidad Autónoma de Bucaramanga

315 174 16 Universidad de Manizales

316 175 17 Universidad Industrial de Santander

357 194 18 Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá

358 195 19 Universidad Tecnológica de Bolívar

403 239 20 Universidad de Cartagena

404 240 21 Universidad de Nariño

405 241 22 Universidad del Magdalena

435 262 23 Corporación para Investigaciones Biológicas

480 269 24 Instituto Nacional de Cancerología

567 309 25 Clínica Oncología Astorga

568 310 26 Fundación Éxito


595 335 27 Clínica Las Américas


596 336 28 Fundación Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano

597 337 29 Liga Colombiana contra la Epilepsia

598 338 30 Ministerio de la Protección Social

599 339 31 Corporación CorpoGen

600 340 32 Clínica Soma

601 341 33 Instituto Colombiano de Neurociencias

602 342 34 Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses

603 343 35 Médicos Sin Fronteras Colombia

604 344 36 Grupo Colombiano de la Colaboración Cochrane

605 345 37 Instituto de Cancerología, S.A.

644 365 38 Hospital Simón Bolívar III Nivel E.S.E

645 366 39 Instituto de Investigación del Comportamiento Humano

646 367 40 Ministerio de Educación Nacional

710 370 41 Hospital San Rafael Tunja E.S.E.

777 396 42 Fundación Universitaria Los Libertadores

778 397 43 Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca

779 398 44 Universidad de Ibagué

780 399 45 Universidad del Cauca

781 400 46 Universidad del Sinú Elías Bechara Zainum

782 401 47 Universidad Distrital Francisco José de Caldas

783 402 48 Universidad Externado de Colombia

784 403 49 Universidad Manuela Beltrán

785 404 50 Universidad Militar Nueva Granada

786 405 51 Universidad Piloto de Colombia

787 406 52 Universidad Simón Bolívar

788 407 53 Universidad Sur colombiana


Fuente: SCimago Lab. http://www.scimagolab.com