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jueves, 4 de noviembre de 2010

III ENCUENTRO DE TRABAJADORES DE SALUD MENTAL Y III SEMILLEROS DE SEMILLEROS DE PSICOANALISIS (UNA SINTESIS)

III Encuentro de Trabajadores de la Salud Mental Y III Encuentro de Semilleros de Psicoanálisis. (Una sìntesis)

Clínica de la Psicosis y Psicología Social

Rosendo Rodríguez Fernández

Grupo de Investigación Psicosis y Psicoanálisis


"La castración quiere decir que el goce debe ser rechazado para que sea alcanzado en la escala invertida de la ley del deseo."

Lacan, Escritos I.



¿Qué decir, por un lado, de la Clínica de la Psicosis, y por otro, de la Psicología Social?

Para empezar, se tiene la psicología social. Algunos trabajos, inspirados por Enrique Pichòn Rivière, han sugerido el camino de los grupos, para abordar la psicosis. Trabajo centrado en tareas, donde hay una coordinación. Al parecer, la actividad tiene un papel importante en el trabajo con psicóticos institucionalizados. Se tiene todo un discurso, en tanto que hace lazo social, sobre la Psicosis.

En trabajos anteriores, ya se han señalado algunos caracteres de ese discurso. Se ha insistido en la institucionalización de los trastornos de personalidad, y los trastornos afectivos, en el DSM-IV, como forma estándar de catalogar, diagnosticar y tratar la psicosis.

Y hay un acuerdo transdisciplinario que sostiene este discurso. Tal vez incluso, hace semblante del gran Otro, de modo que no gratuitamente se puede tomar la sentencia de Marcelo Pérez, el psicoanalista argentino, que dice escuetamente que un terapeuta no es famoso porque cura, sino que cura porque es famoso.

Así que las demandas de curación, provenientes del Otro, no pueden dejarse de lado en referencia al trabajo con “pacientes” cuyo proceso es visto como “trastorno del afecto” o “trastorno de la personalidad”. Recordar, es preciso, que el gran Otro es el lugar de donde emerge el deseo. En este caso, el deseo de curación del trastornado, que cae bajo un eufemismo cuyo sentido sería “no etiquetar” al “usuario”.

En el fondo, la demanda de curación, proveniente del Otro, viene por el reverso de este Ideal del Otro, que cubre la falta en ser y sostiene las identificaciones del sujeto. (Eidelberg, ) El papel, pues, de este Ideal del Otro, el de la curación, el de la fármacoterapia, el de las promesas de los neurocientíficos, que de todos modos no llegan con plenitud a Colombia, no es despreciable en la Clínica de las Psicosis, pues es modelo hegemónico.

¿Cómo entra allí el psicoanálisis? ¿De qué modo interviene el “agente de la castración” en instituciones cuyo ideal es la curación de trastornos mentales? ¿Estos diagnósticos, de qué modo influyen en la fenomenología de la cura? ¿Es viable hacer discurso del analizante con un sujeto de la forclusión?; en último término, ¿De qué lado terminan el psicólogo y el psicoanalista, en la relación con sus significantes, hablando del vínculo social? En otras palabras, ¿Cuál es su defensa? ¿Qué defienden uno y otro… y otro?

Psicología Social

En el III Encuentro de Semilleros de Psicoanálisis, realizado a la par que el III Encuentro de trabajadores de la Salud Mental, organizado por el grupo de investigación Psicosis y Psicoanálisis, bajo la dirección de Jairo Báez, aparecen varios postulados que se toman en este escrito como objeto de discusión.

Surge por ejemplo, la paradoja entre la presentación de un programa dedicado a la curación de la psicosis, cata-logada como esquizofrenia, trastorno de la personalidad o trastorno del afecto, con poca claridad en la medida en que universos simbólicos provenientes de la psiquiatría clásica y actual, se mezclan de manera prolija con los que provienen de la psicología “multienfoque”, con su historia; y la de la psicología con enfoque analítico, bautizada así en el III Encuentro, en razón de la intervención orquestada desde la práctica en psicología, como requerimiento para un grado en esta disciplina, también recortada por dos versiones del Otro: el institucional y el de los Semilleros de Psicoanálisis.

