Tomado de: Pijamasurf.com
10 experimentos que de algún modo revelan la existencia de esas potencias
que al menor descuido se apoderan de la frágil mente humana, ese juguete de
fuerzas que nunca creeríamos que también nos habitan y forman parte de
nosotros.
La mente humana —que de algún modo experimentamos
como un teatro— se compone de elementos que fácilmente podemos manipular, sea
con variaciones de la propia percepción o con agentes externos que, como los
químicos, intervienen directamente en las estructuras del cerebro.
Sin embargo, como con todo experimento, la
posibilidad de fracaso se encuentra siempre presente. Hay ocasiones en que las
cosas no se resuelven como la hipótesis inicial lo planteaba y las variables
salen del control de los experimentadores.
A continuación presentamos 10 experimentos que
desbordaron todas las previsiones planteadas, demostrando de algún modo que la
mente es, como querían los antiguos griegos, el juguete predilecto de potencias
que se manifiestan solo cuando el precario dominio que ejercemos sobre ella
afloja por un instante la rienda.
El experimento de la prisión de Stanford
En 1971, Philip Zimbardo, psicólogo en la
universidad de Stanford, convocó a un grupo de estudiantes para estudiar la
manera en que se asumen ciertos roles —y, secretamente, para explorar la noción
del mal en el alma humana. Simulando una cárcel, algunos tomaron el papel de
guardias y otros el de prisioneros, aunque sin avisarles previamente. Una
mañana kafkiana los primeros fueron a los hogares de los segundos y los arrestaron,
llevándolos a celdas donde los vigilaban y incluso más que eso: pasados algunos
días, el poder obtenido súbitamente trastornó tanto a los guardias que pronto
incurrieron en prácticas sádicas como la tortura. Apenas 6 días después de
iniciado, Zimbardo se vio forzado a suspender el experimento.
Wendell Johnson y los huérfanos
tartamudos
Tomando como sujetos de experimento a 22 niños
huérfanos, 10 de ellos tartamudos, Wendell Johnson, de la universidad de Iowa,
los dividió en dos grupos que recibieron, cada uno por su cuenta, terapia del
lenguaje, solo que el primero con un terapista que reconocía sus progresos y el
otro con uno que castigaba sus errores. Con el tiempo, los niños pertenecientes
a este último grupo mostraron serias afectaciones en su salud mental e incluso
algunos desarrollaron trastornos que antes no tenían. Todo esto sucedió durante
seis meses 1939. En 2007, seis de los niños del grupo “negativo” recibieron una
compensación de casi 1 millón de dólares por el daño causado por el experimento.
MK-ULTRA
El célebre proyecto MK-ULTRA de la CIA, que tenía
como propósito fundamental explorar la noción y las aplicaciones del control
mental, fue durante la década de los 50 y los 60 un semillero de individuos
desequilibrados cuyas vidas terminaron destruidas por esta ambición de reducir
a una persona —y eventualmente a cientos o miles— a un objeto sin voluntad
propia.
Elefantes en LSD
El LSD, una de las drogas favoritas de la
experimentación en la década de los 60 y los 70, enigmática en sus efectos
sobre la mente, conoció también una prueba en que fue administrada a un
elefante por Warren Thomas, director del Lincoln Park Zoo situado en Oklahoma.
Su prueba, sin embargo, aportó poco o nada al conocimiento científico, pues el
animal que recibió la dosis murió a los poco instantes entre convulsiones y
estremecimientos.
El experimento de Milgram
Antecedente directo de Zimbardo, Stanley Milgram
estaba obsesionado con el concepto de autoridad y la manera en que cualquiera
lo asume casi sin reflexionar, apegándose inmediatamente a los mandatos de otro
solo porque, digamos, este viste una bata (y entonces suponemos que es un
médico) o se encuentra en una jerarquía social superior (categoría que, cuando
se le mira de cerca, también parece bastante endeble). En particular Milgram no
entendía el asunto del Holocausto, el hecho de que una persona perdiera toda
piedad, compasión y demás emociones humanas y, aparentemente como si realizara
una acción mecánica, matara a decenas o cientos de personas.
