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miércoles, 1 de agosto de 2018

viernes, 27 de julio de 2018

PORQUE DIOS EXISTE, TODO ESTÁ PERMITIDO


Por: Jairo Báez

Unas palabras más en torno a lo nunca dicho literalmente, pero de cuya afirmación se cuenta, está en la Obra de Dostoievski, y la cual ha hecho carrera en las disertaciones sobre la moral humana: “Si Dios no existe, todo está permitido”. De entrada, podríamos asumir que todo lo permitido, no necesariamente encara la no existencia de Dios; más aún, sería igualmente valedero, enunciar una contrapartida con igual posibilidad de veracidad: “Porque Dios existe, todo está permitido”. No obstante, intentemos detenernos un poco, antes de avanzar, en la sentencia de marras para mirar algunas conclusiones no tenidas en cuenta.

De inicio, hemos de suponer sin el menor reparo que Dios tiene el control sobre todo lo existente y que, en ese orden de ideas, dictamina lo que debe y no debe hacer el hombre y no solamente en él, sino también en todo lo que puede o no puede existir. Esto, irremediablemente nos llevaría a un Dios bastante curioso y celoso, pues siendo capaz de controlar todo lo existente, permite la existencia del mal, lo cual no sería potestad del hombre sino de Dios mismo. Así nos encontramos ante una gran paradoja y suprema aprensión: Dios tiene la potestad sobre el bien y el mal; igualmente, tiene la potestad sobre el hombre y, sin embargo, permite al hombre ejecutar el mal para luego castigarlo. Se nos antoja curioso y aprensivo, porque si fuera un Dios y realmente tuviera la potestad de permitir al hombre su hacer o no, lo primero que debería no permitirle es ocasionar el mal y así no tendría razón para castigarlo. A menos, y la curiosidad aumentaría, que fuera un Dios ávido de crueldad y obediencia pero quisiera satisfacerse con una víctima inocente. Otra solución, para no castigar al hombre, sería no permitir la existencia del mal; así, ante la libertad que pudiera darle al hombre, éste no se vería compelido bajo ninguna circunstancia a cometer el mal, pues este no existiría.

 Al ser de este modo, todo lo permitido no está determinado por la existencia de Dios, sino por su propia voluntad. Y esto llevaría a la sana y prematura conclusión que esbozamos de principio: “Porque Dios existe todo está permitido”. Pues es Dios, todo poderoso, quien lo permite, no su existencia; en otras palabras, la condición de que todo esté permitido es la voluntad de Dios y para ello, necesariamente debe existir.  Aún más, Dios es imprescindible; sea lo que sea, al fin y al cabo, es lo único que hasta ahora ha sido asumido como causa original. Sea que exista para quienes dicen creer (teósofos) y no exista para quienes dicen no creer (naturalistas), Dios existe, pues no se trata de un cuerpo cierto sino de una suposición indispensable para poder dar una explicación a lo existente.

Por lo tanto, se hace más que imprescindible, para actualizar la discusión sobre la sentencia de marras, no confundir, la causa no causada, con la antropomorfización de la misma. Si Dios (causa no causada) es asumido en las mismas condiciones en que se asume la existencia del hombre, se estaría dando por hecho que esa causa actúa a voluntad y libre albedrío; (doble paradoja, pues se sabe que hasta ahora a quien se le supone libre albedrío, nunca lo ha tenido a plenitud). No obstante, si Dios, es asumido en rigor, compelido por unas leyes que están más allá de su voluntad y libre de todo razonamiento, se tendrá que aceptar que Dios es el culpable de todo lo existente y que, en ese orden de ideas, toda aquella variedad en el proceder del hombre en torno al bien y el mal, es absoluta y clara causa suya.

Si lo pensamos de nuevo, tenemos que afirmar que a Dios no se le puede declarar inmortal o mortal, pues eso sería demeritarlo y reducirlo a la misma condición del hombre. Dios es; por tanto no muere ni nace y por lo mismo, ha de ser el único causante de todo lo existente pero nunca culpable; pues no se le podría probar dolo en tanto no tiene voluntad, sólo es. Dios es causa de que el mal exista y de la existencia misma del hombre, pero no tuvo el libre albedrío ni la voluntad para la existencia o no existencia de ninguno de los dos. Que exista lo uno o lo otro son consecuencias de su propia existencia, no de su voluntad ni su razón. Antes bien, que Dios sea la causa del mal y del hombre es una consecuencia de la voluntad y razón del hombre.

Por otro lado, a pocos se les ha ocurrido detenerse en detalle en la contraparte; esto es, que Dios no sea bueno ni propenda por el bien en sí mismo sino que sea malo y se apasione por el mal. El mal, que hasta ahora ha sido delegado a uno de sus hijos, al más díscolo; pero también podría ser, una de las estrategias de Dios para allegar al mal, poner como chivo expiatorio de su legítima voluntad a su propio hijo. Y de la misma manera que hemos dicho, que si ha permitido al hombre cometer el mal, esta vez, si permite a su hijo caído incentivar el mal, es de su absoluta responsabilidad y voluntad lo que ocasionen los suyos. Empero, si volvemos a la sentencia de marras aducida a Dostoievski y ante la presencia del mal, nuestra sentencia sigue igualmente incólume: Porque Dios existe, todo está permitido. Y en su defensa, volveríamos a insistir, que no se trata la existencia o no de Dios, pues esta es insalvable, sino de la ausencia o presencia de voluntad y razón en él. Dios no tiene voluntad ni razón, solo es; por tanto, tampoco es culpable de lo que hagan sus consecuencias.

