La mujer más pura del mundo
Por Héctor Abad Faciolince
Pulblicado en Revista Semana
9 de junio de 2007
Esta mujer inmune no sólo es una hermosa paradoja, sino que podría ser la clave para una vacuna o un remedio para el sida.
La mujer más limpia y pura del mundo no se encuentra entre las cándidas muchachas recién entradas al noviciado de un convento de monjas de clausura. Para encontrar a la mujer más limpia del mundo hay que viajar a África, bajarse en Kenia, internarse en el barrio más miserable y sucio de Nairobi y buscar entre los tugurios de Majengo a una prostituta con 36 años de experiencia en el oficio, la señora Agnes Munyiva, que se ha acostado durante todo este tiempo con unos quince o veinte hombres distintos cada día, en un cuartico alquilado del tamaño de una cama sencilla (dos metros por uno), sobre un colchón de algodón curtido por el sudor y el ajetreo de los cuerpos y del tiempo, y que a pesar de esta vida turbulenta y terrible, que ha matado a centenares de colegas suyas más jóvenes en el mismo barrio y en el mismo oficio, nunca se ha enfermado de sida, la más devastadora de todas las enfermedades de transmisión sexual, que antes tenían el más poético nombre de venéreas.
Los médicos calculan que a lo largo de su vida la señora Munyiva, esta mujer prodigio, se ha acostado sin protección con más de setenta mil hombres (¿algún donjuán podrá competir con esta cifra?), y entre ellos con unos dos mil enfermos de sida, pero su cuerpo sabio y limpio, inmune a la corrupción, no se enferma, y de alguna manera se sabe defender de la infección en este sitio inhóspito de moscas, pantano y podredumbre. Sin haber contraído nunca la enfermedad, Agnes, a los 56 años, sigue adelante con su oficio, lozana como la más virginal de las vestales que mantenían en la antigüedad encendido el fuego sagrado de los divinos templos.
He encontrado esta historia, bonita y asombrosa, en un libro que acaba de publicarse en Gran Bretaña: Twenty-Eight: Stories of Aids in Africa, de Stephanie Nolen, publicado por Portobello Books a finales de mayo. Esta mujer inmune al contagio, no es solamente una hermosa paradoja que camina, sino que podría ser, también, la clave para encontrar una vacuna o un remedio contra el sida, si los investigadores consiguen comprender de qué manera se defiende su cuerpo prodigioso. No es el único caso. En los burdeles y zonas de tolerancia de algunas partes de África, los médicos buscan con lupa a estas mutantes, a estos nuevos diseños biológicos que la evolución ha seleccionado para seguir reproduciendo al género humano sin caer en la lucha a muerte contra la última epidemia planetaria. Su número, en todo caso, no va mucho más allá de los dedos de la mano, y los virólogos e infectólogos estudian sus cuerpos y su sangre con el mismo asombro con que los entomólogos miran sus insectos o los botánicos sus plantas.
Lo más raro del caso, lo más contrario a la intuición, es que cuanto más tiempo lleve una mujer allí en su trabajo sexual, tanto más probable es que no se enferme de sida. Es decir, si es de las que se enferman, la lucha por la vida (o mejor, el triunfo de la muerte) las saca muy pronto del oficio y del mundo. Las veteranas demuestran su fortaleza. Y una paradoja todavía más rara: las prostitutas que no descansan, las que son tan pobres que nunca pueden tomarse vacaciones, las que no hacen jamás una pausa en su comercio, tienen menos posibilidades de infectarse que aquellas que no pueden más y dejan de ejercer por una temporada.
Las que suspenden y vuelven, se enferman ahí mismo. Parece ser que es la exposición constante a la infección lo que de alguna forma las vuelve inmunes. Los ejércitos de anticuerpos de su sistema inmunitario deben de tener algo especial, pues aunque en sus células penetra el virus, tienen dentro de sí los recursos para atacarlo y destruirlo. Al parecer las células T de Agnes se mantienen en permanente estado de alerta, y en un número muy alto, lo cual le permite combatir el virus cada vez que pretende tomarse su cuerpo.
Sin duda, comenta la autora de esta rara historia, "hay otras personas que, como estas mujeres, tienen la habilidad de matar el HIV; pero es mucho más fácil de ver y de seguir el caso en estas mujeres que están expuestas una y otra vez al virus, que descubrirlo, por ejemplo, en un grupo de monjas de un convento europeo. Es posible que alguna de ellas también sea inmune al HIV, pero ¿cómo saberlo?"
Esta mujer inmune no sólo es una hermosa paradoja, sino que podría ser la clave para una vacuna o un remedio para el sida.
