Dolor país, verguenza país
Miguel Angel Aguilar González
En el año 2002 y bajo el contexto de la crisis económica-política-social que vivía Argentina, Silvia Bleichmar redactó “Dolor país”, ahí ensaya un análisis, una denuncia, un desahogo y un intento de indicar algunos caminos éticos, ideológicos y anímicos que conduzcan a la rehumanización de una sociedad que se percibe y se siente en carne propia como devastada.
No es por casualidad que traemos a colación el titulo de este ensayo y agregamos algo más: vergüenza país. Pero lo hacemos ahora para tratar de expresar lo que sentimos con respecto a lo que ocurre cotidianamente en México.
Queda suficientemente claro y es casi un hecho consumado la pérdida de ideales solidarios, el relativismo moral, la suficiencia mediática, la primacía de la razón económica-financiera, la percepción del prójimo, del próximo, del otro, del semejante como competidor y por lo tanto como amenaza. Deshumanización de una sociedad en la que la miseria, la desesperación y una casi total desesperanza coexisten con la presunción de la más insultante riqueza, la banalidad, el cinismo y el simple tedio.
¿Visión ideologizada y/o pesimista de la realidad? Tal vez. Pero ¿qué decir cuándo la pretendida explicación de un hecho deviene en su justificación?, ¿Y cuando la pretensión colectiva de un futuro mejor -así no más, sólo mejor-, se hace derrumbar una y otra vez pretextando carencia de principio de realidad? ¿Y cuando se convierte a las víctimas en responsables de su propia desgracia?
Hemos acuñado una forma de producir dolor en otros seres humanos que combina casi perfectamente la agresividad, el sadismo y la crueldad de unos -los menos es verdad- con la apatía, el cinismo, la insensibilidad y hasta la aprobación y el asentimiento de otros. Estamos llegando al punto en que tendremos que preguntarnos cuál de las dos posiciones es más criminal y causa más dolor.
Veintiocho mil muertos -de muerte violenta- en cuatro años, se dicen y los escuchamos con la mayor facilidad posible, como si su referente concreto fuera similar al anuncio del estado del tiempo, o incluso al tipo de cambio. Como si cada una de esas muertes no significara absolutamente nada. Tan sólo un mal necesario para alcanzar ciertas metas, algunas incluso hasta razonables como tan razonable suena la seguridad.
La masacre de setenta y dos migrantes originarios de diversos países latinoamericanos ocurrida en días recientes en suelo mexicano es un acontecimiento doloroso y absolutamente deleznable, como lo son las vejaciones y abusos constantes que tantos otros migrantes sufren en su tránsito por este país: secuestro, robo, extorsión, violaciones, torturas, golpizas y asesinatos, a manos de criminales y autoridades, son una realidad cotidiana.
Es una realidad tan cotidiana como cotidianos son los perpetrados contra integrantes de organizaciones sociales, estudiantes, periodistas, observadores y defensores de derechos humanos, de niños y mujeres. Quienes sean los autores intelectuales y materiales de los hechos, ¿criminales o autoridades? Ya casi carece de sentido preguntarlo. Ya casi nada tiene sentido ni importancia…
No sólo hemos estamos perdiendo la capacidad de asombro, sino incluso la capacidad tan humana de sentir en lo más hondo cualquier injusticia. Nos estamos acostumbrando y estamos aprendiendo a vivir con las más denigrantes muestras de violencia y muerte. Esperemos que no perdamos la capacidad de sentir vergüenza por ello.
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