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martes, 26 de julio de 2011

INTRODUCCIÓN A LOS COMENTARIOS SOBRE LOS ESCRITOS TÉCNICOS DE FREUD

Introducción a los comentarios sobre los escritos técnicos de Freud.

(El seminario. La confusión en el análisis. La historia no es el pasado. Teorías del ego.)

Clase 1. Enero 13 de 1954

Jacques Lacan

Introduciré con mucho gusto este año, en el que les deseo la mejor suerte, diciéndoles: ¡se acabaron las bromas!

Durante el último trimestre, sólo han tenido que escucharme; les anuncio solemnemente que en este trimestre que comienza, cuento con, espero, me atrevo a esperar, que, también yo, los escucharé un poco.

Es la ley misma, y la tradición del seminario que quienes participan en él aporten algo más que un esfuerzo personal: una colaboración a través de comunicaciones efectivas. La colaboración sólo puede venir de quienes están interesados del modo más directo en este trabajo, de aquellos para quienes estos seminarios de textos tienen pleno sentido, de quienes están comprometidos, de diferentes modos, en nuestra práctica. Esto no excluirá que obtengan las respuestas que dentro de mis posibilidades pueda darles.

Me interesaría especialmente que todos y todas, en la medida de sus medios, a fin de contribuir a este nuevo estadio del seminario, dieran el máximo. Este máximo consiste en que, cuando interpele a tal o cual para encomendarle una parte precisa de nuestra tarea común, éste no responda con aire aburrido que, precisamente, tiene esta semana ocupaciones particularmente importantes.

Me dirijo aquí a quienes forman parte del grupo de psicoanálisis que representamos. Quisiera que captaran que si éste está constituido como tal, con carácter de grupo autónomo, lo está en función de una tarea que implica para cada uno de nosotros nada menos que el porvenir: el sentido de todo lo que hacemos y tendremos que hacer durante el resto de nuestra existencia. Si no vienen aquí a fin de cuestionar toda su actividad, no veo por qué están ustedes aquí. ¿Por qué permanecerían ligados a nosotros, en lugar de asociarse a una forma cualquiera de burocracia, quienes no sintiesen el sentido de nuestra tarea?

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Estas reflexiones son particularmente pertinentes, a mi parecer, en el momento en que vamos a abordar lo que habitualmente se denomina los Escritos Técnicos de Freud.

Escritos Técnicos es un término ya establecido por cierta tradición. Estando Freud aún en vida, apareció bajo el título de Kleine Neurosen Schrifte, un pequeño volumen in octavo, que escogía cierto número de escritos de Freud, comprendidos entre 1904 y 1919, cuyo título, presentación, y contenido, indicaban que trataban del método psicoanalítico.

Lo que motiva y justifica esta forma es la necesidad de alertar al practicante inexperto, quien querría precipitarse al análisis, y a quien hay que evitarle ciertas confusiones respecto a la práctica del método, y también respecto a su esencia.

Se encuentran en estos escritos pasajes de suma importancia para captar el progreso que ha conocido en el curso de estos años la elaboración de la práctica. Gradualmente vemos aparecer nociones fundamentales para comprender el modo de acción de la terapéutica analítica, la noción de resistencia y la función de la transferencia, el modo de acción e intervención en la transferencia, e incluso, hasta cierto punto, el papel esencial de la neurosis de transferencia. Es inútil pues subrayar aún más el peculiar interés que tiene este pequeño conjunto de escritos.

Ciertamente este agrupamiento no es completamente satisfactorio, y el término escritos técnicos no es quizás el que le da su unidad. Unidad que, no por eso, es menos efectiva. El conjunto es el testimonio de una etapa en el pensamiento de Freud. Lo estudiaremos desde esa perspectiva.

Estos textos constituyen una etapa intermedia. Ella continúa el primer desarrollo que alguien, analista cuya pluma no siempre es acertada, pero que en esta ocasión hizo un feliz hallazgo, bello incluso, denominó la experiencia germinal de Freud. Precede a la elaboración de la teoría estructural.

Los orígenes de esta etapa intermedia deben situarse entre 1904 y 1909. En 1904, aparece el artículo sobre el método psicoanalítico, hay quienes sostienen que surge allí por primera vez la palabra psicoanálisis; esto es falso pues Freud ya la había utilizado mucho antes, aún cuando es empleada allí de modo formal, y en el título mismo del artículo. 1909, momento de las conferencias en la Clark University, del viaje de Freud a América, acompañado de su hijo, Jung.

Si retornamos las cosas en el año 1920, vemos elaborarse la teoría de las instancias, la teoría estructural, o como Freud también la llamó, metapsicológica. Es este otro desarrollo de su experiencia y su descubrimiento que nos ha legado.

Como pueden ver, los escritos llamados técnicos se escalonan entre estos dos desarrollos. Esto es lo que les confiere su sentido. Es una concepción errónea creer que su unidad surge del hecho de que Freud habla en ellos de técnica.

En cierto sentido, Freud nunca dejó de hablar de técnica. Basta evocar ante ustedes los Studien über Hysterie, que no son más que una larga exposición del descubrimiento de la técnica analítica. La vemos allí en formación; esto es lo que le da su valor. Por ellos habría que empezar si quisiera hacerse una exposición completa, sistemática, del desarrollo de la técnica en Freud. La razón por la cual no he tomado los Studien über Hysterie es sencilla; no son fácilmente accesibles -ya que no todos leen alemán, ni siquiera inglés- ciertamente existen otras razones, además de estas razones circunstanciales, que hacen que haya preferido más bien los Escritos Técnicos.

Incluso en La Interpretación de los sueños, se trata todo el tiempo, constantemente, de técnica. No hay obra alguna, dejando de lado lo que ha escrito sobre temas mitológicos, etnográficos, culturales, donde Freud no aporte algo sobre la técnica. Inútil también es subrayar que un artículo como Análisis terminable e interminable, aparecido hacia 1934, es uno de los artículos más importantes en lo que a técnica se refiere.

Quisiera ahora acentuar la actitud que me parece deseable mantener, este trimestre, en el comentario de estos escritos. Es necesario fijarla desde hoy.

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Obtendremos, evidentemente, una completa satisfacción si consideramos que estamos aquí para inclinarnos con admiración ante los textos freudianos, y maravillarnos.

Estos escritos son de tal frescura y vivacidad, que nada tienen que envidiar a otros escritos de Freud. Su personalidad se revela aquí a veces de modo tan directo que es imposible dejar de encontrarla. La simplicidad y la franqueza del estilo son ya, por sí mismas, una especie de lección.

Particularmente, la soltura con que encara el problema de las reglas prácticas que se deben observar, nos permite ver en qué medida ellas eran, para Freud, un instrumento, en el sentido en que se dice una herramienta hecha a medida. En suma dice, está, hecha a la medida de mi mano, y así es como yo suelo agarrarla. Otros quizá preferirían un instrumento ligeramente diferente, más adecuado a su mano. Encontrarán pasajes que expresan esto aún más netamente de lo que yo lo hago en esta forma metafórica.

La formalización de las reglas técnicas es tratada así en estos escritos con una libertad que por sí sola es enseñanza suficiente, y que brinda ya en una primera lectura su fruto y recompensa. Nada más saludable y liberador. Nada muestra mejor que la verdadera cuestión se halla en otro lado.

Esto no es todo. Existe, en el modo en que Freud nos transmite lo que se podría denominar las vías de la verdad de su pensamiento, otro aspecto, que se descubre en algunos pasajes que aparecen quizás en segundo plano, pero que son, no obstante, notables. El carácter doliente de su personalidad, su sentimiento de la necesidad de autoridad; acompañado en él de cierta depreciación fundamental de lo que puede esperar, quien tiene algo que transmitir o enseñar, de quienes lo escuchan y siguen. En muchos sitios aparece cierta desconfianza profunda respecto al modo en que se aplican y comprenden las cosas. Creo incluso, ustedes lo verán, que se encuentra en él una depreciación muy particular de la materia humana que le ofrece el mundo contemporáneo. Esto, seguramente, es lo que nos permite vislumbrar porqué Freud ejerció concretamente el peso de su autoridad para asegurar, así creía él, el porvenir del análisis, exactamente a la inversa de lo que sucede en sus escritos. Respecto a todos los tipos de desviaciones, pues eso era, que se manifestaron, fue exclusivista, e imperativo en el modo en que dejó organizarse a su alrededor la transmisión de su enseñanza.

Esto no es sino una aproximación a lo que puede revelársenos en esta lectura sobre el aspecto histórico de la acción y la presencia de Freud. ¿Nos limitaremos acaso a este registro? Ciertamente no, aunque más no sea por la sola razón de que sería asaz inoperante a pesar del interés, el estímulo, el agrado, el esparcimiento que de él podemos esperar.

Hasta ahora he enfocado siempre este comentario de Freud en función de la pregunta ¿qué hacemos cuando hacemos análisis? El análisis de estos breves escritos continúa en el mismo estilo. Partir pues de la actualidad de la técnica, de lo que se dice, se escribe, y se practica en relación a la técnica analítica.

