Por: Jairo Báez
A propósito del artículo de Jacques Alain Miller, intitulado Anguila,[1] la
pregunta se reaviva: ¿se puede pensar un mundo de seres hablantes, diferentes
cada uno, que puedan hacer lazo social? La pregunta tiene una respuesta
afirmativa, pero ha de pasar por la insistencia de diferenciar la
administración pública de lo que es la política, aun y si después podamos
encontrar los puntos que las puedan relacionar. El mismo Miller recuerda que
Lacan, estuvo siempre atento a denunciar las imposibilidades que subyacen a las
utopías políticas; no obstante, ello conlleva a la concepción misma que
mostraba Lacan de homologar administración pública con la política. Dato que se
concibe no importante por la diferencia o unidad que pueda existir entre estas,
sino en la obstinación de asumir que las propuestas políticas surgen de la
conciencia y la razón de un ser volitivo y nunca del inconsciente, como ha sido
la enseñanza misma del psicoanálisis. Parodiando la sentencia aquella endosada
a Locke, no existe nada en el pensamiento
que antes no haya pasado por los sentidos, se puede afirmar, si se es
congruente con el psicoanálisis, que no
existe nada en la conciencia que antes no haya pasado por el inconsciente. Por
tanto no se podría hablar de una política que no emerja del inconsciente mismo.
Lacan, que fue meticuloso en esto de ver la fuerza del
inconsciente en la creación humana, ha debido ser consecuente y de allí que se deba un detenimiento más
preciso en torno a cuál era la desconfianza que manifestaba y por qué Lacan no enunció
claramente que del inconsciente nace la política. Si lo que impedía a Lacan,
manifestar su entusiasmo por las propuestas para administrar la Ciudad,
(Estado), era el convencimiento de que todas apuntan y han apuntado a la
identificación e identidad de una masa de seres hablantes bajo un proyecto
razonado de administración de los recursos para dar lugar a un mundo mejor y
feliz para todos, justificados serían sus enunciados en contra, pues la lógica
del ser hablante que descubre el psicoanálisis es otra: donde la felicidad es
narcisista y los otros seres hablantes se tornan en objetos de pulsión, a los
cuales se les debe aprovechar como plus de goce. En esta lógica, el ser hablante es
capitalista por antonomasia y su proceder inconsciente promueve la capitalización
de la pulsión.
Entre Adams Smith y Sigmund Freud, se puede sincretizar el ser
hablante único que permitiría pensar la política: un ser hablante dado a
obtener el mayor lucro de los objetos a su disposición pulsional. En esta
dinámica, donde un ser hablante es objeto para otro, es donde se podría pensar
una política de la diferencia y no de la identidad. No obstante, queda por ver,
hasta dónde es posible abolir todo acto de identificación, para proceder a concebir
un lazo social entre dos o más depredadores capitalistas; pues si bien es
cierto que el acto analítico busca la caída de las identificaciones impuestas, esto no es garante de la existencia de un ser hablante sin identificaciones, ¿cómo se podría concebir un ser hablante sin identificaciones? Y si no es
posible concebirlo ¿sea mejor asumir que en el acto analítico, lo que permite
es una responsabilidad subjetiva sobre las identificaciones y no la ausencia de
las mismas?
Así, el psicoanálisis tomado como el reverso de la política
habría que matizarlo, pues la caída de las identificaciones, el supuesto vacío,
termina siendo llenado con algo, y ese algo necesariamente son identificaciones
otras o tal vez, algunas de aquellas que caen en determinado momento del
proceso analítico, vuelven a recogerse. En consecuencia, el uno a uno, de todo
análisis, tendría fundamentalmente la misión de responsabilizar de las identificaciones dentro
de los lastres que marca el inconsciente, la pulsión, la compulsión a la
repetición y la transferencia; por ello practicable una política compatible con
los mandatos del descubrimiento psicoanalítico, que no busque identidades sino
identificaciones responsables; y en la misma línea, rescatar de Lacan, lo que
Miller denuncia: El inconsciente es la
política.
En esta línea, comprensible es que no hay nada más social que
la psicología individual; pero ya no se trataría de educar ni formar para una política sino de
hablar para asumir la política; el lenguaje, en tanto garante del lazo social,
permitiría la negociación entre el sujeto y el Otro (simbolización); con sus
marcadas diferencias con la sumisión o imposición al Otro, donde el auténtico
acto de la simbolización estaría proscrito o se mostraría precario y se
exacerbaría el imaginario, que permite y perdura el engaño idílico de la
felicidad anhelada. Lo que sale a la luz, desde el ser hablante que configura
el psicoanálisis, es que no se ha sido lo suficientemente capitalista para
entrar en las lides de la política pública; o, si es imposible dejar de serlo,
no se ha articulado por parte del ciudadano para su ejercicio público. Es de
preguntarnos si así como muchos han logrado lo mismo que se logra en el acto psicoanalítico
sin pasar por este, para su utilización en otros campos (Joyce por ejemplo), así
existan conspicuos administradores públicos (llamados políticos) que lograron
sacar provecho para sus saber-hacer y
que sea esto lo que los pone en un lugar diferente. ¿Serán estos seres
adelantados en la política del inconsciente?; ¿qué pasaría si todos actuaran
como ellos, sean ya por su paso por el acto analítico o por otros medios que
lleven al mismo encuentro?
[1]
Miller, Jacques Alain. Anguila. Publicado
en Pagina12, Abril 26 de 2012. Disponible en Internet http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-192679-2012-04-26.html
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