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miércoles, 17 de septiembre de 2014
viernes, 15 de agosto de 2014
LA FULMINANTE/NADIA/NADIE
Por: Jairo Báez
Para
llegar al encuentro de algo muy propio a
la Obra de Nadia Granados, empecemos por jugar con la mutación de una sola
vocal. Nadia/Nadie o, da lo mismo,
Nadie/Nadia. Ese Nadie que vive todos los días en la jungla de una ciudad
agobiada por un sistema que se ha entronizado y que gobierna las acciones de
los humanos, se hace visible, rompe las retinas, revolcando las vísceras en el
pudor y el asco. Lo más deseado emerge al punto de mostrar su faz ominosa;
mostrando lo inefablemente hablado pero aterrorizante. O esa Nadia que nos hace recordar la
revolución bolchevique, esa fracasada intentona por derrocar el imperio de la
industrialización liberal, y que quiso alguna vez empoderar a los obreros para
terminar siendo un despotismo más del mismo sistema; solamente ahora más
militarizado y burocratizado. Para arribar finalmente a la Fulminante, nombre
con el que se le conoce artísticamente a aquella que ofrece sus servicios a
incautos que andan por la Internet en busca de sexo pago y que se encuentran de
tope con algo que no es. Así podemos arriesgarnos a enunciar algo sobre la Fulminante/Nadia/Nadie.
Como
tesis fundamental, en la Fulminante/Nadia/Nadie, el porno y el morbo se elevan
a la calidad de sublime. Lo underground
emerge hecho obra de arte cumpliendo con todos los requisitos que los hacen
uno, el subvertir lo instituido para promocionar algo novedoso. Aunque en su
obra se pueden encontrar registros sociales y socializantes de gore, core, crítica,
resistencia, planfleto, punk, nada de eso es en esencia. Lo que emerge con
fuerza es un nombre propio, capaz de romper con lo mismo, con lo cotidiano, en
una obra de Arte. En la propuesta estética de la Fulminante/Nadia/Nadie,
aquellos que no tienen voz, los sin voz, que describe Jacques Rancière, toman
la palabra y el cuerpo para hablar, para darse un lugar y gritar en el
concierto del silencio que caracteriza la indolencia de la desigualdad social,
que sólo es tenida en cuenta para corregirla como enfermedad y como acto
delictivo, más nunca como efecto-residuo que deja un modelo de producción y
relación humana.
La
Fulminante/Nadia/Nadie tiene la facilidad de hacer hablar el cuerpo y mostrar
que la palabra, la viva voz es vana, en un contexto donde se empoderó lo imaginario.
Donde la imagen visual ha usurpado la palabra, no queda más que la exaltación
del cuerpo, trasgrediendo cualquier límite que tienda a separar lo púdico y lo
impúdico, lo interno y lo externo, lo macho y lo hembra. Su lucha es por hacer
hablar la imagen ante la inminente decadencia del símbolo fónico-fálico. La
Fulminante/Nadia/Nadie habla en lenguas, porque ninguno que se precie moderno
quiere oír algo más allá de deleite sonoro, ninguno quiere oír más allá del
goce que despierta el roce del yunque y el martillo. El significado se ha
evaporado; solo queda forzar el sentido, postrándose como significante en esa
larga cadena que adormece, en busca de un despertar. Ante la ausencia de la
palabra que se escucha, la Fulminante/Nadia/Nadie ha implementado una pantalla
que hace las veces de traductor de la voz a la escritura. En alusión clara a que
ahora todo acto de comunicación pasa por la pantalla y la mirada se fija allí,
(radio, televisor, teléfono, computador, y todo gadget producto de la
tecnología científica), el cuerpo de la Fulminante/Nadia/Nadie porta un
pantalla en la zona pudenda o en cualquiera de esas partes del cuerpo donde el ojo lascivo posa su mirada ávida de placer sexual; allí donde el mensaje
tiene mayor probabilidad de capturar al lector en la exacerbación del goce.
