Por: Jairo Báez
Nunca será suficiente, ni la discusión cesará tan pronto y la
situación permanecerá inamovible. El poder de un discurso, que logra tornarse
hegemónico, mostrará su poder para imponer sus criterios, cuando se le interrogue
sobre su veracidad. Y no obstante, habrá resistencia y deseos de diálogos, allí
donde constantemente solamente es perceptible un oído sordo. El diálogo pacifista y armonioso neuro-bio-psi (neuro-bio-psicológico) es reflejo último de la dinámica
que ha emergido desde aquel momento en que la filosofía fue perdiendo su lugar
holístico de explicación y práctica, para dar lugar a saberes analíticos, que
en su conjunto, se hicieron llamar ciencia. De la Cosa se pasó a las cosas, y
del Objeto a los objetos; y con ello, la instauración de diferentes discursos,
con pretensión de veracidad, que quieren eliminar a todos aquellos otros que,
por a, b ó c circunstancias, les sea
impuesto el rótulo de falaz. El problema se acentúa cuando diferentes discursos
apuntan al mismo objeto u objetos semejantes. Es el caso de la Psiquis (Psyche), esa parte que se disputan todos
esos discursos que versan sobre lo humano y su sociedad.
Tres de los
discursos que han querido dictar verdades absolutas sobre la Psiquis, han querido dialogar pero bien
hubiera podido estar presente otro cúmulo de discursos y el debate se habrá complejizado aún más. La biología, la neurología y el psicoanálisis,
hacen presencia para mostrar una vez más su posibilidad de diálogo; las
conclusiones se evidencian pronto: no hay diálogo allí donde diferentes
discursos convergen. Los psicoanalistas se quedan hablando solos. Se podría objetar que no solamente están
estos tres discursos, que también está la filosofía presente, y que con la
filosofía sí se pudo dialogar; pero aún así, no será fácil sostenerlo, pues es claro que los filósofos escuchados tendrán un claro aprecio por el
psicoanálisis.
En este des-encuentro se escuchan tesis que vale la pena
rescatar, no tanto por su novedad sino por el lugar que acusan en la
actualidad. - Aunque es necesario señalar que por momentos no parecen tesis
sino dogmas irrefutables -. Una de estas tesis señala que el sujeto ha muerto, la destitución del sujeto es promocionada por
la misma neurología, pero a cambio se promueve como tesis complementaria la innegabilidad del objeto, el objeto es
incuestionable, independiente de la imposibilidad que se tiene hasta el día de
hoy de acceder a él. La tesis
hegeliana de ese real que se escapa al ser cognoscente pero que mediante la
dialéctica logrará ser atrapado, se muestra favorable para los intereses de la
neurología. Esta tesis conlleva una paradoja ya mostrada por Jacques Lacan: un objeto
conoce otro objeto, pero solo uno de ellos tiene la capacidad de conocer; y
llevada esta tesis a ultranza, se tendría una petición de principio que
sostiene que, el objeto que conoce es el objeto que conoce bien y los demás
objetos no conocen porque conocen mal.
Es la tesis que da estatus a la biología darwiniana (!Darwin dio en
el clavo!) y de paso permite al neurólogo asumirse en su verdad ineludible: por
selección natural se logra la proeza de que un objeto conozca a los otros y,
por solo petición de principio, se da por sentado que el camino para acceder a
la verdad es el método que utiliza el neurólogo. En síntesis, sólo existe un
método para llegar a desentrañar los secretos de la Psiquis, pero este no se ha
encontrado aún, y si en algún momento se encuentra, estará en la depuración del
método que utiliza la neurología, que asume como indiscutible la selección natural
y, en el neurólogo, el ser favorecido por ella.
