Head

Mostrando entradas con la etiqueta violencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta violencia. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de diciembre de 2010

¿QUÉ ES LA INDECENCIA?


 ¿QUÉ ES LA INDECENCIA?
Anónimo
INDECENTE, es que el salario mínimo de un trabajador sea de $515.000/mes y el de un Congresista de $33.996.000, pudiendo llegar, con dietas y otras prebendas, a $38.500.000 /mes.

INDECENTE, es que un profesor, un maestro, un catedrático de universidad o un cirujano de Salud Pública, ganen menos que el concejal de un municipio de tercera.

INDECENTE, es que los políticos se suban sus retribuciones en el porcentaje que
 les apetezca (siempre por unanimidad, por supuesto y, al inicio de la legislatura).

INDECENTE
, es que un ciudadano tenga que cotizar 35 años y tener 62 para percibir una Pensión y a los diputados les baste  sólo con siete, y que los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima, sólo necesiten jurar el cargo.

INDECENTE
, es que los Congresistas sean los únicos trabajadores (¿?) De este país que están exentos de tributar un tercio de su sueldo.

INDECENTE, es colocar en la Administración a miles de "Asesores" y "Suplentes" (léase amigotes  con sueldos que ya desearían los técnicos más calificados.)

INDECENTE, es el ingente dinero destinado a sostener a los partidos, aprobados por los mismos políticos que viven de ellos.

INDECENTE, es que a un político no se le exija superar una mínima prueba de  capacidad para  ejercer su cargo. (ni cultural, ni intelectual.) ¡Sólo basta estar en la Bancada Mayoritaria y patrocinado por dineros sucios!

INDECENTE, es el costo que representa para los ciudadanos sus viáticos, viajes  (siempre en primera clase), comidas, comunicaciones, guardaespaldas, escoltas, carros último modelo blindados, tarjetas de crédito etc. Etc. Y se le niegue a la clase trabajadora un aumento digno en el Salario Mínimo.

INDECENTE
 No es que no se congelen el sueldo sus señorías, sino que no se lo bajen y por el contrario se estan inventando Proyectos de Ley, para aumentar sus pensiones y sus jugosas Prebendas.

INDECENTE
, es que  sus señorías tengan seis meses de vacaciones al año.

INDECENTE, es que ministros, secretarios de estado y altos cargos de la política, cuando cesan, son los únicos ciudadanos de este país que pueden legalmente percibir dos salarios del TESORO PÚBLICO.

INDECENTE, es que el dinero de las  REGALIAS, que está destinado al desarrollo de las regiones y clases menos favorecidas, se quede en las manos de Gobernadores y Alcaldes corrumptos y todos sus cargaladrillos que tienen de secuaces.

Y que sea cuál sea el color del gobierno, toooooodos los políticos se benefician de este moderno "derecho de pernada" mientras no se cambien las leyes que los regulan.

¿Y quiénes las cambiarán? ¿Ellos mismos? Já.! Ja..! 

Haz que esto llegue a la HONORABLE ASAMBLEA , a través de tus amigos.


Pero... LO PEOR DE TODO... ES QUE ¡SEGUIMOS VOTANDO POR ELLOS!

ÉSTA  SÍ DEBERÍA SER UNA DE ESAS CADENAS QUE NO SE DEBE ROMPER, PORQUE SÓLO NOSOTROS PODEMOS PONERLE REMEDIO A ESTO, Y ÉSTA, SÍ QUE TRAERÁ AÑOS DE  MALA SUERTE SI NO PONEMOS REMEDIO... Está en juego nuestro futuro y el de nuestros hijos.

domingo, 10 de octubre de 2010

EL VIEJO REMEDIO

El viejo remedio

Por: William Ospina



Yo se que quieren que nos alegremos con la muerte de Pablo Escobar. Yo sé que quieren que nos alegremos con la muerte del Mono Jojoy. Yo sé que quieren que nos alegremos con la muerte de Marulanda. Y que nos alegremos con la muerte de Desquite, de Sangrenegra, de Efraín González.

