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martes, 27 de marzo de 2012

EL APRENDIZ DE PSIQUIATRA

Texto preparado por Rosendo Rodríguez Fernández[iii]
                                               Marzo 27, 2012.

Un ser que no sabe qué es
Ilusiones de estudiantes
El espacio y el tiempo
Dios y los dados
Ronda por la muerte.

(…) “Si bien es verdad que se puede abordar el principio del placer desde la perspectiva de la satisfacción fundamentalmente irreal del deseo, lo característico de la satisfacción ilusoria del deseo es que se propone en el dominio del significante e implica cierto lugar del Otro.” 

(Jacques Lacan, De la Imagen al Significante. El Seminario, Libro 5, Las Formaciones del Inconsciente. Feb. 5/1958.)

I.                    David y los coqueteos con la psiquiatría
En su sesión del 22 de marzo, un integrante del grupo de investigación, estudiante de psicología, pidió la palabra para expresar sus percepciones con respecto a la práctica del psicólogo en el campo clínico. Su relato, dejó entrever un problema que es preciso abordar en términos de su formalización, pues se trata de prácticas recurrentes, no ajenas a discusiones que es preciso dar en el terreno de las exigencias del Establishment, y que no tienen solamente que ver con la obligatoriedad de aprender, dígase, algo como la lengua inglesa, o más precisamente, aquello denominado sin más, interdisciplinariedad.

David planteaba, inicialmente, un problema que tenía que ver con una cuestión clínica como tal. Se trata del proceso de hospitalización de un paciente, por causas de la salud mental. En su proceso de formación, como psicólogo, tuvo la experiencia de encontrarse frente a algunas de las situaciones particulares en las que se ve envuelto un individuo de la actualidad, que cae bajo la lógica de las disciplinas de la salud.

Por fuerza, la lógica de la práctica médica debe estar soportada en alguna verdad, cuyas pruebas muy seguramente estarán a la orden del día, cuando de justificar una práctica se trata. Es en esa dirección que parece dirigirse David, sin caer en cuenta que lo que se ha puesto en juego en ese dispositivo es precisamente una práctica de la susodicha interdisciplinariedad.

David, después de apuntar aquello sobre lo cual se basaba su pregunta, entra a ocuparse de algunos aspectos fenomenológicos del tratamiento, que movilizan sus inquietudes. Indicaciones que apuntan a un gran Otro que parece orquestar el movimiento de esta maquinaria social cuyo papel parece ser el de enmascarar cuantas realidades asaltan la percepción.

La delgada línea que separa el deseo de la realidad, se difumina en las ilusiones con respecto al gran Saber de la cultura, cuyo descontado prestigio tiene el hipnótico poder de congregar a cuanto sabio se le ocurre que es mejor que el zapatero se dedique a sus zapatos, siempre que sus zapatos queden de lo mejor, en la colaboración de tantos zapateros.

Así, el planteamiento de David, es el de un cierto entendimiento de la interdisciplinariedad, como el de un grupo conformado por un líder y sus gregarios. No cuesta mucho adivinar que el que está en el lugar del pensador, es el psiquiatra, que sabe lo que hace. Los gregarios, son los paramédicos, que hacen toda clase de venias intelectuales y tareas, dictadas por el trabajo en equipo.

Las soluciones a este problema, saltan a la vista. Quien esté familiarizado con algunos modos de decir de los psicoanalistas, encontrarán en la raíz del problema la falta en ser, esa carencia que una vez más crea la ilusión de una hierba más verde al otro lado del río. ¿Es insuficiente toda la teoría psicológica para enfrentar problemas del orden de la salud mental? ¿Sigue siendo válida, actualmente, la vieja crítica de Georges Canguilhem, que finalizaba con un puntillazo del estilo según el cual el psicólogo pasa por el cementerio –de sus grandes ídolos- y llega a la prefectura de policía?[i]

Báez ha señalado, repetidamente, el papel del significante Amo en la estructura de la realidad. Algo hay que no cambia, algo permanece allí, estable, y parece apuntar a lo que Lacan enseñaba con respecto a la repetición freudiana: una cierta manera de gozar. Las preguntas que surgen de aquí, son molestas, y pueden, en efecto, dejar más de un resquemor.