A
partir del único instrumento que tiene a mano y que aún hoy convoca la mirada
morbosa y lúbrica del gañan y del intelectual, del obrero y del empresario, del
joven y del viejo, del santo y del degenerado, del definido y el indefinido, del
etc,. y la etc., la Fulminante/Nadia/Nadie obliga a ver y oír lo que el
ensordecido y el ciego no quieren, ya sea por cansancio o saturación. El cuerpo
de Nadia eclosiona como un arma imposible de vencer e imposible de resistir;
los buenos modales que se experimentan en lo público son arrasados por el
convencimiento de que en la intimidad, el superyó freudiano hace su verdadera
aparición con ese mandato que Jacques Lacan hiciera explícito: goza. Ese saber
sobre un superyó impúdico, obsceno y nunca satisfecho es lo que explota la Fulminante/Nadia/Nadie,
para hacerse oír y hacer oír lo que la castidad y las sanas costumbres quieren y
han logrado adormecer. Si la miseria humana y la diferencia entre los hombres
se ha hecho constante e invisible a los sentidos y el pensamiento político, la
Fulminante/Nadia/Nadie irrumpe en cuerpo seduciendo e impactando la adormecida
psique de los que se atreven a transgredir con su mirada y que en esencia,
somos todos aquellos seres parlantes que sólo alcanzan a poner su mejor máscara
pintada de moralina cristiana, para volver al mundo de lo público y lo
correctamente aceptado.
Como
poseída por el espíritu de Sade, la Fulminante/Nadia/Nadie hace del cuerpo el lugar para dirimir lo que es propio
de la política y lo político. Los mismos elementos de culto se tornan en
transgresores. Si hay un lugar para la discusión de lo importante del ser
parlante, -la polis-, este lugar ya no será el ágora griega, ni el recinto
cerrado de los elegidos por una democracia de sí y por siempre decadente, sino el cuerpo. Este convoca más que la plaza
pública, y entre más transgresor y libidinoso, mucho más convocante. Son las
bárbaras pulsiones las que mueven las grandes empresas sociales (el reparo está
en los juicios de valor); entonces que sea el cuerpo el que decida.
De
las pútridas calles de ciudades enfermas donde la vida florece sin la máscara
sensiblera, la Fulminante/Nadia/Nadie recoge los elementos básicos para
amenizar sus críticas a una sociedad que muere en la hipocresía de las buenas
costumbres, el desaforo de la opulencia material y las pocas acciones de
conmiseración por la existencia humana. Vaginas evacuantes, penes cercenados,
senos insinuantes, bocas hambrientas, se alinean como ejércitos de la última y
más fiera resistencia al Establecimiento. El cuerpo sin ortopédicos, solo y
llanamente escueto, se convierte en el arma letal para derruir prejuicios que
se empoderan como valores insoslayables de la sociedad ideal de los humanos. El
cuerpo de la Fulminante/Nadia/Nadie eructa, escupe, excreta, fluidos y residuos
de un oficio vital. Toda pretensión de vida trae su inmundicia que todos
quieren tapar; el cuerpo de la Fulminante/Nadia/Nadie no. El cuerpo acá toma un
lugar natural para denunciar la anti-naturalidad de la sociedad actual que
pareciese, se ha preocupado más por la ingestión-digestión-excreción que por la misma vida. Lo que denuncia la
Fulminante/Nadia/Nadie es que la sociedad se ocupa hoy más por los procesos,
fragmentados y bizarros por cierto, que por el mismo objeto. La sociedad anda
sin norte… o el norte nunca ha estado donde lo ubica la cruz de los vientos de
la razón.
Así, el arte político emerge con fuerza en la obra
de Nadia Granados; o mejor, el arte toma su lugar: la política. Aquellos que no
tienen voz, a los que se les ha negado la voz, según el planteamiento de
Rancière, hablan esta vez mediante la operación que Nadia Granados opera sobre
su cuerpo, haciendo que el régimen policivo se vea enfrentado a un auténtico
acto político. Dice el psicoanálisis que el cuerpo es el primer y fundamental
conflicto del ser que habla; y el cuerpo de Nadia Granados logra enterarnos que
la tesis es correcta, el cuerpo es el campo de lo realmente político; esto es,
del conflicto con el otro. No obstante, ella sabe ir más allá de la metáfora
para demostrar que no existe nada más real para poder enrostrar la política
social, que aquel espacio dónde el cuerpo y el trato con él, hace su diáfana
aparición. Cuerpo jamás amaestrado por más que sea mancillado; cuerpo que
rehúsa la acción policiva y siempre en subversión de lo establecido. Trasgredir es el sino del sujeto político,
trasgredir es lo que hace Nadia Granados con su obra; transgredir es dejar
hablar a aquel que no han dejado hablar y eso, lo sabe hacer bien Nadia.
