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domingo, 20 de noviembre de 2022

THE ALICE'S AWAKENING

 By: Lewis Carrol


At this the whole pack rose up into the air, and come flying down upon her; she gave a little scream, half of fright and half of anger, and tried to beat them off, and found herself lying on the bank, with her head in the lap of her sister, who was gently brushing away some dead leaves that had fluttered down from the trees upon her face.

"Wake up, Alice dear!" said her sister. " Why, what a long sleep you've had!"

"Oh, I've had such a curious dream!" Said Alice. And she told her sister, as well as she could remember them, all these strange Adventures of hers that you have just been reading about; and, when she had finished, her sister kissed her, and said "It was a curious dream, dear, certainly; but now run in to your tea: it's getting late." So Alice got up and ran off, thinking while she ran, as well she might, what a wonderful dream it has been.

But her sister sat still just as she left her, leaning her head in her hand, watching the setting sun, and thinking of little Alice and all her wonderful Adventures, till she too began dreaming after a fashion, and this was her dream: --

First, she dreamed about little Alice herself: once again the tiny hands were clasped upon her knee, and the bright eager eyes were looking up into hers--she could hear the very tones of her voice, and see that queer little toss of her head to keep back the wandering hair that would always get into her eyes--and still as she listened, or seemed to listen, the whole place around her became alive with the strange creatures of her little sister's dream.

The long grass rustled at her feet as the White Rabbit hurried by--the frightened Mouse splashed his way through the neighbouring pool-- she could hear the rattle of the teacups as the March hare and his friends shared their never-ending meal, and the shrill voice of the Queen ordering off her unfortunate guests to execution--once more the pig-baby was sneezing on the Duchess' knee, while plates and dishes crashed around it--once more the shriek of the Gryphon, the squeaking of the Lizard's slate-pencil, and the choking of the suppressed guinea-pigs, filled the air, mixed up with the distant sob of the miserable Mock Turtle. 

So she sat on, with closed eyes, and half believed herself in Wonderland, though she knew she had but to open them again, and all would change to dull reality--the grass would be only rustling in the wind, and the pool rippling to the waving of the reeds--the ratting teacups would change to tinkling sheep-bells, and the Queen's sneeze of the baby, the shriek of of Gryphon, and all the other queer noises, would change (she knew) to the confused clamour of the busy farm-yard--while the lowing of the cattle in the distance would take the place of the Mock Turtle's heave sobs.

Lastly, she pictured to herself how this same little sister of hers would, in the after-time, be herself a grown woman; and how she would keep, through all her riper years, the simple and loving heart of her childhood; and how she would gather about her other little children, and make their eyes bright and eager with many a strange tale, perhaps even with the dream of Wonderland of long ago; and how she would feel with all their simple sorrows, and find a pleasure in all their simple joys, remembering her own child-life, and the happy summer days. 

-- Carroll, Lewis. Alice in the Wonderland. Dover Publications. Inc. New York.  

martes, 1 de marzo de 2022

EL CUERPO ARMA (El Cuerpo D)


Por: Jairo Báez 



        ¿Acaso pueda existir una forma de presentar un análisis de caso que no sea aquella del aburrimiento?


Un cuerpo que surge de las cenizas de la mirada de la aceptación del otro-Otro, que rompe con la esquizofrenia, el rechazo o la ausencia, para tornarse en un arma capaz de destruir cualquier otro-Otro cuerpo que emerja imponente donde nada existe. Cabello largo, grandes proporciones bien armonizadas; grandes pechos, grandes nalgas, grandes piernas, grandes brazos, grande voz, grande belleza en armonía con la muerte que expele. La belleza es muerte; trae muerte, es muerte.



Cuerpo mal mirado, mal tratado, mal tocado, mal decido, mal seducido, mal satisfecho, se torna violencia, huracán, desierto, moridero, sifón y podredumbre de otros cuerpos. Nada podrá controlar la violencia con la que tragará cuerpos reales, cuerpos imaginados, cuerpos simbolizados; todos irán a ese lugar que está más allá de todo olvido; irán al desecho y al repudio, dónde ni siquiera el estrago los alberga, porque no se puede dar habitación, que aunque lúgubre y mortuoria, cobija, todo aquello que sea residuo.

