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martes, 23 de noviembre de 2010

SANTURBÁN, PARAÍSO DE CÓNDORES Y LAGUNAS

Por: JAVIER GOMEZ 

Meteorólogo Aeronáutico
Estudiante de 5to semestre tecnología ambiental (UTS)


Reciba un cordial saludo , agradezco sus correos, que documentan interés por causas colectivas, comunico la problemática del Paramo de Santurban, en California y Vetas, departamento de Santander, Colombia, de gran preocupación, como ya se aprobó la licencia ambiental para la  exploración cielo abierto, en favor de la Gresytar Resources, multinacional canadiense, y como se infiere la manipulación que esta multinacional ha hecho con varios periódicos, entre otros, el frente, el cual el día 3 de noviembre de 2010 afirma sobre el tema: "La Gresytar defenderá la calidad de sus inversiones en el proyecto minero del páramo de  Santurban donde han aparecido fuerzas políticas que se oponen al proyecto y líderes sociales de los municipios de California, Surata, Vetas y Matanza que defienden, como un riqueza a la que tienen derecho para su prosperidad económica. La Gresytar Resources ha invertido cuantiosos recursos en el mejoramiento del nivel de vida de los habitantes de California y Vetas, en la creación de centros educativos, en la formación de viveros para la reforestación de las cuencas hidrográficas, en la preparación del personal técnico para sus procesos industriales. De tiempo los enemigos del proyecto que se oponen a la minería de cielo abierto, que según los expertos es la más segura, laque ofrece mejores garantías para la preservación de la vida y para la recuperación de los elementos tóxicos utilizados en el proceso minero. Representantes de La Greystar le dijeron al diario el frente que ellos mismos han devuelto al instituto Ingeominas algunos títulos correspondientes a zonas de humedales y lagunas, comprometidos como están en la protección del ecosistema."  Esto parece más un pasquín escrito por los señores de la Greystar, donde resalta que no existe la más mínima investigación de lo que es este proyecto, conociendo que con una explotación a cielo abierto, se arrasa la capa vegetal del páramo, se vierte cianuro, tóxicos y químicos, en las fuentes de agua, etc.; invito a que se cerciore es la crueldad más grande que se pueda cometer con un ecosistema donde se pierde la cobertura total, la fauna y flora, además, los páramos son aéreas protegidas, anotando que hoy se afronta un preocupante cambio climático, se diserta de guerra por agua, es irónico que por la falsa ilusión del dinero, vendamos el futuro de Colombia y la humanidad, mi invitación es que Ud. puede ayudar a resolver los problemas sociales, ecológicos, humanos y económicos, que implica la exploración y explotación de una mina a cielo abierto en una zona de reserva forestal, patrimonio de las futuras generaciones.

martes, 9 de noviembre de 2010

1984

1984

George Orwell

(Fragmento)

Descubrió entonces que durante todo el tiempo en que había estado recordando, no había dejado de escribir como por una acción automática. Y ya no era la inhábil escritura retorcida de antes. Su pluma se había deslizado voluptuosamente sobre el suave papel, imprimiendo en claras y grandes mayúsculas lo siguiente:


ABAJO EL GRAN HERMANO

ABAJO EL GRAN HERMANO

ABAJO EL GRAN HERMANO

ABAJO EL GRAN HERMANO

ABAJO EL GRAN HERMANO


Una vez y otra, hasta llenar media página. No pudo evitar un escalofrío de pánico. Era absurdo, ya que escribir aquellas palabras no era más peligroso que el acto inicial de abrir un diario; pero, por un instante, estuvo tentado de romper las páginas ya escritas y abandonar su propósito. Sin embargo, no lo hizo, porque sabía que era inútil. El hecho de escribir ABAJO EL GRAN HERMANO o no escribirlo, era completamente igual. Seguir con el diario o renunciar a escribirlo, venía a ser lo mismo. La Policía del Pensamiento lo descubriría de todas maneras. Winston había cometido - seguiría habiendo cometido aunque no hubiera llegado a posar la pluma sobre el papel - el crimen esencial que contenía en sí todos los demás. El crimental (crimen mental), como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante mucho tiempo. En ocasiones, se podía llegar a tenerlo oculto años enteros, pero antes o después lo descubrían a uno.


Las detenciones ocurrían invariablemente por la noche. Se despertaba uno sobresaltado porque una mano le sacudía a uno el hombro, una linterna le enfocaba los ojos y un círculo de sombríos rostros aparecía en torno al lecho. En la mayoría de los casos no había proceso alguno ni se daba cuenta oficialmente de la detención. La gente desaparecía sencillamente y siempre durante la noche. El nombre del individuo en cuestión desaparecía de los registros, se borraba de todas partes toda referencia a lo que hubiera hecho y su paso por la vida quedaba totalmente anulado como si jamás hubiera existido. Para esto se empleaba la palabra vaporizado.


Winston sintió una especie de histeria al pensar en estas cosas. Empezó a escribir rápidamente y con muy mala letra: me matarán no me importa me matarán me dispararán en la nuca me da lo mismo abajo el gran hermano siempre lo matan a uno por la nuca no me importa abajo el gran hermano...

domingo, 10 de octubre de 2010

EL VIEJO REMEDIO

El viejo remedio

Por: William Ospina



Yo se que quieren que nos alegremos con la muerte de Pablo Escobar. Yo sé que quieren que nos alegremos con la muerte del Mono Jojoy. Yo sé que quieren que nos alegremos con la muerte de Marulanda. Y que nos alegremos con la muerte de Desquite, de Sangrenegra, de Efraín González.

Yo no me alegro. No me alegra la muerte de nadie. Pienso que todos esos monstruos no fueron más que víctimas de una sociedad injusta hasta los tuétanos, una sociedad que fabrica monstruos a ritmo industrial, y lo digo públicamente, que la verdadera causante de todos estos monstruos es la vieja dirigencia colombiana, que ha sostenido por siglos un modelo de sociedad clasista, racista, excluyente, donde la ley “es para los de ruana”, y donde todavía hoy la cuna sigue decidiendo si alguien será sicario o presidente.

Tanto talento empresarial de ese señor Escobar, convertido en uno de los hombres más ricos del mundo, y dedicado a gastar su fortuna en vengarse de todos, en hacerles imposible la vida a los demás, en desafiar al Estado, en matar policías como en cualquier película norteamericana, en hacer volar aviones en el aire: tanta abyección no se puede explicar con una mera teoría del mal: no en cualquier parte un malvado se convierte en semejante monstruo.

Y tanto talento militar como el de ese señor Marulanda, que le dio guerra a este país durante décadas y se murió en su cama de muerte natural, o a lo sumo de desengaño, ante la imposibilidad de lograr algo con su inútil violencia, pero que se dio el lujo triste de mantener a un país en jaque medio siglo, y de obligar al Estado a gastarse en bombas y en esfuerzos lo que no se quiso gastar en darles a unos campesinos unos puentes que pedían y unas carreteras.

Yo sé que quieren hacernos creer que esos monstruos son los únicos causantes del sufrimiento de esta nación durante medio siglo, pero yo me atrevo a decir que no es así. Esos monstruos son hijos de una manera de entender a Colombia, de una manera de administrarla, de una manera de gobernarla, y millones de colombianos lo saben.

Por eso Colombia no encontró la paz con el exterminio de los bandoleros de los años cincuenta. Por eso no encontró la paz con la guerra incesante contra los guerrilleros de los años sesenta. Por eso no encontró la paz tras la desmovilización del M-19. Por eso no conseguimos la paz, como nos prometían, cuando Ledher fue capturado y extraditado, y cuando Rodríguez Gacha fue abatido en los platanales del Caribe y Pablo Escobar tiroteado en los tejados de Medellín, ni cuando murieron Santacruz y Urdinola y Fulano y Zutano y todo el cartel X y todo el cartel Y, y tampoco se hizo la paz cuando murió Carlos Castaño sobre los miles de huesos de sus víctimas, ni cuando extraditaron a Mancuso y a Don Berna y a Jorge 40, y a todos los otros.

Porque esos monstruos son como frutos que brotan y caen del árbol muy bien abonado de la injusticia colombiana. Y por eso, aunque quieren hacernos creer que serán estas y otras mil muertes las que le traerán la felicidad a Colombia, los desórdenes nacidos de una dirigencia irresponsable y apátrida, yo me atrevo a pensar que no será una eterna lluvia de las balas matando colombianos degradados, sino un poco de justicia y un poco de generosidad , lo que podrá por fin traerle paz y esperanza a esa mitad de la población hundida en la pobreza, que es el surco de donde brotan todos los guerrilleros y todos los paramilitares y todos los delincuentes que en Colombia han sido, y todos los niños sicarios que se enfrentan con otros niños en los azarosos laberintos de las lomas de Medellín, y que vagan al acecho en los arrabales de Cali y de Pereira y de Bogotá.

Claro que las Farc matan y secuestran, trafican y extorsionan, profanan y masacran día a día, y claro que el Estado tiene que combatirlas, y es normal que se den de baja a los asesinos y a los monstruos. Pero que no nos llamen al júbilo, que no nos pidan que nos alegremos sin fin por cada colombiano extraviado y pervertido que cae día tras día en la eterna cacería de los monstruos, ni que creamos que esa vieja y reiterada solución es para Colombia la solución verdadera. Porque si seguimos bajo este modelo mental, no alcanzarán los árboles que quedan para hacer los ataúdes de todos los delincuentes que todavía faltan por nacer.

Más bien, qué dolor que esta dirigencia no haya creado las condiciones para que los colombianos no tengan que despeñarse en el delito y en el crimen para sobrevivir. Qué dolor que Colombia no sea capaz de asegurarle a cada colombiano un lugar en el orden de la civilización, en la escuela, en el trabajo, en la seguridad social, en la cultura, en la sana emulación de las ceremonias sociales, en el orgullo de una tradición y de una memoria. Yo, personalmente, estoy cansado de sentir que nuestro deber principal es el odio y nuestra fiesta el exterminio.

Construyan una civilización. Denle a cada quien un mínimo de dignidad y de respeto. Hagan que cada colombiano se sienta orgulloso de ser quien es, y no esté cargado de frustración y de resentimiento. Y ya verán si Colombia es tan mala como quieren hacernos creer los que no ven en la violencia del Estado un recurso extremo y doloroso para salvar el orden social, sino el único instrumento, década tras década, y el único remedio posible para los viejos males de la nación.

viernes, 24 de septiembre de 2010

CARTA A UN AMIGO

Carta a un amigo

Por: R.R.F

Lo más reciente en el país y el mundo, es la tormenta del alma. Sobre cadáveres, los infames, dejan ver su corazón mezquino. Y no es que sea yo quien para decir, más que alguien que mira desde lejos, cómo en estas comarcas con lógicas de orco se conquista la esclavitud y se renuncia a ser, a cambio del goce brutal del espectacula, donde al viejo modo que caía bajo la mirada de Juvenal, la concurrencia se levanta y grita "¡Mata!", con el pulgar apuntando a la inmortalidad.

Intenciones mezquinas. Bolsas llenas de rutilantes monedas, oro del imperio se promete ahora que una región, guardada por años por idiotas útiles, es "recuperada".