Ignoro si la mayoría de ustedes- espero que al menos una parte sí- ha tomado conciencia de lo siguiente. Cuando, hoy en día- me refiero a 1954, este año tan joven, tan nuevo- observamos cómo los distintos practicantes del análisis piensan, expresan, conciben su técnica, nos decimos que las cosas han llegado a un punto que no es exagerado denominar la confusión más radical. Les informo que, actualmente, entre quienes son analistas y piensan (lo que ya restringe el círculo) no hay quizás ni uno que, en el fondo, esté de acuerdo con sus contemporáneos o vecinos respecto a lo que hacen, a lo que apuntan, a lo que obtienen, y a lo que está en juego en el análisis.

Hasta tal punto es así que podríamos divertirnos jugando a comparar las concepciones más extremas: veríamos cómo culminan en formulaciones rigurosamente contradictorias. Esto, sin siquiera recurrir a los aficionados a las paradojas que, por otra parte, no son tan numerosos. El tema es suficientemente serio como para que los distintos teóricos lo aborden sin ingenio alguno, y así el humor está ausente, en general, de sus elucubraciones sobre los resultados terapéuticos, sus formas, sus procedimientos y las vías por las que se obtienen. Se contentan con aferrarse a la barandilla, al pretil de algún fragmento de la elaboración teórica de Freud. Sólo esto le ofrece a cada uno la garantía de estar aún en comunicación con sus compañeros y colegas. Sólo gracias al lenguaje freudiano se mantiene un intercambio entre practicantes que tienen concepciones manifiestamente muy diferentes de su acción terapéutica, y aún más, acerca de la forma general de esa relación interhumana que se llama psicoanálisis.

Como ven, cuando digo relación interhumana coloco las cosas en el punto al que han llegado en la actualidad. En efecto, elaborar la noción de la relación entre analista y analizado, tal es la vía en la que se comprometieron las doctrinas modernas intentando encontrar una base adecuada a la experiencia concreta. Esta es, ciertamente, la dirección más fecunda desde la muerte de Freud. M. Balint la denomina two bodies' psychology, expresión que, por otra parte, no es suya, ya que la tomó del difunto Rickman, una de las pocas personas que, después de la muerte de Freud, ha tenido en los medios analíticos un poco de originalidad teórica. En torno a esta fórmula pueden reagruparse fácilmente todos los estudios sobre la relación de objeto, la importancia de la contratransferencia y cierto número de términos conexos, entre ellos en primer lugar el fantasma. La inter-reacción imaginaria entre analizado y analista es entonces algo que deberemos tener en cuenta.

¿Significa esto que es una vía que nos permite situar correctamente los problemas? En parte sí. En parte no.

Es interesante promover una investigación de este tipo, siempre y cuando se acentúe adecuadamente la originalidad de lo que está en juego respecto a la one body's psychology, la psicología constructiva habitual. ¿Pero, basta afirmar que se trata de una relación entre dos individuos? Podemos percibir aquí el callejón sin salida hacia el cual se ven empujadas actualmente las teorías de la técnica.

Por el momento no puedo decirles más, aún cuando, quienes están familiarizados con este seminario deben, sin duda, comprender que, sin que intervenga un tercer elemento, no existe two bodies' psychology. Si se toma la palabra tal como se debe, como perspectiva central, la experiencia analítica debe formularse en una relación de tres, y no de dos.

Esto no quiere decir que no puedan expresarse fragmentos, trozos, pedazos importantes de esta teoría en otro registro. De este modo se captan las dificultades que enfrentan los teóricos. Es fácil comprenderlos: si, efectivamente, debemos representamos el fundamento de la relación analítica como triádico, existen varias maneras de elegir en esta tríada dos elementos. Se puede acentuar una u otra de las tres relaciones duales que se establecen en su interior. Este ser, ya verán, una manera práctica de clasificar cierto número de elaboraciones teóricas que son datos de la técnica.

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Es posible que todo esto pueda parecerles por el momento un poco abstracto y, para introducirlos en esta discusión, quiero intentar decirles algo más concreto.

Evocaré rápidamente la experiencia germinal de Freud, de la que hace un instante les hablé, ya que en suma ella fue en parte el objeto de nuestras lecciones del último trimestre, enteramente centrado alrededor de la noción de que la reconstitución completa de la historia del sujeto es el elemento esencial, constitutivo, estructural, del progreso analítico.

Creo haberles demostrado que éste es el punto de partida de Freud. Para él siempre se trata de la aprehensión de un caso singular. En ello radica el valor de cada uno de sus cinco grandes psicoanálisis. Los dos o tres que ya hemos examinado, elaborado, trabajado juntos los años anteriores, lo demuestran. El progreso de Freud, su descubrimiento, está en su manera de estudiar un caso en su singularidad.

¿Qué quiere decir estudiarlo en su singularidad? Quiere decir que esencialmente, para él, el interés, la esencia, el fundamento, la dimensión propia del análisis, es la reintegración por parte del sujeto de su historia hasta sus últimos límites sensibles, es decir hasta una dimensión que supera ampliamente los límites individuales. Lo que hemos hecho juntos, durante estos últimos años, es fundar, deducir, demostrar esto en mil puntos textuales de Freud.

Esta dimensión revela cómo acentuó Freud en cada caso los puntos esenciales que la técnica debe conquistar; puntos que llamaré situaciones de la historia. ¿Acaso es éste un acento colocado sobre el pasado tal como, en una primera aproximación, podría parecer? Les mostré que no era tan simple. La historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado.

El camino de la restitución de la historia del sujeto adquiere la forma de una búsqueda de restitución del pasado. Esta restitución debe considerarse como el blanco hacia el que apuntan las vías de la técnica.

Verán indicada a lo largo de toda la obra de Freud, en la cual como les dije las indicaciones técnicas se encuentran por doquier, cómo la restitución del pasado ocupó hasta el fin, un primer plano en sus preocupaciones. Por eso, alrededor de esta restitución del pasado, se plantean los interrogantes abiertos por el descubrimiento freudiano, que no son sino los interrogantes, hasta ahora evitados, no abordados -en el análisis me refiero- a saber, los que se refieren a las funciones del tiempo en la realización del sujeto humano.

Cuando volvemos al origen de la experiencia freudiana ­cuando digo origen no digo origen histórico, sino fuente­ nos damos cuenta que esto mantiene siempre vivo al análisis, a pesar de los ropajes profundamente diferentes con que se lo viste. Freud coloca siempre, una y otra vez, el acento sobre la restitución del pasado, aún cuando, con la noción de las tres instancias ­verán que también podemos decir cuatro­ da al punto de vista estructural un desarrollo considerable, favoreciendo así cierta orientación que, cada vez más, centrar la relación analítica en el presente, en la sesión en su actualidad misma, entre las cuatro paredes del análisis.

Para sostener lo que estoy diciendo, me basta evocar un artículo que publicaba en 1934, Konstruktionen in der Analyse, en el que Freud trata, una y otra vez, la reconstrucción de la historia del sujeto. No encontramos ejemplo más característico de la persistencia de este punto de vista de una punta a otra de la obra de Freud. Hay allí una insistencia última en este tema pivote. Este artículo es la esencia, la cima, la última palabra de lo que constantemente se halla en juego en una obra tan central como El hombre de los lobos: ¿cuál es el valor de lo reconstruido acerca del pasado del sujeto?

Podemos decir que Freud llega allí ­pero se siente claramente en muchos otros puntos de su obra­ a una concepción que emergía en los seminarios que realizamos el último trimestre, y que es aproximadamente la siguiente: que el sujeto reviva, rememore, en el sentido intuitivo de la palabra, los acontecimientos formadores de su existencia, no es en sí tan importante. Lo que cuenta es lo que reconstruye de ellos.

Existen sobre este punto fórmulas sorprendentes. Después de todo ­escribe Freud­ Traüme, los sueños, sind auch erinnern, son también un modo de recordar. Incluso llegar a decir que los recuerdos encubridores mismos son, después de todo, representantes satisfactorios de lo que está en juego. Es cierto que en su forma manifiesta de recuerdos no lo son, pero si los elaboramos suficientemente nos dan el equivalente de lo que buscamos.

¿Ven ustedes adónde arribamos? En la concepción misma de Freud, arribamos a la idea de que se trata de la lectura, de la traducción calificada, experimentada, del criptograma que representa lo que el sujeto posee actualmente en su conciencia ­¿qué diré?, ¿de él mismo? No solamente de él mismo­ de él mismo y de todo, es decir del conjunto de su sistema.

Hace un momento les dije, que la restitución de la integridad del sujeto se presenta como una restauración del pasado. Sin embargo, el acento cae cada vez más sobre la faceta de reconstrucción que sobre la faceta de reviviscencia en el sentido que suele llamarse afectivo. En los textos de Freud encontramos la indicación formal de que lo exactamente revivido- que el sujeto recuerde algo como siendo verdaderamente suyo, como habiendo sido verdaderamente vivido, que comunica con él, que él adopta- no es lo esencial. Lo esencial es la reconstrucción, término que Freud emplea hasta el fin.

