Por: David Mira Vergel
El tránsito hacia la muerte se firmó
desde que el lenguaje arrancó abruptamente al
humano del reino animal, y ya
nunca jamás habrá algo en el hombre que pueda pensarse como
utópico; sin embargo, la
producción ofrece paraísos , en donde
sus ángeles miran para
otro lado cuando aparecen los infiernos particulares del sujeto
agitándose frente a los ideales de la época; la obsesión de ser mejor que el vecino, de una reputación respetable,
en donde los malestares son amordazados para que nunca griten y el cuerpo
sea algo que se pueda exhibir; unido esto , a la fascinación por lo nuevo, y
la insistencia por
reprimir el señalamiento de que
aunque se tenga todo resuelto como ciudadano y consumidor, siempre habrá
algo que falta como sujeto del
lenguaje.
Las velocidades han cambiado, es eso lo que denuncian los abuelos, la nostalgia no es poca al verse
en el juego de una época en donde
el mandato es “Olvida aunque eso te
insista, olvida aunque
duela, olvida y ven rápido, que
siempre habrá algo nuevo para disfrutar”
, al parecer ya no hay tiempo para el duelo
cuando al día siguiente el sujeto ha de levantarse y elegir un trabajo que le consuma hasta el tuétano y en las noches proclamar
“estoy muerto” como un
ruego con el que empieza a dudar si la
vida es lo que él ha creído.
Hay quienes
se plantean, que hoy en día ya no
pasa nada , una queja
que deja la molesta
sensación de que la
historia ya está hecha, pero…¿Se puede
hablar de una historia cuando el sujeto suele tender a su deconstrucción? Sobre esto Slavoj Zizek (El desierto de lo
real) señalaría que “La actividad social frenética,
oculta la identidad básica
del capitalismo global, la ausencia de un acontecimiento”, algo curioso
en una época en donde se
retuercen los cuerpos para sacarles el jugo de la
belleza y en donde el acontecimiento da testimonio de
lo real.
Contrario a
Slavoj Zizek, creo que
muchos acontecimientos nos asaltan, pero la indiferencia
ocupa hoy el trono
de la inhibición de nuestra época, alejando al sujeto y las comunidades, de actos plenos
para su existencia, así pues la
cuestión no sería que no esté pasando
nada, sino que no queremos que pase nada optando por la
quietud, y ante lo que inevitablemente
pasa quizás no se quiere hacer nada.
La angustia, acaba siendo el
resto al final de la cadena productiva
y actúa como prestamista del deseo, que emerge con
sus insólitas verdades
para cobrar al sujeto su
cobardía al haber cedido en su propia temporalidad, y haber cedido
su deseo a las temporalidades de la producción; frente a eso la angustia exige historias de las que no se puede escapar
La complicidad entre el amor y la muerte -Los desamores de la muerte.
Nos
pasamos la vida
amando a un cuerpo, cuyo destino
será el de divino cadáver, los
encuentros entre el amor y
la muerte son
otro interés que
surgió, al hallar en
estos territorios del
sujeto chispas que lo
hacen hablar; casualmente
el enamorado y el doliente son intensos
al hablar como al callar pues
ambos acontecimientos tanto el
amor como la muerte suelen
ocupar para el sujeto
el lugar de lo
enigmático que de alguna manera
obliga a crear algo cuando el
misterio avasalla los semblantes.
¿Por
qué hablar de desamores de la muerte? Al convocar la producción
a los territorios de
la muerte, se ha podido
ver como esta ha
sido enunciada en términos de mercado,
y de espectáculos para un noticiero, excluyendo el componente espiritual
de la mismidad, como una
manera de crear alrededor de
estas historias en
donde se le da
vuelo a lo simbólico; con la entrada del
discurso productivo la muerte convertida en
un servicio es
un gran desamor
al quedarse en el terreno de
la calidad , dejando a un lado el
acto de reunirse y hacer memoria.