Se revela un juego macabro, donde la tierra se entrega al siervo para ser administrada, hasta que llega el tiempo de la siega, y entonces los auxiliares del Imperio, con sus nociones de honor traídas de los tiempos de los césares - con esas ambiciones en tierra de Negros - reclaman una victoria más contra enemigos armados con lanza y escudo, y una buena dosis de folclor latino.

Sin agradecer el cuidado de la tierra, ahora se frotan alegres las manos, para tomar un desayuno sobre la puta desnuda y patiabierta, que en forma de comentarista de medio masivo, y una vez más, como victoriosos primitivos, ilusos lamebotas, se solazan en las promesas para colonizar la recién conquistada tierra, sin ocultar el crimen, y disfrazándolo de honor y gloria.

Y yo, cobarde Juvenal, no puedo más que escribir a oídos que no son de humano, pero que están allí para recibir mi humano sufrimiento.

Y ya lo escucho de antemano, mi viejo amigo, y mi querido hermano, preguntando ¿Cuál es la vaina con...las instituciones?

Y yo insistiré una vez más que nuestro problema, como decía el loco de Turín, es que seguimos siendo demasiado humanos.

Mi apoteosis implica la muerte. Debe dejar de importarme esta letrina de gringos y europeos; este puteadero de extranjeros; esta manga de maricas nacionalistas de mentiras, nazis de color trigueño; esta manga de intelectuales que no dicen ni mierda; esta manga de abogados borrachos homicidas; estos ejecutivos feladores y celadores del orden mundial. Debo dejar de odiar este mundo heredado como Tercer Mundo, desde miradas extranjeras, desde espíritus franceses que habitan mi pensamiento y mis emociones.

Y creo que también debo dejar de hablar mierda, y ser un buen muerto o un buen esclavo.

Lo veo, mi gran y apreciado amigo, con su fuerte crítica diciéndome "Arrodillado adentro, parado afuera", como un mal polvo, como un impotente que no lo puede tener adentro parado. ¿Importa acaso, lo que pueda pensar un viejo fantasioso y psicótico, enfermo y trastornado emocionalmente?

Solo le escribo amigo, para que sepa que la mala fortuna de los esclavos, y su destino final en los ludus de la gloriosa República no me dejan indiferente.

Y tampoco la alegría de los cegatos gladiadores que se conforman con la gloria del rugido del público, cuando ignoran que su oponente ya estaba vencido de antemano.

Amigo que me pregunta si creo en santos, le respondo ahora que sí, por supuesto. ¿Cómo podría ser de otro modo? ¿No vé cómo lamento la muerte de unos y la gloria de otros? Eso es creer y tener fé. Eso es cristianismo como para las Waffen SS del Vaticano.

Amigo, esto de ser humano, esclavo del signo, termina por cansar.

Sé de su inhumanidad que me ayuda a soportar mi humanidad, y a ese postulante del límite entre el adentro y el afuera, en mi vana interpretación de su propuesta de estar de pie en el umbral, en el margen, dirijo esta amargura de quien está arrodillado adentro, y ya le cuesta demasiado ponerse de pie en su extrema vejez.

Desde esta oscuridad que invade mi pensamiento, sigo acompañándolo como guerrero, aunque a fé mía que ya quiero que este camino espinoso termine.

Trataré de conservar el honor, y morir dignamente.

De usted espero, amigo, que haga hablar al cadáver. Esta vez confío en que no se dedicará a denostar con mis historias de putas...

pero tenga cuidado de morirse primero, porque yo empiezo desde que lo conozco!!!



Como siempre, viejo amigo, un relámpago de humor vuelve a sembrar en mi espíritu el deseo de compartir una batalla más.

Y el día pinta soleado, como para morir luchando a la sombra de las flechas de los medos.



Tenga un buen día, y gracias por leer estas estupideces de quien se sienta cada vez más como un hombre de la modernidad viviendo en el siglo primero...antes de Cristo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

¿QUÉ TENEMOS QUE CELEBRAR?

¿Qué tenemos que celebrar?



Adelfo Regino Montes

La Jornada, 2010/09/15



Ante los actos conmemorativos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana convocados por el gobierno federal, los pueblos indígenas no tenemos nada que celebrar. Antes bien, hay mucho que reflexionar sobre la delicada situación de marginación, exclusión, explotación, racismo y discriminación en la que perviven nuestros pueblos en todos los ámbitos de la vida cotidiana y, desde luego, mucho que trabajar y luchar para resolver nuestras ancestrales reivindicaciones de autonomía, justicia, desarrollo y reconstitución.


Nada hay que festejar cuando a 200 años de iniciada la llamada Independencia mexicana y a 100 años de la primera revolución social del siglo XX, México sigue en deuda con nuestros pueblos indígenas. Esto es así ya que, pese a la gran participación de estos mismos en el movimiento de la Independencia, al triunfo de la referida gesta histórica los pueblos indígenas fuimos excluidos en la conformación estructural y organizativa del Estado mexicano. Pero no sólo eso, sino que a los llamados “padres de la patria” se les ocurrió darnos el trato de extranjeros en nuestra propia tierra, similar a lo acaecido en los Estados Unidos de América, donde se llevó a cabo una guerra de exterminio en contra de las tribus indias y la consecuente creación de las denominadas reservaciones indígenas.


Lamentablemente, con el movimiento de Independencia los pueblos indígenas nos liberamos del yugo de la corona española, pero desde entonces vivimos sometidos y sojuzgados por los nuevos amos y señores de México, por aquellos que heredaron el poder y el dinero de los conquistadores. La anhelada libertad, consustancial a cualquier movimiento libertario, para los pueblos indígenas de México y América Latina, sólo fue un sueño que pronto se tornaría en pesadilla. Desde esta óptica, en la Constitución de 1824 quedamos tajantemente excluidos en lo que concierne a nuestros derechos y aspiraciones, como hasta hoy.


Esta lógica de negación y exclusión rotundas continuaron vigentes durante toda esa etapa de la vida nacional, muy especialmente en el movimiento de la Reforma, en el que, en nombre de la libertad y la igualdad, de la homogeneidad y del individualismo, quiso ser borrado todo vestigio de diversidad y heterogeneidad, y fueron considerados nuestros pueblos un serio obstáculo hacia los afanes de orden y progreso de los poderosos de aquellas épocas. Según los connotados liberales, el individuo era el centro de todo y cualquier vestigio de vida comunitaria y colectiva debía ser sacrificado. Fue así que se desamortizaron los bienes comunales de los pueblos indígenas en diversas partes del país, dando origen al más aberrante latifundismo que más tarde daría origen al grito de “¡tierra y libertad!”


La inercia de la exclusión y la negación sembradas 100 años atrás y la excesiva polarización de la sociedad mexicana, entre ricos y pobres, entre grandes latifundistas y los incontables peones acasillados que habían proliferado en diversas partes del país, harían brotar en el seno de la sociedad indígena y campesina, en el norte y en el sur, el grito de “¡tierra y libertad!” en 1910. La falta de libertad, pese a que presumíamos ser independientes, la exaltación del individualismo en sociedades comunitarias, la excesiva concentración de la riqueza en manos de los caciques y latifundistas frente a la terrible pobreza de millones de mexicanos habían hecho germinar la posibilidad y realización de la hoy llamada Revolución Mexicana. Tal como había sucedido en los ejércitos insurgentes de Hidalgo y Morelos en el movimiento de Independencia, al frente de batalla de los ejércitos de Zapata y Villa, entre otros líderes revolucionarios, iban los habitantes de los pueblos indígenas y campesinos. Quizás lo hacían porque no había absolutamente nada que perder, ya que de por sí su vida era totalmente insignificante a los ojos de los poderosos, y sí mucho que ganar, al menos la posibilidad de morir soñando que sus hijos tendrían una vida mejor, con tierra, dignidad y libertad.


Pese a que muchos de estos valientes y anónimos revolucionarios ya no verían la materialización de sus sueños y aspiraciones, la Constitución de 1917 consagraría muchas de las legítimas reivindicaciones que en vida habían enarbolado. En la revisión del nuevo pacto social mexicano se reconocería la vigencia del municipio libre y soberano en el artículo 115 constitucional, para poner un alto a la barbarie y al autoritarismo de los jefes políticos del porfiriato, poniendo con ello un serio dique al centralismo mexicano. Con la aprobación del artículo 27 se daría paso al reconocimiento y la titulación de los bienes comunales, la restitución agraria y la dotación de tierras a los desposeídos frente a la ignominia del cacique, el latifundio y las muy diversas formas de explotación campesina e indígena fomentada por la ambición y la avaricia. Los derechos básicos de los trabajadores urbanos y rurales serían consagrados en el artículo 123 de la nueva Carta Magna. Así, parados en la sangre y en el dolor del pueblo, presumiríamos al mundo una renovada normatividad con gran contenido social y libertario.


Hoy muchas de estas conquistas históricas permanecen incumplidas y el estado de cosas no ha cambiado sustancialmente para nuestros pueblos y la gran mayoría de la sociedad mexicana. Aunque pervivimos alrededor de 15 millones de habitantes indígenas pertenecientes a 62 pueblos ubicados en la geografía nacional, estamos sometidos a un lamentable proceso de exterminio y muerte. Así nuestras lenguas y culturas están desapareciendo constantemente; nuestras tierras, territorios y recursos naturales están seriamente amenazados por la imposición de proyectos de las empresas nacionales y trasnacionales; la marginación, la pobreza y la migración han aumentado debido a la caída de la producción agrícola y la falta de valorización de los productos del campo; nuestros procesos de autonomía indígena y democracia comunitaria están siendo violentados y fragmentados para evitar su supervivencia y fortalecimiento; la criminalización del movimiento indígena y social se ha convertido en parte de la cotidianidad de nuestras organizaciones e instituciones comunitarias.


Ello como consecuencia de una política de Estado etnocida, excluyente, racista y discriminatorio, así como de un modelo económico mundial basado en la avaricia, la mercantilización de la vida, la violación de los derechos fundamentales y la explotación irracional de los recursos naturales, que invariablemente nos están llevando a la destrucción y a la muerte. Con este panorama no tenemos nada que festejar; antes debemos hacer memoria histórica, para que sobre esa base podamos refundar el país y volver a sembrar esperanza en estas tierras.

lunes, 30 de agosto de 2010

LA MORAL DEL SICARIO

LA MORAL DEL SICARIO

Edelberto Torres-Rivas


Publicado: El Periódico (22/07/2010)

El que mata por dinero no odia a la víctima; el escenario no lo define el criminal sino quien lo contrata, que de esta suerte no cabe duda quién es el responsable. La etapa del sicariato como un dato periodístico aparece en Guatemala hace unos cinco años. No fue novedad porque venía de Colombia. Pero la antigüedad está llena de esta repugnante figura;

 
aprendimos a odiarla con la historia de Judas Iscariote (Judas el sicario) que amaba a Cristo pero por treinta denarios lo denunció. También ha sido objeto de un intenso debate político y científico, cuando apareció el libro de Daniel Goldhagen (1996) ‘Los verdugos voluntarios de Hitler: los alemanes corrientes y el Holocausto’, que concluye responsabilizando al pueblo alemán: el nazismo fue cruel porque los alemanes lo eran. Todo esto a propósito de una angustiante pregunta que nos hemos venido formulando a propósito de los indescriptibles asesinatos cometidos con ocasión del conflicto armado y que se reitera con la metástasis criminal de la actualidad. ¿Quién dio la orden para asesinar, primero, a los diputados salvadoreños y luego a los policías que los asesinaron? ¿Y en el Boquerón? ¿El Infiernito? ¿Quién es el responsable de los cinco o seis muertos diarios, anónimos, gente pobre, que no alcanza caja mortuoria? El problema está planteado: ¿Quién (o quiénes) es el responsable? ¿Dónde se detiene la línea de mando? No es posible aplaudir el crimen de varios criminales y luego rechazar la búsqueda de los responsables. Si hay delito, hay criminal.