Hay aquí algo muy notable, que sería paradójico, si para acceder a ello no tuviéramos idea acerca del sentido que puede cobrar en el registro de la palabra, que intento promover aquí como necesario para la comprensión de nuestra experiencia. Diré, finalmente, de qué se trata, se trata menos de recordar que de reescribir la historia.

Hablo de lo que está en Freud. Esto no quiere decir que tenga razón, pero esta trama es permanente, subyace continuamente al desarrollo de su pensamiento. Nunca abandonó algo que sólo puede formularse en la forma que acabo de hacerlo ­reescribir la historia­ fórmula que permite situar las diversas indicaciones que brinda a propósito de pequeños detalles presentes en los relatos en análisis.

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Podría confrontar la concepción freudiana que les expongo con concepciones completamente diferentes de la experiencia analítica.

Hay quienes efectivamente consideran el análisis como una especie de descarga homeopática, por parte del sujeto, de su aprehensión fantasmática del mundo. Según ellos, en el interior de la experiencia actual que transcurre en el consultorio, esta aprehensión fantasmática debe, poco a poco, reducirse, transformarse, equilibrarse en cierta relación con lo real. El acento está puesto allí, pueden verlo claramente en otros autores que Freud, en la transformación de la relación fantasmática en una relación que se llama, sin ir más lejos, real.

Sin duda, pueden formularse las cosas de modo más amplio, con suficientes matices como para dar cabida a la pluralidad expresiva, como lo hace una persona que ya nombré aquí, y que escribió sobre técnica. Pero, a fin de cuentas, todo se reduce a esto. Singulares incidencias resultan de ello, que podremos evocar cuando comentemos los textos freudianos.

¿Cómo la práctica instituida por Freud ha llegado a transformarse en un manejo de la relación analista-analizado en el sentido que acabo de comunicarles?, es ésta la pregunta fundamental que encontraremos en el transcurso del estudio que intentamos.

Esta transformación es consecuencia del modo en que fueron acogidas, adoptadas, manejadas, las nociones que Freud introdujo en el período inmediatamente ulterior al de los Escritos Técnicos, a saber las tres instancias. Entre las tres, es el ego la primera en cobrar importancia. Todo el desarrollo de la técnica analítica gira, desde entonces, en torno a la concepción del ego, es allí donde radica la causa de todas las dificultades planteadas por la elaboración teórica de este desarrollo práctico.

Sin duda alguna hay una gran distancia entre lo que efectivamente hacemos en esa especie de antro donde un enfermo nos habla y donde, de vez en cuando, le hablamos, y la elaboración teórica que de ello hacemos. Incluso en Freud, en quien la separación es infinitamente más reducida, tenemos la impresión que se mantiene una distancia.

No soy desde luego el único que se ha planteado esta pregunta: ¿qué hacía Freud efectivamente? Bergler formula esta pregunta por escrito y responde que no sabemos gran cosa acerca de ello, salvo lo que Freud mismo nos dejó ver cuando, también él, formuló directamente por escrito el fruto de algunas de sus experiencias y, en particular, sus cinco grandes psicoanálisis. Tenemos allí la mejor apertura hacia el modo en que Freud actuaba. Pero los rasgos de su experiencia no parecen poder reproducirse en su realidad concreta. Por una razón muy sencilla, en la cual ya he insistido: la singularidad de la experiencia analítica tratándose de Freud.

Fue realmente Freud quien abrió esta vía de la experiencia. Este hecho, por sí solo, le daba una óptica absolutamente particular, que su diálogo con el paciente demuestra. Se advierte, a cada momento, que el paciente no es para él más que algo así como un apoyo, un interrogante, un control si se quiere, en el camino por el que él, Freud, avanza solitario. A ello se debe el drama, en el sentido propio de la palabra, de su búsqueda. El drama que llega, en cada caso que nos ha aportado, hasta el fracaso.

Durante toda su vida Freud continuó por las vías que había abierto en el curso de esta experiencia, alcanzando finalmente algo que se podría llamar una tierra prometida. Pero no puede afirmarse que haya penetrado en ella. Basta leer lo que se puede considerar su testamento, Análisis terminable e interminable, para ver que, si de algo tenía conciencia, era, justamente, de no haber penetrado en la tierra prometida. Este artículo no es una lectura aconsejable para cualquiera, para cualquiera que sepa leer ­por suerte poca gente sabe leer­ ya que, por poco analista que uno sea, es difícil de asimilar, y si uno no lo es, pues entonces le importa un bledo.

A quienes están en posición de seguir a Freud, se les plantea la pregunta acerca de cómo fueron adoptadas, re-comprendidas, re-pensadas las vías que heredamos. De modo tal que nuestra única alternativa es reunir nuestros aportes bajo la égida de una crítica, una crítica de la técnica analítica.

La técnica no vale, no puede valer sino en la medida en que comprendemos dónde está la cuestión fundamental para el analista que la adopta. Pues bien, señalemos en primer término, que escuchamos hablar del ego como si fuera un aliado del analista, y no solamente un aliado, sino como si fuese la única fuente de conocimiento. Suele escribirse que sólo conocemos el ego. Anna Freud, Fenichel, casi todos los que han escrito sobre análisis a partir de 1920, repiten: No nos dirigimos sino al yo, no tenemos comunicación sino con el yo y todo debe pasar por el yo.

Por el contrario, desde otro ángulo, todo el progreso de esta psicología del yo puede resumirse en los siguientes términos: el yo está estructurado exactamente como un síntoma. No es más que un síntoma privilegiado en el interior del sujeto. Es el síntoma humano por excelencia, la enfermedad mental del hombre.

Traducir el yo analítico de esta manera rápida, abreviada, es resumir, lo mejor posible, los resultados de la pura y simple lectura del libro de Anna Freud El yo y los mecanismos de defensa. Ustedes no pueden dejar de sorprenderse de que el yo se construye, se sitúa en el conjunto del sujeto, exactamente como un síntoma. Nada lo diferencia. No hay objeción alguna que pueda hacerse a esta demostración, especialmente fulgurante. No menos fulgurante es que las cosas hayan llegado a un punto tal de confusión, que el catálogo de los mecanismos de defensa que constituyen el yo resulta una de las listas más heterogéneas que puedan concebirse. La misma Anna Freud lo subraya muy bien: aproximar la represión a nociones tales como las de inversión del instinto contra su objeto o inversión de sus fines, es reunir elementos en nada homogéneos.

En el punto en que nos encontramos, tal vez no podamos hacer nada mejor. Pero de todos modos podemos destacar la profunda ambigüedad de la concepción que los analistas se hacen del ego; ego sería todo aquello a lo que se accede, aunque, por otra parte, no sea sino una especie de escollo, un acto fallido, un lapsus.

Al comienzo de sus capítulos sobre la interpretación analítica, Fenichel habla del ego como todo el mundo, y siente necesidad de afirmar que desempeña este papel esencial: ser la función mediante la cual el sujeto aprende el sentido de las palabras.

Pues bien, desde la primera línea, Fenichel está en el núcleo del problema. Todo radica allí. Se trata de saber si el sentido del ego desborda al yo.

Si esta función es una función del ego, todo el desarrollo que Fenichel hace a continuación resulta absolutamente incomprensible; por otra parte, él tampoco insiste. Afirmo que es un lapsus, porque Fenichel no lo desarrolla, y todo lo que sí desarrolla consiste en afirmar lo contrario, y lo conduce a sostener que, a fin de cuentas, el id y el ego, son exactamente lo mismo, lo cual no aclara mucho las cosas. Sin embargo, ­lo repito­ o bien la continuación del desarrollo es impensable, o bien no es cierto que el ego sea la función por la que el sujeto aprende el sentido de las palabras.

¿Qué es el ego? Aquello en lo que el sujeto está capturado, más allá del sentido de las palabras, es algo muy distinto: el lenguaje, cuyo papel es formador, fundamental en su historia. Tendremos que formular estos interrogantes que nos conducirán lejos, a propósito de los Escritos Técnicos de Freud, haciendo la salvedad de que, en primer lugar, estén en función de la experiencia de cada uno de nosotros.

Será también necesario, cuando intentemos comunicarnos entre nosotros a partir del estado actual de la teoría y de la técnica, que nos planteemos la cuestión de saber lo que ya estaba implicado en lo que Freud introducía. ¿Qué es lo que, quizá, ya en Freud se orientaba hacia las fórmulas a las que somos hoy conducidos en nuestra práctica? ¿Qué reducción tal vez existe en la forma en que somos llevados a considerar las cosas? ¿O acaso, algo de lo realizado luego, avanza hacia una ampliación, una sistematización más rigurosa, más adecuada a la realidad? Nuestro comentario sólo adquirirá su sentido en este registro.

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Quisiera ofrecerles una idea más precisa aún sobre la manera en que encaro este seminario. Han visto, al final de las últimas lecciones que les he expuesto, el esbozo de una lectura de lo que puede llamarse el mito psicoanalítico. Esta lectura está orientada, no tanto a criticarlo, sino más bien a medir la amplitud de la realidad con la que se enfrenta, y a la cual brinda una respuesta, mítica.