¿Es imposible para el psicólogo, salir de la caja de Skinner y su relación con la rata blanca? ¿El sexólogo, debe preciarse de la entomología de Kinsey para encarar a los humanos como si tuvieran prácticas copulativas de insectos? ¿No puede salir de repetir cuentos de ilusiones, de percepción de totalidades, de estructuras cerebrales? ¿Debe seguir esperando a canibalizar los hallazgos de laboratorio de los neurocientíficos, en el temor de ver desaparecer su ciencia?

El mensaje de David, parece confirmar las respuestas que dan lugar a estas preguntas, pues la exposición de su experiencia apunta directamente al síntoma de los programas de formación en psicología: hay que ir a integrar equipos, siempre que estos sean liderados por aquellos que saben lo que hacen. ¿Es la psiquiatría la madre de la psicología? Dudoso, por supuesto. Sin embargo, la madre de esa niña, parece no andar por lado alguno, y quizá ya no se ocupa mucho de ella.

En ese sentido, el síntoma que salta a ojos vista, es la búsqueda de la psicología en otros saberes (o ciencias) de un ser que le permita guardar silencio. Simplemente, una paradisciplina. La búsqueda de la utilidad de la psicología, la lleva a inclinarse ante cuanto amo se atreve a decir algo sobre objetos tales como la mente, el sistema nervioso, la sexualidad, el desarrollo o lo que sea que le venga en gana.

Puede verse que desgajar un árbol, como por ejemplo, el de la inteligencia, ocasiona todo un fenómeno comercial, toda una práctica de consumo, que llega a traducirse en dichos tales como que existe, por ejemplo, una inteligencia musical, entre las inteligencias múltiples. Sin más, el mundo comercial se permite separar la inteligencia como una serie de fenómenos aislados, muy adecuados al consumo.

Este fenómeno comercial Gardner, al ser elevado al estatuto científico, deja al menos la sensación de que hay constantes repeticiones en el campo de la psicología. Los Cattell se volvieron ricos y famosos gracias a la personalidad y su medida, y actualmente, después de unas buenas décadas de conteo monetario, siguen vendiendo sus test.

No pareciera que hubiera algo qué decir, frente a los sabios. Si David va al psiquiatra a aprender psicología, tal vez es que su profesor aprendió psicología en la Escuela de Medicina, y espera pacientemente a que el pensador le diga no solamente qué es la psicología, sino qué es el psicólogo.

II.                  El Espacio-tiempo y la Ronda por la Muerte
 En el acto carnavalesco, que podría estrictamente ser un acto canibalesco, de abrevar en el saber de la física clásica, del famoso debate entre Niels Bohr y Albert Einstein, donde quedó claro, al entender de un psicólogo, que hay una distancia inconmensurable entre la probabilidad y la certeza de un hecho, apunta a lo que podría ser algo del orden del saber de una disciplina, que se ofrece al mundo del conocimiento y puede, con su afirmación, asumirse como interdisciplinario.

Si el psicólogo aprende a no ser, por las prácticas del psiquiatra, no es poca cosa lo que tiene que ver con el síntoma arriba señalado, que es en sí misma, la psicología de Gardner. Una concepción tal, como las inteligencias múltiples, ¿No supone pensar que se es hábil en algo, y un idiota en lo demás, por lo cual no se hace necesario preguntar sobre esto último?

La consecuencia de aceptar algo como lo de Gardner, es precisamente la que tiene que ver con la estupidez del psicólogo, que ignora que precisamente la psicología sería lo único que podría librar a los psiquiatras del movimiento de pinzas de los neurocientíficos, en el sentido en que su disciplina solamente vive en estos países en razón de la ignorancia ilustrada de sus llamados científicos.