Yo no me alegro. No me alegra la muerte de nadie. Pienso que todos esos monstruos no fueron más que víctimas de una sociedad injusta hasta los tuétanos, una sociedad que fabrica monstruos a ritmo industrial, y lo digo públicamente, que la verdadera causante de todos estos monstruos es la vieja dirigencia colombiana, que ha sostenido por siglos un modelo de sociedad clasista, racista, excluyente, donde la ley “es para los de ruana”, y donde todavía hoy la cuna sigue decidiendo si alguien será sicario o presidente.

Tanto talento empresarial de ese señor Escobar, convertido en uno de los hombres más ricos del mundo, y dedicado a gastar su fortuna en vengarse de todos, en hacerles imposible la vida a los demás, en desafiar al Estado, en matar policías como en cualquier película norteamericana, en hacer volar aviones en el aire: tanta abyección no se puede explicar con una mera teoría del mal: no en cualquier parte un malvado se convierte en semejante monstruo.

Y tanto talento militar como el de ese señor Marulanda, que le dio guerra a este país durante décadas y se murió en su cama de muerte natural, o a lo sumo de desengaño, ante la imposibilidad de lograr algo con su inútil violencia, pero que se dio el lujo triste de mantener a un país en jaque medio siglo, y de obligar al Estado a gastarse en bombas y en esfuerzos lo que no se quiso gastar en darles a unos campesinos unos puentes que pedían y unas carreteras.

Yo sé que quieren hacernos creer que esos monstruos son los únicos causantes del sufrimiento de esta nación durante medio siglo, pero yo me atrevo a decir que no es así. Esos monstruos son hijos de una manera de entender a Colombia, de una manera de administrarla, de una manera de gobernarla, y millones de colombianos lo saben.

Por eso Colombia no encontró la paz con el exterminio de los bandoleros de los años cincuenta. Por eso no encontró la paz con la guerra incesante contra los guerrilleros de los años sesenta. Por eso no encontró la paz tras la desmovilización del M-19. Por eso no conseguimos la paz, como nos prometían, cuando Ledher fue capturado y extraditado, y cuando Rodríguez Gacha fue abatido en los platanales del Caribe y Pablo Escobar tiroteado en los tejados de Medellín, ni cuando murieron Santacruz y Urdinola y Fulano y Zutano y todo el cartel X y todo el cartel Y, y tampoco se hizo la paz cuando murió Carlos Castaño sobre los miles de huesos de sus víctimas, ni cuando extraditaron a Mancuso y a Don Berna y a Jorge 40, y a todos los otros.

Porque esos monstruos son como frutos que brotan y caen del árbol muy bien abonado de la injusticia colombiana. Y por eso, aunque quieren hacernos creer que serán estas y otras mil muertes las que le traerán la felicidad a Colombia, los desórdenes nacidos de una dirigencia irresponsable y apátrida, yo me atrevo a pensar que no será una eterna lluvia de las balas matando colombianos degradados, sino un poco de justicia y un poco de generosidad , lo que podrá por fin traerle paz y esperanza a esa mitad de la población hundida en la pobreza, que es el surco de donde brotan todos los guerrilleros y todos los paramilitares y todos los delincuentes que en Colombia han sido, y todos los niños sicarios que se enfrentan con otros niños en los azarosos laberintos de las lomas de Medellín, y que vagan al acecho en los arrabales de Cali y de Pereira y de Bogotá.

Claro que las Farc matan y secuestran, trafican y extorsionan, profanan y masacran día a día, y claro que el Estado tiene que combatirlas, y es normal que se den de baja a los asesinos y a los monstruos. Pero que no nos llamen al júbilo, que no nos pidan que nos alegremos sin fin por cada colombiano extraviado y pervertido que cae día tras día en la eterna cacería de los monstruos, ni que creamos que esa vieja y reiterada solución es para Colombia la solución verdadera. Porque si seguimos bajo este modelo mental, no alcanzarán los árboles que quedan para hacer los ataúdes de todos los delincuentes que todavía faltan por nacer.