Pues bien, el problema es más limitado, pero mucho más urgente cuando se trata de técnica. En efecto, el examen que debemos hacer de todo lo que pertenece al orden de nuestra técnica no debe escapar a nuestra propia disciplina. Si hay que distinguir los actos y comportamientos del sujeto de lo que viene a decirnos en la sesión, diría que nuestros comportamientos concretos en la sesión analítica están igualmente distanciados de la elaboración teórica que de ellos hacemos.

Sin embargo, no es ésta sino una primera verdad, que sólo adquiere su alcance si se la invierte, y quiere decir, al mismo tiempo: tan próximos. El absurdo fundamental del comportamiento interhumano sólo puede comprenderse en función de ese sistema ­como acertadamente lo ha denominado Melanie Klein, sin saber, como siempre, lo que decía­ llamado yo humano, a saber, esa serie de defensas, negaciones, barreras, inhibiciones, fantasmas fundamentales que orientan y dirigen al sujeto. Pues bien, nuestra concepción teórica de nuestra técnica, aunque no coincida exactamente con lo que hacemos, no por ello deja de estructurar, de motivar, la más trivial de nuestras intervenciones sobre los denominados pacientes

En efecto, he aquí lo grave. Porque efectivamente nos permitimos ­nos permitimos las cosas sin saberlo, tal como el análisis lo ha revelado­ hacer intervenir nuestro ego en el análisis. Puesto que se sostiene que se trata de obtener una re-adaptación del paciente a lo real, sería preciso saber si es el ego del analista el que da la medida de lo real.

Con toda seguridad, no basta para que nuestro ego entre en juego, que tengamos una cierta concepción del ego, cual un elefante en el bazar de nuestra relación con el paciente. Sin embargo, cierto modo de concebir la función del ego en el análisis no deja de tener relación con cierta práctica del análisis que podemos calificar de nefasta.

Me limitaré a abrir esta cuestión. Nuestro trabajo debe resolverla. ¿Acaso la totalidad del sistema del mundo de cada uno de nosotros ­me refiero a ese sistema concreto que no necesita el síntoma humano por excelencia, la enfermedad mental del hombre que lo hayamos formulado para que esté allí, que no es del orden del inconsciente, pero que actúa sobre nuestro modo cotidiano de expresarnos, en la más mínima espontaneidad de nuestro discurso­ es algo que efectivamente debe servir, sí o no, como medida en el análisis?

Creo haber abierto suficientemente la cuestión, como para que vean, ahora, el interés de lo que podemos hacer juntos.

Mannoni, ¿quiere usted asociarse a uno de sus compañeros, Anzieu, por ejemplo, para estudiar la noción de resistencia en los escritos de Freud, que están a su alcance con el título de Acerca de la técnica psicoanalítica? No descuiden la continuación de las lecciones de la Introducción al psicoanálisis. ¿Y si otros dos, Perrier y Granoff, por ejemplo, quisieran asociarse para trabajar el mismo tema? Ya veremos cómo hemos de proceder. Nos dejaremos guiar por la experiencia misma.





sábado, 11 de diciembre de 2010

DOS ÉTICAS Y UNA SOLA MIRADA: A PROPÓSITO DEL MODELO PSICOANALÍTICO Y EL PROGRAMA DE ECOTERAPIA EN EL ABORDAJE A LA PSICOSIS.

DOS ÉTICAS Y UNA SOLA MIRADA: A PROPÓSITO DEL MODELO PSICOANALÍTICO Y EL PROGRAMA DE ECOTERAPIA EN EL ABORDAJE A LA PSICOSIS.

Jorge Mario Karam Rozo 


Nunca está de más articular algunas reflexiones en torno a la ética presente en las psicoterapias; máxime cuando se plantea la misma en el abordaje a las psicosis; un cuadro tan complejo como rico en significados y connotaciones sociales, religiosas, clínicas, políticas y económicas entre otras. 

Es menester hacer una fundamentación de entrada y es que al hablar de ética se plantea desde un ejercicio particular y no comunitario; esto acorde con la etimología propia al termino ética que lo acerca al significante latino “ethicus”, significante que se podría interpretar como “carácter” y no como “costumbre”.


Lacan en su intenso seminario sobre la ética en el psicoanálisis (1989) insistió sobre aquella diferenciación en tanto resultaba central para diferenciar a la ética de la moral y es que en la actualidad es común asemejar un término con el otro.


De hecho no es del todo equivocado interpretar ética como moral en su acepción romana en tanto el término “Ethos” puede interpretarse con cualquiera de los dos sentidos (carácter o costumbre); pero para efectos de la ética del psicoanálisis resulta vital conservar dicha diferenciación. 

En el mismo seminario Lacan dejo fundamentado una pregunta que consideró como el pivote de la ética en el psicoanálisis: “¿has actuado en conformidad a tu propio deseo?” nótese que la formulación siempre funciona a modo de pregunta, nunca a modo de asertorio, ya que en una especie de ejercicio cartesiano, la ética en el sujeto se sostiene siempre y cuando se dude de la misma como condición. 

Así pues al revisar la acepción de ética con carácter, término que por demás resulta común para Aristóteles y que fundamenta el lugar del soberano bien (1094ac), se encuentra un lugar claramente diferenciado para el sujeto, en tanto el carácter puede estar incluso en oposición a la costumbre, de modo que cualquiera puede ser ético sin llegar a ser moral a su vez. 

Curiosamente occidente esta permeado por el atributo ético asociado a la moral; seguramente influenciado por los principios Kantianos de actuar de manera tal que los actos propios se vuelvan una máxima universal (1781).

Un principio derivado de la moral (y no del carácter) tiene que ver con la capacidad de  “ponerse en los zapatos del otro”, algo que no es fácil incluso si se toma en el sentido literal; es hasta anecdótico escuchar los comentarios que las personas pueden llegar a enunciar cuando en una actividad de orden lúdico se solicita hacer dicho ejercicio. Ni que decir cuando se trata de un lugar “real”, obras literarias tales como “El príncipe y el mendigo” (1881) ejemplifican muy bien lo señalado al mostrar como al final de cuentas nadie quiere estar en los zapatos del otro.


Pero esta no es la ética del psicoanálisis, por lo menos no la que se promulga desde la vertiente lacaniana y tampoco se encontraría fundamentada desde la teoría freudiana. No se trata de ponerse en los zapatos del paciente y si bien una condición para ser analista es haber sido analizante esta no es por sí sola garante de la condición de psicoanalista. 

El psicoanalista esta en un “Otro” lugar, de lo contrario no se podría articular el discurso necesario capaz de producir significantes unarios que permitan la reestructuración subjetiva (reestructuración de tipo ético además).  Un lugar que le permita hacer semblante de “ofrecer” algo que no tiene, para así activar la demanda y el deseo en el sujeto. 

Este discurso (conocido a secas como “el discurso del analista”) se ubica claramente en una ética de lo particular, un rescate a la subjetividad y a los efectos de la misma que por supuesto guarda tras de sí profundas implicaciones que diferencian la ética propuesta por el psicoanálisis de las que puedan aparecer en otros pensamientos, disciplinas y corrientes.  Por supuesto dicha diferenciación también cobija a las psicoterapias formuladas con orientación psicoanalítica de otras esbozadas a partir de por ejemplo criterios de orden humanista. 

Lo anterior no tiene por qué ser leído de manera excluyente frente a los demás modelos, cualquiera esta en todo su derecho de ejercitar su práctica a través de una ética que a su vez es la que termina por forjar el carácter; claro que los demás pueden ampararse a través de una moral de tipo público y seguramente tendrán una mayor acogida en tanto no solamente no discrepan con el sistema dominante sino que se “adaptan” y en dicho proceso pueden llegar hasta a “mejorarlo”. 

La ética de lo particular no se debe confundir con el beneficio individual por encima de lo colectivo, Aristóteles no dudó en calificar a ello como “bestial”, por el contrario el sujeto debía hacer una especie de proceso o “peregrinación” (nótese el carácter religioso del término) que lo condujera con claridad en la búsqueda de la virtud, en sus términos sería más claro señalarlo como la búsqueda del “justo medio”. 

En términos absolutamente coloquiales sería decir “Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”, pues bien el sistema aristotélico funciona de manera triangular siendo los extremos de la base el bien individual y el bien colectivo, pero de acuerdo a Aristóteles el sujeto no debe procurar ninguno de los dos, sino que debe centrar su búsqueda ética en la canalización de la virtud que logra en la mitad. 

Paradójicamente la ética del psicoanálisis podría acercar al sujeto más al terreno del bien individual y no al colectivo, con lo que tampoco sería un sujeto virtuoso lo que aparecería al final del análisis; De modo que si alguien espera que a partir del psicoanálisis se puede obtener un modelo de convivencia social se podría llevar una tremenda decepción. 

Pero antes de profundizar en el psicoanálisis se pretende revisar la ética que se deriva de un modelo alternativo en atención a pacientes psicóticos; este es “Ecoterapia”. 