Einstein, sin más, planteó que le gustaba pensar que la luna estaba allí, en el firmamento que al parecer se preciaba de contemplar, quizá con alguna frecuencia. Su esfuerzo por demostrar que Bohr y la mecánica cuántica andaban equivocados, terminó en un fracaso, hasta tanto no se diga lo contrario.

Quizá no sea difícil reconocer que el mundo, como se conoce ahora, con toda su virtualidad, se debe en gran parte, sino en su totalidad, a lo que el ping-pong pasó a escribirse como fórmula matemática en la mente de Bohr. ¿Qué habría pasado si Bohr hubiera obedecido a la lógica de Gardner? ¿El genio del ping-pong también tenía genio para la física? ¿No tenía inteligencia musical? ¡Lástima grande que no tuviera inteligencia para la psicología!

Y sin embargo, fieles a esta última ciencia, una línea de análisis del caso de los físicos desembocaría en la inevitable postulación de un axioma psicológico como soporte de lo que se conoce como la realidad. El psicólogo diría, quizá al modo de Piaget en respuesta a Einstein, que el niño construye la realidad por una exigencia constante del entorno que rompe con la homeóstasis a la que tiende el infante. Esta construcción, bio-social, es en suma, psicológica.

¿Qué es si no, la física? ¿No es, siguiendo a Yannis Stavrakakis[ii], una teoría que está destinada a fallar? Desde antes de los tiempos de Zenón de Elea, el mundo ha cambiado tantas veces como los ornatos de la fantasía que inviste el pensamiento y lo convierte en teoría. Si Bohr jugaba al ping-pong mientras hablaba de física, Einstein buscaba en Piaget una respuesta al espacio- tiempo en una dirección acertada, pues ya sabía que la teoría determina lo que se puede observar, pero no sabía que Dios, haciendo caso de Bohr, sí juega a los dados.

Tal vez la respuesta de Jairo Báez a David, en el espacio del Semillero de Investigación Psicoanálisis y Sociedad, sea muy aclaratoria con respecto al modo como las ilusiones de ser, sobre todo tratándose de nosotros, caen en verso sobre el otro con su gran Otro. En falta, la formación del psicólogo carente de epistemología, y no porque no existan cursos en los currículos, es buscada por el estudiante en el seno de otras disciplinas, cuyo prestigio ciega los ojos.

Es el modo de ver, quizá demasiado sensoperceptual, quizá demasiado concreto, donde la sensación y percepción del sentimiento acallan la lógica formal, el que está determinando que los portadores de la psicología quieran colocar en su lugar las prácticas de otros, con la excusa de la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad. El joven David Parada, otro David, aporta la indisciplinariedad. No sin ingenio, este camino vuelve a colocar los dados en manos de Dios, el cual, inconsciente, no puede saber porqué anda apostando.

Si la psicología sigue el camino de las disciplinas, solamente andará senderos recorridos con los acicates de los que ostentan el prestigio. Tal vez el camino señalado por Báez, en referencia a la ciencia, sea con mucho más acertado que pensar al estilo de Gardner y sus inteligencias múltiples, con genio para la psicología. En el primer caso, tenemos un saber que interroga a los físicos, a los médicos, a los neurocientíficos, y pone en duda sus respuestas. De allí, no una interdisciplinariedad sino una ciencia. Desde lejos, tanto especialista parece arar en el mismo terreno, y ese terreno parece más movedizo que las olas del mar.

Sin embargo, hay que recordar que Bohr dejó tras de sí, un mundo probabilístico, de naturaleza dual, contemplando las olas del mar y formulando la teoría con la cual, algunos, ven un mundo sin comprenderlo.

Freud, el inevitable cuando se habla seriamente de psicología, dejó tras de sí un mundo signado por el deseo. El universo de Einstein, con Dios, certezas y dados, quedó marcado por la pulsión de muerte freudiana, que ha dado más de una vez la vuelta al mundo desde que la enunció el médico que pasó a ser psicólogo, en un movimiento inverso al que practican los “psicólogos” de la actualidad. Esto es, la ilusión de ser médico, que por falta en ser, se realiza siendo psicólogo.