No hay retoques, no hay arreglos. Es natural; calzones rotos, brasieres deshilachados; calzón mal puesto, brasier, a más de transparente, sucio, ayudan a potencializar la violencia con la que caerá el héroe que por su bocaza, será la próxima de sus víctimas. Sus soldados, (así ha llamado a sus tetas), aunque caídos, se levantan para dar cuenta del invasor. Ni siquiera a las puertas de su vagina abierta podrá acercarse, menos podrá llegar a resbalar en la humedad que empieza si traspasar pudiera al menos un milímetro adentro de aquellos labios bajos, nada inferiores.

Cuerpo lienzo de pintores locos que toman la piel para seducir doncellas, no sabiendo que este cuerpo no ha sabido ni nunca ha querido ser mancillado. El placer es la debilidad para ellos; démosle lo que quieren; ante el cumplimiento del deseo, el deseo acobarda, recula, avergüenza. No hay peor venganza que darle placer a quien así lo codicia y lo arrebata. ¿Quiere placer?, ¡ahí lo tiene! Ahí sabrá lo que es el goce; aquel placer que se torna tormento por su imposible incumplimiento ante lo acariciado. El peor martirio que se le puede otorgar a un cuerpo hambriento y lascivo es el no sufrimiento. Cuerpo nada que ni siquiera la desventura puede sentir. Fin de la historia, ese cuerpo no existió, no existe, qué pase otro. La misma suerte correrá.

Ese cuerpo lo sabe, lo perfecto es imperfecto; lo imperfecto atrae por lo perfecto. Ahora tendrán que soportar su venganza aquellos otros cuerpos que un día le pidieron una perfección donde no existe, que no existe; les enseñará ahora sí, como una lección, que la perfección suya no era tal.


Ese cuerpo sabe matar los cuerpos. Sabe que el cuerpo mujer se mata con el veneno del orgullo y el cuerpo hombre con el cáncer del poder; falos y castraciones dan lo mismo, ambos remiten a la prepotencia de una existencia inexistente. Ese cuerpo sabe que el cuerpo familiar es el primero que se debe destruir, pulverizar, atomizar, des-aparecer, a-parecer, fenecer. El cuerpo del hijo se funde con el cuerpo del padre, el del padre con aquel del abuelo y ya nada queda más que la vergüenza de no haber cumplido con los roles y funciones que delegan a los cuerpos los símbolos en la ausencia misma de cualquier función natural. ¿Y la madre? El cuerpo de la madre fue el primero en ser devorado por su operante inoperancia. Imposible identificación.
 
Este cuepo brioso, impulsivo, estridente y frenético, pronto descubrió la debilidad que tienen los cuerpos por la imagen; las imágenes puestas como señuelo; la imagen de un cuerpo despreciado, aniquila más que el propio real cuerpo. La luz es su aliada, la luz que trae consigo la oscuridad y en la oscuridad los cuerpos son frágiles, tiernos, bobos; caen cual pollitas encantadas por todo lo que ilumina.  La verdad de su cuerpo, la  verdad de todos los cuerpos es su sombra; esto es, la nada, la apariencia.

- Matar no produce placer, ¿sabes?, ser matado, destrozado, pulverizado, lacerado, degrado, eso sí que les produce placer.
 
- ¿Dirá goce?

- No lo sé, no los se distinguir, no he sentido ni lo uno ni lo otro. No siento nada, no me acuerdo haber sentido. Bueno sí. Lo que pasa es que el tiempo, que no tengo, ni lo he tenido, no me permite afirmar nada con respecto a límites.

El cuerpo es la habitación lúgubre y lúgubre es habitar un cuerpo despreciado; por eso es mejor hacer de la habitación un arma de guerra, que aniquile cualquier cuerpo que se precie en su imponencia: Juno y Quirón, Afrodita y Príapo, (otros de héroes y mortales), ya han sido vencidos por el cuerpo despreciado que un acontecer hizo arma aniquiladora de dones imaginados e incapaces de realizarse en su ofrecimiento y postración retadora. El esclavo triunfa; el amo pierde. Siempre ha sido así. El cuerpo sabe, lo sabe.