El semillero en psicosis y sociedad desde el psicoanálisis llevó a los investigadores a adentrarse en el terreno terapéutico para el abordaje de la psicosis ofrecido en el hospital de Nazareth y que obedece al nombre de “Programa de Ecoterapia” (2008). 

Pese a ser un modelo centrado en el aprovechamiento del recurso ecológico y con raíces claramente ambientales (Dumas, 2007) no es común que dicho modelo se lleve al terreno de la salud mental, en ese sentido el proceso llevado a cabo en el hospital de Nazareth ubicado en la localidad de Sumapaz (Bogotá, Colombia) tiene todo el derecho a considerarse como pionero en campo. 

No es la intención del presente documento discutir sobre los alcances del mismo, si bien hay que reconocer que son altamente significativos (Daza y otros, 2008), lo que se pretende es revisar el sustento ético que lo soporta. 

El hecho de soportarte en el aprovechamiento de los múltiples recursos de la naturaleza con fines curativos (Dumas, Ibíd.) muestra un profundo sentido humanista en sus principios terapéuticos, la búsqueda ecologista y la armonización del sujeto al interior de la misma ha mostrado tener unos efectos inmediatos y duraderos en el tratamiento de pacientes diagnosticados con severos trastornos de salud mental (Daza y otros, Ibíd.). 

La propuesta del programa de Ecoterapia parte de un claro reconocimiento del espacio físico que rodea a los habitantes de Sumapaz, una clara manera de llevar al sujeto a que asuma su lugar social dentro de un colectivo donde no se debe leer al “otro” enfermo como un extraño sino como parte del mismo ecosistema y por ende asumir la responsabilidad colectiva que tanto él como los otros tienen en su tratamiento; un modelo interesante a todas luces y que ha mostrado ser efectivo y por ende valido. 

Evidentemente la ética que lo soporta se puede asemeja con facilidad desde un sentido Kantiano; ponerse en los zapatos del “paciente” no es tarea fácil, pero con el ecosistema como escenario común tanto para el paciente como para el terapeuta se dan unas condiciones únicas de progreso terapéutico. 

Así las cosas se tiene que dentro de la Ecoterapia es fundamental no solo armonizar al paciente con el ambiente sino también a los profesionales tratantes; esta “común unión” llevaría a que ambos bandos cortaran las diferencias y encontrarán de este modo un espacio de comunicación efectiva índice del éxito terapéutico. 

Lo anterior no tiene discusión (ni se pretende hacerlo); los resultados son contundentes y el ejercicio resulta tan atractivo y ambiental que casi resulta paradójico que muchos más lugares no hayan adoptado un modelo que sería de muy buen recibo en épocas donde la deshumanización frente al daño al ecosistema (y por ende al calentamiento global) busca alternativas de solución.

No obstante vale la pena aclarar que la Ecoterapia si tiene numerosas aplicaciones en terrenos diferentes a la clínica en psicosis, algunas de ellas se relacionan en tanto trabajan con salud mental, como por ejemplo con la depresión  (Saltzman, 2008).

Volviendo al escenario de la ética, la Ecoterapia erige su labor dentro de una ética de tipo kantiano, de hecho su proceso “curativo” tendría como ideal “devolver” al paciente completamente adaptado al previo escenario familiar, a tal punto que pudiera ser un modelo de comportamiento digno de ser acogido por los demás (algo loable completamente, difícil pero perfectamente comprensible como ideal). 

¿Cómo compaginar una ética de bien común con una ética de bien individual?; las fusiones de este tipo suelen ser peligrosas (basta con recordar las enormes críticas que en su momento se le dieron al modelo de Eric Berne y su análisis transaccional por considerar que su lectura de tipo “humanista” alteraba los fundamentos éticos del psicoanálisis, discusión que se zanjó con la práctica “exclusión” de la teoría de Berne de los principios y postulados propios al psicoanálisis (en la actualidad el análisis transaccional existe pero casi totalmente alejado de sus orígenes dentro del psicoanálisis). 

La respuesta se mantiene desde la alteridad; es decir desde la posibilidad de existir ambos y ser un posible referente el uno del otro, cohabitar pero no convivir, ser sus críticos pero a la vez sus más claros auditores en la búsqueda de mejoramiento. 

La explicación a lo anterior se encuentra en la máxima limitación que puede encontrar cada uno de estos enfoques al ser mirados desde el terreno ético: el psicoanálisis en su búsqueda de que el sujeto actué conforme a su propio deseo puede perderse en los terrenos inconmensurables (o en términos aristotélicos “incontinentes”) del bien individual, un sujeto que no podría hacer lazo social en tanto no lograra establecer dialéctica con el lugar del Otro (usualmente ubicado en el Bien Común). 

Pero desde el modelo de Ecoterapia el problema sería prácticamente opuesto, si se lleva al extremo se encontraría con un sujeto completamente moldeado al acomodo del otro, perdiendo su deseo en aras de alienarse y enajenarse totalmente con el Bien común, perdería su subjetividad y en su lugar aparecería simplemente otro. 

Un clásico ejemplo señalado con el autismo puede aclarar lo que se pretende explicar: luego de un intenso tratamiento con un sujeto autista este logra hablar, el terapeuta le dice “saluda a tu mamá por favor” y este responde “Saluda a tu mama por favor”… ¿se puede decir que este sujeto ingreso en el mundo del lenguaje como un individuo? 

Cualquiera de los dos extremos impide el lazo social, quizás la permanente revisión de dos éticas que pese a ser prácticamente antagónicas pueden “verse” de frente ayude a un alcance terapéutico central en el propósito del abordaje de las psicosis: el lograr un lazo social con el sujeto


REFERENCIAS DE INTERES

Lacan, j.(1989) El seminario. Libro VII. La Ética del psicoanálisis. (Sesiones de 1959-60) compilación realizada por J.A. Miller. 1989 Paidos. Argentina

Aristóteles. (1984) Etica Nicomaquea  o ética a Nicómaco (original en 1094ac). Alianza Editorial. España

Kant. Critica de la razón Pura (1781) Editorial Losada. S.A. Argentina

TWAIN, M.   (1977) Las aventuras de Tom Sawyer. Las aventuras de Huckleberry Finn. (obra original en 1881) Un yanqui en la corte del Rey Arturo. El Príncipe y el mendigo.  Ed. Col. Juvenil Carroggio Barcelona.  

Daza, G y Otros (2008) “El producto de un sueño” Programa de Ecoterapia. Ed Versalles. Bogotá- Colombia  

Dumas J. (2005) Ecoterapia y conciencia social. De norte a Sur. (Argentina) 2005

Saltzman (2008) (revision) Richard Louv last child in the woods: saving our children from nature-deficit disorder. Journal of the international community for eco psychology. Ed. Chapel Hill, NC: Algonquin Books of Chapel Hill.

jueves, 4 de noviembre de 2010

III ENCUENTRO DE TRABAJADORES DE SALUD MENTAL Y III SEMILLEROS DE SEMILLEROS DE PSICOANALISIS (UNA SINTESIS)

III Encuentro de Trabajadores de la Salud Mental Y III Encuentro de Semilleros de Psicoanálisis. (Una sìntesis)

Clínica de la Psicosis y Psicología Social

Rosendo Rodríguez Fernández

Grupo de Investigación Psicosis y Psicoanálisis


"La castración quiere decir que el goce debe ser rechazado para que sea alcanzado en la escala invertida de la ley del deseo."

Lacan, Escritos I.



¿Qué decir, por un lado, de la Clínica de la Psicosis, y por otro, de la Psicología Social?

Para empezar, se tiene la psicología social. Algunos trabajos, inspirados por Enrique Pichòn Rivière, han sugerido el camino de los grupos, para abordar la psicosis. Trabajo centrado en tareas, donde hay una coordinación. Al parecer, la actividad tiene un papel importante en el trabajo con psicóticos institucionalizados. Se tiene todo un discurso, en tanto que hace lazo social, sobre la Psicosis.

En trabajos anteriores, ya se han señalado algunos caracteres de ese discurso. Se ha insistido en la institucionalización de los trastornos de personalidad, y los trastornos afectivos, en el DSM-IV, como forma estándar de catalogar, diagnosticar y tratar la psicosis.

Y hay un acuerdo transdisciplinario que sostiene este discurso. Tal vez incluso, hace semblante del gran Otro, de modo que no gratuitamente se puede tomar la sentencia de Marcelo Pérez, el psicoanalista argentino, que dice escuetamente que un terapeuta no es famoso porque cura, sino que cura porque es famoso.

Así que las demandas de curación, provenientes del Otro, no pueden dejarse de lado en referencia al trabajo con “pacientes” cuyo proceso es visto como “trastorno del afecto” o “trastorno de la personalidad”. Recordar, es preciso, que el gran Otro es el lugar de donde emerge el deseo. En este caso, el deseo de curación del trastornado, que cae bajo un eufemismo cuyo sentido sería “no etiquetar” al “usuario”.