Esto, por tratarse de mundos de batas blancas, donde por el milagro de la investidura, se tiene la certeza de que allí hay un sabio. La sutileza, si es que hay alguna que se pueda señalar como tal, es que la falta en ser no solo cobija a los psicólogos. Freud pudo reducir a Dios, con o sin dados, a la axiomática del complejo de Edipo. Sin embargo, a pesar suyo, las semanas siguen siendo santas, bien sea que se trate de unas buenas vacaciones, como de una vocación religiosa. Esto, porque también, a pesar de la ciencia, lo que se publicita y se consume con mayor voracidad es del estilo de Gardner, y no del estilo de Bohr.



[i] Canguilhem, Georges. ¿Qué es la Psicología? Elseminario.com.ar (Editor). Argentina: Ediciones Elseminario.ar, 2000-2001. PDF disponible en: http://www.fernandomiralles.es/CEU/1queeslapsicologia.pdf
[ii] La Izquierda Lacaniana. Psicoanálisis, teoría, política. México: Fondo de Cultura Económica, 2009.
[iii] Psicólogo, investigador del grupo Psicosis y Psicoanálisis.

lunes, 25 de abril de 2011

ALETURGIA Y ESCUCHA

ALETURGIA Y ESCUCHA

Jairo Gallo Acosta*


“Ver mal y oir mal. Quien ve poco, ve cada vez menos, quien oye mal, siempre oye algo más”

Nietzsche. "Humano, Demasiado Humano". Aforismo 544

 

Foucault en su último seminario que se denominó “El coraje de la verdad” trae a la palestra un término que de cierta le va a permitir apartarse una epistemología anquilosada en la búsqueda de una verdad trascendental o metafísica, interesándose por la “producción de verdad, el acto por el cual la verdad se manifiesta” (Foucault, 2010: 19), y el término que trae es el de aleturgia, que sería la producción de verdad “el acto por el cual la verdad se manifiesta” (Foucault, 2010: 19).

La “aleturgia’ sería entonces ese conjunto de procedimientos donde se produce la verdad, donde se saca a la luz lo que se plantea como verdadero, en oposición a lo falso, a lo oculto, a lo indecible, a lo imprevisible, al olvido. Aquí lo importante no es qué es lo verdadero, sino cómo se produce lo verdadero, la relación entre el sujeto y la verdad producida, y en el estudio de esas relaciones es que Foucault se encuentra con la práctica de la parrhesía.

La parrhesía como práctica de decir veraz, la práctica del discurso de verdad que el sujeto está en condiciones y es capaz de decir sobre sí mismo, lo cual era muy importante según Foucault en la moral antigua grecorromana: “hay que decir la verdad sobre uno mismo” (Foucault, 2009: 21).

Pero en la antigüedad también existieron otras prácticas que el mismo Foucault menciona como: el examen de conciencia, las libretas de notas, la misma parrhesía, o ese conjunto de reglas para la transformación de un sujeto, para la transformación del maestro por el decir veraz, que se llamaba “psicagogia”**.

Hay que recordad que este conjunto de prácticas tenían como finalidad el cuidado de sí, con el ocuparse de uno mismo, por medio de decir veraz, pero no sobre una cosa, o un objeto, sino sobre uno mismo, el decir veraz sobre uno mismo.

Este decir veraz sobre uno mismo siempre necesitó (incluso antes que el cristianismo implantará la confesión y le poder pastoral) al otro:

Para que la práctica del decir veraz sobre uno mismo se apoye en la presencia del otro y apele a ella, la presencia del que escucha, el otro que exhorta a hablar y habla. El decir veraz sobre uno mismo, y esto en la cultura antigua, fue una actividad realizada entre varios, una actividad con los otros, y más precisamente aun una actividad con otro, una práctica de a dos” (Foucault, 2009: 22).