Una vez los alambres y las cuchillas de acero atravesaron su cuerpo; pero no necesitó de otro cuerpo para que lo atravesará; fue su mano, su propio deseo, quien lo atravesó. Creyó sentir de nuevo, pero pronto se dio cuenta que nunca sintió. Atravesar su cuerpo es fácil; sin embargo,  pagarán con desabrimiento el desprecio con el que se le paga a quien hasta allí se atreve. Sacó los garfios que hundió en sus carnes; las cuchillas dejaron de cortar la piel; fue una mala interpretación. No hay placer, no hay goce allí. La luz se acerca, la sombra también, pero tampoco lo logran. No hay placer, no ha goce más que en ser mirado… ad-mirado.




Este cuerpo violento y vilipendiado hace de su propósito una estética de innegable reconocimiento. Lo ha logrado, el espectador ha fijado su mirada en él; pero con la mirada, pulsión escópica, extremidad que opera el placer y el goce, que monitorea el ojo, el espectador, también, entrega su cuerpo para sumar los triunfos de un cuerpo desgarrado, de ese cuerpo arma, que arma una defensa y un ataque de lo que ya nada queda. ¡Un cuerpo!

lunes, 9 de agosto de 2021

SUERTE LA MÍA, NO VOLVERÉ A TRABAJAR

 1 JULIO 2021


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 5 JULIO 2021


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  5 JULIO 2021

 

De: Gloria info.isaacgeorge@gmail.com

sábado, 2 de mayo de 2020

EL HUMANISMO ORWELLIANO

Por: Jesús María Dapena Botero

Para Michel Foucault, el humanismo resultaba ser una provocación, como elemento, que prostituye el pensamiento, la moral y la política; para nada, le resulta un ejemplo de virtud, como bien lo señala Caruso en sus Conversaciones con Lévy-Strauss, Foucault y Lacan, publicadas en Anagrama, en 1964 (p. 85).

Para Louis Althusser el marxismo se caracterizaba por ser un antihumanismo teórico.

Orwell mismo, entre 1936 y 1945, enjuiciaba el humanismo por ser un concepto estrictamente teórico.

Pero para José Luis Rodríguez, todo humanismo reivindica la realización efectiva de las posibilidades perdidas del sujeto.

Stricto sensu, no podríamos considerar a George Orwell un filósofo, sino más bien podríamos pensarlo como un crítico de las condiciones de degradación del ser humano, en su contexto sociohistórico, ante lo cual reivindicaría algo más allá de su presente, que es al humanismo al que José Luis Rodríguez se refiere.

La denuncia orwelliana es realista y se agudiza aún más a partir de 1945.

Ya en ¡Venciste, Rosemary!, novela escrita en 1936, anotaba:

Bastarán unas pocas toneladas de trinitroglicerina para mandar nuestra civilización al infierno que le pertenece.

Y esa agresiva crítica se mantiene a lo largo de una década para mostrar cómo los seres humanos se desesperan agobiados por la violencia exterior, inmersos en un universo de miseria y degradación, que de alguna manera habrá que intentar transformar de alguna manera; por ello, con cierta ingenuidad esperanzada en El camino de Wigan Pier le surga la necesidad tan elemental y tan lógica de un socialismo, ante lo cual, le resultara tan extraño, que no se hubiera establecido en su momento.

Ahí, Orwell pensaba en un socialismo positivo, aunque el existente se constituiría en el caldo de cultivo de un mundo como el de 1984, en el que lo social aniquila el poder humano de los sujetos individuales y colectivos, hasta el punto que en su Rebelión en la granja se confundían las miradas de los cerdos y de los seres humanos.

Habría, entonces, que preguntarse por la naturaleza real del humanismo orwelliano, cuando aborda las características definitorias de lo social, productor así mismo de una profunda desolación, como cuando describe a sus conciudadanos como gentes, que se pasean a decenas de millares, arrastrándose como viejos seres, como cuacharachas sucias que van hacia la sepultura, fenómeno al que apunta con mayor agudeza en El camino de Wigan Pier, novela en la cual la relación entre la ciudad y la opresión salta más a la vista, cuando el espacio urbano se constituye en un infierno para sus habitantes, lo que lo lleva a condenar el industrialismo, el cual afecta el orden de la naturaleza y la belleza del mundo, en tanto y en cuanto, la producción industrial genera profundos males al ser humano, al promover una relación degradante, hasta hacerlo vivir en un estercolero, donde las gentes no recuerdan ni siquiera sus apellidos, porque el mal llamado progreso, lo que inventa es otra ciudad, bajo la cual subyace una urbe antigua, oprimida y sepultada por la nueva.