 
¿Soldado, quién te ordenó disparar?

 
En Plan de Sánchez todo fue como si fuera guerra. La verdad de esta guerra y de cualquier otra guerra, la verdad de todas las guerras es la muerte. Por eso las guerras se parecen. En el fondo esta guerra no fue distinta porque la muerte iguala a todas las guerras y sin embargo, te engañas, porque en verdad esta no se parece a ninguna otra guerra salvo por la muerte, abundante, variada, silenciosa, excesiva. ¡Con mucha sangre y gritos! Muchos alaridos y baladros, pero sin riesgos ni peligros para ti, soldado. ¿Cómo fue esta guerra que te dio la seguridad casi completa… pero con miedo? Un temor profundo, impreciso ¿el aullido de dolor te produjo miedo? Sabías que ibas a la guerra, no por el uniforme que llevabas, verde, limpio, exacto, sino porque te entrenaron para matar, para morir, para obedecer. Te enseñaron que enfrente, a un lado o atrás hay un enemigo que te puede matar. ¿Sabías que en la guerra de Rabinal el enemigo eran mujeres y niños, eran los enemigos quienes no podían disparar? En Plan de Sánchez se terminaron los temores y se desataron los odios.

 
Desde que salió el sol, desde que empezó la tarde de ese domingo de mercado, el 18 de julio de 1982, supiste que para matar no es necesario odiar. Fue por ello que en la casa grande, a la entrada de la aldea, encerraron un montón de gente que no conocías y con miedo y maldiciones los quemaron vivos. Tú regaste la gasolina, porque el oficial te lo ordenó cuando a su vez él cumplía instrucciones. Viste la pequeña luz del fósforo que prendió fuego a la casa y te diste vuelta. Lo mismo ocurrió en la Escuelita, pero con menos gente, sacada a patadas de sus chozas. Pensaste que ese era un plan bien trazado, porque según oíste del Jefe de comisionados, había que ahorrar balas sin desperdiciar muertos. ¿Te tocó torturar a los sospechosos? Dicen que como en esta guerra, a un viejito le cortaron las orejas que luego tuvo que comerse; y que a un muchacho respondón le sacaron los ojos con cuchara. En el bullicio sin pausa de aquella tarde dominguera tus compañeros dispararon sin cesar. El silencio, un instante milagroso, fue el minuto molesto y discordante entre aullidos de dolor y falsos cohetes de fiesta con fusil. El sol empezó a ceder. Eran casi las cinco de esa tarde cuando amarradas, a empujones, arrastraron una veintena de muchachas menores todas y las violaron muchas veces. A las casadas les llegó su turno, después. Te faltó valor para abrirte la bragueta pero fuiste testigo cómplice de aquellos soldados y patrulleros voluntarios que en la penumbra del día que moría, las estupraron, las ultrajaron y de inmediato, como si fuera la guerra, las mataron. Cuando llegó la noche no sabes porque se te anudó el miedo, la angustia y la vergüenza. ¿Victoria militar? En toda guerra hay vencedores y héroes, ¡aquí no! Al dejar Plan de Sánchez, camino de Rabinal, quedaron atrás 268 cadáveres y la vida rota de numerosos parientes y amigos. ¿Quién dio la orden soldado?

sábado, 12 de junio de 2010

CONFESION DE PARTE

CONFESION DE PARTE*

Alfredo Molano**

(Revista Análisis Político)


Se me ha pedido presentar un ensayo sobre el método de las ciencias sociales y la realidad colombiana. Debo confesar de entrada que semejante tema me es inasible y me parece arrogante pretender sentar tesis en una materia tan debatida y altisonante.

He consultado con el doctor Guillermo Hoyos la posibilidad de abordar la cuestión desde un ángulo muy personal: mi propia evolución. Quisiera explorar las formas como yo he interpretado el mundo que me fue dado vivir. Con esto no quiero ejemplificar ni quiero generalizar sino alinderar.

Hablar en plural o en infinitivo es en el fondo semejante, porque de todas maneras se habla de la persona pero se le adjudica un valor universal, abstracto.

Tengo una razón adicional, yo he profundizado una opción metológica en ciencias sociales: la historia de vida. Quisiera intentar, con la venia de ustedes, hacer un trazo simple de la historia personal de mis formas de explicación social.

Cuando salí del bachillerato, en el año 1962, tuve que enfrentarme a la dramática decisión de por dónde coger. En la vida hay muy pocos momentos de decisión verdadera. Este es uno de ellos. Uno debe escoger, de verdad, un camino en una circunstancia muy desventajosa, porque precisamente en ese momento uno no sabe dónde está parado. Yo tenía una sola cosa clara: no podía estudiar algo que tuviera que ver con las matemáticas.

Había sido un pésimo estudiante de aritmética y de álgebra. Me irritaba el pensamiento abstracto y formal. O mejor, para salirme de este problema diré que no tenía bases y como nunca las adquirí siempre quedé cojo de este lado.

Eran pues las ciencias sociales mi vocación. Yo pertenezco a una familia de abogados y las presiones de mi casa iban dirigidas en este sentido. Pero a mí no me convencían los claustros señoriales, los códigos y las reverencias. Era profundamente antirreligioso hasta en eso. Pero haciendo de tripas corazón me dejé inscribir en la Facultad de Derecho.

En secreto -casi clandestinamente-lo hice por mi lado en la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional. En el bachillerato tuve como profesor de filosofía a un jacobino radical, quien era también un santandereano liberal. Influyó mucho en mi decisión. Un día fui a la Universidad Nacional a ver el resultado de los exámenes de admisión; había pasado y no hubo más que hablar. Yo sabía más o menos qué era ser abogado, los había visto y sobre todo oído. No tenía ni idea qué era ser sociólogo, ni de qué se trataba lo que había escogido. Todavía no sé. Hay que reconocer que, por lo menos, lo social es esquivo. De todas maneras fue una decisión que me hizo sentir libre.

Sociología era en aquella época la locura de Camilo Torres y el optimismo de Orlando Fals. Había profesores muy serios y seguros como Juan Fride y Tomás Ducay, y un volcán llama do Eduardo Umaña Luna. Camilo no cumplía, nunca iba a clase. Tenía mil compromisos. Influía sobre nosotros por medio de sus amigos que eran todos, la facultad entera. Había logrado crear un ambiente suelto, alegre y sobre todo en franca rebelión contra el formalismo y el academicismo.

Poco a poco esa rebeldía se fue tornando política. La sociología era, valga decirlo, la panacea para todo mal. El mundo estaba como estaba porque no conocía las leyes de la sociedad. Creíamos firmemente que estudiarlas equivalía a resolver los problemas del país. Nos abalanzamos, con una febrilidad que no volvió a repetirse, sobre los textos científicos que en ese momento eran los que Fals había estudiado en la Universidad de Florida y Camilo en Lovaina. A decir verdad, si se exceptúa a Wright MilIs, no eran muy profundos.

Los profesores, llamémoslos humanistas, fueron más importantes en nuestra formación intelectual: el doctor Chucho Arango nos puso en contacto con la historia de Colombia, Darío Mesa con la filosofía y Umaña Luna abrió frente a nosotros, por primera vez, la Constitución de Colombia.

Pero yo diría que más que las materias mismas lo que nos cambió fue el espíritu de rebeldía Permanente que vivíamos en la Facultad de Sociología durante aquellos años. La muerte de Camilo Torres en la guerrilla definió el futuro de muchos y nos empujó al carruaje de la revolución.

Durante muchos años estuvimos fascinados por ese misterio tan seductor como evasivo. Nos dimos a la tarea de transformar el mundo para conocerlo. Nos incomodaba lo que habíamos heredado.

En mi caso personal, la revolución eran los amigos y la búsqueda de un puesto en el universo. La sociología comenzó a ser revaluada ante mis ojos por toda la liturgia incendiaria de la izquierda.

Había algo de retaliatorio en todos nosotros contra un sujeto anacrónico que llamábamos Estado y que tenía la culpa de todo. Creo que la muerte de Camilo tuvo el efecto de hacerlos víctimas. Pero este mismo efecto comenzó a servir para señalamos como subvertores. En realidad no era cierto, pero el estigma comenzó a tejernos una cárcel de donde creo no hemos podido del todo evadimos; La Facultad de Sociología me dejó más, para ser justos.

Reivindico de ella la puerta que me abrió hacia los barrios populares y las veredas rurales. El contacto que hice con el país en aquellas experiencias fue definitivo. Allí comencé a mirar por un rendija el país real que hoy vivimos. Era el final de la violencia de los años cincuenta, la emigración de los campesinos a las ciudades, la formación de los barrios de invasión. El país comenzaba a temblar. A la postre, no tuvo razón ni el reformismo del doc tor Lleras Restrepo ni la revolución del Che. En política no salimos adelante, pero tanto la ilusión liberal como la ilusión socialista hicieron la época y nos hicieron a todos nosotros.

La realidad misma inflamaba aquel lenguaje. Si bien no logramos ni reformar ni revolucionar el país, lo conocimos en el intento, lo que pone en duda, dicho sea de paso, la pertenencia del conocimiento como condición para la acción.

Pero no volvamos atrás. Quizás la realidad no sea para conocerla ni cambiarla sino para vivirla.

Hice muchas cosas cuando salí de la universidad: trabajé en el Incora, fui profesor en la Universidad de Antioquia, estudié con Estanislao Zuleta y viajé por Europa. Una década que hoy veo más importante como formación intelectual que la anterior, que había sido -como queda claro- de formación emocional.

Fue una etapa volcada sobre los libros. La militancia de los días de la Facultad me había mostrado el dogmatismo de la izquierda y toda su ampulosa rigidez. Andaba malherido y cabizbajo. Los partidos de izquierda se me aparecían como iglesias cerradas en las que el despotismo suprimía la disidencia y la libertad de errar. Los libros permitían calmar mi conciencia sin abandonar mis principios. Pero no fue sólo la militancia la que me llevó al escepticismo. Fue también la observación de la vida cotidiana de la gente. No sólo sus hechos sino sus afanes diarios, sus afectos, su bajezas. Todo eso me quemaba. Las doctrinas de las organizaciones daban sólo cuenta formal de la realidad de una vida que se podía palpar desde cualquier esquina. De todas maneras la hora fue de letras.

La persona que más influyó en ese período fue Estanislao Zuleta. Todavía hoy me cuesta confesarlo.