La vida es la amante del
sujeto, y en ella existen algunos otros que
se han convertido en pedazos de vida,
que entrañan
identificaciones de las que la
pulsión ha logrado extraer
algo, y que cuando mueren, simplemente no se van, y la ausencia
es ese testimonio
de que a la pulsión no le gusta
perder, por eso mismo intentar borrar la ausencia, o pasar rápido
aquella circunstancia,
resulta infructuoso, pues después
de todo,
contrario a la
rapidez de la época cada quien necesita
un momento para llorar, burlarse y hablar sobre sus muertos,
pues solo con esto se
asegura de vivir.
Canticos a una sepultura (El entierro)
A pesar
de que un entierro
puede ser visto como
algo lamentable, no se puede olvidar
que este también es una fiesta,
de esas que otro nos organiza
como el bautizo, los quince años, el matrimonio, etc., que aunque paradójicamente es una fiesta para el final
de nuestros días como habladores , insiste en
fundar sobre nosotros, el nombre de una leyenda con la
virtud suficiente para ser contada.
Después
del entierro, la leyenda del nombre del
difunto en algunos casos deja de ser
una fiesta, para convertirse en un bazar
donde arden disputas
familiares sobre cómo
hablar del nombre del
cadáver, quien habla lícitamente de él y
quien no, y quien
debe llevar los objetos del
difundo; mencionar a Diomedes Díaz, al
esmeraldero Carranza incluso al Joe Arroyo
puede dar elementos
para pensar en los
significantes que los
vivos le achacamos
a los muertos, como excusa para hacernos causar por las que
seguir deseando y con ello viviendo..
El entierro
se presenta también como la oportunidad
para que aquello reprimido
en las familias, se
desate alrededor del féretro
que emerge un lugar
perfecto para los murmullos y para que se desaten
los secretos; me pregunto ¿por
qué en esa circunstancia, el silencio puede tornarse
insoportable? La existencia
pareciera hacerse añicos y el cadáver no podrá responder nada sobre la
confusión que deja el sujeto tras su fallecimiento; por eso quizás encarnando al oráculo de Delfos algunos hablan de la muerte intentando buscar en esto
una sabiduría esencial.
Ánimas benditas y espantos de la ciencia
Freud
en lo Siniestro (1923) señala
que aquellos horrores que se
creen ajenos y de una naturaleza desconocida para nosotros,
resultan ser viejos compañeros de nuestro psiquismo, que han
sido fieles escribanos de
experiencias en donde el sujeto ha cortejado a la angustia, y
los nombres que le damos a nuestros
miedos sería una manera
de mitificar lo real, pues
sería aún peor no poder decir
nada al respecto; los horrores nunca dejarán de esperar, y bien se sabe que toda cita con el
inconsciente es algo inevitable
pues al final es una cita
con una verdad.
Con las ánimas benditas
se pretende hacer
un trueque libidinal, se
les reza para ayudarlas a
encontrar una luz
que de final
a sus padecimientos, pero no tan desinteresadamente, pues
se les pide favores, o
que no asusten
a los vivos; esta ha sido
una práctica interesante
en tanto aquí se
juega el sujeto los significantes que se ubican en el lugar de aquel que está
ausente; presentando con esto
una pujante pregunta
¿hay vida después de la muerte? En el psicoanálisis
se sabe que sí, mientras
haya un lenguaje
dispuesto allí para
vivificar al cadáver y darle espíritu, pues no hay nada que angustie más
que el silencio de los muertos al ser un
atisbo de que la propia desaparición es un atentado al narcicismo.
La búsqueda
de películas, programas de radio, y documentales con contenido paranormal,
no ha cambiado mucho de los
tiempos de Freud hasta nuestros días;
solo en el aspecto
tecnológico y por el
intento de hacerlo legítimo
dentro del discurso
científico; por lo demás, aun se le
teme a la muerte ajena, a la propia y a
los fantasmas que con estas
surgen como demanda de que allí queda
algo por decir; dado que la ciencia
sobre la muerte por más sofisticaciones que ofrezca no logra un
explicación de esta.