Más bien, qué dolor que esta dirigencia no haya creado las condiciones para que los colombianos no tengan que despeñarse en el delito y en el crimen para sobrevivir. Qué dolor que Colombia no sea capaz de asegurarle a cada colombiano un lugar en el orden de la civilización, en la escuela, en el trabajo, en la seguridad social, en la cultura, en la sana emulación de las ceremonias sociales, en el orgullo de una tradición y de una memoria. Yo, personalmente, estoy cansado de sentir que nuestro deber principal es el odio y nuestra fiesta el exterminio.

Construyan una civilización. Denle a cada quien un mínimo de dignidad y de respeto. Hagan que cada colombiano se sienta orgulloso de ser quien es, y no esté cargado de frustración y de resentimiento. Y ya verán si Colombia es tan mala como quieren hacernos creer los que no ven en la violencia del Estado un recurso extremo y doloroso para salvar el orden social, sino el único instrumento, década tras década, y el único remedio posible para los viejos males de la nación.

viernes, 24 de septiembre de 2010

CARTA A UN AMIGO

Carta a un amigo

Por: R.R.F

Lo más reciente en el país y el mundo, es la tormenta del alma. Sobre cadáveres, los infames, dejan ver su corazón mezquino. Y no es que sea yo quien para decir, más que alguien que mira desde lejos, cómo en estas comarcas con lógicas de orco se conquista la esclavitud y se renuncia a ser, a cambio del goce brutal del espectacula, donde al viejo modo que caía bajo la mirada de Juvenal, la concurrencia se levanta y grita "¡Mata!", con el pulgar apuntando a la inmortalidad.

Intenciones mezquinas. Bolsas llenas de rutilantes monedas, oro del imperio se promete ahora que una región, guardada por años por idiotas útiles, es "recuperada".

Se revela un juego macabro, donde la tierra se entrega al siervo para ser administrada, hasta que llega el tiempo de la siega, y entonces los auxiliares del Imperio, con sus nociones de honor traídas de los tiempos de los césares - con esas ambiciones en tierra de Negros - reclaman una victoria más contra enemigos armados con lanza y escudo, y una buena dosis de folclor latino.

Sin agradecer el cuidado de la tierra, ahora se frotan alegres las manos, para tomar un desayuno sobre la puta desnuda y patiabierta, que en forma de comentarista de medio masivo, y una vez más, como victoriosos primitivos, ilusos lamebotas, se solazan en las promesas para colonizar la recién conquistada tierra, sin ocultar el crimen, y disfrazándolo de honor y gloria.

Y yo, cobarde Juvenal, no puedo más que escribir a oídos que no son de humano, pero que están allí para recibir mi humano sufrimiento.

Y ya lo escucho de antemano, mi viejo amigo, y mi querido hermano, preguntando ¿Cuál es la vaina con...las instituciones?

Y yo insistiré una vez más que nuestro problema, como decía el loco de Turín, es que seguimos siendo demasiado humanos.

Mi apoteosis implica la muerte. Debe dejar de importarme esta letrina de gringos y europeos; este puteadero de extranjeros; esta manga de maricas nacionalistas de mentiras, nazis de color trigueño; esta manga de intelectuales que no dicen ni mierda; esta manga de abogados borrachos homicidas; estos ejecutivos feladores y celadores del orden mundial. Debo dejar de odiar este mundo heredado como Tercer Mundo, desde miradas extranjeras, desde espíritus franceses que habitan mi pensamiento y mis emociones.

Y creo que también debo dejar de hablar mierda, y ser un buen muerto o un buen esclavo.

Lo veo, mi gran y apreciado amigo, con su fuerte crítica diciéndome "Arrodillado adentro, parado afuera", como un mal polvo, como un impotente que no lo puede tener adentro parado. ¿Importa acaso, lo que pueda pensar un viejo fantasioso y psicótico, enfermo y trastornado emocionalmente?

Solo le escribo amigo, para que sepa que la mala fortuna de los esclavos, y su destino final en los ludus de la gloriosa República no me dejan indiferente.

Y tampoco la alegría de los cegatos gladiadores que se conforman con la gloria del rugido del público, cuando ignoran que su oponente ya estaba vencido de antemano.