El era un seductor que engullía como un remolino- todo lo que se le acercaba. Si uno se salvaba era un sobreviviente. Zuleta me enseñó ante todo a leer. Era un gran lector, pero más que eso era un astuto lector. Leía lo que no estaba en el texto sino debajo y encima. No hacía lecturas literales sino de sentido y ese sentido era la crítica. Zuleta criticaba todo. Sometía cada palabra, cada frase, cada libro a un análisis riguroso y despiadado. Hoy recuerdo esa tarea con melancolía.

Leímos El capital de pasta a pasta. Pocos, lo sé, pueden decir eso. No una vez, muchas. Vivíamos leyéndolo porque El capital no es una obra económica, sino también política, sociológica, histórica y claro está, bien leída, literaria. Por esta vía Zuleta nos acercó a un Marx más humano con errores y con contradicciones- y más humanista. El capital era para él una totalidad, cuya validez era básicamente metodológica; un argumento contra el dogmatismo, contra todo el dogmatismo.

Por esa puerta entramos a un mundo maravilloso y peligroso: el psicoanálisis, la filosofía, la literatura, la pintura, la música. Digo peligroso porque Zuleta era un hombre apasionado.

Huyéndole a Zuleta paré en Francia. Me urgía un refugio donde pudiera leer sin compulsión, donde no tuviera la tentación de la acción política y donde no tuviera que trabajar para ganarme la vida. Una beca me dio la oportunidad de vivir a Colombia desde un contexto mundial. Relativizar al país fue una gran ayuda porque desde Europa cobró para mí mayor importancia y personalidad. Ese clima de seguridad que me ofrecía París, ensayos para la universidad y textos para mí.

Zuleta me había enseñado a pensar cada palabra. La escritura me había confirmado esa tesis. Escribir es sopesar. Escribí lo que podía escribir: trabajos teóricos. Recuerdo uno con mucho cariño porque me costó mucho esfuerzo hacerlo: "Anotaciones acerca del papel de la política en la investigación social".

En esos días Orlando Fals Borda me había invitado a hacer una ponencia sobre investigación-acción, un tema que él dominaba y promovía. En buena hora, porque de allí salieron trabajos muy importantes tanto políticos como académicos. Orlando comenzó a forzar la contradicción entre teoría y práctica, lo que equivalía a oxigenar la primera y enriquecer la segunda investigación-acción quería ser, y lo fue en gran medida, una crítica al dogmatismo y una crítica al pragmatismo. Hasta ahí yo estaba completamente de acuerdo con Fals. Pero esa unidad teoría-práctica no podía avanzar sola sin más ni más, apoyándose -como se argüía- una sobre la otra. Yo pensaba, o mejor, intuía, que detrás de todo avance científico, de todo en ciencias sociales -y quizás en toda disciplina, había una motivación política. Me metí en ese berenjenal y para acabar de complicar el cuadro tomé como ejemplo a Marx, ni más ni menos, es decir, vida, obra y comentarios.

La tesis era la siguiente: el aporte más importante de Marx no era la teoría del valor, puesto que era un desarrollo de la escuela clásica; era la teoría de la plusvalía, es decir, la explicación -llamémosla así, científica de la explotación en la sociedad capitalista.

Ahora bien, agregaba yo, ese descubrimiento tenía como premisa una posición política crítica frente a la sociedad capitalista, posición que era más una postura, una actitud. Esa perspectiva iluminó el descubrimiento y la elaboración del concepto.

El rompimiento epistemológico tenía una premisa política, crítica. Hasta ahí llegué. La tesis fue muy debatida en el simposio que Orlando Fals Borda organizó en Cartagena. Mi discurso era pesado, pero me dio la oportunidad de leer con un objetivo y de ….

Hay personas que requieren de una condición epistemológica especial: la coacción. Para mí ese trabajo cancelaba de alguna manera el problema de la teoría y de la práctica.

La política, es decir la lucha por el poder, era la clave del conocimiento. Pretensiosa o no, era mi conclusión y durante un tiempo me sentí orgulloso de ella.

A pesar de todo, no progresé mucho en la academia francesa. Asistí a los cursos. Gocé a Pierre Vilar y me sedujo Bethelheim, pero no hubo en los dos años de trabajo un hecho memorable. Observé con cierta irritación la manera como los profesores hacían sus trabajos con base en los que los estudiantes les presentábamos. Había algo utilitarista que fastidiaba, pero muy poco que alegar porque estaban en su derecho.

De regreso al país, Guillermo Hoyos me invitó a un simposio sobre epistemología y política. Desempolvé el trabajo presentado en Cartagena. Confieso que la ponencia fue un recalentado, una nueva versión de lo que ya había escrito. Pero al final, sin entender cómo, agregué que quizás en el fondo la cuestión del conocimiento no era una cosa política sino ética, y -agregaba con recelo- estética.

Fue una frase. Pero una frase que le puso punto final a mi búsqueda teórica como un ejercicio meramente intelectual. Mi descubrimiento no fue muy original pero fue muy oportuno, porque desde ese día dejé de entender la revolución como militancia.

Es posible que ese día haya viajado al Llano a comenzar mi tesis de grado para los franceses.

Quería hacer, en concordancia con mi formación recién estrenada, un trabajo sobre la renta de la tierra en el arroz. El trabajo de campo, la relación con los campesinos, con los empresarios, con los camioneros, con las autoridades, es decir, con el país, me produjo una gran sorpresa: no cabía en el talego que yo había traído. Lo que echaba se salía por las rendijas. Resolví tirar el talego y trabajar con la gente. De la tesis, todo era inservible: el tema, la metodología, las técnicas, los conceptos. La gente real que habíamos entrevistado, o mejor con quien nos tocó conversar y oír, andaba de rebusque. Nada tenía de parecido con los obreros ingleses, ni con los Campesinos franceses, ni con los alemanes. Era otro cuento: gente nacida de la violencia, luchando contra la selva, huyendo del comerciante, que sin embargo sabía reír y gozar. No era fácil meterlos en un cuerpo conceptual, para fortuna de todos.

No obstante, el verdadero problema se me vino a presentar en el escritorio. Trabajaba en el Cinep. Resulta -lo he contado otras veces que los colonos de la región del río Pato, en el Huila, habían sido bombardeados por el ejército y en respuesta habían resuelto organizar una marcha desde sus tierras hasta Neiva. El Cinep nos envió a Alejandro Reyes y a mí, a ver qué hacíamos. Sin mucho interés por parte del patrón, pero bueno, pensaría, por lo menos nos los quitamos de encima unas horas. Total, llegamos al estadio de Neiva donde estaban concentrados los colonos. Prendimos las grabadoras y registramos varios testimonios. Nos impresionaron mucho porque estábamos frente a una acción de las autoridades no sólo criminal sino estúpida. Eran testimonios simples que se sentían temblar bajo las bombas.

De vuelta a Bogotá el problema era sacarles la esencia para traducirla a un lenguaje intelectual. ¿Se podría pensar en una tarea más arbitraria y arrogante? ¿Por qué no hablarle a la inteligencia con el mismo lenguaje de los colonos? ¿Acaso no nos habían impresionado a nosotros, dos intelectuales? ¿No eran testimonios suficientemente fuertes y dicientes como para pensar en adocenarlos? ¿No eran reales? En fin, el cuestionamiento fue fuerte.

Alejandro fue importantísimo en ese instante. De allí salió el primer relato que escribí, hilvanando testimonios e inspirado en uno que me sirvió como eje: el de una mujer excepcional por su sinceridad. Fue ella quien me enredó y obligó a hablar su lenguaje.

Salí de ese texto con la certeza de que por ahí era la cosa. Me desembaracé de los papeles de tesis, limpié el escritorio y escribí de chorro "Valentín Montenegro", un relato que recogía la historia que los colonos me habían contado sobre la fundación del Ariari. El ejercicio de escribir se me hizo de golpe agradable e intenso. Faltaba saber todavía si era útil. Poco a poco esta condición fue haciéndose clara: la gente llana entendía lo que yo escribía. Para ella leerse, adquirir una vida textual, era una experiencia extraña. Entendí que los relatos podían servir de espejo para que la gente se reconociera y sobre todo para que se interesara por ella misma.

Esa era la prueba de pertinencia que yo buscaba. Comprendí que la aceptación de los textos, mi aspiración más secreta, me satisfacía, no porque me justificaran sino porque por ahí el conocimiento encontraba objeto; cumplía con su razón de ser. Oír a la gente reírse de sí misma, discutir sus propios testimonios, volver a sufrir sus dolores, interrogarse, aceptarse, era el sentido vital que uno podía reclamarle al conocimiento. Ya no era la curiosidad de oírlos y de gozar su lenguaje y sus maneras particulares de entender el mundo, ahora era la gratísima sensación de que lo que uno había hecho era hospedado. El conocimiento es una especie de hijo pródigo que sólo encuentra suspiro cuando regresa a su fuente.

Mis amigos los intelectuales cumplieron sin embargo su papel. Sea la hora de reconocerlo. Primero con timidez y luego con desconfianza se acercaron a los personajes que salían de los relatos; los miraban con extrañeza como cuando se mira un lisiado, pero poco a poco fueron atenuándose las aristas, la sorpresa se transformó en saludo y al final en bienvenida. Este fue un segundo reconocimiento.

Me dio seguridad en lo que estaba haciendo y quería seguir haciendo. Recuerdo a William Ramírez Tobón el día que leyó a Sofía Espinosa, la heroína de Bombardeos del Pato. Me preguntó un tanto ansioso: "¿Cómo lo hizo?". Luego me alentó: "hermano, no suelte esa cuerda". y seguí, seguí jalando de esa cuerda. En dos meses escribí Los años del tropel con el material que había recogido para hacer un ensayo sobre la violencia como forma de participación social. Que la explicación -dije-la den los protagonistas, ¿por qué tengo yo que darla? En cinco semanas nació la criatura, eso sí, como diría Marx: "Chorreando sangre y lt-do por todas partes".

El camino se abría claro. Vinieron otros textos casi de una sola sentada: Selva adentro, Siguiendo el corte y Aguas arriba. Son relatos que recogen la experiencia social, la historia de las zonas de colonización. Aunque creo que, bien miradas las cosas, lo que recogen es un retazo del alma de muchos colombianos.

Si Camilo Torres me enseñó a soñar y Estanislao Zuleta a leer, la gente corriente, la que se levanta y se acuesta, la que mata a otro y reza por él, esa gente que somos todos nosotros, me enseñó a escuchar y, digámoslo ya, a escribir, porque una vez que uno escucha no puede dejar de escribir.

Creo que en realidad nosotros los intelectuales no sabemos o no podemos escuchar. Mientras oímos estamos construyendo argumentos polémicos que llenan el espacio donde debería ser alojado lo que el otro trata de decimos. Nos enrocamos como en el ajedrez para aturdimos con nuestras propias razones, lo que no es otra cosa que un salva a nosotros mismos. Nuestra crítica está viciada de presunción.