Desde el Semillero, se observa el recorte, la progresiva delimitación del campo de la práctica de la psicología con enfoque analítico –imposible llamarla simplemente Psicoanálisis, en razón de la ausencia de un reconocimiento de las agremiaciones psicoanalíticas, lo cual es ya otra paradoja, aunque dicho sea de paso, el Semillero es reconocido por la Fundación Universitaria Los Libertadores y Colciencias, en el campo de la Psicología – con una apuesta claramente lacaniana, y siguiendo un postulado de Jairo Báez: “En el semillero cada uno trabaja desde su propio deseo”.

Esa delimitación progresiva ha tomado el camino del análisis, señalado por Lacan. Tomo aquí un momento de la historia de la teoría del propio Lacan, relativa a su intervención frente a las instituciones, y en concreto ante la institución analítica: su excomunión de una organización freudiana, pues no se aceptaron sus ideas -lo cual considero legítimo desde unos dogmas religiosos – y su abdicación como padre de otra institución, ante la paradoja de la institucionalización del psicoanálisis.

Esta es la apuesta del psicoanálisis, entendida así por quien escribe: institucionalización-análisis. Es la confrontación con el significante del Nombre del Padre, por la vía del discurso del Analista que hace escucha a las diferentes versiones del discurso del Amo. Se hace necesaria esta confrontación, no la eliminación –por otra parte imposible – de este significante por el sujeto, y el producto es lo que queda de ella, el análisis.

De la instauración del Significante del Nombre del Padre, único significante para el Padre, cuya función es la fundación del sujeto, se desprende la institucionalización. La familia, un dispositivo defendido incluso por la psicología, es una institución con roles derivados de las viejas instituciones greco-latinas, en las que, como señala Jairo Báez, en el Semillero de Psicoanálisis, el Padre era el dueño de un pedazo de tierra, y todo lo que allí estaba contenido.

La familia, con sus avatares históricos, ha sido considerada, después de Desjardin, como la célula de la sociedad. La biologización de las lógicas sociales no es gratuita. Finalmente, se habla de “organización”, o de la conformación de órganos, que se nombran así y se convierten en instituciones, marcadas por los discursos de la fisiología.

Toda una funcionalidad de los órganos, es lo que aparece bajo otras imágenes, en el plano social. Y algunas disciplinas sociales, se encargan de abordar estos fenómenos de estructuración y funcionalidad, unas sosteniendo sus discursos, otras atacando allí, en ese plano.

Y esos órganos, como en la medicina, se nombran, y se reconocen en su estructura y función. Y por supuesto, como buenos médicos, ingenieros del órgano, las organizaciones se “medicalizan”, se “patologizan”.

Allí hay psicologías sociales. Unas, las funcionalistas, no cuestionan al órgano, sino a su función, y la tratan a la vieja manera médica: hacen lecturas sintomales, como se expresaba un viejo maestro de psicología de la Universidad Nacional en los años ochenta. Esas son las psicologías de taller. Son las del abordaje cualitativo, con dinámicas de grupo. Rápidamente, tienen propuesta, con objetivos y metodología, dirigida a un departamento de la organización, alguno quizá bautizado de “Recursos Humanos” según un viejo logo, o de “Bienestar Social”, según los nuevos nombramientos.

Hay otras psicologías, que trabajan con sistemas de economías de fichas, sistemas de incentivos, formas de premiaciones al “empleado del mes”, o dedicados a celebrar cumpleaños y a utilizar los esquemas heredados de Taylor, y sus reforzadores. En todos lados, incluso en el III Encuentro, hay tiempo para un “break”.

Y para variar, los órganos producen. Es la productividad lo que permite hacer la lectura sintomal, y es en tanto que se afecta esta productividad que se interviene sobre la función del órgano. Se interviene removiendo a un funcionario deficiente, por otro más eficiente. Lógica de la mecánica, lógica del repuesto. Lógica del consumo.

En este contexto, donde las disciplinas surgen, haciendo gala de su significante, como dispositivos para disciplinar, -recuérdese al señor Michel Foucault, que señala en su Historia de la Locura, el nacimiento de la psiquiatría como dispositivo de control y más nada – el pensamiento de los individuos, sus hábitos, su decir; la psicología de enfoque analítico, llámese psicología analítica, opone otros Nombres del Padre.

