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martes, 28 de agosto de 2018

SIDDHARTHA'S GOAL

By: Hermann Hesse

One goal loomed before Siddhartha, and only one: to become empty, to be empty of thirst, of wishing, of dreams --empty all joy and pain. He wanted the Self to die, to no longer be an "I," to find peace with an empty heart. His goal was to stand open to the wonder of thoughts conceived in self-dissolution. When every shred of his self had been conquered and put to death, when every longing and every inclination of the heart had been silenced, then the Ultimate had to awaken, that which was innermost had to come into being, that which was nothing less than the ego, the great secret. 

Taken from: Hesse, Hermann. (1922/2008). Siddhartha. Simmon & Schuter Paperbacks. New York. Pág. 16   

miércoles, 1 de agosto de 2018

viernes, 27 de julio de 2018

PORQUE DIOS EXISTE, TODO ESTÁ PERMITIDO


Por: Jairo Báez

Unas palabras más en torno a lo nunca dicho literalmente, pero de cuya afirmación se cuenta, está en la Obra de Dostoievski, y la cual ha hecho carrera en las disertaciones sobre la moral humana: “Si Dios no existe, todo está permitido”. De entrada, podríamos asumir que todo lo permitido, no necesariamente encara la no existencia de Dios; más aún, sería igualmente valedero, enunciar una contrapartida con igual posibilidad de veracidad: “Porque Dios existe, todo está permitido”. No obstante, intentemos detenernos un poco, antes de avanzar, en la sentencia de marras para mirar algunas conclusiones no tenidas en cuenta.

De inicio, hemos de suponer sin el menor reparo que Dios tiene el control sobre todo lo existente y que, en ese orden de ideas, dictamina lo que debe y no debe hacer el hombre y no solamente en él, sino también en todo lo que puede o no puede existir. Esto, irremediablemente nos llevaría a un Dios bastante curioso y celoso, pues siendo capaz de controlar todo lo existente, permite la existencia del mal, lo cual no sería potestad del hombre sino de Dios mismo. Así nos encontramos ante una gran paradoja y suprema aprensión: Dios tiene la potestad sobre el bien y el mal; igualmente, tiene la potestad sobre el hombre y, sin embargo, permite al hombre ejecutar el mal para luego castigarlo. Se nos antoja curioso y aprensivo, porque si fuera un Dios y realmente tuviera la potestad de permitir al hombre su hacer o no, lo primero que debería no permitirle es ocasionar el mal y así no tendría razón para castigarlo. A menos, y la curiosidad aumentaría, que fuera un Dios ávido de crueldad y obediencia pero quisiera satisfacerse con una víctima inocente. Otra solución, para no castigar al hombre, sería no permitir la existencia del mal; así, ante la libertad que pudiera darle al hombre, éste no se vería compelido bajo ninguna circunstancia a cometer el mal, pues este no existiría.

 Al ser de este modo, todo lo permitido no está determinado por la existencia de Dios, sino por su propia voluntad. Y esto llevaría a la sana y prematura conclusión que esbozamos de principio: “Porque Dios existe todo está permitido”. Pues es Dios, todo poderoso, quien lo permite, no su existencia; en otras palabras, la condición de que todo esté permitido es la voluntad de Dios y para ello, necesariamente debe existir.  Aún más, Dios es imprescindible; sea lo que sea, al fin y al cabo, es lo único que hasta ahora ha sido asumido como causa original. Sea que exista para quienes dicen creer (teósofos) y no exista para quienes dicen no creer (naturalistas), Dios existe, pues no se trata de un cuerpo cierto sino de una suposición indispensable para poder dar una explicación a lo existente.

Por lo tanto, se hace más que imprescindible, para actualizar la discusión sobre la sentencia de marras, no confundir, la causa no causada, con la antropomorfización de la misma. Si Dios (causa no causada) es asumido en las mismas condiciones en que se asume la existencia del hombre, se estaría dando por hecho que esa causa actúa a voluntad y libre albedrío; (doble paradoja, pues se sabe que hasta ahora a quien se le supone libre albedrío, nunca lo ha tenido a plenitud). No obstante, si Dios, es asumido en rigor, compelido por unas leyes que están más allá de su voluntad y libre de todo razonamiento, se tendrá que aceptar que Dios es el culpable de todo lo existente y que, en ese orden de ideas, toda aquella variedad en el proceder del hombre en torno al bien y el mal, es absoluta y clara causa suya.

Si lo pensamos de nuevo, tenemos que afirmar que a Dios no se le puede declarar inmortal o mortal, pues eso sería demeritarlo y reducirlo a la misma condición del hombre. Dios es; por tanto no muere ni nace y por lo mismo, ha de ser el único causante de todo lo existente pero nunca culpable; pues no se le podría probar dolo en tanto no tiene voluntad, sólo es. Dios es causa de que el mal exista y de la existencia misma del hombre, pero no tuvo el libre albedrío ni la voluntad para la existencia o no existencia de ninguno de los dos. Que exista lo uno o lo otro son consecuencias de su propia existencia, no de su voluntad ni su razón. Antes bien, que Dios sea la causa del mal y del hombre es una consecuencia de la voluntad y razón del hombre.

Por otro lado, a pocos se les ha ocurrido detenerse en detalle en la contraparte; esto es, que Dios no sea bueno ni propenda por el bien en sí mismo sino que sea malo y se apasione por el mal. El mal, que hasta ahora ha sido delegado a uno de sus hijos, al más díscolo; pero también podría ser, una de las estrategias de Dios para allegar al mal, poner como chivo expiatorio de su legítima voluntad a su propio hijo. Y de la misma manera que hemos dicho, que si ha permitido al hombre cometer el mal, esta vez, si permite a su hijo caído incentivar el mal, es de su absoluta responsabilidad y voluntad lo que ocasionen los suyos. Empero, si volvemos a la sentencia de marras aducida a Dostoievski y ante la presencia del mal, nuestra sentencia sigue igualmente incólume: Porque Dios existe, todo está permitido. Y en su defensa, volveríamos a insistir, que no se trata la existencia o no de Dios, pues esta es insalvable, sino de la ausencia o presencia de voluntad y razón en él. Dios no tiene voluntad ni razón, solo es; por tanto, tampoco es culpable de lo que hagan sus consecuencias.

Si Dios no tiene voluntad, ni razón, error es intentar dialogar con él. Dios no entiende ni comprende y menos actúa a libre albedrío en la condición de sus consecuencias, sea este el hombre, su hijo o todas y cada una de sus consecuencias. Dios, en tanto causa no causada, es indiferente a la compresión, el entendimiento y las acciones que su emanación produzcan. Siendo más factible, concebir o Dios sin voluntad y sin razón y no obstante todo poderoso, no queda más al hombre que aceptar sus efectos. O en consecuencia, con tal deducción tan lapidaria, negar todo posibilidad de una causa no causada y asumirse cada hombre, en sí mismo, no como un Dios, sino como un ente capaz de ocasionar sus propias consecuencias y responsabilizarse de todos y cada uno de sus efectos y resultados.