Entonces la verdadera tarea del humanismo sería hacer emerger la auténtica naturaleza moral, asaltada por las ilusorias promesas del imperio de lo maquinal, un grito de denuncia, en el que Orwell, aúna su voz con las de socialistas utópicos como Saint-Simon y Fourier, con las de Carlyle y Tolstoi, sin el tono compasivo de un Charles Dickens.

La denuncia de Orwell no se queda en el lamento de Víctor Hugo frente a los pobres más miserables, sino que delata la pauperización de la clase media, lo que constituye una nueva y original mirada de la decadencia de Occidente, que ahora en estos tiempos neoliberales hemos visto que sucede tanto en América Latina como en la Europa de la periferia; por ello, la propuesta orwelliana es la promoción de una integración entre ambas clases, sin que importen sus orígenes históricos, que parecieran contraponerlas.

El humanismo orwelliano apunta a una reivindicación de la singularidad de los sujetos, en oposición tanto a la uniformación en fascismos y comunismos, de todo tipo de tipo de totalitarismos,  al igual que de la democracias capitalistas, responsables de la evolución industrial, al comprender con Geoffrey Gorer, el antropólogo inglés, quien tanto lo admirara por la obra del novelista británico, Los días de Birmania, en el que el fascismo es un desarrollo del capitalismo, en tanto y en cuanto, la más bondadosa de las democracias puede convertirse en fascismo.

Así las cosas, el sueño orwelliano de un humanismo recuperado no podría estar en otro lugar que en la sociedad preindustrial, en un espacio en el que imperen las formas precapitalistas, en medio de un contacto directo con la naturaleza, sin los artificios del maquinismo ni sus consecuencias sobre la ética ciudadana; ahí, estaría la ciudad sumergida, que quizás no se haya perdido del todo, pero de lo que Orwell está seguro es de ese universo que era un mundo agradable para vivir en él, una tierra, quizás, sólo posible para la niñez, mundo habitado recuerdos infantiles, semejante a la naturaleza originaria, que permanece subsumida en el mundo industrial; lo cual implica una conciencia conservadora de la tradición y de la cultura del pasado, de tal forma que se regresase a una ciudad, sin las mediaciones de la máquina, como el campo, al que Winston Smith regresaría con frecuencia a lo largo de 1984.

Es por ello, que Orwell sugiere la urgencia de dar un salto atrás en el tiempo, hacia una geografía social que respete la singularidad, antes que los aprendizajes de la artificialidad y las convenciones morales, impuestas por la sociedad industrial, de tal forma que se reivindica la diferencia, tras las huellas de la sociedad rural de Jean-Jacques Rousseau, de la Grecia de Hölderlin o el cristianismo comunista de Pier Paolo Pasolini, lugares de ensoñación, donde renazca el sujeto diferente, como forma de recuperar cierto paraíso perdido, un pasado extraviado por una naturaleza enmascarada por la mentalidad industrial y así acceder a una plena historicidad dialéctica.

Lo que Orwell denuncia es una deshumanización, como proceso mediante el cual un sujeto individual o colectivo pierden sus características de seres humanos, por la nefasta influencia de sistemas de dominación y de Poder, mediante sistemas autoritarios, como ocurriera en los campos de concentración nazis, en los gulags soviéticos, en las dictaduras suramericanas de Augusto Pinochet y de Jorge Rafael Videla y, más recientemente en prisiones como la de Guatánamo, mantenidas por el gobierno norteamericano, en su lucha contra el terrorismo islámico, como venganza justiciera, tras los desastres del 11 de septiembre, lo cual necesariamente nos remite al concepto de humanismo, para evitar caer en mundos como los de 1984.

Pero, también, Orwell había alcanzado a vislumbrar la deshumanización de la ciencia, a pesar de que pensaba que un científico no puede considerarse tal si no posee una formación humanística y un espíritu crítico frente a los desarrollos de la ciencia misma, como lo planteara en Tribune, en 1945.