La mujer más limpia y pura del mundo no se encuentra entre las cándidas muchachas recién entradas al noviciado de un convento de monjas de clausura. Para encontrar a la mujer más limpia del mundo hay que viajar a África, bajarse en Kenia, internarse en el barrio más miserable y sucio de Nairobi y buscar entre los tugurios de Majengo a una prostituta con 36 años de experiencia en el oficio, la señora Agnes Munyiva, que se ha acostado durante todo este tiempo con unos quince o veinte hombres distintos cada día, en un cuartico alquilado del tamaño de una cama sencilla (dos metros por uno), sobre un colchón de algodón curtido por el sudor y el ajetreo de los cuerpos y del tiempo, y que a pesar de esta vida turbulenta y terrible, que ha matado a centenares de colegas suyas más jóvenes en el mismo barrio y en el mismo oficio, nunca se ha enfermado de sida, la más devastadora de todas las enfermedades de transmisión sexual, que antes tenían el más poético nombre de venéreas.
Los médicos calculan que a lo largo de su vida la señora Munyiva, esta mujer prodigio, se ha acostado sin protección con más de setenta mil hombres (¿algún donjuán podrá competir con esta cifra?), y entre ellos con unos dos mil enfermos de sida, pero su cuerpo sabio y limpio, inmune a la corrupción, no se enferma, y de alguna manera se sabe defender de la infección en este sitio inhóspito de moscas, pantano y podredumbre. Sin haber contraído nunca la enfermedad, Agnes, a los 56 años, sigue adelante con su oficio, lozana como la más virginal de las vestales que mantenían en la antigüedad encendido el fuego sagrado de los divinos templos.
He encontrado esta historia, bonita y asombrosa, en un libro que acaba de publicarse en Gran Bretaña: Twenty-Eight: Stories of Aids in Africa, de Stephanie Nolen, publicado por Portobello Books a finales de mayo. Esta mujer inmune al contagio, no es solamente una hermosa paradoja que camina, sino que podría ser, también, la clave para encontrar una vacuna o un remedio contra el sida, si los investigadores consiguen comprender de qué manera se defiende su cuerpo prodigioso. No es el único caso. En los burdeles y zonas de tolerancia de algunas partes de África, los médicos buscan con lupa a estas mutantes, a estos nuevos diseños biológicos que la evolución ha seleccionado para seguir reproduciendo al género humano sin caer en la lucha a muerte contra la última epidemia planetaria. Su número, en todo caso, no va mucho más allá de los dedos de la mano, y los virólogos e infectólogos estudian sus cuerpos y su sangre con el mismo asombro con que los entomólogos miran sus insectos o los botánicos sus plantas.
Lo más raro del caso, lo más contrario a la intuición, es que cuanto más tiempo lleve una mujer allí en su trabajo sexual, tanto más probable es que no se enferme de sida. Es decir, si es de las que se enferman, la lucha por la vida (o mejor, el triunfo de la muerte) las saca muy pronto del oficio y del mundo. Las veteranas demuestran su fortaleza. Y una paradoja todavía más rara: las prostitutas que no descansan, las que son tan pobres que nunca pueden tomarse vacaciones, las que no hacen jamás una pausa en su comercio, tienen menos posibilidades de infectarse que aquellas que no pueden más y dejan de ejercer por una temporada.
Las que suspenden y vuelven, se enferman ahí mismo. Parece ser que es la exposición constante a la infección lo que de alguna forma las vuelve inmunes. Los ejércitos de anticuerpos de su sistema inmunitario deben de tener algo especial, pues aunque en sus células penetra el virus, tienen dentro de sí los recursos para atacarlo y destruirlo. Al parecer las células T de Agnes se mantienen en permanente estado de alerta, y en un número muy alto, lo cual le permite combatir el virus cada vez que pretende tomarse su cuerpo.
Sin duda, comenta la autora de esta rara historia, "hay otras personas que, como estas mujeres, tienen la habilidad de matar el HIV; pero es mucho más fácil de ver y de seguir el caso en estas mujeres que están expuestas una y otra vez al virus, que descubrirlo, por ejemplo, en un grupo de monjas de un convento europeo. Es posible que alguna de ellas también sea inmune al HIV, pero ¿cómo saberlo?"
Es muy raro: entre las prostitutas, entre esas malas mujeres que transmiten enfermedades (esa ha sido siempre su definición, ¿no?) estarían precisamente las que nunca las contraen ni las transmiten. La más pura es la más puta. El mundo, cada día, es un asombro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Haga sus comentarios a este documento; esto dice que el texto fue leido. ¿Qué más quiere un autor?. Gracias