En el fondo, la demanda de curación, proveniente del Otro, viene por el reverso de este Ideal del Otro, que cubre la falta en ser y sostiene las identificaciones del sujeto. (Eidelberg, ) El papel, pues, de este Ideal del Otro, el de la curación, el de la fármacoterapia, el de las promesas de los neurocientíficos, que de todos modos no llegan con plenitud a Colombia, no es despreciable en la Clínica de las Psicosis, pues es modelo hegemónico.

¿Cómo entra allí el psicoanálisis? ¿De qué modo interviene el “agente de la castración” en instituciones cuyo ideal es la curación de trastornos mentales? ¿Estos diagnósticos, de qué modo influyen en la fenomenología de la cura? ¿Es viable hacer discurso del analizante con un sujeto de la forclusión?; en último término, ¿De qué lado terminan el psicólogo y el psicoanalista, en la relación con sus significantes, hablando del vínculo social? En otras palabras, ¿Cuál es su defensa? ¿Qué defienden uno y otro… y otro?

Psicología Social

En el III Encuentro de Semilleros de Psicoanálisis, realizado a la par que el III Encuentro de trabajadores de la Salud Mental, organizado por el grupo de investigación Psicosis y Psicoanálisis, bajo la dirección de Jairo Báez, aparecen varios postulados que se toman en este escrito como objeto de discusión.

Surge por ejemplo, la paradoja entre la presentación de un programa dedicado a la curación de la psicosis, cata-logada como esquizofrenia, trastorno de la personalidad o trastorno del afecto, con poca claridad en la medida en que universos simbólicos provenientes de la psiquiatría clásica y actual, se mezclan de manera prolija con los que provienen de la psicología “multienfoque”, con su historia; y la de la psicología con enfoque analítico, bautizada así en el III Encuentro, en razón de la intervención orquestada desde la práctica en psicología, como requerimiento para un grado en esta disciplina, también recortada por dos versiones del Otro: el institucional y el de los Semilleros de Psicoanálisis.

Desde el Semillero, se observa el recorte, la progresiva delimitación del campo de la práctica de la psicología con enfoque analítico –imposible llamarla simplemente Psicoanálisis, en razón de la ausencia de un reconocimiento de las agremiaciones psicoanalíticas, lo cual es ya otra paradoja, aunque dicho sea de paso, el Semillero es reconocido por la Fundación Universitaria Los Libertadores y Colciencias, en el campo de la Psicología – con una apuesta claramente lacaniana, y siguiendo un postulado de Jairo Báez: “En el semillero cada uno trabaja desde su propio deseo”.

Esa delimitación progresiva ha tomado el camino del análisis, señalado por Lacan. Tomo aquí un momento de la historia de la teoría del propio Lacan, relativa a su intervención frente a las instituciones, y en concreto ante la institución analítica: su excomunión de una organización freudiana, pues no se aceptaron sus ideas -lo cual considero legítimo desde unos dogmas religiosos – y su abdicación como padre de otra institución, ante la paradoja de la institucionalización del psicoanálisis.

Esta es la apuesta del psicoanálisis, entendida así por quien escribe: institucionalización-análisis. Es la confrontación con el significante del Nombre del Padre, por la vía del discurso del Analista que hace escucha a las diferentes versiones del discurso del Amo. Se hace necesaria esta confrontación, no la eliminación –por otra parte imposible – de este significante por el sujeto, y el producto es lo que queda de ella, el análisis.

De la instauración del Significante del Nombre del Padre, único significante para el Padre, cuya función es la fundación del sujeto, se desprende la institucionalización. La familia, un dispositivo defendido incluso por la psicología, es una institución con roles derivados de las viejas instituciones greco-latinas, en las que, como señala Jairo Báez, en el Semillero de Psicoanálisis, el Padre era el dueño de un pedazo de tierra, y todo lo que allí estaba contenido.

La familia, con sus avatares históricos, ha sido considerada, después de Desjardin, como la célula de la sociedad. La biologización de las lógicas sociales no es gratuita. Finalmente, se habla de “organización”, o de la conformación de órganos, que se nombran así y se convierten en instituciones, marcadas por los discursos de la fisiología.

Toda una funcionalidad de los órganos, es lo que aparece bajo otras imágenes, en el plano social. Y algunas disciplinas sociales, se encargan de abordar estos fenómenos de estructuración y funcionalidad, unas sosteniendo sus discursos, otras atacando allí, en ese plano.

Y esos órganos, como en la medicina, se nombran, y se reconocen en su estructura y función. Y por supuesto, como buenos médicos, ingenieros del órgano, las organizaciones se “medicalizan”, se “patologizan”.

Allí hay psicologías sociales. Unas, las funcionalistas, no cuestionan al órgano, sino a su función, y la tratan a la vieja manera médica: hacen lecturas sintomales, como se expresaba un viejo maestro de psicología de la Universidad Nacional en los años ochenta. Esas son las psicologías de taller. Son las del abordaje cualitativo, con dinámicas de grupo. Rápidamente, tienen propuesta, con objetivos y metodología, dirigida a un departamento de la organización, alguno quizá bautizado de “Recursos Humanos” según un viejo logo, o de “Bienestar Social”, según los nuevos nombramientos.

Hay otras psicologías, que trabajan con sistemas de economías de fichas, sistemas de incentivos, formas de premiaciones al “empleado del mes”, o dedicados a celebrar cumpleaños y a utilizar los esquemas heredados de Taylor, y sus reforzadores. En todos lados, incluso en el III Encuentro, hay tiempo para un “break”.

Y para variar, los órganos producen. Es la productividad lo que permite hacer la lectura sintomal, y es en tanto que se afecta esta productividad que se interviene sobre la función del órgano. Se interviene removiendo a un funcionario deficiente, por otro más eficiente. Lógica de la mecánica, lógica del repuesto. Lógica del consumo.

En este contexto, donde las disciplinas surgen, haciendo gala de su significante, como dispositivos para disciplinar, -recuérdese al señor Michel Foucault, que señala en su Historia de la Locura, el nacimiento de la psiquiatría como dispositivo de control y más nada – el pensamiento de los individuos, sus hábitos, su decir; la psicología de enfoque analítico, llámese psicología analítica, opone otros Nombres del Padre.

Se trata, no de otra perspectiva, no de otra mirada. Se trata de otros significantes del Nombre del Padre, si se permite esta expresión que, por no estar del todo refinada en concordancia con la teoría de Lacan, puede resultar torpe.

En algunas ponencias, como en la de Jorge Mario Karam, en el III Encuentro de trabajadores, resulta evidente el debilitamiento de los semblantes paternos, del que habla Eidelberg. Trae a colación a H. G. Wells, a Julio Verne, y a la representación de sus “Proféticas” obras en el cine y en la Radio, a cargo de Orson Welles, en New Jersey, y Radio Quito, Ecuador, años más tarde.

Como todo, lo que hizo Welles en su tierra se replicó en Ecuador con efectos desastrosos. Una invasión de extraterrestres terminó en la destrucción de la estación de radio, con algunos muertos de por medio. Ejemplo muy claro de factura del mundo en un lado, y de vivencia del mismo en el otro, con algún retraso. Repetición, quizá diría Freud.

Se trata del significante del Nombre del Padre, forcluido. Rechazo del Padre, del orden patriarcal, cosa ya dicha muchas veces, y advenimiento del deseo materno, casi en pleno. Discursos que anclan a los significantes maternos, de los que los discursos feministas se esmeran en sostener una relación de objeto “mejorada”.

Ahora que las mujeres son mejores que los hombres, en la ideología, y el mismo Dios dejó de ser un Padre, para advenir Padre-Madre, las Leyes y las Constituciones Nacionales sostienen la igualdad de Derechos, y hacen prédica constante de los Derechos Humanos, lo reprimido en lo simbólico retorna en lo real, a la Freud.

Las instituciones, sobre todo multinacionales, son las que nombran. Son los nuevos Nombres del Padre. Ya no es Edipo, sino cualquier brillante logo en la cima de un rascacielos, en el membrete de una institución, lo que nombra, lo que regula las relaciones entre unos y otros objetos de las organizaciones.

Son los “ingresados” y los “egresados”, los que reciben una insignia del Otro, insignia que se porta, y que se usa como referente de identidad. En este sentido, se tiene desde allí toda la dinámica de las agremiaciones, agrupamientos, conjuntos. Los universos simbólicos se constituyen desde estas insignias.

Y como señala Lacan, citado por Berenguer (n. d.), los Ideales del Otro sostienen el deseo de los sujetos. En ese sentido, tomando la lógica del fantasma, lacaniana, que desarrolla en su planteamiento de los discursos, puede afirmarse que el discurso capitalista, el discurso que no hace vínculo social, y que por ello es dudoso que sea discurso, sanciona la legitimidad del tener en tanto se incrementa el capital.

Pero el Capital es el Nombre del Padre de la posmodernidad, que funda a un sujeto para el cual no hay garantías del Otro en los demás universos simbólicos, salvo en referencia al Capital. El advenimiento de un objeto, que en los tiempos de Marco Polo era un documento que representaba un monto, una riqueza en semovientes, al lugar del Otro, sustituyendo o relegando otros Nombres del Padre, los de la Modernidad para variar, la Ciencia y Dios – In God we Trust, slogan del dólar – impone un Otro para todos los semblantes del Otro.