Se trata, no de otra perspectiva, no de otra mirada. Se trata de otros significantes del Nombre del Padre, si se permite esta expresión que, por no estar del todo refinada en concordancia con la teoría de Lacan, puede resultar torpe.

En algunas ponencias, como en la de Jorge Mario Karam, en el III Encuentro de trabajadores, resulta evidente el debilitamiento de los semblantes paternos, del que habla Eidelberg. Trae a colación a H. G. Wells, a Julio Verne, y a la representación de sus “Proféticas” obras en el cine y en la Radio, a cargo de Orson Welles, en New Jersey, y Radio Quito, Ecuador, años más tarde.

Como todo, lo que hizo Welles en su tierra se replicó en Ecuador con efectos desastrosos. Una invasión de extraterrestres terminó en la destrucción de la estación de radio, con algunos muertos de por medio. Ejemplo muy claro de factura del mundo en un lado, y de vivencia del mismo en el otro, con algún retraso. Repetición, quizá diría Freud.

Se trata del significante del Nombre del Padre, forcluido. Rechazo del Padre, del orden patriarcal, cosa ya dicha muchas veces, y advenimiento del deseo materno, casi en pleno. Discursos que anclan a los significantes maternos, de los que los discursos feministas se esmeran en sostener una relación de objeto “mejorada”.

Ahora que las mujeres son mejores que los hombres, en la ideología, y el mismo Dios dejó de ser un Padre, para advenir Padre-Madre, las Leyes y las Constituciones Nacionales sostienen la igualdad de Derechos, y hacen prédica constante de los Derechos Humanos, lo reprimido en lo simbólico retorna en lo real, a la Freud.

Las instituciones, sobre todo multinacionales, son las que nombran. Son los nuevos Nombres del Padre. Ya no es Edipo, sino cualquier brillante logo en la cima de un rascacielos, en el membrete de una institución, lo que nombra, lo que regula las relaciones entre unos y otros objetos de las organizaciones.

Son los “ingresados” y los “egresados”, los que reciben una insignia del Otro, insignia que se porta, y que se usa como referente de identidad. En este sentido, se tiene desde allí toda la dinámica de las agremiaciones, agrupamientos, conjuntos. Los universos simbólicos se constituyen desde estas insignias.

Y como señala Lacan, citado por Berenguer (n. d.), los Ideales del Otro sostienen el deseo de los sujetos. En ese sentido, tomando la lógica del fantasma, lacaniana, que desarrolla en su planteamiento de los discursos, puede afirmarse que el discurso capitalista, el discurso que no hace vínculo social, y que por ello es dudoso que sea discurso, sanciona la legitimidad del tener en tanto se incrementa el capital.

Pero el Capital es el Nombre del Padre de la posmodernidad, que funda a un sujeto para el cual no hay garantías del Otro en los demás universos simbólicos, salvo en referencia al Capital. El advenimiento de un objeto, que en los tiempos de Marco Polo era un documento que representaba un monto, una riqueza en semovientes, al lugar del Otro, sustituyendo o relegando otros Nombres del Padre, los de la Modernidad para variar, la Ciencia y Dios – In God we Trust, slogan del dólar – impone un Otro para todos los semblantes del Otro.

Si en la época de Freud la neurosis obsesiva se reveló en relación con este significante –historial del hombre de las ratas, obsesionado con la crueldad de un tormento y un deseo ligado a la voracidad de estos animales con respecto al recto del paciente, siendo las ratas en alemán un significante del dinero- y se traducía en la relación entre el hombre de negocios que sostiene al buen Dios en su trono, temeroso de su deseo de ser poseído por éste –rata devorando el ano, dinero devorando el ano, asociado al temor por la muerte del padre y un amor que encubre el deseo ligado a este temor-, en la actualidad la neurosis obsesiva se revela en relación con el discurso que no hace discurso, que empuja al sujeto que hace forclusión del Nombre del Padre por los significantes maternos y hace del dinero el falo que amenaza introducirse per anum, como variante de la posesión del falo paterno.

El Capital y el Ano. Un discurso en relación con un significante primordial, que hace tensión con un objeto, que para variar, sujeta. La sujeción del capitalista a lo que elegantemente por allí algún psicoanalista llama el “carácter anal”, puede verse en la multiplicidad de discursos que tienen que ver con el viejo mito infantil del nacimiento de los niños por el ano, siendo el excremento el niño.