Referencias
Lacan,
Jacques. (2006). Seminario 20. Aun. Clase 1. Buenos Aires. Paidos.
La
Fulminante. En http://www.lafulminante.com/
Página Oficial. Consultada 15 Junio 2014
Lozano,
Olga Lucia. Es Nadia, es la fulminante ¿y
qué? La Silla Vacía, 28/07/2013. Disponible en Internet http://lasillavacia.com/content/es-nadia-es-la-fulminante-y-que-45288
Recuperado 28/05/2014
Rancière,
Jacques (2011). El tiempo de la igualdad.
Diálogos sobre política y estética. Barcelona. Herder.
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cuerpo,
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psicoanálisis,
resistencia
SUSTENTO EPISTEMOLÓGICO PARA UN PROGRAMA DE PSICOLOGÍA EN COLOMBIA
Por: Jairo Báez
Esta propuesta curricular que ha previsto la imposibilidad actual de
unificar la psicología en torno a un solo discurso, asume entonces que la
crítica ha de ser el único derrotero. Tal como ha sido el legado de Kant, si
hay lugar para la poner en evidencia la importancia de la razón pura, es en el
ejercicio de la práctica humana. La razón, en su dictamen ético, será la que
decida finalmente, si un discurso psicológico cualquiera ha de imponerse a los
demás o si, en lo prematuro de una ciencia nueva como lo es la psicología, los
debates racionales y la reflexión continua sobre lo hecho, deben ser la guía
ineludible para sostener y encontrar una práctica que cumpla con el postulado
de un imperativo categórico.
En el imperativo categórico, como ideal que debe
concretizarse en una práctica, el bien individual habrá de identificarse con el
bien social; pues, no es posible pensar un acto ético de un sujeto, que se
precie humano, que pueda causar daño siquiera a uno solo de los implicados en los
actos de humanización. Por ello, la propuesta curricular estriba en el desarrollo y cultivo de
la razón de la comunidad académica; la razón de cada uno de los sujetos
implicados en el acto pedagógico (docentes, estudiantes y personal
académico-administrativo).
Saber razonar, ocasiona un actuar asegurado en la
crítica; por tanto, el esfuerzo continuo desde lo formal y lo informal del
currículo, para que sea el argumento lógico, en su expresión verbal y escrita,
el que proteja el ejercicio profesional del psicólogo que egresa de este
programa y el ejercicio de formación de nuevos psicólogos capaces de superar el
estado actual de la psicología y las prácticas sociales de un país que ha sido
denunciado por sus falencias sociales. En contraposición, las prácticas de fe y
del dogmatismo autoritario serán motivo de incesante reflexión y detección,
evitando así, el anquilosamiento de un programa que amerita estar siempre al
tanto de dar solución a infinidad de problemas y conflictivas que emergen en el
seno de las relaciones sociales y la existencia humana.
Soportado
el currículo del programa desde el imperativo categórico kantiano, la comunidad
académica no solo se precia de mostrar sujetos en su carácter profesionalizante,
sino también en su capacidad de crear y actuar como seres íntegros, que respondan a las exigencias contemporáneas de dar lugar
a una sociedad que brinde bienestar a todos los asociados.
No son los
contenidos recitados sino las prácticas devenidas de los discursos, que se
imparten en los diferentes espacios académicos, los que se ponderan en esta
apuesta para formación de psicólogos competentes para enfrentar las vicisitudes
del vivir como sujeto y en comunidad. La perdurable revisión y contrastación de
los discursos impartidos en el currículo, tanto al interior como al exterior
del mismo y del programa de psicología, motivan el acercamiento a otras
disciplinas académicas y prácticas sociales, para así mantener el propósito de sostener una propuesta curricular siempre actual y efectiva con lo acá planteado.