Que la práctica sea entre dos o más, que esta práctica remita a un nosotros no implica como se entiende en la actualidad que es necesario un “maestro” que lo enseñe, o peor, que es necesario una serie de técnicas (preestablecidas y formateadas) que se enseñen de una manera que se pueda “evidenciar” o “estandarizar” en una institución llamada universitaria, o certificada como tal para otorgar títulos profesionales, para el decir veraz sobre uno mismo, o todavía más complicado, para escuchar ese decir veraz sobre uno mismo y de los otros no se necesita ningún título habilitante, ni mucho menos una serie de formatos a los que hay que seguir paso a paso para asegurar una eficacia y efectividad imaginaria, como bien lo señalaba Foucault con la parrhesía, esta práctica no tenía que ver con una profesión, y menos con la profesión tal cual como se entiende en la actualidad:

“El parresiasta no es un profesional, y la parrhesía, con todo, algo distinto de una técnica o un oficio, sino algo más difícil de discernir. Es una actitud, una manera de ser que se emparienta con la virtud, una manera de hacer. Son procedimientos, medios, medios conjugados con vistas a un fin y que, por eso, incumben a una técnica, claro está, pero es también un rol, un rol útil, precioso, indispensable para la ciudad y los individuos. Más que (como una) técnica ( a la manera de) la retórica, la parrhesía debe caracterizarse como una modalidad del decir veraz” (Foucault, 2010: 33).

¿A que me remite todo lo anterior?, primero, a remitirme a Lacan y su teorización sobre el acto analítico, cuando dice que ese acto es contrario a una profesión (de ahí su escisión de la IPA), es la escucha de una producción de un decir, no por nada en el mismo seminario que lleva el nombre de “el acto analítico” llega a decir que el acto analítico tiene que ver con lo que puede ser enunciado del sujeto, que se llama lo inconsciente, lo que se habla de él, por tanto lo escuchar lo inconsciente era a lo que debía dirigirse el acto analítico. Y segundo, me remite a lo que ya hace casi un siglo nos decía Freud sobre la atención flotante como acto de escucha:

En realidad, esta técnica es muy sencilla. Rechaza todo medio auxiliar, incluso, como veremos, la mera anotación, y consiste simplemente en no intentar retener especialmente nada y acogerlo todo con una igual atención flotante. Nos ahorramos de este modo un esfuerzo de atención imposible de sostener muchas horas al día y evitamos un peligro inseparable de la retención voluntaria, pues en cuanto esforzamos voluntariamente la atención con una cierta intensidad comenzamos también, sin quererlo, a seleccionar el material que se nos ofrece: nos fijamos especialmente en un elemento determinado y eliminamos en cambio otro, siguiendo en esta selección nuestras esperanzas o nuestras tendencias. Y esto es precisamente lo que más debemos evitar. Si al realizar tal selección nos dejamos guiar por nuestras esperanzas, correremos el peligro de no descubrir jamás sino lo que ya sabemos, y si nos guiamos por nuestras tendencias, falsearemos seguramente la posible percepción. No debemos olvidar que en la mayoría de los análisis oímos del enfermo cosas cuya significación sólo a posteriori descubrimos. (Freud, (1912) 1992).

Lo que llevó a Freud a plantear una práctica de la escucha es haber encontrado en la mirada lo mismo que Foucault subrayaba en varios de sus textos, una vigilancia para el disciplinamiento, el orden y el control, una mirada que fue utilizada para en la modernidad para extender (extensiones protésicas) un campo de gobierno sobre los otros, para su dominación.

El acto de mirar, o más bien, la visión o el observar*** en las prácticas Psi es una constante, por lo menos el observar comportamientos, la percepción atenta del otro, las técnicas de observación aquí son eficaces para tal fin, incluso la observación parece ser el primer paso para la labor evaluativa en la practica psicológica, y por lo expuesto en el proyecto de las competencias profesionales del psicólogo en Colombia, la evaluación se ubica no sólo como una albor importante dentro de lo que “tiene” que hacer un psicólogo, sino como lo único que tiene que hacer, ya que la intervención sigue ajustada a la evaluación (ASCOFAPSI, 2010).

