Por: Jairo Báez
Que
nos hemos perdido en las seguridades que nos brinda un mundo tangible mediante
los sentidos y olvidamos que somos seres de lenguaje, es una proposición que invita
de nuevo a la reflexión. Desechamos ese logo tan perfecto de ¨seres hablantes¨
que por antonomasia nos corresponde, para asumir ilusamente que existen seres
iluminados que no hablan sino que logran captar la realidad y describirla
mediante la creación de un lenguaje depurado, capaz de trasmitir las verdades
reveladas. En esa ilusión se la ha pasado occidente, denigrando de la condición
de hablante, que hace aparecer un mundo mediante actos de lenguaje, pero, que
en nada asegura el absoluto acceso a una realidad por siempre revelada. Perdido
en la búsqueda de verdades finales, el hombre de occidente perdió el camino que
le brinda esa condición, para hacer mundos mucho más acordes con una
convivencia y aceptación de la multiplicidad de realidades que permitan una
existencia dispar pero respetable. Sin aceptar que su consabida perfección de
compresión e intelección de la realidad es un ¨palabrerío¨ más, aquel que lo
produce y aquellos que se acogen a él, se asumen los únicos portadores de la
verdad y así, combatientes inmisericordes contra todos esos que den lugar y
compartan otros ¨palabreríos¨. Precisamente, así es como en la historia del
occidente se puede ver que el palabrero pagano es combatido por el palabrero
religioso y este, a su vez, combatido por el palabrero filosófico y, este
último, combatido por el palabrero científico; esto, sin mencionar, que a su
interior, se puede comprender lo mismo: un palabrero religioso, combate otro y
así en cualquiera de los campos mencionados.
En
occidente, advenimos fascistas al mundo y la gran lucha, que ha de encarar cada
ser hablante, es exactamente esta, dejar de imponer nuestros criterios a los
demás hablantes y permitir que cada uno se autoimponga su criterio; ya con eso
es suficiente. Si a cambio de querer imponer nuestros criterios al otro, -
desvalorizando la necesidad de imponer los propios a nuestro sí mismo-,
promulgamos por ser coherentes con lo que enunciamos, el problema de lo
occidente sería otro; no sería ese mismo que ha ocupado su hacer durante tantos
milenios. La hegemonía no se impone, la hegemonía debe emerger espontáneamente,
si aquella, en alguna parte de lo real yace. Por eso se debe insistir, la
lucha, la única lucha que se ha de encarar es contra el fascismo que quiere
homologar a todo ser hablante bajo un mismo saber y una misma práctica.
Si
los auto-denominados investigadores y los amantes de la verdad de occidente,
confesaran que sus grandes aportes y descubrimientos se dan más en las
relaciones que establecen entre ellos en los pasillos, las cafeterías, los
bares y las camas y que más bien nada, en las aulas de clase, los laboratorios
y en los refinados experimentos, tal vez, el avance hacia una depuración de
tanta palabrería que llaman ciencia podría tener un mejor futuro. De igual manera,
si confesáramos que es más el narcisismo y el amor propio lo que nos mueve
hacia la gloría intelectual y para nada el deseo de un bien social o,
mínimamente, el bien hacia otro que no sea el sí mismo, las relaciones entre
esos sujetos hablantes serían más auténticas; por tanto, más productivas para
el bienestar de cada uno.
Una
posición ética es lo que se necesita; una posición que arrastre a otros seres
hablantes a su cumplimiento. Pero no mediante la imposición violenta y grosera
sino mediante la seducción propia de quien se convierte en objeto de deseo del
otro. La posición ética, esa que conlleva imaginar y simbolizar un real
imposible para desde allí actuar, es lo que debería preocupar y ocupar a
occidente; la anexión de otros a esa posición, total o parcial, en poca o gran
medida, no debe ser ningún motivo de intencionalidad intrusiva y policiva; el
despertar el deseo en el otro, al hacer evidente la forma como ese ser hablante
actúa, imagina y piensa, será lo mucho, lo poco o nada esperado. Con sostenerse
en una dicha posición ética es más que suficiente para garantizar el lazo
social.
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