Ello tiene su precio: no hemos comprendido a la gente ni hemos podido gozar su lenguaje. En lugar de construir puentes lo que construimos son fortalezas. Escuchar, perdónenme el tono, es ante todo una actitud humilde que permite poner al otro por delante de mí, o mejor, reconocer que estoy frente al otro. Escuchar es limpiar lo que me distancia del interlocutor, que es lo mismo que-me distancia de mí. El camino, pues, da la vuelta.

Decía arriba que escuchar es casi escribir. Pero pregunto: ¿Cómo puede uno guardar lo que ha encontrado cuando ese hallazgo es un instante de plenitud? La verdadera relación con otro ser humano es jubilosa porque ha logrado romper la trinchera del miedo. Pienso que guardar esa emoción podría ser dañino. No es sólo una responsabilidad sino un problema de estabilidad.

¿Cómo seguir viviendo solo cuando uno conoce al vecino, y sabe además que vive tan solo como uno? Pero hay más: ¿Cómo no comunicarle al vecino que uno existe? ¿Cómo no mandarle un papelito diciéndole: "aquí estoy"? Eso es escribir.

Uno tiene miedo de escribir, como tiene miedo de escuchar, en fin, de vivir. El primero y más fuerte impedimento para hacerlo es, o es llamado el buen gusto literario; el escribir bien que uno dice. La pretensión de escribir bien es el cerrojo de una cárcel. Escribir bien es escribir para ser reconocido y celebrado y no un acto de comunicación. Es poner la atención en mi público y no en mi grito. Por eso no se escribe como se habla, cuando el mayor mérito de una obra literaria es precisamente reproducir el lenguaje de la vida.

Escribir como hablan los colonos, por ejemplo, es hablar con ellos. ¿Qué más se le puede pedir a la palabra? Vistas las cosas en conjunto y antes de que estas reflexiones sueltas dejen de ser una confesión y una invitación, quiero terminar retomando una tesis esbozada atrás. Escuchar y escribir son actos gemelos que conducen a la creación. El conocimiento no es el resultado de la aplicación de unas reglas científicas sino un acto de inspiración, cuyo origen me es vedado pero cuya responsabilidad me es exigida. Uno no escoge los temas, dice Sábato, los temas lo escogen a uno. La creación esconde la utopía, la aspiración a un mundo nuevo y distinto que puede ser tanto más real cuanto más simple. Las cosas suelen no estar más allá sino más acá. Permítanme terminar diciendo que la creación es el movimiento de la vida. Por eso todo esfuerzo encaminado a conocer debe aspirar a crear, no a descubrir. Crear es al fin y al cabo un acto ético.

jueves, 13 de mayo de 2010

SOBRE EL SABER Y LA DEMOCRACIA

Sobre el saber y la democracia

Rosendo Rodríguez Fernández


El recorrido por el Saber trae, entre otras muchas resultantes, la idea que lo aparente no es la realidad misma, aunque la realidad es aparente. La epistemología señala un camino que desemboca una y otra vez, trátese del positivista más radical, o del crítico más opuesto a la ingenuidad hiperrealista, en un principio básico: hay algo que está más allá de la apariencia, y ese algo es lo constitutivo de la imagen, es decir, de la realidad. Inclusive, los movimientos religiosos apuntan a la vanidad del mundo, esbozando cierta idea que sostiene que el mundo es una apariencia, engañosa, y hay que ir, moralmente, a buscar una verdad, que sin embargo está establecida y es inmutable.

Así que parece haber un acuerdo tácito sobre lo aparente del mundo. Sin embargo, la política muestra que lo aparente se toma por verdadero, se toma por real, y donde un momento antes se rechaza implícitamente la doxa, ésta deviene criterio absoluto de verdad. La doxa como verdad, algo que incluso fundamenta disciplinas como la psicometría, la que vive haciendo vericuetos, como señalaría Jairo Gallo, con la validez y confiabilidad, vericuetos que imponen una idolátrica imagen paradójicamente proveniente de la ciencia –la que niega con mayor ahínco la doxa como criterio de cientificidad.

La desenvoltura, o más bien, la envoltura imaginaria deja ver los árboles, pero no deja ver el bosque. Un mundo imaginario, descifrable en parte por la epistemología, se cierra en esquemas defensivos, en resistencias al saber, que tienen el carácter de ser prestigiosas, y en tanto más prestigiosas, más susceptibles de prestidigitación. Si la ciencia positiva denuncia el primitivismo del pensamiento mágico de las comunidades agrupadas bajo ese mismo logos de “primitivas”, su fundamento mismo, el planteamiento de la objetividad, cae en un mito, en un absoluto que niega al sujeto, pero que se sostiene en el sujeto. Dicen que para que una comunidad científica desaparezca, debe desaparecer el último de sus representantes. Sin embargo, sostienen a pie junto que su saber es “objetivo”, pasando por alto lo trascendental de este planteamiento. Brevemente, el objetivismo es una metafísica, al suponer la existencia de un absoluto que se revela al investigador, entendido éste como aquél inquieto que busca desentrañar la verdad a través del objeto. Supone la existencia, a priori, de las Leyes de la Naturaleza, junto con Comte, y las busca atravesando el objeto con la experiencia… del sujeto.

¡Tamaña contradicción, en el seno mismo de una escuela que se precia de ser filosófica! Báez se ha burlado constantemente del objetivismo experimental, señalando el carácter imaginario del objeto, un objeto materializado, medido, mesurado, y esgrimido como prueba de la Ley Natural. Eso quiere decir, ni más ni menos, que los positivistas nunca leyeron a Freud, y no porque no tuvieran un libro sobre la Teoría Sexual en sus manos, sino porque en su discurso convencional siguieron anclados a su sentido, y enmarcaron la relación de objeto nuevamente en la preeminencia de lo dado. En otras palabras, el objeto está allí para ser descubierto por un infante, que trae una carga filogenética previa como condición de saber…etc.

Pero si el saber está allí y se difunde, ¿Porqué los pensadores continúan sosteniendo el orden del mundo de la manera como lo hacen? Si se parte de la crítica sencilla de que la doxa no es la verdad, y que la verdad no es estadística, ¿Porqué las urnas están llenas de intelectuales?

Veamos algunos genios de la propaganda, que terminan sosteniendo la democracia haciendo piruetas con la historia, escrita a su antojo de cinematografistas. Hace ya algunos años, Ridley Scott puso en las pantallas gigantes al emperador Marco Aurelio, como un filósofo que, sin más, lleva la pax romana al oscuro y primitivo mundo de los bárbaros, para variar, germanos. El pervertido hijo de Marco Aurelio, un abandonado hijo del padre, Cómodo, toma el poder y “abusa” de la investidura imperial, hasta el desafortunado evento de enfrentar a un general destituido pero instituido como héroe desde su condición de esclavo. Además, Scott bautiza, a este matador, como Máximo Décimo Meridio – Nombres del Padre, significantes de una pre claridad que remite al arcángel San Miguel, matador de demonios. El drama termina en la democracia, tomada de la última exhalación del héroe por la manipulada hermana del tirano, que ordena al inamovible militar –sobreviviente de la administración anterior- devolver el poder al Senado, al político justo.

Sin sonrojarse, Scott re-introduce en la ignorancia al público asistente a las salas de cine, conmovido por la dramática historia de Amor. Por supuesto, el truco funciona. Ya la imagen de Marco Aurelio es la de un filósofo, un buen hombre en el poder, y el poder, algo puro después de todo – y sobre todo para Scott-, pues en la razón, expurga con sabiduría la oscuridad del pensamiento mágico, primitivo.

Con honores, siempre terminan las historias de Hollywood. El culto a la bandera, la insignia, el escudo. Todo volcado en una imagen, la pasión bullendo en los corazones democráticos. Scott sin embargo deja una asociación, la inevitable, entre el tirano y la democracia. Aquél que piensa que piensa bien, y que se nombra filósofo, a su vez que es gobernante, y aquél que piensa que el otro piensa bien, por su condición de filósofo.

Pues bien, desde que los filósofos entraron en la escena democrática, hablando siempre de afuera, como en el caso de Slavoj Zizek, la imagen del político ahora se asociará con la del sabio. Es ahora el instante de los que tienen el saber. Es ahora el instante de los que creen que el filósofo sabe. Versión con nuevo estuche de la dialéctica del Amo y el Esclavo del Hegel de Kojève.

Y desde aquí, un freudiano, o sea, otro religioso, afirma que esto es una tamaña ilusión salida de la dinámica de la transferencia. El viejo modelo del amor por el propio delirio. La sujeción al mismo, al pensamiento mágico que es característico del que afirma ser científico, objetivista. La sujeción a la democrática verdad, por mayoría, por “elección”. Interesante fenómeno, ver a los intelectuales en el campo de aquellos que creen en las encuestas, y que se rigen por los cuestionarios, para sostener como verdadero cualquier postulado, incluso avasallante, digamos, como el que fundamenta la “seguridad democrática”.

Vuélvase al Marco Aurelio de Scott, y se tiene el paradigma de la democracia, incluso con el de su salvaguarda. La seguridad democrática funciona no como un mero dispositivo de instituciones encargadas de velar por el control del terrorismo. Funciona con base en el modelo de la fobia. Se crea un temor imaginario, con algunos referentes reales (es decir, hay muertos, cierto), y una figura tipo homo sacer, figura lo suficientemente localizable, lo suficientemente difusa, para mantener la prestidigitación –y sobre todo, para dirigir el deseo, impregnado de la pulsión de muerte que se desborda en esos casos: “Deberían matar a todos esos tales por cuales”.

Con ésta lógica, medieval, llamada de “Cacería de brujas”, se sostiene la Seguridad Democrática. El resultado es un enorme presupuesto, y cuerpos administrativos más o menos voluminosos, que tienen la “experiencia” –sin duda – de tratar éstos problemas valientemente, a “riesgo de sus vidas”, pues al modo de Mel Gibson, “Somos héroes”.

Esto, brevemente tocado, tomando algunos referentes de lo imaginario, pues absolutamente esta es la apariencia, sostenida en el afecto, transferencia imaginaria, transferencia primera, del mundo en que se introduce el sujeto más como objeto de amor. Si hay algo que caracteriza la democracia, es el Amor. El dispositivo se monta sobre la doxa, y la doxa es signo de la pulsión, nombrada como Amor, claro, con la máscara de la sabiduría.

El ritual adquiere dimensiones sociológicas. Muchos amantes, con los cuchillos bajo las togas, concurren a las urnas. Luego de la “elección”, narcisísticamente, estos electores verán a su ser amado en el poder, o verán a su héroe caído volver a la lucha, sin ceder en el honor.

Las espadas siempre estarán en alto, pues lo que allí las sostiene es una razón, a la cual se dirigen las catexias libidinales. Esta razón se caracteriza por su mágico devenir, por su delirante carácter, por su saber supuesto. El objeto que toma su lugar para articular la realidad del mundo es el líder amado (y odiado), que proporciona el sustrato imaginario a un invadido significante del Nombre del Padre.

Sociológicamente, los fenómenos que se observan son los de la Masa. Se logra masa crítica (la magia de la estadística) y se tiene un ser “electo” para gobernar. Este electo, un líder, cargará con el deseo de la opinión pública, un imaginario que no por no ser real, no genera un real. Hay en juego un supuesto saber, y un saber que se impone. Una propaganda reza que tantos millones de personas no pueden estar equivocados, así que la democracia debe ser, por estadística, fundada en la verdad. Galileo y otros cuantos, desde finales de la Edad Media, mostraron que en efecto, muchos millones de personas andan equivocadas. Sin embargo, la política es quemar a quien demuestra, no la verdad, sino que la mayoría narcisista no tiene la razón.

