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viernes, 27 de julio de 2018

PORQUE DIOS EXISTE, TODO ESTÁ PERMITIDO


Por: Jairo Báez

Unas palabras más en torno a lo nunca dicho literalmente, pero de cuya afirmación se cuenta, está en la Obra de Dostoievski, y la cual ha hecho carrera en las disertaciones sobre la moral humana: “Si Dios no existe, todo está permitido”. De entrada, podríamos asumir que todo lo permitido, no necesariamente encara la no existencia de Dios; más aún, sería igualmente valedero, enunciar una contrapartida con igual posibilidad de veracidad: “Porque Dios existe, todo está permitido”. No obstante, intentemos detenernos un poco, antes de avanzar, en la sentencia de marras para mirar algunas conclusiones no tenidas en cuenta.

De inicio, hemos de suponer sin el menor reparo que Dios tiene el control sobre todo lo existente y que, en ese orden de ideas, dictamina lo que debe y no debe hacer el hombre y no solamente en él, sino también en todo lo que puede o no puede existir. Esto, irremediablemente nos llevaría a un Dios bastante curioso y celoso, pues siendo capaz de controlar todo lo existente, permite la existencia del mal, lo cual no sería potestad del hombre sino de Dios mismo. Así nos encontramos ante una gran paradoja y suprema aprensión: Dios tiene la potestad sobre el bien y el mal; igualmente, tiene la potestad sobre el hombre y, sin embargo, permite al hombre ejecutar el mal para luego castigarlo. Se nos antoja curioso y aprensivo, porque si fuera un Dios y realmente tuviera la potestad de permitir al hombre su hacer o no, lo primero que debería no permitirle es ocasionar el mal y así no tendría razón para castigarlo. A menos, y la curiosidad aumentaría, que fuera un Dios ávido de crueldad y obediencia pero quisiera satisfacerse con una víctima inocente. Otra solución, para no castigar al hombre, sería no permitir la existencia del mal; así, ante la libertad que pudiera darle al hombre, éste no se vería compelido bajo ninguna circunstancia a cometer el mal, pues este no existiría.

 Al ser de este modo, todo lo permitido no está determinado por la existencia de Dios, sino por su propia voluntad. Y esto llevaría a la sana y prematura conclusión que esbozamos de principio: “Porque Dios existe todo está permitido”. Pues es Dios, todo poderoso, quien lo permite, no su existencia; en otras palabras, la condición de que todo esté permitido es la voluntad de Dios y para ello, necesariamente debe existir.  Aún más, Dios es imprescindible; sea lo que sea, al fin y al cabo, es lo único que hasta ahora ha sido asumido como causa original. Sea que exista para quienes dicen creer (teósofos) y no exista para quienes dicen no creer (naturalistas), Dios existe, pues no se trata de un cuerpo cierto sino de una suposición indispensable para poder dar una explicación a lo existente.

Por lo tanto, se hace más que imprescindible, para actualizar la discusión sobre la sentencia de marras, no confundir, la causa no causada, con la antropomorfización de la misma. Si Dios (causa no causada) es asumido en las mismas condiciones en que se asume la existencia del hombre, se estaría dando por hecho que esa causa actúa a voluntad y libre albedrío; (doble paradoja, pues se sabe que hasta ahora a quien se le supone libre albedrío, nunca lo ha tenido a plenitud). No obstante, si Dios, es asumido en rigor, compelido por unas leyes que están más allá de su voluntad y libre de todo razonamiento, se tendrá que aceptar que Dios es el culpable de todo lo existente y que, en ese orden de ideas, toda aquella variedad en el proceder del hombre en torno al bien y el mal, es absoluta y clara causa suya.

Si lo pensamos de nuevo, tenemos que afirmar que a Dios no se le puede declarar inmortal o mortal, pues eso sería demeritarlo y reducirlo a la misma condición del hombre. Dios es; por tanto no muere ni nace y por lo mismo, ha de ser el único causante de todo lo existente pero nunca culpable; pues no se le podría probar dolo en tanto no tiene voluntad, sólo es. Dios es causa de que el mal exista y de la existencia misma del hombre, pero no tuvo el libre albedrío ni la voluntad para la existencia o no existencia de ninguno de los dos. Que exista lo uno o lo otro son consecuencias de su propia existencia, no de su voluntad ni su razón. Antes bien, que Dios sea la causa del mal y del hombre es una consecuencia de la voluntad y razón del hombre.