¿Y qué individuo de la posmodernidad, no pasa por la admisión –manducación- en las organizaciones?

¿Cuál no pasa por su digestión – ubicación en un puesto de trabajo, desarrollo de su vida laboral como funcionario, ubicación como aprendiz, en educación – por parte del aparato de la organización, de la empresa?

¿Cuál no termina siendo, en efecto, un excremento, a la vez producto –los funcionarios habitualmente son una mierda- y desecho de las organizaciones?

¿Quién no termina desempleado o pensionado? ¿Quién no termina graduado? Se trata de la expulsión de la excreta, equiparable primitivamente a un parto por una cloaca.

El Padre, expulsado de la sociedad, un residuo de ésta, en tanto que es un proveedor –la mujer lo desea en tanto que bello, maduro pero juvenil, prestante y holgado, responsable, y encima de todo, ¡Buen amante!- cuyo fallo es una de las salidas más castigadas y reprobadas en la actualidad, es un objeto en tensión con un significante que termina siendo portador de muchos Ideales.

La distancia entre el padre real y el padre imaginario de la actualidad, comporta un enorme malestar a quien se le ocurra utilizar el pene para algo más que vehiculizar la excreta. En tanto que Ideal, el discurso del Padre tiene unos matices kantianos tan llamativos como ilusorios e irrealizables. Tortura al padre real, el cual queda sepultado por los imaginarios, y por la fuerte demanda ligada al orden simbólico en que está inscrito.

Puntualizando, diferénciese entre el Padre, el objeto que entra en tensión con el significante, y el Significante del Nombre del Padre, el cual articula y estructura la realidad del sujeto. Un padre es exigido como Padre, desde que está en relación con el discurso paterno en el cual se inscribe, y esta inscripción solo es posible en la medida en que se ha instaurado el significante del Nombre del Padre, arrasando la naturalidad del organismo.

Resumiendo, se tiene hasta aquí, una psicología social como discurso que sostiene al padre en su sitial de honor, con sus versiones y narrativas a la Rorty, apuntaladas en las contingencias (citado por Berenguer, n. d.); y otra, la psicología analítica de este Semillero de Psicoanálisis, que aborda la lectura de las organizaciones remitiéndose a los significantes que sirven de trama para los discursos.

Se encuentra, de modo inquietante aunque no nuevo, que el Padre ha retornado en lo real, con una brutalidad calificada como salvaje en lo que respecta al devenir del capitalismo como discurso que no hace vínculo y refuerza el narcisismo, y que sostiene el deseo –más bien el goce- de cada uno de los excretados por las instituciones.


Clínica de las Psicosis

Esta, la locura, se ha institucionalizado, Las disciplinas, como se decía arriba, citando a Foucault, han surgido como dispositivos de control, dispositivos de poder, ligados al goce de los funcionarios, llamados de modo elegante “Doctores”. Son capataces, mandos medios, necesarios para esgrimir el látigo y poner todo en orden. Se trata de sostener el sentido del símbolo, y el capataz tiene discursos, unos más afinados que otros, para propiciar el autocontrol, e incluso la autodelación, y la autoincriminación.

Óscar Rojas, en el III Encuentro de Trabajadores, muestra el caso de una mujer encarcelada, injustamente bajo el discurso de la justicia, que vivía “feliz con sus hijos” hasta el momento de la cárcel. Retorna al mundo “con la mirada de todos sobre ella”, siendo vista, señala Rojas. No es el discurso de la autoincriminación, culpabilización, etc., lo que la induce a la cárcel. Es ese plus, relacionado con el significante del Nombre del Padre, asociado pues, a la privación de su felicidad y a la caída bajo su mirada. Termina siendo gestada como presidiaria por la Cárcel, y se inscribe en un semblante paterno. Porta las insignias del gran Otro, y en una versión particular del goce, es “mirada”.

Paola Daza, Carol Fernández e Ivón Benavides presentan un caso clínico, donde los dibujos de un paciente apocopado como A., muestran un neurótico obsesivo afectado por delirios, afectado por una sintomatología que lo nombra como “esquizofrénico”. El sujeto escucha voces, y queda determinado por las órdenes que recibe de las mismas. Es intervenido según una práctica nombrada como “Taller”, objetada por Jairo Báez. La réplica de Jaime Velosa, autor del nombre del taller, es aclaratoria.

