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lunes, 30 de agosto de 2010

LA MORAL DEL SICARIO

LA MORAL DEL SICARIO

Edelberto Torres-Rivas


Publicado: El Periódico (22/07/2010)

El que mata por dinero no odia a la víctima; el escenario no lo define el criminal sino quien lo contrata, que de esta suerte no cabe duda quién es el responsable. La etapa del sicariato como un dato periodístico aparece en Guatemala hace unos cinco años. No fue novedad porque venía de Colombia. Pero la antigüedad está llena de esta repugnante figura;

 
aprendimos a odiarla con la historia de Judas Iscariote (Judas el sicario) que amaba a Cristo pero por treinta denarios lo denunció. También ha sido objeto de un intenso debate político y científico, cuando apareció el libro de Daniel Goldhagen (1996) ‘Los verdugos voluntarios de Hitler: los alemanes corrientes y el Holocausto’, que concluye responsabilizando al pueblo alemán: el nazismo fue cruel porque los alemanes lo eran. Todo esto a propósito de una angustiante pregunta que nos hemos venido formulando a propósito de los indescriptibles asesinatos cometidos con ocasión del conflicto armado y que se reitera con la metástasis criminal de la actualidad. ¿Quién dio la orden para asesinar, primero, a los diputados salvadoreños y luego a los policías que los asesinaron? ¿Y en el Boquerón? ¿El Infiernito? ¿Quién es el responsable de los cinco o seis muertos diarios, anónimos, gente pobre, que no alcanza caja mortuoria? El problema está planteado: ¿Quién (o quiénes) es el responsable? ¿Dónde se detiene la línea de mando? No es posible aplaudir el crimen de varios criminales y luego rechazar la búsqueda de los responsables. Si hay delito, hay criminal.

 
¿Soldado, quién te ordenó disparar?

 
En Plan de Sánchez todo fue como si fuera guerra. La verdad de esta guerra y de cualquier otra guerra, la verdad de todas las guerras es la muerte. Por eso las guerras se parecen. En el fondo esta guerra no fue distinta porque la muerte iguala a todas las guerras y sin embargo, te engañas, porque en verdad esta no se parece a ninguna otra guerra salvo por la muerte, abundante, variada, silenciosa, excesiva. ¡Con mucha sangre y gritos! Muchos alaridos y baladros, pero sin riesgos ni peligros para ti, soldado. ¿Cómo fue esta guerra que te dio la seguridad casi completa… pero con miedo? Un temor profundo, impreciso ¿el aullido de dolor te produjo miedo? Sabías que ibas a la guerra, no por el uniforme que llevabas, verde, limpio, exacto, sino porque te entrenaron para matar, para morir, para obedecer. Te enseñaron que enfrente, a un lado o atrás hay un enemigo que te puede matar. ¿Sabías que en la guerra de Rabinal el enemigo eran mujeres y niños, eran los enemigos quienes no podían disparar? En Plan de Sánchez se terminaron los temores y se desataron los odios.

 
Desde que salió el sol, desde que empezó la tarde de ese domingo de mercado, el 18 de julio de 1982, supiste que para matar no es necesario odiar. Fue por ello que en la casa grande, a la entrada de la aldea, encerraron un montón de gente que no conocías y con miedo y maldiciones los quemaron vivos. Tú regaste la gasolina, porque el oficial te lo ordenó cuando a su vez él cumplía instrucciones. Viste la pequeña luz del fósforo que prendió fuego a la casa y te diste vuelta. Lo mismo ocurrió en la Escuelita, pero con menos gente, sacada a patadas de sus chozas. Pensaste que ese era un plan bien trazado, porque según oíste del Jefe de comisionados, había que ahorrar balas sin desperdiciar muertos. ¿Te tocó torturar a los sospechosos? Dicen que como en esta guerra, a un viejito le cortaron las orejas que luego tuvo que comerse; y que a un muchacho respondón le sacaron los ojos con cuchara. En el bullicio sin pausa de aquella tarde dominguera tus compañeros dispararon sin cesar. El silencio, un instante milagroso, fue el minuto molesto y discordante entre aullidos de dolor y falsos cohetes de fiesta con fusil. El sol empezó a ceder. Eran casi las cinco de esa tarde cuando amarradas, a empujones, arrastraron una veintena de muchachas menores todas y las violaron muchas veces. A las casadas les llegó su turno, después. Te faltó valor para abrirte la bragueta pero fuiste testigo cómplice de aquellos soldados y patrulleros voluntarios que en la penumbra del día que moría, las estupraron, las ultrajaron y de inmediato, como si fuera la guerra, las mataron. Cuando llegó la noche no sabes porque se te anudó el miedo, la angustia y la vergüenza. ¿Victoria militar? En toda guerra hay vencedores y héroes, ¡aquí no! Al dejar Plan de Sánchez, camino de Rabinal, quedaron atrás 268 cadáveres y la vida rota de numerosos parientes y amigos. ¿Quién dio la orden soldado?