Por otro lado, a pocos se les ha ocurrido detenerse en detalle en la contraparte; esto es, que Dios no sea bueno ni propenda por el bien en sí mismo sino que sea malo y se apasione por el mal. El mal, que hasta ahora ha sido delegado a uno de sus hijos, al más díscolo; pero también podría ser, una de las estrategias de Dios para allegar al mal, poner como chivo expiatorio de su legítima voluntad a su propio hijo. Y de la misma manera que hemos dicho, que si ha permitido al hombre cometer el mal, esta vez, si permite a su hijo caído incentivar el mal, es de su absoluta responsabilidad y voluntad lo que ocasionen los suyos. Empero, si volvemos a la sentencia de marras aducida a Dostoievski y ante la presencia del mal, nuestra sentencia sigue igualmente incólume: Porque Dios existe, todo está permitido. Y en su defensa, volveríamos a insistir, que no se trata la existencia o no de Dios, pues esta es insalvable, sino de la ausencia o presencia de voluntad y razón en él. Dios no tiene voluntad ni razón, solo es; por tanto, tampoco es culpable de lo que hagan sus consecuencias.

Si Dios no tiene voluntad, ni razón, error es intentar dialogar con él. Dios no entiende ni comprende y menos actúa a libre albedrío en la condición de sus consecuencias, sea este el hombre, su hijo o todas y cada una de sus consecuencias. Dios, en tanto causa no causada, es indiferente a la compresión, el entendimiento y las acciones que su emanación produzcan. Siendo más factible, concebir o Dios sin voluntad y sin razón y no obstante todo poderoso, no queda más al hombre que aceptar sus efectos. O en consecuencia, con tal deducción tan lapidaria, negar todo posibilidad de una causa no causada y asumirse cada hombre, en sí mismo, no como un Dios, sino como un ente capaz de ocasionar sus propias consecuencias y responsabilizarse de todos y cada uno de sus efectos y resultados.

martes, 29 de diciembre de 2009

¿SOY ATEO?

Bogotá, octubre 22 de 2001




Señora
Patricia Castro
E. S. M.

Ref. Carta del Padre Llano


He recibido con agrado su encargo y espero poder responder mínimamente a sus expectativas, teniendo presente que en asuntos tan escabrosos la pretensión al respecto puede llegar a ser nula.

Es la gran discusión desde que la Iglesia[1], con el surgimiento de la Enciclopedia, se vio en la necesidad de ceder un poco del pastel que le había sido reservado desde tantos siglos atrás[2]. Ya en clase de Historia de la Ciencia y Método Científico le quise trasmitir mi criterio de que la ciencia y la religión son dos marcos cognoscitivos diferentes y por lo tanto la discusión podría llegar a ser bizantina si no se tienen claros los puntos de referencia. A alguno de ellos quiero referirme de nuevo, y a pedido exclusivo de una alumna que merece mi más sentida admiración, pues en bien diciente que ponga a un ex-docente suyo de psicología a elaborar un ensayo sobre este tema en particular. Espero poder hablarle desde la psicología, asumiendo que es una rama de la ciencia tan respetable como cualquier otra rama.

El hecho que sean marcos cognoscitivos diferentes, no implica que no tengan relación; y por qué no, puntos de convergencia y divergencia. En lo que refiere a la relación, debo señalar la pretensión que tienen tanto la religión como la ciencia de brindar la verdad al ser cognoscente. Pero, mientras la religión asume que tiene la verdad acabada, la cual trasmite a sus fieles, la ciencia asume que la verdad es susceptible de encontrar, de hecho la está buscando siempre y comunica sus resultados, haciendo la aclaración que todavía no la ha encontrado y, más, que mientras no se tenga se debe hacer uso de lo que se tiene en el momento actual[3]. Lo anterior me permite señalar la melopea que ha llegado a nuestros días, donde se endilga a la ciencia su falsedad y poca efectividad en la solución del gran sufrimiento humano. El argumento básico está en la idea que el hombre necesita de una verdad acabada para ser feliz. La ciencia en su racionalidad, ha renunciado a este postulado y en cambio propone que la felicidad es lo de menos e, incluso, puede ser aplazada si la verdad encontrada, al final del camino, brinda libertad y real salida al sufrimiento humano. Es de resaltar que en esta dinámica de la búsqueda científica, Dios, el dador de la verdad desde la mayoría de las religiones, pierde espacio y terreno en su gran feudo humano. Permítame darle un ejemplo, antes que la ciencia nos mostrara que la tierra es redonda se mantuvo la idea que ésta era plana. Por supuesto en argot futbolístico podríamos señalar un 1 a 0 a favor de la ciencia; no obstante podría suceder que alguien propusiese que la tierra es achatada en los polos y por tal motivo, Dios entablara una demanda, ante la FIFA, para que anulasen el gol y de esta manera querer empatar de nuevo el partido. Lo que se está olvidando en este ejemplo es que la tierra no volverá nunca a ser plana pero sí habrán nuevas posibilidades geográficas, más allá del simple achatamiento en alguna de sus partes[4].