El experimento de Milgram consistió en pedir a
una persona que hiciera preguntas a otra, a quien cada respuesta equivocada le
costaba un choque eléctrico cuya intensidad aumentaba a la par de los errores,
todo esto supervisado por un hombre con la aparente autoridad de un científico
que conocía las razones del experimento.
Lo que no sabía la primera persona es que su
contraparte era un actor que fingía el dolor sentido por las descargas
eléctricas, mismas que en realidad no existían.
Para sorpresa de Milgram, había personas que
siguiendo las órdenes del supervisor seguían aplicando los choques a pesar de
que el hombre se retorcía de dolor y suplicaba que su agonía cesara.
Esquizofrénicos que dejaron de tomar sus
medicinas
En los ochentas, un grupo de psicólogos de la
Universidad de California diseñó un experimento para saber cómo mejorar el
tratamiento de la esquizofrenia, teniendo como fase fundamental que pacientes
con esta enfermedad suspendieran los medicamentos que acostumbraban consumir
para mantenerla a raya. La medida fue contraproducente y casi todos vieron
exacerbados sus síntomas. Incluso uno, Tony LaMadrid, saltó desde la azotea de
un edificio seis años después de haber formado parte del estudio.
El pozo de la desesperanza
Como inspirado en una ficción de Poe o algún otro
maestro del terror, el psicólogo Harry Harlow buscó arrancar su secreto al amor
aislando monos en un aparato que denominó “el pozo de la desesperación”, una
cámara vacía en la que el animal se encontraba privado de todo estímulo y
socialización. ¿Los efectos? Ninguno otro más que la locura, manifestándose en
comportamientos como que algunos animales comenzaron a comerse a sí mismos.
La Tercera Ola
La Tercera Ola (The Third Wave) fue el nombre que
recibió un experimento a un tiempo psicológico y político, en el que se
pretendió comprender cómo una sociedad democrática podría virar hacia el
fascismo y el autoritarismo. Entre un grupo de estudiantes adolescentes se creó
una especie de “clase privilegiada” u orden en la que eran admitidos solo unos
cuantos. Y si bien, de inicio, esta circunstancia motivó a todos a esforzarse
por pertenecer a dicha élite, con el tiempo sus miembros desarrollaron
prácticas como la marginación y la discriminación de quienes no gozaban de
dicho privilegio, comportamientos que incluso fueron llevados más allá del
salón de clases. Bastaron cuatro días para que el experimento, ante la evidente
falta de control, se diera por concluido.
Terapia de aversión a la homosexualidad
Si toda enfermedad tiene su cura y la
homosexualidad es una enfermedad, entonces esta puede curarse. Víctimas de tan
falsa e insostenible lógica, muchas personas en la década de los 60 asistieron
a terapias que prometían curarlas de su orientación sexual y devolverlas a la
“normalidad”. Técnicas entre las que destacó la “terapia de aversión”: al mismo
tiempo que una persona era expuesta a imágenes homosexuales, se le daban
electroshocks e inyecciones que provocaban náuseas y vómito.
David Reimer
Con tan solo 8 meses de edad, en 1966, David
Reimer perdió su pene a causa de una circunsición mal realizada. John Money,
psicólogo, sugirió entonces a sus padres que la mejor alternativa para el
futuro desarrollo del pequeño David era una cirugía de cambio de sexo. Money,
sin embargo, tenía intereses propios en el asunto y, sin comunicárselo a los
padre, utilizó al recién nacido para probar que la identidad de género no era
innata, sino una consecuencia de la educación y la interacción social. David se
transformó en Brenda y aunque sus genitales tenían la apariencia de una vagina
y desde siempre recibió suplementos hormonales, actuó como un niño durante toda
su infancia. Esto provocó que la familia se separara. A los 14 Brenda supo la
verdad, y tomó la decisión de volver a ser David, nombre con el cual se dio
muerte a los 38 años.
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