La sabia democracia actual basa su truco en el Amor. Es una estructura encerrada en el amor por el amor, para el amor y que desemboca en el amor. El dominio de lo público, las elecciones, son afectivas. Tenemos que considerar que el amor es ciego, pues el amante está en una relación con un objeto que causa su deseo. Y su deseo tiene el poder de obnubilar el pensamiento reflexivo. Lo más curioso de esta dinámica amorosa es que nadie sabe porqué ama a otro, pero simplemente no puede evitar amarlo. Es, una vez más, el problema de que el inconsciente es la política.

Hoy, los candidatos responden desde el saber supuesto, y juegan, como reinas de belleza, a acumular votos que significan poder. Me pregunto qué pasará si los filósofos acceden al poder, al estilo del viejo Vladimir Illich Ulianov. ¿Se librarán, o liberarán al mundo de la estadística mágica democracia? ¿Instaurarán formas sociales que conduzcan a los ciudadanos al contacto con la Verdad? ¿Destituirán lo imaginario como regente de la cotidianidad? ¿Serán lo mismo que los políticos tradicionales, a diferencia de que éstos si saben lo que hacen, y por qué lo hacen?

Si los filósofos confían en desafiar la percepción religiosa de la cotidianidad, sin encontrar todas las formas de resistencia posibles, obteniendo como resultado el pensamiento formal, desde el gobierno de un estado, andan en equívoco. Se encuentran ante el máximo desafío desde Aristóteles y Alejandro Magno. Observen sencillamente cualquier facultad universitaria de cualquier país, y atrévanse a sostener que allí no hay pensamiento mágico. No se diga que allí no hay intelectuales en cargos administrativos, y que no hay incluso intelectuales dueños de instituciones educativas. Sin embargo, por más ciencia, y a más ciencia, más magia y religión en su anverso.

Fíjense sencillamente en si es posible establecer no un gobierno democrático, sino un gobierno político estatuido bajo la divergencia y el desencuentro, bajo la administración que es tomada por el saber sobre lo público que ha superado la magia del deseo y ha alcanzado la mayoría de edad por la razón. Si lo consiguieran con un solo súbdito, diríamos que esto es posible. Si consiguieran que un solo tirano, para variar, el filósofo mismo, se moviera de su posición de supuesto saber, y dejara de lado sus intenciones de ser amado (de ser amo) para estatuir el amor al saber como estructurante de la vida pública, creo que tendríamos un mundo absolutamente diferente. Ese mundo tal vez sería no tan promisorio y no tan gozoso, pero al fin y al cabo, permitiría al ciudadano ser responsable de un destino intensamente buscado.

Mayo, 2010.

domingo, 9 de mayo de 2010

¿DÓNDE ESTAN LOS URIBISTAS?

¿Dónde están los uribistas?

Por María Jimena Duzán

Publicado en: Semana. com

Alguien me puede informar dónde se metieron las mayorías uribistas desde que la Corte Constitucional tumbó el referendo que le permitía al presidente Uribe aspirar a una segunda reelección. Lo pregunto porque desde entonces no aparecen ni en la red, ni en las encuestas, ni en las universidades, ni en los centros comerciales.

De un momento a otro, de ser los más activos en la red, los uribistas fueron superados por los fans partidarios de la ola verde, los cuales han acogido a Mockus en menos de un mes como si se tratara de una estrella de rock. De aparecer durante años y años como unas mayorías aplastantes e incuestionables en las encuestas electorales, hoy se han convertido en imperceptibles y no se les ve acompañando a Juan Manuel, su candidato. Si estas mayorías uribistas, que nos pintaban las encuestas tan demoledoras y tan consistentes, estuvieran con Santos, la favorabilidad de Uribe, que no baja del 70%, automáticamente habría contagiado la candidatura de Juan Manuel y hoy sería el gran favorito para ganar esta contienda electoral de manera holgada y en la primera vuelta.

Pero como ni lo uno ni lo otro está sucediendo, y en cambio al candidato de la U no solo lo están abucheando en los centros comerciales y en las universidades, sino que le ha tocado contratar a un experto en matoneo electoral como J.J. Rendón para evitar que Mockus gane en la primera vuelta, repito mi pregunta: ¿Dónde están las aplastantes mayorías uribistas? ¿Dónde fue a parar el estado de opinión sobre el que tantas fantasías de poder se montaron? ¿Por qué no pudo ganar 'Uribito' la consulta conservadora si él era el mejor representante de ese estado de opinión que, según los uribólogos, reflejaba el sentir de la mayoría del pueblo colombiano? ¿Por qué Juan Manuel Santos no tiene el teflón que tiene el presidente Uribe y en cambio sí se le está traspasando todo el desprestigio acumulado en estos ocho años de uribismo.

Como ningún uribista da razón de nada por estos días y casi todos andan con la cabeza gacha, atravesando por la etapa de la negación, yo me atrevo a aventurar algunas tesis que expliquen por qué las mayorías uribistas se esfumaron.

La primera es la más obvia, así el uribismo se frunza: en realidad esas mayorías nunca existieron como tales o al menos no como nos las promocionaron en estos años los spin doctors del uribismo, quienes nos acostumbraron a leer las encuestas a su acomodo con el propósito de convertirlas en la base para edificar el famoso 'estado de opinión' del que ya ni Valencia Cossio habla.

La segunda tesis es que estas infranqueables mayorías uribistas no eran ni tan uniformes, ni tan manipulables, ni tan uribistas. La trepada de Mockus en las encuestas demuestra que muchos de estos colombianos que antes salían clasificados en las encuestas como uribistas hoy están castigando a Uribe en cuerpo ajeno por todos los abusos de poder y por todos los escándalos que se produjeron en su gobierno. Y que los que le dan a Uribe el 70% de favorabilidad, pero califican mal su gestión de gobierno -una constante en casi todas las encuestas-, le están diciendo que muchas gracias pero que ya no más; que no lo quieren ver más en el poder ni a él ni a su pupilo porque desde hace cuatro años están desempleados, no tienen salud y perdieron su casa.

Pero además, con lo que está sucediendo en esta campaña, la tesis de que el sucesor de Uribe tendría que ser una réplica suya en razón de que esa era la única forma de llegar al poder, ya no es cierta. Queda claro también que todos los políticos que se creyeron esa falsa premisa terminaron bajando en las encuestas, comenzando por Noemí, quien en un debate dijo que Uribe no había cometido ningún error en su gobierno; para no hablar de Petro, cuya campaña fue concebida para hacerse perdonar del establecimiento acariciando el extremo centro; o como la de Rafael Pardo, cuyo lema en la consulta interna del liberalismo fue 'El siguiente paso'. Si ellos no hubieran caído en esa trampa, Mockus no estaría en la cresta de la ola verde.

El surgimiento de la inesperada ola verde demuestra que este país no se puede definir nunca más como una mayoría uribista y que por lo menos hay medio país pensando que es necesario un cambio que nos aleje de los falsos positivos, de la yidispolítica, de los jota jota, de la parapolítica y de una forma de hacer política que ha entronizado a la mafia y la corrupción.

domingo, 2 de mayo de 2010

SALIENDO DE LA CIUDAD

SALIENDO DE LA CIUDAD

Jairo Báez

He salido de la gran ciudad, en estos días donde nuestro nuevo alcalde ha decidido que la mejor propuesta que puede hacer la izquierda es tugurizarla, colocando un vendedor ambulante a cada paso por donde el transeúnte camina; así, de manera demagógica, piensa acabar con el problema del desempleo, agobiante en este país. Se le olvida a este representante de la izquierda anquilosada que el derecho al trabajo es solo uno de los muchos derechos que se tienen, tan merecible como el derecho al libre transito, el derecho a vivir en una sociedad y el derecho vivir en armonía social y ecológicamente descontaminante. A nuestro alcalde se le olvida que el principio social está en la retribución colectiva y que los vendedores, con su mercancía de dudosa procedencia, puesta en el anden de las calles en nada benefician el bien común. Los impuestos que, de hecho, son la contribución para revertir en beneficio social no aparecerán nunca; lo mismo, el incremento del contrabando poco hará para que las entradas por aranceles ayuden a cubrir el hueco fiscal que padece nuestra endeble economía. Si es por trabajo para los vendedores, bien podrían ubicarse en plazas claramente organizadas y estéticamente diseñadas, de forma que no atenten contra otros derechos y más allá que no pongan en entre dicho la emancipación de nuestro país hacia el anhelado desarrollo. No hay prueba más palpable del subdesarrollo que el desorden urbano en defensa del amortiguamiento del hambre del pobre. El principio social se sustenta en el orden y no en la satisfacción de necesidades básicas, si fuera así, cada cual, seguiría en su jungla, haciendo uso de la fuerza, para conseguir lo mínimamente necesario para seguir viviendo. Una sociedad no trabaja sobre mínimos sino sobre la calidad de vida para sus asociados. Llenándole el estómago por un día a los pobres no se logra la equidad social; la equidad social se logra cuando todos entendemos que más allá de satisfacer necesidades básicas cotidianas se debe promover la calidad de vida. El argumento claro de nuestro alcalde señala que no hay que pagar impuestos cuando de calmar el hambre se trata; siendo así, 84 colombianos de 100 están en la libertad de evadir la más esencial de todas las responsabilidades sociales: aportar para el sostenimiento colectivo en cada acto individual que se ejecute en el plano laboral.

He salido de la ciudad y no he ido muy lejos, porque la diversidad geográfica de nuestro país hace que a pocos minutos de las grandes urbes, sus habitantes se puedan desplazar por diversidad de climas y paisajes que muchos otros países, en auge de su desarrollo, envidian. Para el propósito estuve en un lugar donde, sin necesidad de cambiar el marco perceptivo, se puede observar con claridad, sembrados de papa, maíz, yuca, café, cacao, plátano, caña de azúcar, naranja, papaya, dátiles. En este sitio, como muchos otros de nuestro territorio, en quince minutos, a pie, usted puede transitar por terrenos con temperaturas promedio de 10º C y bajar a terrenos que oscilan entre los 24º y 27º C. En este sitio, en instantes, usted es testigo de cómo las nubes deciden bajar hasta lo profundo de la cordillera para beber de las aguas de la cañada, y con la misma presteza subir hasta el infinito para dejar al descubierto la imponencia y majestuosidad de los volcanes que esperan dormidos, que la contaminación de la gran ciudad les ayude pronto a reventar, para recordarnos así qué pequeños y, sin embargo, tan destructores que somos. En este lugar, así como sus moradores se ven regalados con grandiosos días de sol, también reciben intensos días de lluvia, ambos de gran beneficio para sus sembradíos y cría de animales domésticos.