La ciencia
ficción, ¿es acaso
el reverso de le ciencia? Es una
pregunta que surge al ver su
precisión, y las
espantosas visiones que llegan a dar
sobre el goce, estos
relatos, los androides,
la bomba, los virus,
entre otras cosas
que se presentan como la manera
en que el progreso o avance
científico puede terminar instalándose en la dimensión de lo
siniestro, ¿a qué temerá la ciencia de
nuestros días?
Tratos entre la vida y la muerte
No hemos
cesado en nuestros intentos por
poder decir algo para respondernos
por la vida, y
cuando las palabras no bastan es la vida quien con sus
sorpresas nos responde, apabullando al sujeto
con la angustia necesaria
para que pueda emprender el camino de
la palabra, y
con esto a
través de actos que
están más allá
del bienestar, poder
crear algo con lo que
astillarse el alma, y conseguir
darle alguna gracia a una vida en donde se
sufre lo que se goza.
Si se
accede a pensar
la vida como una cuestión
de oportunidades, comenzando por
la oportunidad de
decir algo significativo
y luego morir
memorablemente, o de
guardar silencio y
actuar en aquel momento
que para el sujeto es preciso, y otras
oportunidades en donde un significante
aparece y se hace existencia;
desde la sabiduría popular
se nos diría “las oportunidades las pintan
calvas”, algo que deja claro que el
significante tiene sus
tiempos precisos para
unirse con los acontecimientos de la vida de
un sujeto.
Cuando
las oportunidades se pintan
calvas y no se agarran de un pelo, al no hacer lo que se desea frente a determinadas
circunstancias, queda un resto que
podría ser llamado
el insoportable destino de los
arrepentidos, aquel en donde lo no realizado insiste afanosamente sobre
el sujeto, con
la pesada carga de
lo que pudo haber sido, ¿qué hubiera pasado si cuando
aquel otro estaba vivo
hubiera hecho esto? O una
pregunta para el final de los días ¿qué hubiera
pasado si en mi propia vida hubiera
hecho otra cosa?, esto es un duelo en donde la oportunidad
no atrapada es eso que deviene como síntoma.
La pulsión de muerte en el lugar de la invención
Al
hablar de pulsión
de muerte no
se puede eludir
la pulsión de vida,
no porque sean algo
dividido, sino porque
es una sola que
actúa dependiendo de lo
que le sea útil psíquicamente , con su cara mortífera o vital según sea el
caso; sobre este
concepto fundamental se ha podido
saber que la pulsión no quiere
garantías, solo quiere obligar
al sujeto a vivir, aun
cuando vivir sea
consumirse; la naturaleza
de la pulsiones aspira a
mucho más de lo que en realidad
se puede abarcar, aun así se
pueden hacer grandes proezas en una vida
tan corta.
Dentro
de lo que Lacan habla sobre
la pulsión en su cara
mortífera expresa, “si
la pulsión de
muerte se presenta en efecto
en ese punto del pensamiento de Freud
como exigiendo ser
articulada, es a saber,
como pulsión de
destrucción, en tanto
pone en cuestión lo que existe
como tal, que en suma
es igualmente voluntad de creación”
(Seminario 7); un cadáver
en descomposición da un
ejemplo claro de cómo una cosa que está
muriendo al mismo tiempo se puede estar vivificando; siendo
así, la pulsión en su cara mortífera, desanuda, daña,
trae lo que llaman
crisis, cuestiona ideales y significantes en
un intento por
crear, y a
veces camina hacia el goce que
repetirá y repetirá hasta que
se tropiece con algún
hallazgo que le permita
inventarse históricamente; dejando
en claro, que todo acto creador
lleva a
cuestas una eliminación,
en la que el cadáver de lo real ha de ser
eliminado para dar espacio
a lo que pueden parir los significantes.
Referencias.
Slavoj Zizek. El
desierto de lo Real. Madrid. Akal
Sigmund Freud. Lo siniestro
(1923). Buenos Aires. Amorrortu
Jacques Lacan. Seminario 7 La
Ética del Psicoanálisis. Buenos
Aires. Paidós