Por: Sergio Malagón P.
Él
Un día cuando volvía a su casa, por primera vez la vio.
Estaba sentada en la sala con las piernas abiertas, llevaba una minifalda y un
saco negro, su cara lívida se escondía tras un velo oscuro y sus piernas eran
largas y famélicas. No le pareció extraño verla sentada a ella en sala de su
casa, siguió a su habitación y luego volvió a la sala pero ella ya no estaba.
En la noche se preguntó a si mismo cuál era la razón de no haberle hablado a
aquella mujer que lo esperaba la sala y luego pensó que ni siquiera le había
preocupado el hecho de una mujer extraña a quien no conocía hubiese podido
entrar a su casa. La cual cuando él llego seguía cerrada con llave como cuando
salió por la mañana.
Otra tarde, de esas tardes de agosto cuando el viento juega
con los árboles y las hojas se estremecen hacia el suelo con vehemencia, la
volvió a ver, esta ella sentada en la sala de su casa, en la misma posición de
la vez pasada, con su velo que le cubría toda la cara, esta vez quiso hablarle
pero apenas pronuncio un simple “hola” ella lo miro como si no hubiera nada,
como mirando a través de él. En ese instante el semblante de él cambio y temió
importunarla con sus palabras así que se calló y siguió a su habitación pero
cuando volvió a la sala ella ya no estaba.
Días pasaron persiguiéndose siempre con la misma cara larga
y otra vez más la volvió a ver. En el retrovisor de su carro cuando él se
disponía a volver de su trabajo a la casa. No le preocupo preguntarse cómo
había entrado ella al carro, incluso se alegró de tener compañía camino a casa.
Él se armó de valor para invitarla a pasar a su casa pero cuando volvió a mirar
el retrovisor ella ya no estaba, solo
había una rosa negra con pétalos
inmarcesibles en el asiento trasero.
Ella
Un día cuando volvía a su casa, por primera vez lo vio.
Estaba sentado en la sala con las piernas cruzadas, llevaba un pantalón y un saco negro, su cara lívida se escondía
tras un sombrero oscuro y sus piernas eran largas y delgadas. No le pareció
extraño verlo sentado a él en sala de su casa, siguió a su habitación y luego
volvió a la sala pero él ya no estaba.
En la noche se preguntó a si misma cuál era la razón de no haberle hablado a
aquel hombre que la esperaba la sala y luego pensó que ni siquiera le había
preocupado el hecho de un hombre extraño a quien no conocía hubiese podido
entrar a su casa. La cual cuando ella llego seguía cerrada con llave como
cuando salió por la mañana.
Otra tarde, de esas tardes de agosto cuando el viento juega
con los árboles y las hojas se estremecen hacia el suelo con vehemencia, lo
volvió a ver, estaba él sentado en la sala de su casa, en la misma posición de
la vez pasada, con su sombrero que no permitía ver los rasgos de su cara, esta
vez quiso hablarle pero apenas pronuncio un simple “hola” él la miro como si no
hubiera nada, como mirando a través de ella. En ese instante el semblante de
ella cambio y temió importunarlo con sus palabras así que se calló y siguió a
su habitación pero cuando volvió a la sala él
ya no estaba.
Días pasaron persiguiéndose siempre con la misma cara larga
y otra vez más lo volvió a ver. En el retrovisor de su carro cuando ella se
disponía a volver de su trabajo a la casa. No le preocupo preguntarse cómo
había entrado él al carro, incluso se alegró de tener compañía camino a casa. Ella
se armó de valor para invitarlo a pasar a su casa pero cuando volvió a mirar el
retrovisor él ya no estaba, solo había una rosa negra con pétalos inmarcesibles
en el asiento trasero.
Aquellos
Él soñó con el cuerpo de ella, ella con el cuerpo de él, nunca
se habían visto a la cara pero se imaginaban, divagaban sobre sus rasgos y
nunca se les pasó preguntarse porqué se aparecían de traje negro.
Ella como tentando al destino esa noche, cogió una de sus
cajas de antidepresivos, saco todos los que habían y con una copa de whiskey se
los mando adentro.
Él como tentando al destino esa noche, cogió una de sus
cajas de antidepresivos, saco todos los que había, los contempló, no cabían en
su puño, sin tomar nada se los tragó uno por uno.
Ella saco de su armario un viejo vestido que había usado en
el entierro de su madre, era una minifalda negra con una blusa negra, un saco y un velo.
Él abrió su closet busco entre toda su ropa algo elegante,
se encontró un viejo traje que había usado para el entierro de su padre, este
traje era negro con pantalón y chaqueta y un sombrero que tapaba los rasgos de
su cara.
Mientras aún tenían consciencia aquellos salieron de sus
casas, tomaron sus autos, llegaron a algún bar y se esperaron sin nunca llegar.
Cuando la campana de la iglesia marco las doce fueron al puente más cercano. Se
detuvieron, miraron la luna como si nunca la hubieran mirado, sintieron ganas de aullarle, estaba excelsa en el
firmamento, pusieron algo de buena música en sus carros quizá Blues y miraron la luna por alguna extraña
razón sintieron París. Luego de un rato miraron al fondo. Un caudaloso rio de
imponte caudal se abalanzaba debajo, miraron por todos lados, la noche estaba
fosca y no había nadie, pensaron aquellos de pronto en el silencio que
respiraban los árboles, la noche y la ciudad. Nadie preguntaría por aquellos así
que decidieron saltar.
Al otro día un titular de un periódico que yo estaba leyendo
decía: “Pareja se ha suicidado”.
Leí la noticia sin mucha atención y decía algo así:
Esta mañana oficiales encontraron en la orilla del rio dos cadáveres.
Se presume que aquellos eran una pareja. La autopsia revelo agua en sus
pulmones y además una cantidad elevada de antidepresivos en sus estómagos. No
se tiene ningún dato de quienes eran aquellos, no poseían ningún documento de
identificación y no había registro alguno de sus huellas digitales.
¡Ah! Y además decía que junto con ellos se encontró una
extraña rosa de color negro que abría sus pétalos a la vida.