Por: Johanna Alexandra Pineda Quintero
Querido
amigo:
Ciertamente
este corto texto no es un ensayo, un resumen y mucho menos una crítica,
seguramente ya sabe qué clase de texto es este desde que repasó las primeras
dos palabras, siendo así ya debió haber entendido la intención del mismo. Desde
tiempos remotos en la historia y según mi propia formación y juicio he
aprendido que una carta no puede ser respondida con menos que con un texto de
su mismo carácter, entonces ya que tengo la fortuna de que el emisor del texto Ontocracia. Una carta larga. se
convierta ahora en el receptor de este escrito, espero que entienda mi necedad
al no elaborar la recomendada “recensión”. Según entiendo y sacándole provecho
a la característica que permite la ex-sistencia, por medio de esta forma de
impresión del lenguaje, primero me veo en la necesidad de agradecerle porque
está claro que la investigación fue elaborada con esmero, dedicación, paciencia
y amor, algo que por desgracia hace falta en los tiempos actuales cuando el mundo se viene abajo y
parece que a nadie le importa; ahora entiendo que insinúa cuando habla de
“humanización” y cómo con el pasar de los días se ve agotada en sí; ahora más
que nunca se hace notar la indiferencia en el mundo, donde los “humanos”, sí,
agregaré estas comillas al igual que usted a la palabra pero no por la misma
razón. Para mi sorpresa al leer el libro y ahora para la suya al enterarse de la
razón, la palabra “humano” hace unos años causó intriga en mí, al escuchar una
reconocida frase de una campaña política; “Bogotá Humana” atribuida a Gustavo
Petro y decidí hacer una corta pero, en ese momento, suficiente investigación
para mi edad, sobre a que se pretende hacer referencia cuando se usa dicho
término. Encontré que la palabra “humano” según la Real Academia de La Lengua
Española significa entre muchas otras cosas “comprensivo, sensible a los
infortunios ajenos” y fue entonces cuando me di cuenta de que por desgracia un
porcentaje significativo de los “humanos” carecen de eso, de sensibilidad y del
mismo modo, si llevo la corriente de la idea por usted propuesta, la animalidad
parece no pasar desapercibida.
Evidentemente
este es un tiempo de crisis, donde la conciencia colectiva es un elemento que
parece no importar en la sociedad en la que se vive. Los adultos piensan en
trabajar más para ganar más, para vivir en un barrio de más estrato, para tener
una casa más grande, un carro más nuevo, una pareja más agraciada y un perro
más perro (le parecerá rara la expresión, le confieso que a mí me causó un poco
de gracia cuando la escribí, consideré eliminarla, pero reconsideré no hacerlo
pues me parece ahora apropiada para entender la gravedad de la situación). Los
jóvenes están interesados en algo para ellos más relevante, la unión; la unión
de una pantalla de 5.8 pulgadas con 1125 x 2436 pixeles, 3GB de memoria RAM,
una cámara de 12MP y una memoria interna entre 64GB y 256GB, la cual entre más
capacidad tenga mejor, para navegar por las redes sociales y descargar más memes
y menos libros. Los adultos mayores se preocupan por un fenómeno importante en
su edad, el perdón, pero no el perdón de sus hijos por haberlos herido,
maltratado o abandonado, no el perdón a su familia por haber estado trabajando
toda su vida y no haber compartido nada con ellos, no el perdón a su vecino por
haber sentido envidia de su casa por ser más grande, no. Los adultos mayores
buscan el perdón de dios; pero afirmar que es por convicción, sinceridad o por
arrepentimiento sería como meter las manos a una chimenea encendida al rojo
vivo porque no es un secreto que el temor a la “furia de dios”, al “infierno”,
al “diablo”, o como deseen llamar a eso que podría ser todo excepto
sensibilidad a los infortunios de sus allegados, es lo que hace suplicar perdón.
Ya que se habla de dios, “que sea lo que dios quiera”, es una expresión que sin
lugar a dudas para mí explicaría aquello a lo que usted hace referencia “la
misma lengua que crea lo denuncia en su lugar de víctima y evasión de la
responsabilidad sobre sus acciones” (Báez, 2017). “Que sea lo que dios quiera”, es con antelación y prevención culpar a dios de la desgracia que puedan traer
consigo los actos cometidos, o por el contrario darse poco crédito y atribuir
los frutos del esfuerzo y dedicación a otro, para finalmente cerrar la etapa con
un “gracias a dios”, pero no sé si en este preciso momento la memoria me esté
jugando una mala pasada pero hasta el día de hoy no he escuchado a una sola
persona que cuando las cosas no salgan como esperaban digan “gracias a dios”.
Más bien como usted propone, huir de la responsabilidad sobre su propio
proceder y de un futuro incierto es una aventura cómoda, segura, confortable,
conveniente, pero sobre todo peligrosa, pues estas ideas como la religión y la
“razón”, desde tiempos remotos tienen una practica y extensiva experiencia en el
arte de la represión y el control; es allí donde la supuesta libertad presumida
como premio característico de la “humanidad” es evidentemente “atrapada por el
lenguaje”, si hago uso de sus términos.