Amigo que me pregunta si creo en santos, le respondo ahora que sí, por supuesto. ¿Cómo podría ser de otro modo? ¿No vé cómo lamento la muerte de unos y la gloria de otros? Eso es creer y tener fé. Eso es cristianismo como para las Waffen SS del Vaticano.

Amigo, esto de ser humano, esclavo del signo, termina por cansar.

Sé de su inhumanidad que me ayuda a soportar mi humanidad, y a ese postulante del límite entre el adentro y el afuera, en mi vana interpretación de su propuesta de estar de pie en el umbral, en el margen, dirijo esta amargura de quien está arrodillado adentro, y ya le cuesta demasiado ponerse de pie en su extrema vejez.

Desde esta oscuridad que invade mi pensamiento, sigo acompañándolo como guerrero, aunque a fé mía que ya quiero que este camino espinoso termine.

Trataré de conservar el honor, y morir dignamente.

De usted espero, amigo, que haga hablar al cadáver. Esta vez confío en que no se dedicará a denostar con mis historias de putas...

pero tenga cuidado de morirse primero, porque yo empiezo desde que lo conozco!!!



Como siempre, viejo amigo, un relámpago de humor vuelve a sembrar en mi espíritu el deseo de compartir una batalla más.

Y el día pinta soleado, como para morir luchando a la sombra de las flechas de los medos.



Tenga un buen día, y gracias por leer estas estupideces de quien se sienta cada vez más como un hombre de la modernidad viviendo en el siglo primero...antes de Cristo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

¿QUÉ TENEMOS QUE CELEBRAR?

¿Qué tenemos que celebrar?



Adelfo Regino Montes

La Jornada, 2010/09/15



Ante los actos conmemorativos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana convocados por el gobierno federal, los pueblos indígenas no tenemos nada que celebrar. Antes bien, hay mucho que reflexionar sobre la delicada situación de marginación, exclusión, explotación, racismo y discriminación en la que perviven nuestros pueblos en todos los ámbitos de la vida cotidiana y, desde luego, mucho que trabajar y luchar para resolver nuestras ancestrales reivindicaciones de autonomía, justicia, desarrollo y reconstitución.


Nada hay que festejar cuando a 200 años de iniciada la llamada Independencia mexicana y a 100 años de la primera revolución social del siglo XX, México sigue en deuda con nuestros pueblos indígenas. Esto es así ya que, pese a la gran participación de estos mismos en el movimiento de la Independencia, al triunfo de la referida gesta histórica los pueblos indígenas fuimos excluidos en la conformación estructural y organizativa del Estado mexicano. Pero no sólo eso, sino que a los llamados “padres de la patria” se les ocurrió darnos el trato de extranjeros en nuestra propia tierra, similar a lo acaecido en los Estados Unidos de América, donde se llevó a cabo una guerra de exterminio en contra de las tribus indias y la consecuente creación de las denominadas reservaciones indígenas.


Lamentablemente, con el movimiento de Independencia los pueblos indígenas nos liberamos del yugo de la corona española, pero desde entonces vivimos sometidos y sojuzgados por los nuevos amos y señores de México, por aquellos que heredaron el poder y el dinero de los conquistadores. La anhelada libertad, consustancial a cualquier movimiento libertario, para los pueblos indígenas de México y América Latina, sólo fue un sueño que pronto se tornaría en pesadilla. Desde esta óptica, en la Constitución de 1824 quedamos tajantemente excluidos en lo que concierne a nuestros derechos y aspiraciones, como hasta hoy.


Esta lógica de negación y exclusión rotundas continuaron vigentes durante toda esa etapa de la vida nacional, muy especialmente en el movimiento de la Reforma, en el que, en nombre de la libertad y la igualdad, de la homogeneidad y del individualismo, quiso ser borrado todo vestigio de diversidad y heterogeneidad, y fueron considerados nuestros pueblos un serio obstáculo hacia los afanes de orden y progreso de los poderosos de aquellas épocas. Según los connotados liberales, el individuo era el centro de todo y cualquier vestigio de vida comunitaria y colectiva debía ser sacrificado. Fue así que se desamortizaron los bienes comunales de los pueblos indígenas en diversas partes del país, dando origen al más aberrante latifundismo que más tarde daría origen al grito de “¡tierra y libertad!”