Volviendo a la aleturgia que plantea Foucault, esa observación y evaluación poco o nada tienen que ver con la escucha de un sujeto, y mucho menos, con la relación de ese sujeto con la verdad, con eso que le permite un decir veraz sobre sí mismo, por tanto, las practicas psi que se basan en esa observación no se dirigirán a un sujeto y el cuidado de sí, sino lo más probable es que se dirijan en el mejor de los casos a un conocimiento, y en el peor, a su dominación, y podemos intuir que el conocimiento y el dominio casi siempre están relacionados.

La propuesta foucaultiana de la aleturgia de cierta manera nos hace otra vez pensar en una práctica que pueda no sólo producir verdad, un decir veraz, sino una práctica que pueda escuchar ese decir, y al parecer Freud y Lacan desde el psicoanálisis lo que siempre desearon para constituir una práctica fue precisamente eso, una práctica que no sólo escuchara a un sujeto, sino que pudiera transformar a ese mismo sujeto, incluso, ¿por qué no?, una práctica que constituya como decía Foucault una nueva subjetividad.

 
Bibliografía

*Psicólogo. Magister en Psicoanálisis, Universidad Argentina John F. Kennedy. Doctorando en Ciencias Sociales y Humanas, Pontifica Universidad Javeriana. Docente universitario e investigador. Director de la revista Psique y Sociedad. www.psiqueysociedad.org

**. El tema de la psicagogia fue abordado en otro artículo, para mayor referencia consultar: http://indexno.blogspot.com/2010/01/la-psicagogia-no-es-psicologia-pero.html

*** Existe una diferencia entre ver y mirar que sería materia de otro escrito.

ASCOFAPSI. (2010). Competencias disciplinares y profesionales del psicólogo en Colombia. Documento preliminar- Propuesta para discusión. Recuperado de: http://www.ascofapsi.org.co/documentos/2010/Competencias_profesionales_psicologia.pdf el 25 de abril de 2011.

Freud, S. (1992). "Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico"(1912), en: Obras Completas, Vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu.

jueves, 14 de enero de 2010

LA PSICAGOGIA NO ES PSICOLOGIA PERO TAMPOCO PEDAGOGIA

La psicagogia no es psicología pero tampoco pedagogía


Jairo Gallo Acosta*

En la actualidad el auge del aprendizaje por competencias ha colocado al acto pedagógico como aquello que permite desarrollar las competencias en sujeto a favor del interés, la eficacia y la rentabilidad productiva en la empresa – incluso las famosas competencias emocionales y sociales toman al sujeto como una empresa, el hombre empresario o emprendedor, el espíritu empresarial como lo señala Nicolás Rose en varios de sus escritos -, donde el gobierno de las almas se impone como una forma de gubernamentalidad en el presente.

Para formar jóvenes competentes y emprendedores la pedagogía y la psicología se han aliado para que los sujetos puedan ejercer el autocontrol, la autoestima, la autoeficacia y otros autos que ayudaran a afianzar las famosas competencias, permitiendo que un sujeto responda a demandas complejas y llevar a cabo tareas diversas de forma adecuada para una acción eficaz, que se supone es el saber –hacer.

Ante este panorama de la pedagogía como formadora de empresarios, a la cual no se escapa la psicología, existen otras prácticas que podrían rescatarse ya no para desarrollar habilidades ni actitudes para la vida– como la antigua pedagogía – ni para una vida de empresario – como la moderna pedagogía- , sino para un arte de la vida, para un arte de la existencia, de hacer de la vida una obra de arte.

El arte de la existencia tiene que sostenerse por prácticas que vayan más allá de lo pedagógico, que se dirijan a la verdad de un sujeto para su transformación y es ahí donde entraba en la antigua Grecia una práctica que se denominó psicagogia.