Hay aquí efectos discursivos de la psiquiatría clásica, el psicoanálisis, la psicología de los talleres, y del discurso del analista. El resultado de varios discursos, varios semblantes paternos, de los cuales, el desafío es llegar a un discurso que no haga semblante. Así, la ponencia de Daza y compañía pierde su vigor, centrado en mostrar lo fallido de un nombramiento, lo arbitrario de un diagnóstico, necesariamente adscrito a un orden simbólico, a un discurso clínico que por su lógica interna no falla, sino que su falla está en su relación con el objeto.

Es el problema de hace del mundo un efecto poïético del lenguaje, dando lugar al pleonasmo por mor de la claridad. Así, el psicólogo hace un esquizofrénico con un catálogo a mano y el auxilio de la farmacología con visto bueno del psiquiatra, y el analista hace del objeto un neurótico obsesivo… un sujeto con ciertas garantías, o al menos la posibilidad, de llegar a ser analizante.

Es el problema de la psicología social, que planteada desde la psicología analítica, muestra al sujeto en vínculo a partir del discurso. Muestra sujetos imaginarizados por los discursos, encuadrados en sus lugares, desde donde operan por mor del discurso, poniendo en el terreno de la competencia cada semblante de la clínica, con sus efectos.

Y al loco, enloquecido con tantas clínicas y tantos sentidos a los que es adscrito, para fortuna de él, quizá ignorándolos todos. Sin embargo, el loco es un paranoico al que verdaderamente persiguen los neuróticos. Velosa muestra a Lacan y su Aymèe, su Amada, a quien termina arrebatándole a su hijo, Anzieu, discípulo y analizante, a la vez que hijo de su amada y analizada psicótica. Muestra Velosa que hay verdad del sujeto en el delirio.

En esta dirección, Diego Quintero puntualiza de manera muy pertinente, que el psicótico es discriminado, obviamente en el hospital, pero también en la comunidad. Es preciso conceder que es posible que los lugareños no estén habituados al trato con los “pacientes”, pero en cualquier caso, Quintero reporta signos claros de discriminación. Ejemplificando, en el curso de un festejo pueblerino, la repartición de vales para alimentos y bebidas no contempló a los psicóticos. Tampoco hubo mucha interacción entre la concurrencia y los pacientes.

A los psicóticos no se les toma en serio, no se les cree. Aún hospitalizados, la atención es precaria. En una institución de intervención terapéutica, reporta Quintero, no hay suficientes profesionales, no hay psiquiatra ni psicólogo, y el número de enfermeros es escaso.

Como aporte del dispositivo analítico, durante la práctica de Quintero, un logro claro fue la dedicación de muchas horas de atención a pacientes delirantes, críticos, a través de la cual se logró contener la violencia y agresividad sin requerir de procedimientos tradicionales tales como la sedación y el uso de la camisa de fuerza.

Ciertamente, los trabajos de Daza, Fernández, Benavides, Quintero, y otros, recuperan la escucha y el silencio, para permitir la palabra del psicótico, prestándole atención, y realizando cortes para hacer inconsciente. La respuesta de los psicóticos es prometedora a nivel de clínica. Hacen actividad por su propia cuenta, toman algunos espacios para ellos, ya sin la dirección del personal y muestran su creatividad. Hay delirios que se estructuran y operan como solución, entrando los pacientes en la dinámica de grupos, en que aparecen líderes, mandos medios y operativos. Esas jerarquías sociales, como tradicionalmente ocurre en cualquier esquema grupal, se traduce en derechos y privaciones, que operan como motor de las relaciones entre los psicóticos.

Ciertamente, el personal destinado al cuidado y atención terapéutica no es ajeno a esa dinámica, conformando el grupo dominante, que establece las políticas de las cuales los más entendidos son quienes sacan el mayor provecho.

Allí, en el internamiento, se tejen dramas similares a los de los neuróticos. Odios, amores, intrigas, conflictos, luchas por el poder. Los malestares se traducen en delirios, y medicación o inmovilización. Alguna incidencia también tienen esos dramas a nivel del personal de intervención, pues se trata, de cualquier modo, de objetos que entran en tensión con los significantes, a veces muy precarios, de los pacientes.

