Por: David Parada
Sin
duda cuando uno se enfrenta a una realidad cargada por la guerra y
la muerte busca la voz y la mirada que ordenan y aprueban la
destrucción sin sentido. Resulta inútil en esta tarea buscar y
encontrarlo en los dirigentes de un país, en los noticieros, en las
redes sociales o incluso en las víctimas, estas últimas más que
querer poner en el espectáculo una escena horrorosa se encuentran
atrapadas por la perplejidad y la urgencia de sanar las heridas
causadas por el déspota que dejó tan gran herida con cicatrices
para toda la vida. En esa medida solo después, mucho después,
podrá hablarse de las dantescas escenas que el delirio por el poder
deja como sombra sobre el yo, y quienes preocupados por esa
oscuridad que habita en el hombre y que cierne sobre sí mismo van a
intentar explicarlo, topándose con que hacen un libro sobre ello.
A Kenzaburo Oé escritor japonés nacido en 1935 le sucedió con sus
Cuadernos de Hiroshima publicados en el 2011.
Este escritor se dedica entre 1964 y 1965 a desenrollar de una gran
madeja los hilos para resolver su pregunta sobre los efectos de la
bomba nuclear no solo en los japoneses sino en la humanidad entera.
Cuerpos pulverizados literalmente, sin cuerpo sobre el cual llorar su
muerte es lo que más impacta de las escalofriantes escenas que va
relatando Oé, quién aunque intenta respetar el silencio que muchas
víctimas han reclamado por su situación y que no quieren que sea
politizada, le parece también que el silencio total no es posible
sobre todo cuando sabe que su vida personal fue afectada por el
fantasma nuclear, uno de sus amigos se suicida por el miedo delirante
que le causaba volver a vivir un impacto nuclear.
Cuenta
todas las escenas de desesperanza y parálisis que la bomba dejó en
los japoneses, un personaje central es aquel médico intentando
revertir y curar esa enfermedad llamada bomba nuclear, en la
que veía como las células se deformaban, mutaban y provocaban la
muerte repentina de las personas sin tener un tratamiento para ello.
Se decía que luego de esto la hierba no volvería a crecer durante
por lo menos 75 años, y es aquí donde Kenzaburo pone su grito de
crítica a los verdugos de este acto; dice que la moralidad del Japón
siempre fue y será distinta a la occidental y estadounidense, dice
que para el japonés la palabra moralidad en el sentido que se le
daba en la antigüedad japonesa traducía: “ comentarista de la
vida humana”, y siente que los japoneses son eso, y en cierta
medida tiene razón dado que el hecho vivido allí deja en claro que
son las víctimas de esta bomba las que pueden dar cuenta de la
moralidad humana en un sentido que toca al más vil y falso de los
humanismos, que muestra como a la fuerza y bajo el traumatismo, el
Otro déspota, intenta inscribir significantes que con el tiempo
tomarían el semblante de la energía nuclear, ya no de bomba.
Cuenta Oé que los diarios y de por sí el lenguaje caligráfico no
lograba inscribir las palabras “radioactividad” y “bomba
atómica” para comunicar lo que había caído en Hiroshima, no
había letra solo la Cosa. Afortunadamente la hierba volvió a
crecer.
Descrito
los eventos más ominosos el autor nos deja la duda de sí esta
huella nuclear coincide con la locura desbordada de aquellos que
decían ser los más dignos ejemplos de humanidad, si es posible con
el resistirse a olvidar y no analizar poder aplacar la voz del delito
en el nombre del poder, y si es posible mirar hacía un pasado que
aún no deja de hablar en los cuerpos de personas que padecen del
fantasma de las bomba nucleares, esos monstruos que con su
irascibilidad dejaron en la humanidad un tufo de melancolía que se
expresa en el poco interés por acceder a un Otro capaz de responder
a lo que Kenzaburo Oé se pregunta sin preguntar en el título de uno
de sus libros: Dinos como sobrevivir a nuestra locura.