La inercia de la exclusión y la negación sembradas 100 años atrás y la excesiva polarización de la sociedad mexicana, entre ricos y pobres, entre grandes latifundistas y los incontables peones acasillados que habían proliferado en diversas partes del país, harían brotar en el seno de la sociedad indígena y campesina, en el norte y en el sur, el grito de “¡tierra y libertad!” en 1910. La falta de libertad, pese a que presumíamos ser independientes, la exaltación del individualismo en sociedades comunitarias, la excesiva concentración de la riqueza en manos de los caciques y latifundistas frente a la terrible pobreza de millones de mexicanos habían hecho germinar la posibilidad y realización de la hoy llamada Revolución Mexicana. Tal como había sucedido en los ejércitos insurgentes de Hidalgo y Morelos en el movimiento de Independencia, al frente de batalla de los ejércitos de Zapata y Villa, entre otros líderes revolucionarios, iban los habitantes de los pueblos indígenas y campesinos. Quizás lo hacían porque no había absolutamente nada que perder, ya que de por sí su vida era totalmente insignificante a los ojos de los poderosos, y sí mucho que ganar, al menos la posibilidad de morir soñando que sus hijos tendrían una vida mejor, con tierra, dignidad y libertad.


Pese a que muchos de estos valientes y anónimos revolucionarios ya no verían la materialización de sus sueños y aspiraciones, la Constitución de 1917 consagraría muchas de las legítimas reivindicaciones que en vida habían enarbolado. En la revisión del nuevo pacto social mexicano se reconocería la vigencia del municipio libre y soberano en el artículo 115 constitucional, para poner un alto a la barbarie y al autoritarismo de los jefes políticos del porfiriato, poniendo con ello un serio dique al centralismo mexicano. Con la aprobación del artículo 27 se daría paso al reconocimiento y la titulación de los bienes comunales, la restitución agraria y la dotación de tierras a los desposeídos frente a la ignominia del cacique, el latifundio y las muy diversas formas de explotación campesina e indígena fomentada por la ambición y la avaricia. Los derechos básicos de los trabajadores urbanos y rurales serían consagrados en el artículo 123 de la nueva Carta Magna. Así, parados en la sangre y en el dolor del pueblo, presumiríamos al mundo una renovada normatividad con gran contenido social y libertario.


Hoy muchas de estas conquistas históricas permanecen incumplidas y el estado de cosas no ha cambiado sustancialmente para nuestros pueblos y la gran mayoría de la sociedad mexicana. Aunque pervivimos alrededor de 15 millones de habitantes indígenas pertenecientes a 62 pueblos ubicados en la geografía nacional, estamos sometidos a un lamentable proceso de exterminio y muerte. Así nuestras lenguas y culturas están desapareciendo constantemente; nuestras tierras, territorios y recursos naturales están seriamente amenazados por la imposición de proyectos de las empresas nacionales y trasnacionales; la marginación, la pobreza y la migración han aumentado debido a la caída de la producción agrícola y la falta de valorización de los productos del campo; nuestros procesos de autonomía indígena y democracia comunitaria están siendo violentados y fragmentados para evitar su supervivencia y fortalecimiento; la criminalización del movimiento indígena y social se ha convertido en parte de la cotidianidad de nuestras organizaciones e instituciones comunitarias.


Ello como consecuencia de una política de Estado etnocida, excluyente, racista y discriminatorio, así como de un modelo económico mundial basado en la avaricia, la mercantilización de la vida, la violación de los derechos fundamentales y la explotación irracional de los recursos naturales, que invariablemente nos están llevando a la destrucción y a la muerte. Con este panorama no tenemos nada que festejar; antes debemos hacer memoria histórica, para que sobre esa base podamos refundar el país y volver a sembrar esperanza en estas tierras.

martes, 7 de septiembre de 2010

DOLOR PAÍS, VERGUENZA PAÍS

Dolor país, verguenza país

Miguel Angel Aguilar González

En el año 2002 y bajo el contexto de la crisis económica-política-social que vivía Argentina, Silvia Bleichmar redactó “Dolor país”, ahí ensaya un análisis, una denuncia, un desahogo y un intento de indicar algunos caminos éticos, ideológicos y anímicos que conduzcan a la rehumanización de una sociedad que se percibe y se siente en carne propia como devastada.