Si en la época de Freud la neurosis obsesiva se reveló en relación con este significante –historial del hombre de las ratas, obsesionado con la crueldad de un tormento y un deseo ligado a la voracidad de estos animales con respecto al recto del paciente, siendo las ratas en alemán un significante del dinero- y se traducía en la relación entre el hombre de negocios que sostiene al buen Dios en su trono, temeroso de su deseo de ser poseído por éste –rata devorando el ano, dinero devorando el ano, asociado al temor por la muerte del padre y un amor que encubre el deseo ligado a este temor-, en la actualidad la neurosis obsesiva se revela en relación con el discurso que no hace discurso, que empuja al sujeto que hace forclusión del Nombre del Padre por los significantes maternos y hace del dinero el falo que amenaza introducirse per anum, como variante de la posesión del falo paterno.

El Capital y el Ano. Un discurso en relación con un significante primordial, que hace tensión con un objeto, que para variar, sujeta. La sujeción del capitalista a lo que elegantemente por allí algún psicoanalista llama el “carácter anal”, puede verse en la multiplicidad de discursos que tienen que ver con el viejo mito infantil del nacimiento de los niños por el ano, siendo el excremento el niño.

¿Y qué individuo de la posmodernidad, no pasa por la admisión –manducación- en las organizaciones?

¿Cuál no pasa por su digestión – ubicación en un puesto de trabajo, desarrollo de su vida laboral como funcionario, ubicación como aprendiz, en educación – por parte del aparato de la organización, de la empresa?

¿Cuál no termina siendo, en efecto, un excremento, a la vez producto –los funcionarios habitualmente son una mierda- y desecho de las organizaciones?

¿Quién no termina desempleado o pensionado? ¿Quién no termina graduado? Se trata de la expulsión de la excreta, equiparable primitivamente a un parto por una cloaca.

El Padre, expulsado de la sociedad, un residuo de ésta, en tanto que es un proveedor –la mujer lo desea en tanto que bello, maduro pero juvenil, prestante y holgado, responsable, y encima de todo, ¡Buen amante!- cuyo fallo es una de las salidas más castigadas y reprobadas en la actualidad, es un objeto en tensión con un significante que termina siendo portador de muchos Ideales.

La distancia entre el padre real y el padre imaginario de la actualidad, comporta un enorme malestar a quien se le ocurra utilizar el pene para algo más que vehiculizar la excreta. En tanto que Ideal, el discurso del Padre tiene unos matices kantianos tan llamativos como ilusorios e irrealizables. Tortura al padre real, el cual queda sepultado por los imaginarios, y por la fuerte demanda ligada al orden simbólico en que está inscrito.

Puntualizando, diferénciese entre el Padre, el objeto que entra en tensión con el significante, y el Significante del Nombre del Padre, el cual articula y estructura la realidad del sujeto. Un padre es exigido como Padre, desde que está en relación con el discurso paterno en el cual se inscribe, y esta inscripción solo es posible en la medida en que se ha instaurado el significante del Nombre del Padre, arrasando la naturalidad del organismo.

Resumiendo, se tiene hasta aquí, una psicología social como discurso que sostiene al padre en su sitial de honor, con sus versiones y narrativas a la Rorty, apuntaladas en las contingencias (citado por Berenguer, n. d.); y otra, la psicología analítica de este Semillero de Psicoanálisis, que aborda la lectura de las organizaciones remitiéndose a los significantes que sirven de trama para los discursos.

Se encuentra, de modo inquietante aunque no nuevo, que el Padre ha retornado en lo real, con una brutalidad calificada como salvaje en lo que respecta al devenir del capitalismo como discurso que no hace vínculo y refuerza el narcisismo, y que sostiene el deseo –más bien el goce- de cada uno de los excretados por las instituciones.


Clínica de las Psicosis

Esta, la locura, se ha institucionalizado, Las disciplinas, como se decía arriba, citando a Foucault, han surgido como dispositivos de control, dispositivos de poder, ligados al goce de los funcionarios, llamados de modo elegante “Doctores”. Son capataces, mandos medios, necesarios para esgrimir el látigo y poner todo en orden. Se trata de sostener el sentido del símbolo, y el capataz tiene discursos, unos más afinados que otros, para propiciar el autocontrol, e incluso la autodelación, y la autoincriminación.

Óscar Rojas, en el III Encuentro de Trabajadores, muestra el caso de una mujer encarcelada, injustamente bajo el discurso de la justicia, que vivía “feliz con sus hijos” hasta el momento de la cárcel. Retorna al mundo “con la mirada de todos sobre ella”, siendo vista, señala Rojas. No es el discurso de la autoincriminación, culpabilización, etc., lo que la induce a la cárcel. Es ese plus, relacionado con el significante del Nombre del Padre, asociado pues, a la privación de su felicidad y a la caída bajo su mirada. Termina siendo gestada como presidiaria por la Cárcel, y se inscribe en un semblante paterno. Porta las insignias del gran Otro, y en una versión particular del goce, es “mirada”.

Paola Daza, Carol Fernández e Ivón Benavides presentan un caso clínico, donde los dibujos de un paciente apocopado como A., muestran un neurótico obsesivo afectado por delirios, afectado por una sintomatología que lo nombra como “esquizofrénico”. El sujeto escucha voces, y queda determinado por las órdenes que recibe de las mismas. Es intervenido según una práctica nombrada como “Taller”, objetada por Jairo Báez. La réplica de Jaime Velosa, autor del nombre del taller, es aclaratoria.

Hay aquí efectos discursivos de la psiquiatría clásica, el psicoanálisis, la psicología de los talleres, y del discurso del analista. El resultado de varios discursos, varios semblantes paternos, de los cuales, el desafío es llegar a un discurso que no haga semblante. Así, la ponencia de Daza y compañía pierde su vigor, centrado en mostrar lo fallido de un nombramiento, lo arbitrario de un diagnóstico, necesariamente adscrito a un orden simbólico, a un discurso clínico que por su lógica interna no falla, sino que su falla está en su relación con el objeto.

Es el problema de hace del mundo un efecto poïético del lenguaje, dando lugar al pleonasmo por mor de la claridad. Así, el psicólogo hace un esquizofrénico con un catálogo a mano y el auxilio de la farmacología con visto bueno del psiquiatra, y el analista hace del objeto un neurótico obsesivo… un sujeto con ciertas garantías, o al menos la posibilidad, de llegar a ser analizante.

Es el problema de la psicología social, que planteada desde la psicología analítica, muestra al sujeto en vínculo a partir del discurso. Muestra sujetos imaginarizados por los discursos, encuadrados en sus lugares, desde donde operan por mor del discurso, poniendo en el terreno de la competencia cada semblante de la clínica, con sus efectos.

Y al loco, enloquecido con tantas clínicas y tantos sentidos a los que es adscrito, para fortuna de él, quizá ignorándolos todos. Sin embargo, el loco es un paranoico al que verdaderamente persiguen los neuróticos. Velosa muestra a Lacan y su Aymèe, su Amada, a quien termina arrebatándole a su hijo, Anzieu, discípulo y analizante, a la vez que hijo de su amada y analizada psicótica. Muestra Velosa que hay verdad del sujeto en el delirio.

En esta dirección, Diego Quintero puntualiza de manera muy pertinente, que el psicótico es discriminado, obviamente en el hospital, pero también en la comunidad. Es preciso conceder que es posible que los lugareños no estén habituados al trato con los “pacientes”, pero en cualquier caso, Quintero reporta signos claros de discriminación. Ejemplificando, en el curso de un festejo pueblerino, la repartición de vales para alimentos y bebidas no contempló a los psicóticos. Tampoco hubo mucha interacción entre la concurrencia y los pacientes.

A los psicóticos no se les toma en serio, no se les cree. Aún hospitalizados, la atención es precaria. En una institución de intervención terapéutica, reporta Quintero, no hay suficientes profesionales, no hay psiquiatra ni psicólogo, y el número de enfermeros es escaso.

Como aporte del dispositivo analítico, durante la práctica de Quintero, un logro claro fue la dedicación de muchas horas de atención a pacientes delirantes, críticos, a través de la cual se logró contener la violencia y agresividad sin requerir de procedimientos tradicionales tales como la sedación y el uso de la camisa de fuerza.

Ciertamente, los trabajos de Daza, Fernández, Benavides, Quintero, y otros, recuperan la escucha y el silencio, para permitir la palabra del psicótico, prestándole atención, y realizando cortes para hacer inconsciente. La respuesta de los psicóticos es prometedora a nivel de clínica. Hacen actividad por su propia cuenta, toman algunos espacios para ellos, ya sin la dirección del personal y muestran su creatividad. Hay delirios que se estructuran y operan como solución, entrando los pacientes en la dinámica de grupos, en que aparecen líderes, mandos medios y operativos. Esas jerarquías sociales, como tradicionalmente ocurre en cualquier esquema grupal, se traduce en derechos y privaciones, que operan como motor de las relaciones entre los psicóticos.