“Podemos denominar pedagogía a la transmisión de una verdad que tiene por función dotar a un sujeto cualquiera de actitudes, de capacidades, de saberes que antes no poseía y que deberá poseer al final de la relación pedagógica. En consecuencia, se podría denominar psicagogía a la transmisión de una verdad que no tiene por función dotar a un sujeto de actitudes, de capacidades y de saberes, sino más bien de modificar el modo de ser de ese sujeto. En la Antigüedad grecorromana el peso esencial de la verdad reposaba, en el caso de la relación psicagógica, en el maestro; era él quien debía someterse a todo un conjunto de reglas para decir la verdad y para que la verdad pudiese producir su efecto. Lo esencial de todas estas tareas y obligaciones recaía sobre el emisor del discurso verdadero. Por esta razón se puede decir que, en la Antigüedad, la relación de psicagogía estaba muy próxima relativamente de la relación de la pedagogía, ya que en la pedagogía es efectivamente el maestro quien formula la verdad. En la pedagogía la verdad y las obligaciones de la verdad recaen sobre el maestro. Y esto que es válido para cualquier pedagogía es válido también para lo que se podría denominar la psicagogía antigua, que es también percibida como una paideia." (Foucault, 2008:387).

Aunque la pedagogía y la psicagogia se relacionaban, estas se diferenciaban por ser la segunda la corrección de la primera, en los Diálogos Socráticos, Alcibíades se imponía el cuidado de sí (psicagogia) para completar o corregir la formación de la pedagogía. La cuestión pedagógica se desplaza, desde su crítica, apareciendo el cuidado de sí como un combate permanente para toda la vida y función curativa terapéutica más que pedagógica (entendiendo terapéutica como cuidado de alma).

La ética del cuidado de sí era una elección personal, y consistía en una práctica del sí sobre el sí mismo. Todos los ejercicios y técnicas tienen la finalidad de establecer un dominio sobre sí mismo (que no debe confundirse con el autocontrol o el dominio del yo como entidad o sustancia que permite una identidad fija)

El cuidado de sí es una posibilidad estratégica de transformación de lo que somos y hacemos, es decir un sujeto que cuida de sí mismo como estrategia que ayuda a enfrentar las pasiones de la existencia, de ahí el arte de la existencia.

Las prácticas pedagógicas y psicológicas en la actualidad en su mayoría excluyen el cuidado de sí. Desafortunamente como bien lo describe Michel Foucault, el cuidado de sí (épiméleia heauton), fue desplazado durante muchos siglos por el conócete a ti mismo (gnothi seauton) délfico que en la modernidad desde Descartes, se convirtió en la autoconciencia. Allí la verdad se encontraba en el conocimiento de uno mismo, situación que la psicología en el siglo XX lo tomó como su caballo de batalla, el conocimiento del yo –conciencia.

El logos o el imperio de la razón comenzaron a ser lo único importante, sostenido por una razón instrumental, tecnológica y científica, dominando casi todas las prácticas durante varios siglos (entre ellas la pedagogía y la psicología), olvidándose casi por completo el cuidado de sí.

El cuidado de sí, y la psicagogia como una práctica del cuidado de sí, no sólo permitiría a un sujeto el gobierno de sí al encontrarse con una verdad, sino también poder gobernarse con los otros o el gobierno de los otros que era el principal objetivo del cuidado de sí, prepararse para gobernar a los otros (política) desde el gobierno de sí.

Ocuparse de sí mismo es imposible sin ocuparse de otros y/o que otros se ocupen de uno, si estas prácticas fueran desarrolladas en la educación actual, desde una pedagogía que tratará de no capacitar para competir sino para vivir, existir, no fueran necesarias tantas normalizaciones, códigos o leyes externas, ya que un sujeto sabría en qué lugar ubicarse y ubicar a los demás (incluso colocando en su justo lugar a aquellos que quieren ser injustos).

Esto último debería ser el camino (ethos) que un sujeto en su formación apuntaría para su vida y para su convivencia con los otros, para el arte de la existencia.




Notas

*Psicólogo. Magíster en Psicoanálisis de la Universidad Argentina John F. Kennedy. Doctorando en Ciencias Sociales y Humanas, Pontifica Universidad Javeriana. Director de la revista Psique y Sociedad.

Foucault, M (2008) La hermenéutica del sujeto. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.