Esto dice y señala mucho del espíritu investigativo que debe acompañar la formación
de nuevos psicólogos.
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epistemología,
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psicologia
jueves, 7 de agosto de 2014
A PROPÓSITO DE LOS CUADERNOS DE HIROSHIMA DE KENZABURO OÉ
Por: David Parada
Sin
duda cuando uno se enfrenta a una realidad cargada por la guerra y
la muerte busca la voz y la mirada que ordenan y aprueban la
destrucción sin sentido. Resulta inútil en esta tarea buscar y
encontrarlo en los dirigentes de un país, en los noticieros, en las
redes sociales o incluso en las víctimas, estas últimas más que
querer poner en el espectáculo una escena horrorosa se encuentran
atrapadas por la perplejidad y la urgencia de sanar las heridas
causadas por el déspota que dejó tan gran herida con cicatrices
para toda la vida. En esa medida solo después, mucho después,
podrá hablarse de las dantescas escenas que el delirio por el poder
deja como sombra sobre el yo, y quienes preocupados por esa
oscuridad que habita en el hombre y que cierne sobre sí mismo van a
intentar explicarlo, topándose con que hacen un libro sobre ello.
A Kenzaburo Oé escritor japonés nacido en 1935 le sucedió con sus
Cuadernos de Hiroshima publicados en el 2011.
Este escritor se dedica entre 1964 y 1965 a desenrollar de una gran
madeja los hilos para resolver su pregunta sobre los efectos de la
bomba nuclear no solo en los japoneses sino en la humanidad entera.
Cuerpos pulverizados literalmente, sin cuerpo sobre el cual llorar su
muerte es lo que más impacta de las escalofriantes escenas que va
relatando Oé, quién aunque intenta respetar el silencio que muchas
víctimas han reclamado por su situación y que no quieren que sea
politizada, le parece también que el silencio total no es posible
sobre todo cuando sabe que su vida personal fue afectada por el
fantasma nuclear, uno de sus amigos se suicida por el miedo delirante
que le causaba volver a vivir un impacto nuclear.
Cuenta
todas las escenas de desesperanza y parálisis que la bomba dejó en
los japoneses, un personaje central es aquel médico intentando
revertir y curar esa enfermedad llamada bomba nuclear, en la
que veía como las células se deformaban, mutaban y provocaban la
muerte repentina de las personas sin tener un tratamiento para ello.
Se decía que luego de esto la hierba no volvería a crecer durante
por lo menos 75 años, y es aquí donde Kenzaburo pone su grito de
crítica a los verdugos de este acto; dice que la moralidad del Japón
siempre fue y será distinta a la occidental y estadounidense, dice
que para el japonés la palabra moralidad en el sentido que se le
daba en la antigüedad japonesa traducía: “ comentarista de la
vida humana”, y siente que los japoneses son eso, y en cierta
medida tiene razón dado que el hecho vivido allí deja en claro que
son las víctimas de esta bomba las que pueden dar cuenta de la
moralidad humana en un sentido que toca al más vil y falso de los
humanismos, que muestra como a la fuerza y bajo el traumatismo, el
Otro déspota, intenta inscribir significantes que con el tiempo
tomarían el semblante de la energía nuclear, ya no de bomba.
Cuenta Oé que los diarios y de por sí el lenguaje caligráfico no
lograba inscribir las palabras “radioactividad” y “bomba
atómica” para comunicar lo que había caído en Hiroshima, no
había letra solo la Cosa. Afortunadamente la hierba volvió a
crecer.
Descrito
los eventos más ominosos el autor nos deja la duda de sí esta
huella nuclear coincide con la locura desbordada de aquellos que
decían ser los más dignos ejemplos de humanidad, si es posible con
el resistirse a olvidar y no analizar poder aplacar la voz del delito
en el nombre del poder, y si es posible mirar hacía un pasado que
aún no deja de hablar en los cuerpos de personas que padecen del
fantasma de las bomba nucleares, esos monstruos que con su
irascibilidad dejaron en la humanidad un tufo de melancolía que se
expresa en el poco interés por acceder a un Otro capaz de responder
a lo que Kenzaburo Oé se pregunta sin preguntar en el título de uno
de sus libros: Dinos como sobrevivir a nuestra locura.
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