Salí de la ciudad con la zozobra e intranquilidad por mi integridad personal; muchas cosas dicen los noticieros en la ciudad, ahí empieza el verdadero terrorismo, que impide el libre circular por nuestro hermoso país. Quise, con espíritu de investigador, comprobar, o al menos, vivir de cerca la realidad de mi país, afuera de la ciudad. Es conmovedor, el fantasma de la muerte y la violencia alimenta las conversaciones de los habitantes de este hermoso territorio donde decidí pasar unos días. Frases como ¨Aquí en este sitio mataron al hijo de don Antonio¨, ¨Allá en aquel alto le dieron plomo al tal Jorge¨, ¨Allí en aquel árbol amarraron al marido de María y le dieron bala hasta que se cansaron¨, ¨Arribita de ese cafetal soltaron las bombas y los helicópteros duraron dando vuelta todo el día disparando como locos¨ ¨A Rodrigo le tocó anochecer y no amanecer porque lo querían pelar¨, son normales en conversaciones que se hacen en voz baja porque aún se tiene miedo a ser escuchado y enjuiciado a muerte o al destierro. Hablar en esa región es ya un delito. Se sabe quien los mata o los destierra, se sabe a quien matan o destierran, pero no se sabe por qué los matan o los destierran. Son tres grupos armados diferentes, y una población campesina, maltratada por el triunfador de turno. Hoy se apoderan los unos, mañana los otros. El campesino sólo acierta a callar o hablar en voz baja para aplazar su vinculación en un conflicto que no sienten suyo. El campesino no habla de los ideales vistos en los grupos armados, sean los que sean; el campesino sólo sabe que quien se apodera militarmente del territorio mata y desplaza.

El ser extraño en esa tierra es un riesgo, los campesinos ven en el recién llegado un peligro y no un amigo; están acostumbrados a que todo extraño llegue a causar daño y por tal motivo ya no confían en nadie. Miradas disimuladas salen por las ventanas o las hendijas de las paredes, y sin mayor escrutinio llegan a la conclusión que el recién llegado pertenece a alguno de los grupos armados. Cualquier indicio es suficiente para ubicarlo en determinado bando, su caminar, su vestir, su calzar, su mirar; todo puede ser utilizado en contra del extraño, pues difícilmente el campesino encuentra signos de amistad y bondad en el ahora llegado. Sólo el caminar con un conocido de la región le da cierta tranquilidad a los demás pobladores; no obstante, las averiguaciones siguen de espaldas al extraño y los anfitriones. El forastero abandonará este territorio y aún no quedarán los campesinos convencidos de su inocencia. Celosas requisas a lo largo del camino de regreso, le dirán que jamás será libre de culpa. En este territorio se cambió la sentencia jurídica: allí se es culpable mientras no se demuestre lo contrario; lo difícil es demostrarlo.

Allí, los pobladores arreglan sus conflictos por medios bastantes particulares. Pueden saldar una deuda mediante la vinculación de la contraparte al conflicto con un falso informe al grupo contrario. Si un campesino debe un dinero y no quiere pagarlo, la forma más fácil de quitarse el acreedor es informar falsamente al grupo armado de turno, que éste es informante del otro grupo. Los conflictos también los puede arreglar la autoridad, institucionalmente establecida, pero en su imposibilidad el comandante del grupo armado, al margen de ley, será quien dirima el problema y de una vez por todas. -Curiosamente los comandantes se hacen nombrar con alias muy parecidos a los que se utilizaron en la escalada violento-política del 1950 a 1953. El Cóndor de ayer es reemplazado por el Águila de hoy-. Ya de la forma cómo los campesinos hacen uso de la violencia política para arreglar problemas personales, había tenido referencia cuando hice seguimiento a un estudio de adolescentes en zona de conflicto en el Sur de Bolívar. Es la forma como la violencia engendra más violencia, y de cómo los desplazamientos y las muertes se dan por cosas tan insignificantes como las rencillas entre vecinos ocasionadas en una gallina que le dio por poner un huevo en el sitio equivocado.

Tuve la oportunidad de hablar con un concejal, recién elegido por el grupo minoritario. El señalaba su temor, y la imposibilidad de actuar antes de empezar en su ejercicio, debido a la zozobra de que cualquier intervención suya fuera interpretada como subversiva por la bancada del grupo mayoritario. Sin embargo, no perdía la esperanza de que los grupos armados, se dieran cuenta que se pueden hacer cosas valiosas por la comunidad sin necesidad de pertenecer a determinado pensamiento político imperante. El concejal, al igual que muchos otros pobladores, señalaba estar contento de ver personas de la ciudad, que se atrevían a visitar su región, y pedía colaboración en la solución de los problemas locales. El concejal era consciente del grado de violencia vivido pero también asumía que ésta se podía manejar con otro tipo de propuestas más constructivas y de servicio a toda la comunidad sin importar a qué le apostaba o con quién compartía. Fui afortunado, bajé al pueblo el día de la posesión del alcalde local, y así pude constar el temor de las gentes de ser vistas con otras gentes, por miedo a las represalias del grupo contradictor. Se sabía que el alcalde y la mayoría de los concejales pertenecían al grupo armado ilegal que mantiene el poder actual en la región. ¨Por recibir una cerveza se puede perder la vida¨, así que lo mejor es no participar de jolgorios propios de la alegría al obtener el poder legalizado, sea del grupo o persona que sea. Son muchos los ojos que vigilan y muy poco el rigor en la información que trasmiten. Parecería que la población ya sabe quien pertenece a qué; sin embargo, callan por miedo a las represalias, sólo los comentarios en voz baja entre pares es posible.

En este sitio, debido a los bombardeos de las fuerzas institucionales y tiroteos de los grupos armados al margen de la ley, los animales domésticos (caballos, mulas, perros, especialmente) empiezan a mostrar comportamientos fóbicos y defensivos que en nada ayudan al campesino en sus labores. Los animales se encabritan o se enconchan cuando escuchan el ruido de un automotor o de un avión o helicóptero que vuela a baja altura. La manifestación de la violencia con armas sofisticadas y de gran explosión no solamente está afectando el comportamiento de los campesinos en esta región, sino también la de sus animales, los que siguen utilizando en sus labores diarias. Los accidentes no se hacen esperar, siendo común por estos días escuchar diferentes casos de personas que han caído de sus caballos cuando estos se asustan, brincan y se desbocan desesperados a la menor presencia del ruido de un carro.

Allí a donde viajé, encontré hombres y mujeres que han tenido que soportar dos momentos políticos violentos. El que ellos achacan a Laureano Gómez y el actual. Si en 1950 tenían miedo de dormir en sus propias casas por miedo a que en la noche los grupos armados vinieran a matarlos por el único hecho de ser señalados como liberales, hoy tienen miedo de ser desterrados o muertos por el único hecho de ser señalados como colaboradores de la guerrilla o los paramilitares. En ese entonces les tocaba preparar los alimentos antes que anocheciera e irse a comer y dormir al monte; hoy no se puede hablar ni con el familiar más cercano, por miedo a que una palabra o frase sea malinterpretada y mediante el rumor, llegue a oídos de los jefes y comandantes de los grupos armados. Allí a donde viajé, encontré hombres que aún recuerdan cómo el cura a las seis de la tarde se vestía de militar y salía con los demás a matar liberales porque era necesario conservatizar la región; recuerdan como el General Rojas Pinilla hizo recoger los niños huérfanos de la región y los internó en un auspicio para así salvarlos de la muerte inminente. Allí encontré personas que adoptaron un perrito que se negaba a moverse del sitio donde vio morir a su amo; enterraron a su amo, la aterrada esposa de su amo cogió su única hija y abandonó esa misma noche la región para nunca más volver, dejando abandonado todo aquello que tanto les costó obtener: un pedazo de tierra para sembrar y vivir; pero allí también conocí personas que envenenaron el perrito posteriormente, porque los adoptantes no compartían las marrulladas que éstos hacían a los vecinos.

En el lugar donde estuve, se da el caso de mujeres que abandonan a sus hijos y padres para ingresar a las filas de los grupos armados; pero no por convicciones políticas o ideológicas, sino por haberse enamorado de alguno de sus militantes, Mujeres enceguecidas por el afecto se someten a la disciplina militar y engrosan prontamente el listado de los caídos en batalla. En el lugar donde estuve, escuché de mujeres (madres e hijas) que tuvieron que jugársela con el mejor postor para asegurar el bienestar de su familia: hoy eran la amante del comandante de un grupo armado, mañana, cuando el otro grupo se imponía, la amante del comandante del grupo contrario y, tal vez, pasado mañana, si el Estado hacia presencia, la amante de un sargento de nuestro ejército nacional. En el lugar donde estuve, los miembros del ejército nacional, se vanaglorian ante el campesino, contando con infinidad de detalles la forma macabra y sangrienta en que dieron muerte a un supuesto insurgente. ¨le metí un tiro por el ojo y le arrancó media cabeza¨, ¨lo amarramos a un árbol y le rompimos las piernas con tiros fusil¨, ¨mejor dicho no le cuento todo lo que le hicimos porque si no esta noche tiene pesadillas y no puede dormir¨. En el lugar donde estuve, supe de personas que van y cometen sus fechorías en las grandes ciudades y para huir de la justicia regresan a ese territorio para seguir delinquiendo a pequeña escala y haciéndole la vida difícil a los vecinos. Se roban un huevo, una gallina, un racimo de plátano; rompen cercas, suspenden maliciosamente el suministro de agua cortando las mangueras de conducción, dañan sembradíos, maltratan animales, etc. Se comportan como pequeños ladronzuelos para no despertar la ira de los vecinos que los podría denunciar y más bien los tratan con bondad y comprensión, a las que ellos no corresponden. La ignorancia y la falta de educación se hace patente en esta clase de personas, que no logran entender el fin social y el respeto a las normas mínimas de convivencia.

viernes, 23 de abril de 2010

EL ALMA DE LOS VERDUGOS

El alma de los verdugos

Gerardo Young.
gyoung@clarin.com

Publicado en el Clarin.
5 de abril 2010



Primero Von Wernich, luego Astiz, "El Tigre" Acosta y Pernías. En Tribunales, hoy se los escucha como nunca. ¿Qué piensan? ¿Sienten remordimiento? Sus coartadas y quejas. Los días en prisión.

El único que viste jean, camisa escocesa y mocasines, es Alfredo Astiz. Los otros acusados llevan impecables trajes de tintorería, corbatas rosas o rayadas. A las cinco de la tarde se levantan sonrientes de sus asientos de cuero, se saludan entre sí, se festejan, giran para mandar besos a la treintena de familiares y amigos que observaron las 9 horas de la jornada del juicio desde el palco. Junto a los familiares, sólo hay un estudiante de Estados Unidos y el periodista de Clarín. Muy poco público, a pesar de ser el acontecimiento judicial sobre la represión más importante desde el Juicio a las Juntas de 1985. Los acusados son nada menos que los responsables de la ESMA, el mayor centro clandestino de detención de la última dictadura militar.

¿Qué piensan esos señores de traje o camisa escocesa? ¿Qué pasa por sus cabeza ahora que han pasado más de treinta años desde que eran los dueños de la vida de miles de personas? ¿Sienten remordimiento? ¿Miran hacia atrás con la libertad que regala los años? ¿Son psicópatas o sólo engranajes de un sistema psicótico?