Si Dios no tiene voluntad, ni razón, error es intentar dialogar con él. Dios no entiende ni comprende y menos actúa a libre albedrío en la condición de sus consecuencias, sea este el hombre, su hijo o todas y cada una de sus consecuencias. Dios, en tanto causa no causada, es indiferente a la compresión, el entendimiento y las acciones que su emanación produzcan. Siendo más factible, concebir o Dios sin voluntad y sin razón y no obstante todo poderoso, no queda más al hombre que aceptar sus efectos. O en consecuencia, con tal deducción tan lapidaria, negar todo posibilidad de una causa no causada y asumirse cada hombre, en sí mismo, no como un Dios, sino como un ente capaz de ocasionar sus propias consecuencias y responsabilizarse de todos y cada uno de sus efectos y resultados.

sábado, 21 de julio de 2018

LOS FALSOS POSITIVOS

Por: Jairo Báez

Los falsos positivos no son más que una consecuencia lógica de un perverso sistema de administración mal llamado moderno y efectivo; ese, que también es conocido popularmente como Administración por Objetivos. Este retorcido sistema que, en Colombia, si bien ha mostrado lo más horrendo y ominoso, al mostrar que cuando se trata de publicar objetivos cumplidos, la vida de un ser humano es lo de menos, no es extraño a ninguna de las prácticas más cotidianas en esta actualidad de la cual nos ufanamos de ser la más adelantada y moderna, producto único de una racionalidad intencional positiva. Este sistema, precisamente, es el que ha demostrado limpiamente que la realidad se puede falsear; que los datos (pruebas), pueden ser invenciones creadas artificialmente para probar una realidad que no existe en absoluto o hacer pasar por existente una realidad jamás experimentada.

Los falsos positivos no pueden señalarse solamente a una estrategia militar necesitada de logros para demostrar que la guerra se está ganando; donde aquellos civiles inocentes,  alejados de un conflicto, son vestidos con prendas militares y ataviados con armas que nunca usaron, son asesinados impunemente y así entregados ante los ojos, como bajas hechas al enemigo. No. Los falsos positivos son producto de una mentalidad desquiciada que puso el dato por encima del valor. Aquella racionalidad que se ufanó de que un dato ¨empírico” sería la forma diáfana como se le podría poner fin a toda especulación nada favorable a los intereses de un bienestar subjetivo y social: ponerle fin a la mentira. Poner la garantía en los sentidos ha sido su gran desacierto, pues intentando mostrar una cosa logró revelar otra totalmente diferente. Nada más frágil que la mirada, nada más fácil de engañar que el oído y, en extensión, nada más débil que todos aquellos sentidos que, nos enseñaron, captan una realidad externa, existente per se.  Cuando se puso con condición, la comprensión centrada en los sentidos (mal entendido empirismo), para el buen entendimiento, tal y como lo hace ese monstruo llamado Administración por Objetivos, la misma comprensión y el mismo entendimiento humano, fueron sacrificados.

Los falsos positivos están a la orden del día en toda nuestra realidad. Ese mal llamado empirismo nos ha enseñado que todo se puede falsear y cómo hacerlo pasar como una prueba innegable de que un hecho existió o existe. Desde el más ilustrado al menos letrado; y en cualquier campo de interacción social, se encontrarán fácilmente los lastres de dicha perversión. Contundentes pruebas que en absoluto, prueban lo que dicen probar. Las famosas evidencias son hoy una insolencia para el entendimiento humano; por supuesto, también perjuicio para el bienestar mismo del hombre y su sociedad. A un científico o un académico, le importa un rábano introducir información sobre hechos nunca existidos con el único ánimo de afectar la gráfica de una curva estadística de tal manera que vaya con sus propios intereses de logro; un político o administrador público cualquiera, muestra infinidad de formatos diligenciados con información ficticia haciéndolos pasar por prueba ineludible de hechos que nunca ocurrieron; un estudiante trae una tarea que nunca hizo, al profesor, y la hace pasar como suya;  un cualquiera, es capaz de afirmar en un juicio que vio u oyó cosas y palabras jamás vistas ni expresadas. Y a todo esto, se le tiene como pruebas incontrovertibles. Todo esto y sobre todo, para demostrarle al “Gerente” y los entes de control, que lo hecho fue una realidad innegable y por supuesto, que los objetivos se cumplieron.

Cuando el valor le dio el lugar al dato, la forma más infame para distorsionar toda realidad se hizo real. Si todo radica en demostrarle al otro y no a uno mismo que la realidad existe, infinidad de formas emergen para engañar al incauto y al mismo sistema. Se falsifican documentos, se entrega información falsa, se construyen seudo-hechos, se edita la información, se niega la información verídica, se dice lo que se quiere escuchar y no lo que se ha de escuchar, etc.  En síntesis, la información es ahora un relato ficticio de un hecho jamás existente, pero necesariamente justificado para poder responder al mandato feroz de un “Gerente” insaciable de hechos y poder pasar la censura de un ente de control incapaz de refrendar que ciertamente lo son. Hoy tenemos máquinas y procesos potentísimos para contar falsedades haciéndolas pasar por verdades (estadística); procesos para el procesamiento de información ficticia al que nadie dedica el más mínimo tiempo para verificar su autenticidad (evidencias empíricas). Nunca antes habíamos vivido una realidad tan artificiosa, y esto lo hemos logrado gracias a ese deseo terco y desatinado de querer lograrlo solamente a partir de los sentidos y negándole su lugar a quien realmente debería ser su rector: la razón y en entendimiento crítico.
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