En aquel entonces un tal Mr. J. Stewart Cook  había escrito una carta a la editorial de esta revista, en la que sugería que para evitar los oprobios de una alta jerarquía científica, todo ciudadano fuera educado, para convertirlo en un conocedor de la ciencia, tanto como impartir este conocimiento fuera posible, así los hombres de ciencia se ocuparían de brindar una buena divulgación y podrían participar de otras actividades del mundo, en general; pero,  Orwell no dejo de ver en la sugerencia de Stewart Cook, una ambigüedad en la definición del término ciencia, que no dejaba de resultarle peligrosa, al no discriminar entre la ciencia, que se dedica a lo exacto o  aquella que seguía un método para pensar, de tal manera, que,  gracias a resultados verificables, llevara a una racionalidad lógica, a partir de los hechos observados, con juicios a posteriori, en el más puro sentido kantiano, que aportasen nuevos entendimientos.

Orwell no idealiza a los científicos puros, encerrados en laboratorios, porque a la hora de la verdad, al enfrentar problemas cotidianos o de verse confrontados con otros campos del saber, son semejantes a cualquier otra persona, por ignorante que ella sea y, como ejemplo de ello, señala la capacidad de resistir al nacional-socialismo, puesto que si bien se decía que la ciencia era universal, los científicos de distintos países, que cerraban filas junto a sus gobiernos, muchas veces de manera inescrupulosa.

La comunidad científica alemana no sólo no se opuso a un monstruo como Hitler sino que además resultó colaboracionista y, sin ellos, la máquina de guerra alemana no hubiera podido articularse.

En cambio, en el campo de la literatura, muchos escritores germanos se exiliaron voluntariamente o fueron perseguidos de la forma más siniestra, muchos de ellos sin ser ni siquiera judíos.

Orwell criticaba, en ese momento, que muchos de los mejores científicos aceptaran, sin cuestionamiento alguno, la sociedad capitalista, aunque muchos otros fueran comunistas, sin criticar en lo más mínimo el estalinismo, lo que permitía sacar la conclusión de que las mejores dotes naturales para el aprendizaje de las ciencias exactas, no garantiza un punto de vista crítico y humanitario, de ahí que muchos científicos fueran en una carrera loca en busca de las bombas atómicas que acabaran, en su día, con Hiroshima y Nagasaki.

Entonces, ¿dónde estaría el beneficio de una educación científica como la que proponía J. Stewart Cook? Orwell pensaba todo lo contrario e imaginaba que la educación científica de las masas traería efectos más deletéreos, si se reducía a la física, la química y la biología y se dejaban de lado el conocimiento de la literatura y de la historia.

Para Orwell, una verdadera educación científica significaba la implantación de esquemas mentales experimentales, racionales y críticos, mediante la adquisición de métodos, para enfrentar cualquier tipo de problemas, como una manera de enfrentarse al mundo y no, meramente, como un corpus teórico, que llevase al desdén de otros campos humanos como la poesía, ya que muchos científicos precisan de una mejor educación, una que amplíe su visión del mundo, para que haya científicos capaces de rehusar investigaciones tan destructivas, como las tendientes a la invención de las bombas atómicas, hombres sensatos que no se metan en los sueños de la razón, capaces de producir monstruos, de la manera que pretendían científicos lunáticos como Víctor Frankenstein.

Para lograrlo, se precisa de seres humanos formados con una cultura general fundamental, capaces de reconocer los hitos históricos de una manera crítica, tanto como de valorar los grandes aportes de las artes y la literatura, más allá del ideal de convertirse en científicos puros.

1984 trae de una manera más o menos explícita como el desastre social está promovido desde el Poder Central, impidiendo el desarrollo del pensamiento, mediante la censura y la manipulación informativa que controla la historiografía, mediante la permanente reescritura de los acontecimientos, la conversión en lo contrario de los palabras, gracias al desarrollo de una neolengua, que desorienta a la sociedad, aniquila su capacidad crítica y acalla cualquier voz que pudiera sonar a disidente, para ocasionar una negación de la Utopía de Santo Tomás Moro y generar más bien una distopía, una antiutopía, para poner una zancadilla al optimismo de la Ilustración y una bofetada al positivismo del siglo XX, para caer en esa trampa mortal del Gran Hermano, un abusador de la tecnología y de los medios de comunicación de masa, que convierte a la colectividad en prisioneros de un panóptico benthamiano.

