Por: Jairo Báez
Los falsos positivos no son más que una consecuencia lógica de un perverso sistema de administración mal llamado moderno y efectivo; ese, que también es conocido popularmente como Administración por Objetivos. Este retorcido sistema que, en Colombia, si bien ha mostrado lo más horrendo y ominoso, al mostrar que cuando se trata de publicar objetivos cumplidos, la vida de un ser humano es lo de menos, no es extraño a ninguna de las prácticas más cotidianas en esta actualidad de la cual nos ufanamos de ser la más adelantada y moderna, producto único de una racionalidad intencional positiva. Este sistema, precisamente, es el que ha demostrado limpiamente que la realidad se puede falsear; que los datos (pruebas), pueden ser invenciones creadas artificialmente para probar una realidad que no existe en absoluto o hacer pasar por existente una realidad jamás experimentada.
Los falsos positivos no son más que una consecuencia lógica de un perverso sistema de administración mal llamado moderno y efectivo; ese, que también es conocido popularmente como Administración por Objetivos. Este retorcido sistema que, en Colombia, si bien ha mostrado lo más horrendo y ominoso, al mostrar que cuando se trata de publicar objetivos cumplidos, la vida de un ser humano es lo de menos, no es extraño a ninguna de las prácticas más cotidianas en esta actualidad de la cual nos ufanamos de ser la más adelantada y moderna, producto único de una racionalidad intencional positiva. Este sistema, precisamente, es el que ha demostrado limpiamente que la realidad se puede falsear; que los datos (pruebas), pueden ser invenciones creadas artificialmente para probar una realidad que no existe en absoluto o hacer pasar por existente una realidad jamás experimentada.
Los falsos positivos no pueden señalarse
solamente a una estrategia militar necesitada de logros para demostrar que la
guerra se está ganando; donde aquellos civiles inocentes, alejados de un conflicto, son vestidos con
prendas militares y ataviados con armas que nunca usaron, son asesinados impunemente
y así entregados ante los ojos, como bajas hechas al enemigo. No. Los falsos
positivos son producto de una mentalidad desquiciada que puso el dato por encima
del valor. Aquella racionalidad que se ufanó de que un dato ¨empírico” sería la
forma diáfana como se le podría poner fin a toda especulación nada favorable a
los intereses de un bienestar subjetivo y social: ponerle fin a la mentira. Poner
la garantía en los sentidos ha sido su gran desacierto, pues intentando mostrar
una cosa logró revelar otra totalmente diferente. Nada más frágil que la
mirada, nada más fácil de engañar que el oído y, en extensión, nada más débil que
todos aquellos sentidos que, nos enseñaron, captan una realidad externa,
existente per se. Cuando se puso con condición, la comprensión
centrada en los sentidos (mal entendido empirismo), para el buen entendimiento,
tal y como lo hace ese monstruo llamado Administración por Objetivos, la misma
comprensión y el mismo entendimiento humano, fueron sacrificados.
Los falsos positivos están a la orden del día
en toda nuestra realidad. Ese mal llamado empirismo nos ha enseñado que todo se
puede falsear y cómo hacerlo pasar como una prueba innegable de que un hecho
existió o existe. Desde el más ilustrado al menos letrado; y en cualquier campo
de interacción social, se encontrarán fácilmente los lastres de dicha perversión.
Contundentes pruebas que en absoluto, prueban lo que dicen probar. Las famosas
evidencias son hoy una insolencia para el entendimiento humano; por supuesto, también
perjuicio para el bienestar mismo del hombre y su sociedad. A un científico o
un académico, le importa un rábano introducir información sobre hechos nunca
existidos con el único ánimo de afectar la gráfica de una curva estadística de
tal manera que vaya con sus propios intereses de logro; un político o
administrador público cualquiera, muestra infinidad de formatos diligenciados
con información ficticia haciéndolos pasar por prueba ineludible de hechos que
nunca ocurrieron; un estudiante trae una tarea que nunca hizo, al profesor, y
la hace pasar como suya; un cualquiera,
es capaz de afirmar en un juicio que vio u oyó cosas y palabras jamás vistas ni
expresadas. Y a todo esto, se le tiene como pruebas incontrovertibles. Todo esto
y sobre todo, para demostrarle al “Gerente” y los entes de control, que lo
hecho fue una realidad innegable y por supuesto, que los objetivos se
cumplieron.
Cuando el valor le dio el lugar al dato, la
forma más infame para distorsionar toda realidad se hizo real. Si todo radica
en demostrarle al otro y no a uno mismo que la realidad existe, infinidad de
formas emergen para engañar al incauto y al mismo sistema. Se falsifican
documentos, se entrega información falsa, se construyen seudo-hechos, se edita
la información, se niega la información verídica, se dice lo que se quiere
escuchar y no lo que se ha de escuchar, etc. En síntesis, la información es ahora un relato
ficticio de un hecho jamás existente, pero necesariamente justificado para
poder responder al mandato feroz de un “Gerente” insaciable de hechos y poder
pasar la censura de un ente de control incapaz de refrendar que ciertamente lo
son. Hoy tenemos máquinas y procesos potentísimos para contar falsedades
haciéndolas pasar por verdades (estadística); procesos para el procesamiento de
información ficticia al que nadie dedica el más mínimo tiempo para verificar su
autenticidad (evidencias empíricas). Nunca antes habíamos vivido una realidad
tan artificiosa, y esto lo hemos logrado gracias a ese deseo terco y desatinado
de querer lograrlo solamente a partir de los sentidos y negándole su lugar a
quien realmente debería ser su rector: la razón y en entendimiento crítico.
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