Ciertamente, el personal destinado al cuidado y atención terapéutica no es ajeno a esa dinámica, conformando el grupo dominante, que establece las políticas de las cuales los más entendidos son quienes sacan el mayor provecho.

Allí, en el internamiento, se tejen dramas similares a los de los neuróticos. Odios, amores, intrigas, conflictos, luchas por el poder. Los malestares se traducen en delirios, y medicación o inmovilización. Alguna incidencia también tienen esos dramas a nivel del personal de intervención, pues se trata, de cualquier modo, de objetos que entran en tensión con los significantes, a veces muy precarios, de los pacientes.

La transferencia es invasiva, y se traduce en un cuerpo erogenizado al modo de las psicosis. Se reporta por allí que un paciente guarda sus excrementos en un maletín, y solo le confía el contenido del mismo al practicante que lo escucha y que trabaja devolviéndole sus palabras. Estos actos amorosos primarios, tendrán muchas variantes en su manifestación.

Los practicantes, reconocen su amor por los pacientes. Toman ese amor al modo de un compromiso, y su compromiso es comunicar al horizonte psiquiátrico en Colombia que la psicosis tiene salidas, si bien las estructuras siguen siendo psicóticas. La institucionalización y transformación de las psicosis en enfermedades mentales, su nombramiento como tales, y el tratamiento, constituyen los elementos del malestar del sujeto.

Se trata finalmente de seres abandonados y utilizados en el mejor de los casos por sus familiares o deudos. Aglomerados allí, en condiciones aceptables de alimentación y aseo, con unas instalaciones más bien adecuadas, estos sujetos no tienen a dónde más dirigir sus pasos. Su alternativa es la indigencia, la calle, de donde han sido extraídos todos ellos, pues tienen un certificado como tales.

Hay un malestar que subyace a la estructuración de la psicosis. Se trata de una ruptura o una perturbación a nivel del deseo. Las instituciones no trabajan habitualmente con el deseo del psicótico, sino que lo controlan y lo dejan allí hasta la remisión del delirio, y hasta tanto un familiar lo reclame.

Cada uno de ellos tiene su historia, no la escrita en los formatos clínicos, que revelan una muy limitada utilidad, sino la que se revela cuando son escuchados y tomados en serio. Esa transferencia, a partir de la cual el practicante es tomado como objeto por el psicótico, termina siendo dirigida a la simbolización, a la suplencia del Nombre del Padre, para estructurar una relación de objeto mediada por un significante.

Los internos han mostrado que asimilan significantes, al entrar en el deseo de los practicantes. Hay también allí una entrada del deseo del otro, que terminará aludiendo a la imposibilidad originaria de ser traumatizados por los objetos primordiales, perdiéndolos, en tanto que precisamente lo que no se establece es una relación de objeto de deseo.

Aquí puede verse el efecto de la fagocitosis materna, la planitud de la completud del psicótico en tanto indiferenciado de la madre. Objeto que no desea en tanto que no es deseado, objeto que no admite la instauración del Nombre del Padre, el psicótico cae bajo la lógica del signo rechazado, forcluido.

En tanto que no hay aceptación de la castración del lado materno, por supuesto, el desenvolvimiento de la psicosis se acompaña de la psiquiatrización, la que hace del psicótico un objeto de goce de la medicina, un objeto de goce de las instituciones, y un objeto de goce de los funcionarios y terapeutas, farmacólogos que demandan tranquilidad en el asilo.

El trabajo de los practicantes de psicología de orientación analítica, con un dispositivo de escucha constituido por un psicólogo dispuesto a escuchar activamente al paciente, con un discurso enriquecido por el discurso del analista, susceptible de vehiculizar una transferencia psicótica, dirigida a la instauración de significantes suplentes del Nombre del Padre, que se localizan desde el mismo delirio como solución, muestra resultados prometedores en tanto que emerge algo similar a un discurso, propio del psicótico, que soporta alguna forma de vínculo, de relación con un mundo de objetos reconstruidos, donde su propio cuerpo es un objeto a construir o reconstruir.

Dada la sencillez de ésta fórmula, se precisa advertir una salida por el lado de la Psicología Social.

 
Alternativas

La desinstitucionalización de la psicosis, y la disposición de escucha atenta y activa por parte de otro, en el marco de una relación transferencial, es la apuesta que se opone a la psiquiatrización, psicologización y farmacologización del paciente.

De otros lados, se hacen propuestas. Algunas de tinte francamente metafísico, con elementos incluso esotéricos. Son, sin embargo, más esperanzadoras, en concepto de quien escribe, que los procedimientos tradicionales.

Puede señalarse, con el III Encuentro de Semilleros de Psicoanálisis, que hay madera para tallar terapeutas. Desde el propio deseo, Millerlhandy Vega y Nubia Acuña, muestran la locura que hay en la perversión, y las relaciones con la neurosis.

La negación de la represión, propia del perverso, desemboca en una omnipotencia que dicta la Ley. El tirano hace las leyes para hacer acordes sus crímenes a una filosofía, a una dogmatización del mundo. Leyes draconianas, para sociedades sedientas de autoridad, de una autoridad que tome a su cargo la realización de sus deseos y la responsabilidad de los actos monstruosos.

Líderes que logran, con la participación activa de buenas cantidades de seguidores, el ascenso al poder. Luego, legislan acomodando a su deseo traducido en ideología, los decretos, al mejor estilo de los perversos de “Los 120 días de Sodoma” de Sade.

El goce de la muerte y el sexo, de la reducción del otro a la condición de objeto, y la imposición del goce, se viabilizan a través de los discursos políticos y sociales.

Nuevamente, se trata primero de trabajar en la rectificación del otro. Es el neurótico el que termina imponiendo al psicótico una clínica, unas condiciones vitales, un saber. Reconocer que no se sabe de la psicosis, pero que tampoco se sabe del saber, se requiere para confrontar los dogmas de las sociedades. Hay que interrogar, y producir reflexiones ciertamente ricas en elementos como las del III Encuentro.

Reconocer que la psicosis no es una patología, sino una estructura, se impone como un principio regente de la intervención clínica. También, que quien requiere saber de sí, es el propio psicótico, con sus certezas y su completud, y sus delirios.

Reconocer la propia ignorancia, movilizarse, desplazándose de la posición ventajosa de Sujeto Supuesto Saber, llevando al psicótico al habla, al trabajo con sus voces, a la confrontación con el enjambre de significantes, a la apropiación de las palabras y las ideas, es lo implicado en la escucha que se le propone.

Deben mencionarse algunas investigaciones de los Semilleros de Psicoanálisis de las Universidades de Bucaramanga. El trabajo con el juego como método de análisis de niños, es promisorio. Aquí hay alternativas al tradicional modo de evaluación psicológica y abordaje interventivo de fuerte tono directivo, cuando no psiquiátrico, en relación con los infantes.

La experiencia muestra niños cuyo diagnóstico, elaborado desde perspectivas psicológicas, dista mucho de abrir las posibilidades de intervención. La práctica constante de la remisión de casos clínicos a instituciones psiquiátricas de niños, estigmatiza al infante, y les permite a las familias dejar de lado su responsabilidad.

Esos, son semilleros de patologías histéricas en su mayoría, pues los niños acceden a la etiquetación con todos sus efectos, fijándose a la palabra del psiquiatra y del personal de enfermería. Medicados, los niños están desconectados más bien del mundo. Con el tiempo, la estigmatización por parte de los demás niños, y de la gente del común, incide sobre procesos emocionales.

Esta vertiente del trabajo de los psicólogos, en la actualidad, es inquietante. La carencia de rigurosidad en la evaluación, es problemática.

Tanto la psicología, como el psicoanálisis, están más próximos al desarrollo de una teoría de las psicosis, que la psiquiatría con su salida farmacológica.

Es preciso avanzar, no retroceder ante la psicosis, de la cual se sigue sosteniendo que es incurable. Desde la tribuna del III Encuentro de Trabajadores de la Salud, y del III Encuentro de Semilleros de Psicoanálisis, se pronuncian Báez, Karam, Velosa, y Rodríguez, acompañando el trabajo de Rojas, Fernández, Vega, Acuña, Benavides, Quintero y no muchos otros estudiantes dedicados a la intelección, como enseñaba Freud, de problemas clínicos de la psicosis.

La guía de las teorías lacanianas ofrece las mayores orientaciones a estos pensadores, cuyo reconocimiento y afecto, les comunico a través de éstas líneas. A todos ellos, el cálido saludo de quien ha tomado sus palabras para mostrar la sabiduría que hay en ellas.

Referencias

Berenguer, E. (n. d.). Identidad, identificación y lazo social. La perspectiva de Freud. Barcelona: Instituto de Altos Estudios Universitarios.

Eidelberg, A. (n. d.). Perturbaciones de los procesos enseñanza-aprendizaje. Barcelona: Instituto de Altos Estudios Universitarios.

Lacan, J. (1989). “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” en Escritos I. México: Siglo XXI.