Vigo, 8 de julio 2012

domingo, 5 de abril de 2020

A SUICIDE'S HISTORY

By Henry Miller

I walked on, past the house, past more iron negroes with pink watermelon mouths and striped blouses, past more stately mansions, more ivy-covered porches and verandahs. Florida, no less. Why not Cornwall, or Avalon, or the Castle of Carbonek? I began to chant to myself... "There was never knight in all this world so noble, so unselfish..." And then a dreadful thought took hold of me. Marco! Dangling from the ceiling of my my brain was Marco who had hanged himself. A thousand times he had told her, Mona, of his love; a thousand times he had played the fool; a thousand times he dad warned her he would kill himself if he could not find favour in her eyes. And she had laughed at him, ridiculed him, scorned him, humiliated him. No matter what she said or did he continued to abase himself, continued to lavish gifts upon her; the very sight of her, the sound of her mocking laugh, made him cringe and fawn. Yet nothing could kill his love, his adoration. When she dismissed him he would return to his garret to write jokes. (He made his living, poor devil, selling jokes to magazines.) And every penny he earned he turned over to her, and she took it without so much as a thank you. ("Go now, dog!") One morning he was found hanging from a rafter in his miserable garret. No message. Just a body swinging in the gloom and the dust. His last joke.

And when she broke the news to me I said -- "Marco? What's Marco to me?"

She wept bitter, bitter tears. All I could say by way of comforting her was: "He would have done it anyway sooner or later. He was the type."

And she had replied. "You're cruel, you have no heart."

It was true, I was heartless. But there were others whom she was treating equally abominably. In my cruel, heartless way I had reminded her of them, saying -- "What next?" She ran out of the room with hands over ears. Horrible. Too horrible.

Inhalling the fragrance of the syringas, the bougainvillias, the heavy red roses, I thought to myself -- "Maybe that poor devil Marco loved her as I once love Una Gifford. Maybe he believed  that by miracle her scorn and disdain would one day be converted into love, that she would see him for what he was, a great bleeding heart bursting with tenderness and forgiveness. Perhaps each night, when he returned to his room, he had gone down on his knees and prayed. (But no answer.) Did I not groan too each night on climbing into bed? Did I not also pray? And how! It was disgraceful, such praying, such begging, such whimpering! If only a Voice had said: "It is hopeless, you are not the man for her." I might have given up, I might have made way for someone else. Or at least cursed the God who had dealt me such a fate.

Poor Marco! Begging not to be loved but to be permitted to love. And condemned to make jokes! Only now do I realize what you suffered, what you endured, dear Marco. Now you can enjoy her -- From above. You can watch over her day and night. If in life she never saw you as you were, you at least may see her now for what she is. You had too much heart for that frail body. Guinevere herself was unworthy of the great love she inspired. But then a queen steps so lightly, even when crushing a louse...


Taken: Miller, Henry. Nexus. The rosy crucifixion. Panter Book. Great Britain. 1976.    

viernes, 28 de septiembre de 2018

ONTOCRACIA UNA CARTA LARGA (CARTA DE RESPUESTA)


Por: Johanna Alexandra Pineda Quintero

Querido amigo:

Ciertamente este corto texto no es un ensayo, un resumen y mucho menos una crítica, seguramente ya sabe qué clase de texto es este desde que repasó las primeras dos palabras, siendo así ya debió haber entendido la intención del mismo. Desde tiempos remotos en la historia y según mi propia formación y juicio he aprendido que una carta no puede ser respondida con menos que con un texto de su mismo carácter, entonces ya que tengo la fortuna de que el emisor del texto Ontocracia. Una carta larga. se convierta ahora en el receptor de este escrito, espero que entienda mi necedad al no elaborar la recomendada “recensión”. Según entiendo y sacándole provecho a la característica que permite la ex-sistencia, por medio de esta forma de impresión del lenguaje, primero me veo en la necesidad de agradecerle porque está claro que la investigación fue elaborada con esmero, dedicación, paciencia y amor, algo que por desgracia hace falta en los tiempos  actuales cuando el mundo se viene abajo y parece que a nadie le importa; ahora entiendo que insinúa cuando habla de “humanización” y cómo con el pasar de los días se ve agotada en sí; ahora más que nunca se hace notar la indiferencia en el mundo, donde los “humanos”, sí, agregaré estas comillas al igual que usted a la palabra pero no por la misma razón. Para mi sorpresa al leer el libro y ahora para la suya al enterarse de la razón, la palabra “humano” hace unos años causó intriga en mí, al escuchar una reconocida frase de una campaña política; “Bogotá Humana” atribuida a Gustavo Petro y decidí hacer una corta pero, en ese momento, suficiente investigación para mi edad, sobre a que se pretende hacer referencia cuando se usa dicho término. Encontré que la palabra “humano” según la Real Academia de La Lengua Española significa entre muchas otras cosas “comprensivo, sensible a los infortunios ajenos” y fue entonces cuando me di cuenta de que por desgracia un porcentaje significativo de los “humanos” carecen de eso, de sensibilidad y del mismo modo, si llevo la corriente de la idea por usted propuesta, la animalidad parece no pasar desapercibida.