La transferencia es invasiva, y se traduce en un cuerpo erogenizado al modo de las psicosis. Se reporta por allí que un paciente guarda sus excrementos en un maletín, y solo le confía el contenido del mismo al practicante que lo escucha y que trabaja devolviéndole sus palabras. Estos actos amorosos primarios, tendrán muchas variantes en su manifestación.

Los practicantes, reconocen su amor por los pacientes. Toman ese amor al modo de un compromiso, y su compromiso es comunicar al horizonte psiquiátrico en Colombia que la psicosis tiene salidas, si bien las estructuras siguen siendo psicóticas. La institucionalización y transformación de las psicosis en enfermedades mentales, su nombramiento como tales, y el tratamiento, constituyen los elementos del malestar del sujeto.

Se trata finalmente de seres abandonados y utilizados en el mejor de los casos por sus familiares o deudos. Aglomerados allí, en condiciones aceptables de alimentación y aseo, con unas instalaciones más bien adecuadas, estos sujetos no tienen a dónde más dirigir sus pasos. Su alternativa es la indigencia, la calle, de donde han sido extraídos todos ellos, pues tienen un certificado como tales.

Hay un malestar que subyace a la estructuración de la psicosis. Se trata de una ruptura o una perturbación a nivel del deseo. Las instituciones no trabajan habitualmente con el deseo del psicótico, sino que lo controlan y lo dejan allí hasta la remisión del delirio, y hasta tanto un familiar lo reclame.

Cada uno de ellos tiene su historia, no la escrita en los formatos clínicos, que revelan una muy limitada utilidad, sino la que se revela cuando son escuchados y tomados en serio. Esa transferencia, a partir de la cual el practicante es tomado como objeto por el psicótico, termina siendo dirigida a la simbolización, a la suplencia del Nombre del Padre, para estructurar una relación de objeto mediada por un significante.

Los internos han mostrado que asimilan significantes, al entrar en el deseo de los practicantes. Hay también allí una entrada del deseo del otro, que terminará aludiendo a la imposibilidad originaria de ser traumatizados por los objetos primordiales, perdiéndolos, en tanto que precisamente lo que no se establece es una relación de objeto de deseo.

Aquí puede verse el efecto de la fagocitosis materna, la planitud de la completud del psicótico en tanto indiferenciado de la madre. Objeto que no desea en tanto que no es deseado, objeto que no admite la instauración del Nombre del Padre, el psicótico cae bajo la lógica del signo rechazado, forcluido.

En tanto que no hay aceptación de la castración del lado materno, por supuesto, el desenvolvimiento de la psicosis se acompaña de la psiquiatrización, la que hace del psicótico un objeto de goce de la medicina, un objeto de goce de las instituciones, y un objeto de goce de los funcionarios y terapeutas, farmacólogos que demandan tranquilidad en el asilo.

El trabajo de los practicantes de psicología de orientación analítica, con un dispositivo de escucha constituido por un psicólogo dispuesto a escuchar activamente al paciente, con un discurso enriquecido por el discurso del analista, susceptible de vehiculizar una transferencia psicótica, dirigida a la instauración de significantes suplentes del Nombre del Padre, que se localizan desde el mismo delirio como solución, muestra resultados prometedores en tanto que emerge algo similar a un discurso, propio del psicótico, que soporta alguna forma de vínculo, de relación con un mundo de objetos reconstruidos, donde su propio cuerpo es un objeto a construir o reconstruir.

Dada la sencillez de ésta fórmula, se precisa advertir una salida por el lado de la Psicología Social.

 
Alternativas

La desinstitucionalización de la psicosis, y la disposición de escucha atenta y activa por parte de otro, en el marco de una relación transferencial, es la apuesta que se opone a la psiquiatrización, psicologización y farmacologización del paciente.

De otros lados, se hacen propuestas. Algunas de tinte francamente metafísico, con elementos incluso esotéricos. Son, sin embargo, más esperanzadoras, en concepto de quien escribe, que los procedimientos tradicionales.

Puede señalarse, con el III Encuentro de Semilleros de Psicoanálisis, que hay madera para tallar terapeutas. Desde el propio deseo, Millerlhandy Vega y Nubia Acuña, muestran la locura que hay en la perversión, y las relaciones con la neurosis.

