Jairo Báez
Especialización en Instituciones Jurídico Familiares
Universidad Nacional
1999
Entender la importancia de la génesis y construcción del conocimiento,
es algo que no está muy “de moda” en la universidad colombiana. Envolviendo
como tal, las diferentes instituciones de carácter público y privado que
imparten saber a nivel superior. Al seno de la población colombiana se ha
introyectado el viejo axioma que en país de ciegos el tuerto es rey. En esta
medida lo importante no es llegar al fondo del asunto, sino apropiarse de lo
indispensable para “descrestar” incautos y lograr la fuente de recursos
económicos que permitan vivir “dignamente”. Hoy difícilmente se encuentra en el
profesional esa angustia por entender de donde surge la ciencia, el saber; el
para qué, el porqué y el cómo se llega a desentrañar los secretos; estos son
oficios para otros, para los intelectuales alejados de la realidad y ajenos a
nuestro tercermundista país. Los profesionales colombianos sólo queremos un
título más, para ascender en la escala salarial de cualquier entidad, evitando
las preocupaciones que podrían acarrearnos, en cualquier momento, la
profundización en la epistemología.
En este ambiente me encuentro con un hombre, de pelo cano y andar
pausado, profesor por más de cincuenta años, empecinado en mostrar, a sus
estudiantes, que existe un mundo más allá de sus propias narices. Ese mundo que
él quiere legarnos, cuando sus fuerzas lo obliguen a entrar en la cordura, como
buen quijote, para morir en paz. Y es que para ser sabio, honesto y
comprometido con una causa llamada Colombia, necesariamente debe uno estar
loco.
Ese mundo que quiere dejar a sus estudiantes se llama Colombia, país
incrustado entre dos mares, allí donde se quiere desgarrar el continente en dos
polos “malditos”: el norte y el sur. Ese mundo codiciado por muchas potencias
primermundistas, que se han dado cuenta que el paraíso bíblico verdaderamente
existe; que tiene todo lo que podría hacer feliz a un hombre, a una sociedad,
ese paraíso se llama Colombia.
Pero ese mundo adolece de muchos males, cuyos síntomas se evidencian en
la sociedad que la habita. Esa sociedad acéfala, esa sociedad psicótica, esa
sociedad sangrante y explosiva, es la que ha mantenido con vida a un roble,
profesor de mil batallas, que se niega a morir mientras no vea que va por los
caminos de encontrar su norte. Curiosamente, antes lo que se perdía era el
oriente; pero, debe ser por la correlación con la prosperidad económica, que
ahora lo que se pierde es el norte.
En esa empresa titánica, me siento ante un hombre para que me mueva en
los cimientos y me muestre que la familia no es un puñado de leyes, emanadas de
un rey, a lo Saint-Exupéry, para que se cumplan. Si no entendemos la
importancia de la epistemología en torno a la familia, difícilmente podremos
ser facilitadores profesionales del cambio que se debe operar a su interior.
Tal como lo planteó, en muchas ocasiones, la familia es una multitud de
variables que deben ser analizadas, con mano de buen cirujano, sin perder nunca
la objetividad y la eticidad.
Nadie más que nosotros mismos, colombianos, seremos culpables de
nuestras dichas o desdichas. Nadie va a preocuparse por la suerte de la familia
colombiana lejos de nuestros linderos; y cuidado, cuando alguien, extraño a
nosotros, se preocupe, no perdamos de vista sus intereses pues muchas
veces pueda que no sean los favorables para el Estado y la sociedad
nacional.
La simplicidad tal vez sea lo más complejo que existe, de otra manera
no se podría entender la amplitud mental necesaria para poder estudiar el
fenómeno de la familia. Con la gravedad del ilustrado, este hombre cita a un
godo recalcitrante, un cachiporro a ultranza, un marxista consumado, un maoísta
empedernido, para señalar que la política es un factor determinante de la
ciencia. La ciencia no es un dogma, se le escuchó varias veces decir. Las cosas
son y como tal debemos buscar la forma de aliarnos a ellas, y qué mejor forma
que conociéndolas; y conocer implica dejar la creencia de la estabilidad, el
anquilosamiento y lo finito; mientras se le da cabida al cambio, el dinamismo,
lo infinito. La familia no se aprehende, la familia se sigue en su proceso
histórico. Proceso que va unido a otros cambios que la fundamentan, como la
economía, la política, la religión y la misma ciencia, la tecnología.
Cómo no voy a estar orgulloso de haber sido alumno de Eduardo Umaña
Luna, cuando se ha preocupado de bajar un discurso universal (Epistemología) a
un Estado y fenómeno particular (Colombia y Familia); y no contento con esto le
da un papel protagónico a cada uno de quien lo escucha en el devenir de la historia.
Sea tan grande como la universal o tan chica como la de su propia familia.
!!Gracias Maestro!!