Evidentemente este es un tiempo de crisis, donde la conciencia colectiva es un elemento que parece no importar en la sociedad en la que se vive. Los adultos piensan en trabajar más para ganar más, para vivir en un barrio de más estrato, para tener una casa más grande, un carro más nuevo, una pareja más agraciada y un perro más perro (le parecerá rara la expresión, le confieso que a mí me causó un poco de gracia cuando la escribí, consideré eliminarla, pero reconsideré no hacerlo pues me parece ahora apropiada para entender la gravedad de la situación). Los jóvenes están interesados en algo para ellos más relevante, la unión; la unión de una pantalla de 5.8 pulgadas con 1125 x 2436 pixeles, 3GB de memoria RAM, una cámara de 12MP y una memoria interna entre 64GB y 256GB, la cual entre más capacidad tenga mejor, para navegar por las redes sociales y descargar más memes y menos libros. Los adultos mayores se preocupan por un fenómeno importante en su edad, el perdón, pero no el perdón de sus hijos por haberlos herido, maltratado o abandonado, no el perdón a su familia por haber estado trabajando toda su vida y no haber compartido nada con ellos, no el perdón a su vecino por haber sentido envidia de su casa por ser más grande, no. Los adultos mayores buscan el perdón de dios; pero afirmar que es por convicción, sinceridad o por arrepentimiento sería como meter las manos a una chimenea encendida al rojo vivo porque no es un secreto que el temor a la “furia de dios”, al “infierno”, al “diablo”, o como deseen llamar a eso que podría ser todo excepto sensibilidad a los infortunios de sus allegados, es lo que hace suplicar perdón. Ya que se habla de dios, “que sea lo que dios quiera”, es una expresión que sin lugar a dudas para mí explicaría aquello a lo que usted hace referencia “la misma lengua que crea lo denuncia en su lugar de víctima y evasión de la responsabilidad sobre sus acciones” (Báez, 2017). “Que sea lo que dios quiera”, es con antelación y prevención culpar a dios de la desgracia que puedan traer consigo los actos cometidos, o por el contrario darse poco crédito y atribuir los frutos del esfuerzo y dedicación a otro, para finalmente cerrar la etapa con un “gracias a dios”, pero no sé si en este preciso momento la memoria me esté jugando una mala pasada pero hasta el día de hoy no he escuchado a una sola persona que cuando las cosas no salgan como esperaban digan “gracias a dios”. Más bien como usted propone, huir de la responsabilidad sobre su propio proceder y de un futuro incierto es una aventura cómoda, segura, confortable, conveniente, pero sobre todo peligrosa, pues estas ideas como la religión y la “razón”, desde tiempos remotos tienen una practica y extensiva experiencia en el arte de la represión y el control; es allí donde la supuesta libertad presumida como premio característico de la “humanidad” es evidentemente “atrapada por el lenguaje”, si hago uso de sus términos.

En este punto, si en mi intento por hacer uso de la palabra, en medida mínima me estoy encontrando con mi nombre propio, ya debe saber a qué parte de su carta decidí responder y aunque es muy poco probable que no lo sepa, si no lo sabe con certeza, me aventuro al huir de mi responsabilidad y culpo rotundamente a la palabra por su pobre calidad significativa que no me permite dar fe de mi existenciariedad. Ahora bien, devolviendo su halago, también sé que le gusta leer y sabrá a que fragmento especifico de su escrito estoy tratando de dar respuesta y del mismo modo se preguntará en que parte haré presente ese término que con tanta insistencia remarcó para definir las raíces de la palabra, le pido un poco de paciencia pues me parece pertinente hacer uso del mismo en el momento apropiado.