En
este punto, si en mi intento por hacer uso de la palabra, en medida mínima me
estoy encontrando con mi nombre propio, ya debe saber a qué parte de su carta
decidí responder y aunque es muy poco probable que no lo sepa, si no lo sabe
con certeza, me aventuro al huir de mi responsabilidad y culpo rotundamente a
la palabra por su pobre calidad significativa que no me permite dar fe de mi
existenciariedad. Ahora bien, devolviendo su halago, también sé que le gusta
leer y sabrá a que fragmento especifico de su escrito estoy tratando de dar
respuesta y del mismo modo se preguntará en que parte haré presente ese término
que con tanta insistencia remarcó para definir las raíces de la palabra, le
pido un poco de paciencia pues me parece pertinente hacer uso del mismo en el
momento apropiado.
De
nuevo, la última palabra será útil para abordar el tema que ahora quisiera
tratar, saber qué es lo apropiado; seguramente será un tema de eterna discusión, pues definir lo apropiado sería como clasificar lo bueno y lo malo y si he
logrado entender un poco lo que usted busca mostrarme, la existenciariedad es
tan subjetiva que pretender que la “humanidad” se ponga de acuerdo con respecto
a las características de un acto bueno o malo es hacer que se hagan objetos en
su ex-sistencia de la existenciariedad de otros; he aquí cuando la política hace
su aparición. Como es claro, el don de la palabra propio de los “humanos” no es
explotado al máximo por todos ellos, algunos, como usted lo plantea, no tienen
ni la más mínima idea del poder con el que viven. No se dan cuenta de que “el
mundo depende del sujeto del lenguaje” y viven bajo la idea de que el sujeto
depende del mundo; quien no usa el poder que tiene su palabra está condenado a
ser únicamente objeto y no significante de otro sujeto que haga uso de la
palabra; pero hay que recordar que ser sujeto político va mucho más allá de
hablar en público y pretender convencer a otros de algo sin aplicar su propia
existenciariedad a las palabras; el ser hablante político debe dejar que la
angustia le haga hablar y debe ser capaz de escuchar; el “humano” al hacer uso
de la palabra bajo su existenciaridad debe saber de antemano que el significado
de la palabra puesta en la ex-sistencia se alterará, por ende la
existenciariedad de quien la escucha hará que el significativo se vea afectado.
Se
me ocurre una manera sencilla de traer al ejemplo lo que intento reiterar;
muchos niños entusiasmados con el ánimo de entretenerse y jugar algo divertido
y tranquilo juegan al “teléfono roto”,
a uno de ellos se le ocurre una palabra, se la dice a otro niño, este a otro,
este a uno más y finalmente a otro. Al haber concluido se dan cuenta de que la
palabra y la idea dicha por el primer niño ha sido alterada a medida que pasaba
por cada uno de ellos. Espero que bajo ese ejemplo haya quedado un poco más
claro el punto que quiero mostrar. En la política la existenciariedad de unos
pocos sujetos está mínimamente propuesta en la ex-sitencia bajo sus intereses; para que los demás sujetos que no conocen el poder de su palabra se apeguen a
ella porque en ningún momento hay una identificación con los otros; ahora
comprendo la razón por la que en las iglesias enseñan a las personas a tener
miedo, tengo más claro por qué mientras somos el tercer país entre 175 con más
niños violentados y el quinto entre 157 con más personas desplazadas. En los
colegios se enseña a sumar, a dividir, a hacer filas, a sentarse, a ponerse de
pie y a obedecer; percibo el por qué con tanta insistencia nos recalcan la
exactitud de la lógica y las supuestas verdades absolutas. Mientras que, si
usáramos la palabra como herramienta para la formación y la educación, la
subjetividad misma y las relaciones con el otro como significante y como objeto
llevaría a la construcción de lazos sociales funcionales. Ontocracia,
efectivamente no podría ser un mejor termino para definir lo que pasa. Un ser
hablante invadido por la angustia que sepa hacer uso de la palabra, que sepa
hacer uso de ese don, que se preocupe por su bienestar, por hacer ex-sistente
su existenciariedad, casi de inmediato estaría interesado en el bienestar de los
demás, casi de manera accidental ayudaría a otros y por naturaleza haría
manifiesta su “humanidad”.
No
quisiera cansarlo, ni mucho menos aburrirlo al responder su carta de manera muy
extensa. La angustia ya ha cumplido y me ha hecho hablar por medio de esta
carta. Finalmente, luego de expresarme me encuentro un poco más tranquila así
que en esta ocasión me despido hasta que la angustia me invada y reciba usted
una nueva carta.
junio 2018
Referencias
Báez, J. (2017) Ontocracia. Una carta larga. Bogotá:
Fundación Universitaria Los Libertadores.
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