Otra de las tesis que se escucha sostiene que, el conocimiento se encuentra fragmentado y
que, si se logra hacer alianza entre aquellos que lo portan, la solución a los
problemas que plantea el objeto, estarán resueltos. Esta tesis, igualmente, tan de boga en
las ciencias sociales y humanas, es la que ha despertado el interés por el
trabajo interdisciplinario, multidisciplinario y transdisciplinario. Las fluctuaciones en la práctica, que van
desde el hacer cada uno lo que le corresponde ante el objeto
(especializaciones), hacer lo que por convicción debe hacerse con el objeto,
respetando las creencias de los otros (todo vale), hasta el hacer sin reparar en
la necesidad conceptual (metaparadigmas), es notable en los ambientes
académicos que ponderan el posmodernismo epistémico. Como consecuencia de esta
tesis, todo esfuerzo, en solitario o mancomunado, es válido siempre que se
tenga en mente el bien del objeto en el cual se opera. Empero, lo que no se
tiene presente o se quiere obviar es que ese ¨bien para el objeto¨ no es el
mismo para los diferentes discursos que avalan la praxis que deviene de ellos
e, igualmente, no se comprende ni se entiende que existen incompatibilidades al
analizar en detalle las singularidades de las diferentes prácticas que se
asumen una por fuerza de la buena voluntad de convivencia entre diferentes
profesiones. Los parámetros éticos, coherentes y consistentes, son los que se
soslayan en este tipo de posiciones de concertación en la diferencia, que asume
que todo discurso, devenido en práctica, tiene su potencial que no es posible
desconocer.
La tesis anterior tiene su origen en
un axioma: la defensa a la vida y vida
sólo hay una. No obstante es, precisamente, ese axioma, el que habría que
cuestionarse: ¿Qué es la vida? es una pregunta que no ha sido resuelta y que,
cuando se ha intentado responder, se ha canalizado en sostener que la vida es
aquello que fue definido por el cristianismo: la vida es un don de Dios, cuya
máxima expresión se puede concebir en el ser humano; y, con mayor precisión, la
vida a defender se encuentra en el cuerpo humano. Esto nos lleva a retomar la primera tesis
para llegar a una mejor comprensión de la posición neuro-bio, (neuro-biológica; también se podría incluir algunos discursos psi-): si el objeto conocedor
se sostiene en la selección natural, la
vida se sostiene en el regalo dado por Dios, así que serán dos baluartes indiscutibles
a defender por antonomasia, el método de la neurología y la vida fundada en los
principios cristianos. De allí que si la psiquis se encuentra en el cuerpo, mal
se haría al no centrar el estudio en la praxis para mantener el cuerpo vivo y
en óptimo funcionamiento.
Otra tesis sostendrá que la
fuerza de un discurso hace una praxis vital. El discurso decide lo que es
la vida y esa decisión ocasiona una práctica que obliga a unas relaciones con
el otro- Otro; esto es, a cada discurso subyace una ética que no es negociable
con la ética de otros discursos; puede ser discutible, comentada, socializada,
confrontada, con otros discursos, pero imposible de sincretizar. La coherencia
y consistencia del discurso se levanta como único y posible juez ante la ética
vital; los intentos de hacer pasar por el lenguaje, ese real que permanece
imposible de franquear, tiene su fundamento en la pregunta aun no resuelta ¿Qué
es la vida? Misterio inadmisible y difícil de resolver y de responder mientras
se sea sujeto del lenguaje.
De allí que la propuesta de quien escribe, interesado en los cruces de la locura y la política, es asumir, en este tipo de encuentros la ética del ladrón. El escuchar al
otro-Otro es ya arriesgar a que le enrostren la escisión, la herida en el
discurso que se asume coherente y consistente; y aun así, únicamente el sujeto del
discurso aludido en su falta será quien decida si acepta la afrenta y, en
silencio, se la roba como si fuera un tesoro para taponar el hueco que le ha
sido señalado. No es la imposición del otro-Otro lo que haga mella en el
discurso ajeno si este se cree completo y potencialmente práctico. Su
complemento, viene en la palabra que se enuncia ante el oído sordo; algo habrá
de corroer la obstrucción que ocasiona el sentimiento de estar completo y ser dueño
de la verdad revelada. Cuando se enuncia un discurso, allá donde otros tienen
el suyo propio, no habrá de ser para catequizar ni mucho menos para adoctrinar, pues ya Freud lo había señalado, hasta el loco ama su delirio como a su propia vida; entonces, es de esperar la resistencia discursiva por parte de los
normales. Más si sopesamos que Freud debió mejor enunciar: el loco ama su
delirio porque allí está su propia vida. Al enunciar un discurso, se está a
expensas de que le roben algo, ese algo es un significante, aquel del que
cualquier cosa podrán hacer.