La negación de la represión, propia del perverso, desemboca en una omnipotencia que dicta la Ley. El tirano hace las leyes para hacer acordes sus crímenes a una filosofía, a una dogmatización del mundo. Leyes draconianas, para sociedades sedientas de autoridad, de una autoridad que tome a su cargo la realización de sus deseos y la responsabilidad de los actos monstruosos.

Líderes que logran, con la participación activa de buenas cantidades de seguidores, el ascenso al poder. Luego, legislan acomodando a su deseo traducido en ideología, los decretos, al mejor estilo de los perversos de “Los 120 días de Sodoma” de Sade.

El goce de la muerte y el sexo, de la reducción del otro a la condición de objeto, y la imposición del goce, se viabilizan a través de los discursos políticos y sociales.

Nuevamente, se trata primero de trabajar en la rectificación del otro. Es el neurótico el que termina imponiendo al psicótico una clínica, unas condiciones vitales, un saber. Reconocer que no se sabe de la psicosis, pero que tampoco se sabe del saber, se requiere para confrontar los dogmas de las sociedades. Hay que interrogar, y producir reflexiones ciertamente ricas en elementos como las del III Encuentro.

Reconocer que la psicosis no es una patología, sino una estructura, se impone como un principio regente de la intervención clínica. También, que quien requiere saber de sí, es el propio psicótico, con sus certezas y su completud, y sus delirios.

Reconocer la propia ignorancia, movilizarse, desplazándose de la posición ventajosa de Sujeto Supuesto Saber, llevando al psicótico al habla, al trabajo con sus voces, a la confrontación con el enjambre de significantes, a la apropiación de las palabras y las ideas, es lo implicado en la escucha que se le propone.

Deben mencionarse algunas investigaciones de los Semilleros de Psicoanálisis de las Universidades de Bucaramanga. El trabajo con el juego como método de análisis de niños, es promisorio. Aquí hay alternativas al tradicional modo de evaluación psicológica y abordaje interventivo de fuerte tono directivo, cuando no psiquiátrico, en relación con los infantes.

La experiencia muestra niños cuyo diagnóstico, elaborado desde perspectivas psicológicas, dista mucho de abrir las posibilidades de intervención. La práctica constante de la remisión de casos clínicos a instituciones psiquiátricas de niños, estigmatiza al infante, y les permite a las familias dejar de lado su responsabilidad.

Esos, son semilleros de patologías histéricas en su mayoría, pues los niños acceden a la etiquetación con todos sus efectos, fijándose a la palabra del psiquiatra y del personal de enfermería. Medicados, los niños están desconectados más bien del mundo. Con el tiempo, la estigmatización por parte de los demás niños, y de la gente del común, incide sobre procesos emocionales.

Esta vertiente del trabajo de los psicólogos, en la actualidad, es inquietante. La carencia de rigurosidad en la evaluación, es problemática.

Tanto la psicología, como el psicoanálisis, están más próximos al desarrollo de una teoría de las psicosis, que la psiquiatría con su salida farmacológica.

Es preciso avanzar, no retroceder ante la psicosis, de la cual se sigue sosteniendo que es incurable. Desde la tribuna del III Encuentro de Trabajadores de la Salud, y del III Encuentro de Semilleros de Psicoanálisis, se pronuncian Báez, Karam, Velosa, y Rodríguez, acompañando el trabajo de Rojas, Fernández, Vega, Acuña, Benavides, Quintero y no muchos otros estudiantes dedicados a la intelección, como enseñaba Freud, de problemas clínicos de la psicosis.

La guía de las teorías lacanianas ofrece las mayores orientaciones a estos pensadores, cuyo reconocimiento y afecto, les comunico a través de éstas líneas. A todos ellos, el cálido saludo de quien ha tomado sus palabras para mostrar la sabiduría que hay en ellas.

Referencias

Berenguer, E. (n. d.). Identidad, identificación y lazo social. La perspectiva de Freud. Barcelona: Instituto de Altos Estudios Universitarios.

Eidelberg, A. (n. d.). Perturbaciones de los procesos enseñanza-aprendizaje. Barcelona: Instituto de Altos Estudios Universitarios.

Lacan, J. (1989). “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” en Escritos I. México: Siglo XXI.

1 comentario:

  1. Gracias por esa síntesis del evento, profesor. Pero, igualmente, gracias a todos los participantes (ponentes y asistentes).

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