De nuevo, la última palabra será útil para abordar el tema que ahora quisiera tratar, saber qué es lo apropiado; seguramente será un tema de eterna discusión, pues definir lo apropiado sería como clasificar lo bueno y lo malo y si he logrado entender un poco lo que usted busca mostrarme, la existenciariedad es tan subjetiva que pretender que la “humanidad” se ponga de acuerdo con respecto a las características de un acto bueno o malo es hacer que se hagan objetos en su ex-sistencia de la existenciariedad de otros; he aquí cuando la política hace su aparición. Como es claro, el don de la palabra propio de los “humanos” no es explotado al máximo por todos ellos, algunos, como usted lo plantea, no tienen ni la más mínima idea del poder con el que viven. No se dan cuenta de que “el mundo depende del sujeto del lenguaje” y viven bajo la idea de que el sujeto depende del mundo; quien no usa el poder que tiene su palabra está condenado a ser únicamente objeto y no significante de otro sujeto que haga uso de la palabra; pero hay que recordar que ser sujeto político va mucho más allá de hablar en público y pretender convencer a otros de algo sin aplicar su propia existenciariedad a las palabras; el ser hablante político debe dejar que la angustia le haga hablar y debe ser capaz de escuchar; el “humano” al hacer uso de la palabra bajo su existenciaridad debe saber de antemano que el significado de la palabra puesta en la ex-sistencia se alterará, por ende la existenciariedad de quien la escucha hará que el significativo se vea afectado.

Se me ocurre una manera sencilla de traer al ejemplo lo que intento reiterar; muchos niños entusiasmados con el ánimo de entretenerse y jugar algo divertido y tranquilo juegan al “teléfono roto”, a uno de ellos se le ocurre una palabra, se la dice a otro niño, este a otro, este a uno más y finalmente a otro. Al haber concluido se dan cuenta de que la palabra y la idea dicha por el primer niño ha sido alterada a medida que pasaba por cada uno de ellos. Espero que bajo ese ejemplo haya quedado un poco más claro el punto que quiero mostrar. En la política la existenciariedad de unos pocos sujetos está mínimamente propuesta en la ex-sitencia bajo sus intereses; para que los demás sujetos que no conocen el poder de su palabra se apeguen a ella porque en ningún momento hay una identificación con los otros; ahora comprendo la razón por la que en las iglesias enseñan a las personas a tener miedo, tengo más claro por qué mientras somos el tercer país entre 175 con más niños violentados y el quinto entre 157 con más personas desplazadas. En los colegios se enseña a sumar, a dividir, a hacer filas, a sentarse, a ponerse de pie y a obedecer; percibo el por qué con tanta insistencia nos recalcan la exactitud de la lógica y las supuestas verdades absolutas. Mientras que, si usáramos la palabra como herramienta para la formación y la educación, la subjetividad misma y las relaciones con el otro como significante y como objeto llevaría a la construcción de lazos sociales funcionales. Ontocracia, efectivamente no podría ser un mejor termino para definir lo que pasa. Un ser hablante invadido por la angustia que sepa hacer uso de la palabra, que sepa hacer uso de ese don, que se preocupe por su bienestar, por hacer ex-sistente su existenciariedad, casi de inmediato estaría interesado en el bienestar de los demás, casi de manera accidental ayudaría a otros y por naturaleza haría manifiesta su “humanidad”.

No quisiera cansarlo, ni mucho menos aburrirlo al responder su carta de manera muy extensa. La angustia ya ha cumplido y me ha hecho hablar por medio de esta carta. Finalmente, luego de expresarme me encuentro un poco más tranquila así que en esta ocasión me despido hasta que la angustia me invada y reciba usted una nueva carta.

junio 2018


Referencias

Báez, J. (2017) Ontocracia. Una carta larga. Bogotá: Fundación Universitaria Los Libertadores.

martes, 28 de agosto de 2018

SIDDHARTHA'S GOAL

By: Hermann Hesse

One goal loomed before Siddhartha, and only one: to become empty, to be empty of thirst, of wishing, of dreams --empty all joy and pain. He wanted the Self to die, to no longer be an "I," to find peace with an empty heart. His goal was to stand open to the wonder of thoughts conceived in self-dissolution. When every shred of his self had been conquered and put to death, when every longing and every inclination of the heart had been silenced, then the Ultimate had to awaken, that which was innermost had to come into being, that which was nothing less than the ego, the great secret. 

Taken from: Hesse, Hermann. (1922/2008). Siddhartha. Simmon & Schuter Paperbacks. New York. Pág. 16