Desde la religión se ha esgrimido el argumento que la ciencia descuida la parte fundamental del ser humano refiriéndose, con más exactitud, a conceptos de alma, espíritu y sentimientos. Y en ocasiones se ha llegado a la afirmación que estos conceptos no pueden ser aprehendidos por la ciencia pues, -señala la religión-, carecería de los elementos necesarios para hacerlo adecuadamente. En particular, y a este punto hablo desde la ciencia y no por los científicos, creo que no es cierto lo que argumenta la religión. Siguiendo con la explicación del párrafo anterior, la ignorancia del ser humano es la verdad del religioso, y eso también lo leemos en los estudios transculturales, a nivel longitudinal y trasversal[5]. Por ejemplo, antes de hacer conciencia de que el proceso onírico era un proceso fisiológico, tan natural, como el pensar, hablar, etc., las primeras explicaciones trataron este fenómeno como prueba concreta de la existencia del alma y el espíritu, que vagaban por el mundo cuando el cuerpo dormía. Lo mismo, los sentimientos, al no poder ser controlados a voluntad, pues están gobernados por el sistema autónomo, (simpático, parasimpático y endocrino) se les dio vida, se antropomorfizaron. Y en segunda instancia se señalaron como regalo ineludible de Dios. Hoy no creo en alma, espíritu ni sentimientos, por la sencilla razón que los asumo como conceptos revaluados y no necesarios para poder seguir en la búsqueda de la verdad, felicidad y la libertad del ser humano. El legado de Pavlov, me brinda explicaciones mucho más racionales y concretas sobre el sentimiento, espíritu y el alma, en sus postulados del condicionamiento clásico, sin necesidad de recurrir a un Dios, sino a un proceso histórico que se trasluce en la filogenética y la ontogenética. Si no fuera suficiente la explicación, aún me quedan todos los estudios sobre las representaciones que rastreo, en sus comienzos, en el psicoanálisis y actualmente los encuentro en las ciencias cognitivas.

Usted me preguntará: ¿Entonces por qué existen grandes sabios que creen en Dios?, y me traerá el ejemplo de Einstein. La respuesta que le doy versa sobre la invalidez, incertidumbre, y de nuevo la ignorancia del hombre. Recordemos, con todo el respeto merecido, que Einstein era físico y no psicólogo. Verdad que él tenía muy clara y por tal razón dirigió una carta a Freud, preguntando por la causa de la irracionalidad y comportamiento humano. Lo cierto, Patricia, es que la ciencia es consciente de eso. Aún no es posible dar seguridad a ningún hombre, con el conocimiento que se tiene actualmente, por tal motivo en ese mundo de lo innombrable, de lo desconocido, de lo ominoso, aún seguirá reinando Dios. Podría seguir preguntando, y señalando como también algunos psicólogos, filósofos, historiadores y profesionales, a quienes un título certifica dignos de dar razón del hombre creen en Dios. Yo humildemente le podría contestar[6] que el hábito no hace al monje, y que tal y como Einstein también cuentan con su invalidez, sus huecos en el saber, y sufren como cualquier ser, inscrito en la materia orgánica, sin encontrar solución a su padecer. Podría parecer, lo anterior, como si yo fuese omnisciente, que yo estuviera en el nirvana, que no sufriera, no fuera inválido. No. Realmente sigo pensándome más inválido que cualquiera de los inválidos, más ignorante que el más ignorante, y tal vez sufra igual que todos los hombres que creen en Dios. Lo único que me diferencia de ellos es que he asumido mi castración y la he renegado[7]. Esa ha sido la única manera de asumir mi lugar y responsabilidad en este mundo, al cual, como Cantinflas, no he pedido venir pero del que tampoco pido salir. Soy responsable de mis actos, de lo que me suceda y le suceda a la personas que ponen su integridad a mi cuidado, por tal motivo debo prepararme día a día para asumir el pedido que me ha sido encomendado y que, quiéralo o no, acepté.

