Al Desconocido
Rosendo Rodríguez Fernández
Para el viejo amigo Jairo, visitante de la tierra
de México.
La noche es un beso infinito de las tinieblas
infinitas.
Todo se funde en ese beso,
todo arde en esos labios sin límites,
y el nombre y la memoria
son un poco de ceniza y olvido
en esa entraña que sueña.
Todo se funde en ese beso,
todo arde en esos labios sin límites,
y el nombre y la memoria
son un poco de ceniza y olvido
en esa entraña que sueña.
Fragmento de “El Desconocido”, de Octavio
Paz.
Una noche de quinientos años, fue pronosticada por el último emperador
azteca, Cuauhtémoc. Un poco de oídas, y por lo que circula en el mundo de la
virtualidad, pero también precisamente en la obra de Garry Jennings, “Azteca”[1],
todo un universo se eclipsó sin los gritos de agonía que esperaba Cortés del
Huey Tlatoani, quemado por los pies, hasta su paso a otra conciencia. El director Alfonso Arau, en su “Zapata, el sueño
del héroe”[2],
plantea que el espíritu de los antiguos aztecas dio vida a la revolución del
sur de México, que alcanzó su apogeo con la entrada del general a la capital,
en 1914. Ese año, el primero de la Gran Guerra europea, el terreno militar
trazado con sangre mexicana se fue delineando a favor del nuevo gobierno, del que el personaje de Arau sabe muy bien que no
quiere participar, en tanto que se trata de una degeneración de la revolución. Frases contundentes, como que “no hay revolucionario que aguante un
cañonazo de 50.000 pesos” denuncian el triste precio del alma, a la vez que
señalan la eternidad de Cuauhtémoc.
Un legado, el del maíz fecundo en la sangre. Una denuncia: alimento de
vacas de hacienda de última tecnología al norte del Río Grande. Mestizos, sin
saber, después de todo, si responder al cristianismo de los abuelos de línea
hispánica, o a los antiguos dioses mexica,
el drama de esas tierras repite un esquema, una y otra vez, propio de lo que se
ha dado en llamar América Latina. Como una miríada de identidades fracturadas
en la noche del tiempo, con las infecciones de Pizarro en el Perú, y Cortés con
su Malinche, la traición es la regla del nuevo americano, pues no hay Padre, o
tal vez hay mucho Padre, lo cual, para el caso, es peor.
Almas mezquinas, florecen en empresas cuya grandeza es obediente a la vieja
y olvidada conquista. Se prefiere olvidar, y vivir el confort dudoso de los
días del presente, y no saber de orígenes ni abuelos asesinos, o de
tatarabuelas putas que llegaron por Cartagena con aire de señoras. De águilas a
vencejos, se quejaba uno de los poetas de la apodada heroica, en que la sangre
bulle por el hotel y la playa, y por unas cuantas gotas de ron, antes que por
el honor de Lezo, o por algún sueño moribundo de abuelo de los Mil Días.
Se ha olvidado, en medio de tanta luz de la Razón, y tanta admiración por
los dueños del Cielo y de la Tierra, a esos otros del Otrocidio, el término de
Eduardo Galeano que apunta a los siglos de desprecio, a los otros abuelos cuyas
lenguas han muerto, y solo retornan en sueños locos de cineasta o en afanes de
psicótico transpersonal.
¿Qué decir de ese hijo que quiere olvidar? ¿Qué decir del Americano que
detesta su origen cubierto de sangre y violación por las décadas del rencor mezquino
y la pequeña venganza? ¿Por qué no va a entregar aquello que ya no es sagrado,
al fuego fatuo del posmoderno capital?
Que no se olvide el nuevo dueño de la tierra, de la personalidad y la
nacionalidad (transnacional), que es hijo de un crimen, y que su semilla está
condenada por la limpieza étnica, por
un racismo incólume a la investigación, y una victimización que siempre
desemboca en el terreno del Derecho.
Ley de Justicia y Paz que es Ley de Olvido y Rencor. No olvidemos que el
colombiano es el fruto macerado de la violencia de la espada y la cruz, y los
gérmenes de la guerra biológica. Como en todas partes del Nuevo Mundo, lo nuevo
de la Guerra, la Esclavitud y las Pandemias, se debate en nombrarlo genocidio o
catástrofe demográfica.
¿Qué importa cuál abuelo mató a cuál? Si el resultado es un hijo de asesino
y de víctima, ¿A dónde se inclinará su fidelidad? Vete acomodando, maldito infeliz, que estás listo ahora para tratar de
ser lo que no eres.
El hombre de la actualidad, está listo para ser simpático con Obama y su
democracia, o con la democracia europea, y con toda su ideología de la
superioridad racial, enmascarada en el posmodernismo. Peor, listos a consumir
de nuevo sabidurías y verborreas que llegan ahora por internet.
Dediquen pues, almas mezquinas, sus esfuerzos a sostener la máquina del
olvido, y a mantener en prisión los remordimientos y las injurias, para que su
mundo de playas y mujeres sin bikini sea su horizonte ontológico y su verdad de
a puño. ¿Qué les puede importar, después de todo, que un loco como yo, los odie
tanto?
Septiembre, 2011.
[1]
Novela histórica, publicada en 1980
por Editorial Vergara, Estados Unidos de América.
[2]
Film de 2004, producida por el
propio Arau y Javier Rodríguez.
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