No es por casualidad que traemos a colación el titulo de este ensayo y agregamos algo más: vergüenza país. Pero lo hacemos ahora para tratar de expresar lo que sentimos con respecto a lo que ocurre cotidianamente en México.

Queda suficientemente claro y es casi un hecho consumado la pérdida de ideales solidarios, el relativismo moral, la suficiencia mediática, la primacía de la razón económica-financiera, la percepción del prójimo, del próximo, del otro, del semejante como competidor y por lo tanto como amenaza. Deshumanización de una sociedad en la que la miseria, la desesperación y una casi total desesperanza coexisten con la presunción de la más insultante riqueza, la banalidad, el cinismo y el simple tedio.

¿Visión ideologizada y/o pesimista de la realidad? Tal vez. Pero ¿qué decir cuándo la pretendida explicación de un hecho deviene en su justificación?, ¿Y cuando la pretensión colectiva de un futuro mejor -así no más, sólo mejor-, se hace derrumbar una y otra vez pretextando carencia de principio de realidad? ¿Y cuando se convierte a las víctimas en responsables de su propia desgracia?

Hemos acuñado una forma de producir dolor en otros seres humanos que combina casi perfectamente la agresividad, el sadismo y la crueldad de unos -los menos es verdad- con la apatía, el cinismo, la insensibilidad y hasta la aprobación y el asentimiento de otros. Estamos llegando al punto en que tendremos que preguntarnos cuál de las dos posiciones es más criminal y causa más dolor.

Veintiocho mil muertos -de muerte violenta- en cuatro años, se dicen y los escuchamos con la mayor facilidad posible, como si su referente concreto fuera similar al anuncio del estado del tiempo, o incluso al tipo de cambio. Como si cada una de esas muertes no significara absolutamente nada. Tan sólo un mal necesario para alcanzar ciertas metas, algunas incluso hasta razonables como tan razonable suena la seguridad.

La masacre de setenta y dos migrantes originarios de diversos países latinoamericanos ocurrida en días recientes en suelo mexicano es un acontecimiento doloroso y absolutamente deleznable, como lo son las vejaciones y abusos constantes que tantos otros migrantes sufren en su tránsito por este país: secuestro, robo, extorsión, violaciones, torturas, golpizas y asesinatos, a manos de criminales y autoridades, son una realidad cotidiana.

Es una realidad tan cotidiana como cotidianos son los perpetrados contra integrantes de organizaciones sociales, estudiantes, periodistas, observadores y defensores de derechos humanos, de niños y mujeres. Quienes sean los autores intelectuales y materiales de los hechos, ¿criminales o autoridades? Ya casi carece de sentido preguntarlo. Ya casi nada tiene sentido ni importancia…

No sólo hemos estamos perdiendo la capacidad de asombro, sino incluso la capacidad tan humana de sentir en lo más hondo cualquier injusticia. Nos estamos acostumbrando y estamos aprendiendo a vivir con las más denigrantes muestras de violencia y muerte. Esperemos que no perdamos la capacidad de sentir vergüenza por ello.

lunes, 30 de agosto de 2010

LA MORAL DEL SICARIO

LA MORAL DEL SICARIO

Edelberto Torres-Rivas


Publicado: El Periódico (22/07/2010)

El que mata por dinero no odia a la víctima; el escenario no lo define el criminal sino quien lo contrata, que de esta suerte no cabe duda quién es el responsable. La etapa del sicariato como un dato periodístico aparece en Guatemala hace unos cinco años. No fue novedad porque venía de Colombia. Pero la antigüedad está llena de esta repugnante figura;