Si me dice que le he dado vueltas al asunto y no he respondido al texto del padre Llano, le puedo decir que mientras exista la palabra no puede existir ningún ateo. La palabra es el principio del creer, es el fundamento de la ciencia, ¡leíste bien, de la ciencia!, no tanto de la religión, que a pesar de lo que pregona, sigue creyendo fehacientemente en los hombres, ¡Quimera vana! En mi caso particular, existe un postulado básico, que si usted lo quiere llamar Dios, ese sería mi Dios. Mi postulado dice que mientras exista tiempo y movimiento todo se puede dar. De esta manera, no es que sea ateo, es que creo en algo tan sencillo y a la vez tan fundamental que sin ello no se podría dar nada. Pero si me dice que la ciencia nos hace ateos y que soy ateo por el hecho de no antropomorfizar ese postulado, lo asumo. Ese postulado, que le señalo, no tiene voluntad ni se comporta como un ser humano. Estaría colocando mi existencia en algo bien peligroso e inestable si asumiera que Dios es humano. Ahora, realmente en qué cabeza cabe que un ser poderoso, tal y como lo ven la mayoría de las religiones, tenga tiempo para estar pendiente de lo que hace un pinche[8] ser humano, olvidando menesteres mucho más importantes. Si así fuera, me parecería que ese Dios es muy irresponsable. No concibo un Dios que se preocupa por ladear la balanza en un partido de fútbol, mientras deja que maten miles de seres humanos. Ahora, no me convence el viejo argumento que Dios es misericordioso y que por tal motivo le dio al ser humano libre albedrío. Si fuese así, me parece que Dios es terriblemente perverso y desconsiderado al dejar una bomba atómica en manos de un niño de tres años que tan sólo desea explorar y conocer el mundo. Eso habla mucho de lo que es la responsabilidad y de lo que llama la jurisprudencia autor material y autor intelectual. Ahora, si apreciamos la anécdota del padre Llano, el Dios que menciona es bien marrullero, pues desde el principio sabe que con cara gana él y con sello pierde el científico, dejando mucho que decir de los parámetros éticos que maneja. En toda apuesta se debe tener presente la posibilidad de que la balanza sea justa para los participantes, pero cuando el Dios se asume dueño de la tierra, no está dando pie para que la apuesta sea equitativa y ya antes de apostar se sabía ganador.

Algo más me llama la atención del texto del padre Llano, son sus negrillas que señalan: ¨creer, en resumidas cuentas, es asunto de libre decisión frente al sentido último de la existencia humana y del Universo, con la diferencia de que quienes creen viven tranquilos, y quienes no creen no pueden menos que ocultar una cierta intranquilidad¨. No obstante, Patricia, llevo diez años prestando servicios en psicología clínica y puedo señalarle que en todos estos años ninguno de los consultantes se ha declarado ateo o no creyente en Dios, es más se asumen religiosos. Estos consultantes no vienen a mí porque la felicidad les embarga, ni porque sufren de exceso de tranquilidad; ellos acuden porque creen en la ciencia psicológica y creen que en un científico pueden encontrar solución a su malestar. De otro lado, la sentencia del padre, refiere a la creencia, pero no explicita que sea la creencia en un Dios. Ya le comenté que creer es de humanos; creer en Dios... de ciertos humanos. Debemos ser claros e intentar no confundir la creencia en Dios con el ser religioso. La creencia en Dios, asumido éste como la causa no causada, es cuestión personal y no por esto se es religioso: intentando seguir o ser seguido. La religión es cuestión de colectivo[9]; se puede ser religioso sin necesidad de tener Dios o teniendo uno en particular. Existimos algunos que creemos en algo y no necesariamente lo llamamos Dios; igualmente, que no deseamos ser seguidos o seguir a alguien. Solamente queremos encontrar nuestro propio camino y si con esto logramos incitar a otros a que sigan el suyo propio, nos sentimos satisfechos.

Esperando su aceptación,

Atentamente



Jairo Báez
Psicólogo

1. Léase religión.
2. Recordemos los grandes tratados, intrigas y mangualas entre monarcas y papas. Cf. La historia de los Borgia.
3. Vete leyendo, como diría Fernando Savater, la Fenomenología del Espíritu de Hegel.
4. Podríamos complementar este punto con los aportes de los antropólogos, al hacer sus estudios trasculturales, con comunidades primitivas y comunidades actuales en diferentes grados de asimilación del pensamiento científico. A mí particularmente me llama la atención los estudios de Malinowski, Boas, Mead, y Sapir.
5. A mí me gustó mucho el artículo sobre animismo, magia y religión de Freud. Pero le sugiere que vaya directamente a Frazer y Morgán y al estudio de Kolberg sobre la formación moral del niño.
6. Parodiando la sentencia religiosa.
7. Son conceptos que se desarrollan en la teoría freudiana, yendo más allá de la genitalidad.
8. Lo de pinche viene de lo pequeño que es el ser humano si lo comparamos con la dimensión, hasta ahora conocida del universo; no le pongamos peyorativos.
9. Particularmente asumo el termino religión en el sentido de seguir a.