En su libro El Alma de los verdugos, editado hace unos meses (en coautoría conVicente Romero), el juez español Baltasar Garzón, quien juzgó a muchos de los responsables de la represión argentina, cuenta una charla que tuvo con el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Y le dice Galeano:

- En el fondo los verdugos son burócratas del dolor. No les vamos a regalar la grandeza de creer que son monstruos extraordinarios.

Las pericias psicológicas que se hacen a todas las personas que enfrentan un juicio, en estos casos han dado un resultado casi calcado: se trata de hombres "normales", conscientes de cada uno de sus actos. Eso corre para Astiz, para Jorge "El Tigre" Acosta -ambos señores de la ESMA-, pero también para el cura Christian Von Wernich y otros. Ninguno ha podido argumentar algún grado de inimputabilidad psicológica.

Como dice Baltasar Garzón en su libro, son personas normales que en determinado mataron y luego dejaron de hacerlo. "Lo que hicieron resulta incomprensible para una mentalidad normal. Pero eso no quiere decir que los autores ni los ejecutores de aquel plan criminal estuviesen locos. Estaban perfectamente cuerdos y sabían lo que hacían y las consecuencias que tendrían sus actos".

Cuando se habla de los verdugos de la dictadura, se está hablando de muchos. Los registros oficiales estiman que existieron 340 centros clandestinos de detención en 11 provincias, en los que trabajaron no menos de 20 mil personas, de las cuales, entre la CONADEP, el Ministerio de Justicia y los organismos de Derechos Humanos, han logrado identificarse a unos 2.500 verdugos.

¿Qué dicen ellos? Los testimonios empezaron a desplegarse lentamente a partir de la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, en junio de 2005, que permitió retomar los juicios contra los represores. Los primeros en ser condenados habían actuado dentro de la Policía Bonaerense. Fueron los ex policías Simón "El Turco" Julián, Miguel Etchecolatz, y el sacerdore Von Wernich, quien, antes de ser condenado el 9 de octubre de 2007, dijo que los testigos que lo habían acusado eran "el demonio". De Von Wernich se sabe: asistía a las salas de tortura para "garantizar" la "conversión" de los torturados antes de morir.

En diciembre pasado empezó, en los Tribunales de Retiro, el juicio a los jefes de la ESMA. Son 19 los acusados, y algunos de ellos están declarando. Astiz, aquel rubio marino que pasó a la historia por infiltrarse entre las Madres de Plaza de Mayo y por ser de los más eficaces "cazadores" de enemigos de la dictadura, decidió provocar, mofarse. Apenas se inició el juicio, se levantó de su asiento y mostró a la audiencia un libro llamado "Volver a matar", de Juan Bautista Yofre, donde se narran los crímenes cometidos en los '70 por los grupos guerrilleros. El 17 de marzo pasado, cuando tuvo la oportunidad de declarar, Astiz permitió leer un texto que había escrito en la cárcel y que refleja una posición mayoritaria entre sus viejos camaradas: "Sólo cumplimos órdenes, sólo somos soldados que participamos de una lucha y la ganamos".

La obediencia debida es clave para entender este proceso. No sólo porque signifique una parte esencial del sistema de coartadas, sino porque, de algún modo, encuentra allí una liberación. Según el psicoanalista Hernán C. Guggiari, la obediencia debida es una tesis exculpatoria comparable a la psicósis alucinatoria: como la del hombre que escucha una voz que le dice "Mata", y entonces va y lo hace. (Ver Sobre la psicosis...)

La dictadura militar gobernó al país entre la madrugada del 24 de marzo de 1976 y la mañana del 10 de diciembre de 1983. Está claro, ya, que la represión se inició antes, al menos desde el 21 de noviembre de 1973, con el primer atentado de la Triple A, contra el político radical Hipólito Solari Yrigoyen. El discurso de los actores más notables de la represión -Astiz, Von Wernich, Acosta o Pernías- coincide en intentar recontar aquellos años, en instalar la idea de que la represión fue reacción a un tiempo de extrema violencia, protagonizado por las guerrillas que, es innegable, atentaban con bombas y secuestros.

¿Pero piensan, realmente, que darle al contexto una mayor dimensión, incluso más precisa, los libera de las responsabilidades de la picana y los desaparecidos? "Este es un tribunal de facto y ya tiene la sentencia firmada", dijo Astiz en el juicio. Se saben condenados; lo que buscan es justificarse.

"Ellos no entienden qué hacen acá, juzgados, por algo que hicieron como soldados en un contexto totalmente diferente. No entienden por qué ni cómo cambiaron tanto los tiempos, por qué ahora nadie se acuerda de los guerrilleros y sólo se habla de ellos", dice Guillermo Coronel, hijo y abogado de Julio Coronel, uno de los acusados en el Juicio a la ESMA al que le atribuyen, en particular, la muerte del periodista y escritor Rodolfo Walsh.

Coronel hijo habla con el periodista de Clarín apenas termina una nueva jornada del juicio a la ESMA, el miércoles pasado. Está tranquilo, intenta explicar la posición de los suyos, espera que lo llamen desde la Alcaidía. Su padre es uno de los pocos que, por tener más de 70 años, volverá a su casa a cumplir el encierro domiciliario. La mayoría de los otros está viviendo en la cárcel de Marcos Paz, donde un pabellón de seguridad especial los reúne días y noches desde que empezaron a caer presos (Ver página 34).

En la cárcel de Marcos Paz, entre mates y juegos de cartas, es donde los ex miembros de los Grupos de Tareas comparten estrategias, penas y añoranzas. Cuenta otro defensor, que prefirió el anonimato: "Se comparte información de las causas, se cruzan datos y algunas estrategias, como cuestionar la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Pero ellos no se arrepienten de nada, están convencidos de que lo que hicieron fue parte de una guerra".

La mención a una guerra está en boca de todos los represores desde siempre. En sus declaraciones, citan una y otra vez los atentados de Montoneros, ERP y otras organizaciones guerrilleras, aun cuando esos atentados no pueden justificar lo que vino después. Pero lo notable y novedoso es que muchos de ellos no hablan de una guerra pasada y muerta. Hace veinte días, fue invitado a declarar en el juicio a la ESMA quien fue el jefe máximo del Grupo de Tareas, "El Tigre" Acosta. De pelo increíblemente blanco y lacio, la cara en forma de pera, Acosta todavía siente su vieja superioridad y se creyó obligado a contestar preguntas, a dialogar fuera del esquemático escrito que había preparado. Y entonces habló de una guerra en presente continuo, de una guerra que creía ganada y ahora ve perdida: "En el actual gobierno hay guerrilleros, como Duhalde o Righi". Se refirió así al Secretario de Derechos Humanos, que en los '70 era abogado de militantes sociales, y a Esteban Righi, ministro del Interior de Cámpora y ahora Procurador General. ¿Pero es que Acosta no advierte que tanto Righi como Duhalde ya peinan canas, que incluso él ha visto pasar más de 34 años desde el golpe Isabel Perón? Acosta no está para la nostalgia, sino que se expone pragmático, provocador. "Uno de los grandes problemas fue haber dejado gente viva", dijo aquella tarde. El reproche tenía un destinatario claro. Y es una queja que comparte con muchos de sus compañeros en el juicio, una queja contra el ex almirante Emilio Massera, mandamás de la Armada en la primera Junta de la Dictadura e inventor de un proyecto inédito en la historia, el de intentar convertir a sus torturados, o al menos a algunos de ellos, en bastiones de un nuevo proyecto político acorde a sus deseos. Sólo por eso hubo sobrevivientes de la ESMA. Sólo por eso se pudo conocer tanto de lo que ocurrió en el Casino de Oficiales, lugar donde fueron torturadas y empezaron a desaparecer 4.500 personas.

El miércoles pasado le tocó a Pernías, otro de los marinos de aquel grupo. Clamó: "¿Qué pretenden? ¿Que nos humillemos de rodillas? Y cargó, como Acosta, contra "este gobierno que distorsiona la historia", en referencia a los Kirchner.

Uno de los documentos más aterradores de los métodos represivos de la dictadura, es un cuaderno que dejó Carlos José Samojedny, militante de izquierda detenido por la Triple A en 1974. Samojedny estuvo preso primero en Rawson y finalmente en la cárcel de Caseros, hasta la recuperación de la democracia. Sólo entre febrero de 1975 y noviembre de 1980 alcanzó a contar 235 sesiones de tortura. A pesar de eso, nunca olvidó su profesión, la de psiquiatra. Y aprovechó el encierro para analizar la conducta de torturados y torturadores. Sus conclusiones ocupan 38 carillas de terror, 38 carillas históricas ahora a la vista del periodista de Clarín, que describen los límites insospechados del ser humano. Samojedny escuchó, habló, observó y preguntó, para luego analizar y clasificar a los torturadores y torturados. De los verdugos hizo varias clasificaciones. Los definió según el grado de contacto que tenían con las víctimas, con el dolor de las víctimas, con las técnicas de tortura. Los encontró morbosos, sadomasoquistas, obsesivos, pero sobre todo encontró a muchos "paranoicos". De ellos escribe:

"El paranoico es el torturador ideológico, fascista, de ultraderecha, racista. Cree en un mundo occidental y cristiano y que está combatiendo el mal. Además de torturar, es partidario de eliminar a la víctima para acrecentar su sentimiento de triunfo. Utiliza las técnicas de tortura más aberrantes, no es proclive a las aberraciones sexuales, desprecia al resto de los torturadores, no considera a lo suyo como un trabajo sucio si no como un arma ilegal pero efectiva."

¿No se refería a la misma psicosis alucinatoria que menciona Guggiari? Quizá no haya más misterio -ni menos- que una voz oculta, que el designio de una convicción ilusoria. De otro modo: "¿Cómo explicar que alguien se haya convertido en asesino durante tanto tiempo y de pronto deje de serlo?", se pregunta Baltasar Garzón.

Myriam Bregman, abogada de la familia Walsh en el juicio a la ESMA, intenta probar la participación de los acusados en la muerte del escritor. Ella sigue el juicio día a día, observa a los marinos, los ve "sonreír en los pasillos, como si todo fuera un juego". Pero también está sorprendida: "Hay un cambio en relación a lo que pasaba antes. Ahora están culpando a la institución de la Armada, a los que eran sus jefes por no haberse hecho cargo. Están pidiendo una defensa que ya no encuentran".

Como tantas veces cada vez que se hable de tragedias así, hay que recurrir a la filósofa Hannah Arendt. Después de presenciar el juicio a Adolf Eichmann, el gran arquitecto de la solución final nazi, Arendt cayó en un estado de perplejidad. Es que Eichman sabía lo que había hecho, pero lo veía como un medio para ascender en su carrera, para obtener más poder, no como un fin en sí mismo. Fue entonces cuando Arendt empezó a hablar de "la banalidad del mal".

Se sabe que Eichmann estuvo en la Argentina en la década del cincuenta. Pero habrá sido apenas una pirueta de la historia, porque el drama es humano y no sólo nuestro. Como dijo Eduardo Galeano en la charla que inicia esta nota, "el peor de los verdugos es el sistema que necesita de verdugos". O sea: el sistema que dice "Mata". Y que logra que algunos lo obedezcan.