Por: Julio César Londoño
Algunos analistas suspicaces, quizá demasiado,han descubierto que la rivalidad entre Uribe y Santos es un show, una opereta que busca distraer a la opinión pública de los verdaderos problemas del país.
Argumentos no les faltan. La afinidad ideológica, política y económica entre ambos es evidente. Ambos son neoliberales devotos, demagogos, adoran los montajes (actores que se desmovilizan, “restituciones” con baldíos), a ambos les gustan las soluciones de fuerza y los negocios fáciles (la explotación minera desligada de la industria nacional) y ambos odian la prensa independiente y la separación de poderes.
Aunque todo esto es cierto, es innegable que la rivalidad va en serio y viene de atrás. Santos, que es un señor sagaz, comprendió mucho antes de su posesión que el modelo Uribe estaba agotado y empezó a deslindarse de su jefe político con una premura casi insultante. Antes del 7 de agosto de 2010, tuvo una reunión muy cordial con los presidentes de las cortes para limar asperezas y, sobre todo, para que sus maneras de príncipe contrastaran claramente con las del caballista. Poco después abrazó a Chávez, les dio carteras importantes a los más encarnizados enemigos de Uribe, se arropó con las banderas de la oposición (leyes de tierras y de víctimas) y apoyó las investigaciones sobre corrupción y chuzadas que se le abrieron al gobierno anterior. Era como ese ladrón que huye gritando “¡Cójanlo! ¡Cójanlo!”.
Y lo mejor es que el ardid le ha funcionado. Ahí va el hombre, aún suelto, con su mota intacta y la respingada nariz cubierta para evitar los pestilentes efluvios de la “Era Uribe”.
Pero no creo que todo esto sea un show acordado. Las investigaciones han afectado de verdad la reputación de Uribe y herido de muerte a sus alfiles (Andrés Arias, Luis Carlos Restrepo, Mario Uribe, Jorge Noguera, María del Pilar Hurtado) y los movimientos políticos de Santos han diezmado de manera dramática la clientela y la bancada uribista.
Son razones suficientes para concluir que los suspicaces están equivocados ahora... Pero temo que tendrán razón a mediados del 2013. Es muy probable que para entonces los diálogos con las Farc hayan fructificado, hecho que compensará los fracasos de Santos en todas las otras áreas (salud, educación, agricultura, restitución, víctimas, carreteras, obras de mitigación) y lo dejará bien posicionado para su reelección en el 2014. Este mismo hecho, y los crecientes problemas de seguridad, enardecerán a la ultraderecha y fortalecerán la imagen de Uribe, que lanzará su candidato, quizá Alejandro Ordóñez (contra Fernando Londoño atenta la naftalina de su retórica; contra Óscar Iván Zuluaga, el ceño como de estreñimiento, y, obviamente, Uribe jamás postulará a una mujer). Será en este momento cuando Uribe y Santos comprenderán que pueden copar toda la escena, convencer al país de que ellos representan todo el espectro político, Uribe a la derecha y Santos al resto, al centro y a la “izquierda” moderada, representada por el Partido Liberal y liderada por dos incondicionales suyos, Rafael Pardo y Simón Gaviria.
A pesar de su fortaleza, Santos teme la influencia de Uribe, especialmente en las regiones. Y como a ninguno de los dos le interesa que se les cuele por el medio un candidato alternativo que canalice el enorme descontento popular, arreciarán sus trinos y rabietas para mostrarse como dos líderes diferentísimos, para que el dilema del elector sea Uribe o Santos, y nadie más, mientras hacen acuerdos por debajo de la mesa para que, gane quien gane, el perdedor conserve cuotas de poder, la derecha se mantenga, el mercado duerma tranquilo y la exclusión se perpetúe durante otros 56 años de glorioso, imbatible y tácito Frente Nacional.
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