Por: Emilio Meluk
La vida discurre entre
triunfos y derrotas, amores y odios, fantasías y realidades, pero en el centro
de esa dialéctica infernal siempre habrá una columna vertebral y es la
esperanza. Sin ella el triunfo, el amor y la fantasía serían puntos
culminantes, metas en sí mismas, más allá de las cuales sería la nada; y sin
ella la derrota, el odio y la realidad serían el fin de los tiempos, muerte
real. Sin la esperanza la vida no sería más que el “valle de lágrimas de los
desterrados hijos de Eva” que pregonaba la imaginería cristiana hasta hace
poco. Ese es el marco en el que deambulan los personajes de estas viñetas
vívidas de Jairo Báez. Cotidianos, que viven cosas cotidianas y que tienen
desenlaces cotidianos, los personajes dejan un sabor real de la Colombia de
hoy.
Pero narradas desde el
interior de quienes las padecen, las historias de los personajes de Báez adquieren
en tinte de drama griego y destino shakesperiano, da la impresión que en cada
episodio gravitara sobre ellos la sentencia de un destino al que no valen los
esguinces. Se podrá argüir que es la Colombia de los personajes y, obviamente
del autor, que se labran un destino laberíntico y de puertas selladas. Aunque,
la verdad sea dicha, entre líneas navega siempre la esperanza, no sé de qué,
pero allí está, impertérrita, gracias a los personajes y el autor, o a pesar de
ellos. Digo que está entre líneas, porque los personajes no pretenden dar
soluciones, sólo hacen cosas en pro del
triunfo, el amor y la fantasía; y además, es algo que tampoco está en el
horizonte del autor, afortunadamente, porque de intentarlo mataría la
esperanza.
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