 
aprendimos a odiarla con la historia de Judas Iscariote (Judas el sicario) que amaba a Cristo pero por treinta denarios lo denunció. También ha sido objeto de un intenso debate político y científico, cuando apareció el libro de Daniel Goldhagen (1996) ‘Los verdugos voluntarios de Hitler: los alemanes corrientes y el Holocausto’, que concluye responsabilizando al pueblo alemán: el nazismo fue cruel porque los alemanes lo eran. Todo esto a propósito de una angustiante pregunta que nos hemos venido formulando a propósito de los indescriptibles asesinatos cometidos con ocasión del conflicto armado y que se reitera con la metástasis criminal de la actualidad. ¿Quién dio la orden para asesinar, primero, a los diputados salvadoreños y luego a los policías que los asesinaron? ¿Y en el Boquerón? ¿El Infiernito? ¿Quién es el responsable de los cinco o seis muertos diarios, anónimos, gente pobre, que no alcanza caja mortuoria? El problema está planteado: ¿Quién (o quiénes) es el responsable? ¿Dónde se detiene la línea de mando? No es posible aplaudir el crimen de varios criminales y luego rechazar la búsqueda de los responsables. Si hay delito, hay criminal.

 
¿Soldado, quién te ordenó disparar?

 
En Plan de Sánchez todo fue como si fuera guerra. La verdad de esta guerra y de cualquier otra guerra, la verdad de todas las guerras es la muerte. Por eso las guerras se parecen. En el fondo esta guerra no fue distinta porque la muerte iguala a todas las guerras y sin embargo, te engañas, porque en verdad esta no se parece a ninguna otra guerra salvo por la muerte, abundante, variada, silenciosa, excesiva. ¡Con mucha sangre y gritos! Muchos alaridos y baladros, pero sin riesgos ni peligros para ti, soldado. ¿Cómo fue esta guerra que te dio la seguridad casi completa… pero con miedo? Un temor profundo, impreciso ¿el aullido de dolor te produjo miedo? Sabías que ibas a la guerra, no por el uniforme que llevabas, verde, limpio, exacto, sino porque te entrenaron para matar, para morir, para obedecer. Te enseñaron que enfrente, a un lado o atrás hay un enemigo que te puede matar. ¿Sabías que en la guerra de Rabinal el enemigo eran mujeres y niños, eran los enemigos quienes no podían disparar? En Plan de Sánchez se terminaron los temores y se desataron los odios.

 
Desde que salió el sol, desde que empezó la tarde de ese domingo de mercado, el 18 de julio de 1982, supiste que para matar no es necesario odiar. Fue por ello que en la casa grande, a la entrada de la aldea, encerraron un montón de gente que no conocías y con miedo y maldiciones los quemaron vivos. Tú regaste la gasolina, porque el oficial te lo ordenó cuando a su vez él cumplía instrucciones. Viste la pequeña luz del fósforo que prendió fuego a la casa y te diste vuelta. Lo mismo ocurrió en la Escuelita, pero con menos gente, sacada a patadas de sus chozas. Pensaste que ese era un plan bien trazado, porque según oíste del Jefe de comisionados, había que ahorrar balas sin desperdiciar muertos. ¿Te tocó torturar a los sospechosos? Dicen que como en esta guerra, a un viejito le cortaron las orejas que luego tuvo que comerse; y que a un muchacho respondón le sacaron los ojos con cuchara. En el bullicio sin pausa de aquella tarde dominguera tus compañeros dispararon sin cesar. El silencio, un instante milagroso, fue el minuto molesto y discordante entre aullidos de dolor y falsos cohetes de fiesta con fusil. El sol empezó a ceder. Eran casi las cinco de esa tarde cuando amarradas, a empujones, arrastraron una veintena de muchachas menores todas y las violaron muchas veces. A las casadas les llegó su turno, después. Te faltó valor para abrirte la bragueta pero fuiste testigo cómplice de aquellos soldados y patrulleros voluntarios que en la penumbra del día que moría, las estupraron, las ultrajaron y de inmediato, como si fuera la guerra, las mataron. Cuando llegó la noche no sabes porque se te anudó el miedo, la angustia y la vergüenza. ¿Victoria militar? En toda guerra hay vencedores y héroes, ¡aquí no! Al dejar Plan de Sánchez, camino de Rabinal, quedaron atrás 268 cadáveres y la vida rota de numerosos parientes y amigos. ¿Quién dio la orden soldado?