Por: David Parada
Precipitadamente viene a la cabeza un cuerpo tendido en el pavimento paralizando el ritmo de un tráfico denso.
Ella era, fue, estuvo, no está, a donde irá?
Precipitadamente viene a la visión un cuerpo anciano, cansado
y sentado sobre una silla.
Él era, fue, estuvo, no está, a donde irá?
Precipitadamente viene
al cuerpo mismo el terror de fragmentación
de un doble, un espejo, otro.
¿Era yo en él, a dónde
podría irse, dónde estaba, ya no está, a dónde irá?
Ahora disminuye su afán y se me va mostrando como un elogio
a otro cuerpo, uno momificado, enaltecido como ídolo de lo inmortal.
¿Éramos todos puestos en él, fue rey, estuvo en un altar,
está y no está ahora, irá?
Con la misma velocidad se prende la imagen quieta y discreta de una
calavera, con sus dientes burlones y la vacía bóveda craneana que ya no
sostiene aquella redondez carnosa que miraba.
¿Era su mirada, fue anónima ahora, estuvo mirando no sé qué,
ya no está mirando, dónde irá su mirada?
Toma ritmo este discurrir, ya no precipitadamente pero
tampoco con la velocidad que lo caracterizaba, entonces él y la se unen en élla, pero ello también se manifiesta y se parece a un humo negro que se opone al blanco humo del palo santo que élla
trae.
Se esfumó, fue olor también, estuvo a la mirada y se tornó
invisible, ¡no está!, ¿dónde irá?
Ahora tiene tiempo para seducir a un hombre a punto de vaciar con una ráfaga de pólvora su cabeza, se torna lenta, parsimoniosa, y la
tensión de la escena solo rescata ese encuentro
entre él y élla en un beso.
Era el beso de la muerte, fue también el beso de la
liberación, estuvo en bocas de carne que ya no están, ¿a dónde irá ese beso sin
un cuerpo que lo sustente?
Por fin llega a un
estado de parálisis y la escena que viene a cobrar ese lugar paralitico
es un corazón, el sagrado corazón de Jesús, que en él sigue bombeando, lo único
en movimiento, vivo, que se siente como tal hasta que la epifanía se hace
El/la, se divide y las manos abiertas de Jesús se vuelven piernas con una gran
herida en el centro atravesada por una
llama flameante que le recuerda su falo, cuando condensa esta imagen, élla como muerte le revela la verdad de la vida, reconociendo que alguna vez era un
viviente plenamente, que fue atravesado por un artificio de un brujo del don y
que de ahí en adelante estuvo condenándolo a su pérdida, condena en la que ya no quiere estar e irá hacía élla, la muerte, con la sospecha
de que allí se reencontrará con lo perdido como respuesta al sufrimiento de vivir.