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viernes, 18 de noviembre de 2011

DUEÑOS DE UNA PSICOSIS PARANOIDE


Dueños de una psicosis paranoide
 
Por: David Parada
 
Es difícil lograr ubicar a quién o a qué se le ocurrió construir la sociedad de la palabra, fundada en  una máquina que habla desde la angustia, el miedo,  el principio de placer y la falta. Un nuevo llanto se escucha en las salas de parto tras la palmada de la mano de aquel figurín a quien le encargaron recibir  las cuatro vidas que nacen, en el instante en que una persona muere, y así el enlatado humano se va ensanchando, día tras día, nuevas historias se tejen ¿y quién las escucha?, buena pregunta  en  la época del afán desmedido por ser el dueño del falo. 

Dueños, poseedores, amos, gerentes de ventas, gerentes de la escoba, ejecutivos del  formato, burócratas de la miseria. Un joven es sacado de la calle para insertarlo a un sistema social que no pregunta por el deseo, tiene la certeza del superhombre, artificio de la máquina  que como diría un coronel antes de ver ante él los sesos esparcidos de un suicida: “yo aquí no quiero vagabundos”,  no sirve… a la basura, y si sirve utilicémoslo hasta hacer de él la ruina en carne viva, anciano que estorba  y que cuesta, “ muérete, porque en tu paso por la vida no dejaste más que el plus de tu sufrimiento”  y de ello no vive la máquina, ella vive del sudor pélvico de las putas que se convierte en hambre y luego en dinero para comprar en un gran almacén de cadena una fruta que le sale más cara que una hamburguesa.

Los jóvenes son recluidos en instituciones escolares sí son neuróticos comprometidos con la máquina, sino, están las fundaciones que pululan con sus talleres de asertividad, en adaptabilidad a la máquina. Para los autistas está el banco donde reprimes tus movimientos estereotipados y logras hacer calmar la angustia de una madre que no comprende el mensaje de su hijo, con esto el camino se hace más fácil para las familias y les dan trabajo a psicólogos, educadores especiales y terapeutas ocupacionales que a  posteridad serán los enemigos del paciente, las terapias deben apuntar a una mejoría y ella debe quedar escrita en la historia clínica, pues la máquina reza “la historia clínica es un documento legal, y con ella te puedes defender”, por ende no tiene cabida aquí el malestar, el yin yang que se enfrenta para producir algo distinto, nuevo, abducido del real de la experiencia humana; se prefiere callarlo, no dejarlo escuchar, porque no se sabe qué hacer con él, nos perseguiría la angustia con la que llegamos a este mundo.

En el ambiente citadino se alza una niebla que nos hace ver como frailejones estáticos, difusos, esperando que el páramo se convierta en desierto. El papel de controlar nos paraliza. Profesores, psicólogos, sacerdotes, abogados, cuidando que su labor corresponda con la demanda de vigilar y castigar que imparte el  gran Otro.  La sinceridad y la honestidad es poco amiga de este ambiente, no hay una realidad, todo es ficción dijo Lacan,  pero entonces ¿cómo lograr entenderme con esta sarta de mentiras?, falos con erecciones lánguidas, máscaras que al levantarse ponen de manifiesto una hilera de rostros que no se corresponden a la primera impresión.

El  sujeto  sujetado ¿no tiene nada que decir?, ¿por el hecho de estar sujetado no puede lograr articular algo más allá de su yugo?, ¿qué es el sinthome entonces?,  ¿un invento lacaniano que justifica el síntoma?, preguntas que surgen de la sensación persecutoria  de no encajar en un sistema; cada acto es registrado, documentado, grabado porque creer en el otro más allá de su diferencia nos cuesta a tal punto que se escuchan  frases como “desconfía hasta de tu sombra”,  devenidas paradójicamente del normal, el que maneja dineros, selecciona personal, dicta cátedras y dirige un rebaño hacia el señor. Queda la duda entonces del porqué todo acto, palabra, sentimiento está mediado por un toque paranoico en la cotidianidad de la vida. La práctica freudiana lo revela con casos como la joven homosexual, la fobia de Hans o Juanito, el sueño del hombre de los lobos y la paranoia más explicita de todas,  la  del político Schreber. ¿Qué es lo que nos persigue?

Acudiendo a lo más próximo de la teoría psicoanalítica recuerdo tres conceptos, la pulsión de muerte,  lo real y el Otro. Cada uno con sus efectos tanto en la clínica, como en la experiencia analítica y la vida misma.

Pulsión de muerte que todo lo unifica, caos psíquico que nos pone a danzar sobre la partitura de una melodía que retorna al compás inicial. Niños que intentan anudar realidades construidas por la angustia de los adultos… ancianos que retornan a lo más propio y vivido del cuerpo: la orina, las heces, el cuidado de una madre.  Constancia de que el objeto es vuelto a encontrar por el resto de la vida, la primera muerte es la que llega con el símbolo, allí ya se entra en esa cadena que nos lleva al goce de los muchos que la cultura nos ofrece. Si gozar es sufrir con  placer, al sujeto no le queda más que vivir con ello ante la mirada de los otros, hacerse a este goce y protegerlo desde su particularidad, del uno que lo pone en el juego de la mirada del otro y el Otro.

Lo real, persigue la existencia megalómana del hombre del saber, se dice en ocasiones “todo está dicho o escrito”, sin embargo cuando todo está al hombre le queda la duda por la verdad. Intenta tomarla de un vasto océano para unificarla en una  partícula originaria, dadora, que ofrece el don. Pero lo real se extiende a lo efímero de la palabra, un  día se cree tener la felicidad, al otro día no. Lo real persigue la angustia de construir y destruir un mundo, son muchas las veces que uno se encuentra con páginas en blanco donde no hay nada para escribir.

Bien... el Otro con su inconsistencia deja inscritas en el sujeto marcas a manera de significantes, es decir deja una huella que se transforma en fantasma  desde el cual operamos y retroactivamente actualizamos nuestro discurso. Aquel Otro inventa nuevos semblantes a diario, la misión del sujeto será acomodarse a alguno, ¿y si no?, pues paga con la psicosis que te depara el infortunio de la virtud. De algunos analistas he escuchado decir que la paranoia es el punto más efervescente de la psicosis, a mi manera de escuchar, es quizás lo que tanto psicóticos, como  neuróticos y perversos tenemos, una paranoia particular con la que reaccionamos a la demanda del Otro.

Un poema a manera de conclusión:

La Rosa De Hiroshima 

De Vinícius de Moraes

Piensen en la criaturas
Mudas telepáticas
Piensen en las niñas
Ciegas inexactas
Piensen en las mujeres
Rotas alteradas
Piensen en las heridas
Como rosas cálidas
Pero oh no se olviden
De la rosa de la rosa
De la rosa de Hiroshima
La rosa hereditaria
La rosa radioactiva
Estúpida e inválida
La rosa con cirrosis
La antirosa atómica
Sin color sin perfume
Sin rosa sin nada.


lunes, 25 de abril de 2011

ALETURGIA Y ESCUCHA

ALETURGIA Y ESCUCHA

Jairo Gallo Acosta*


“Ver mal y oir mal. Quien ve poco, ve cada vez menos, quien oye mal, siempre oye algo más”

Nietzsche. "Humano, Demasiado Humano". Aforismo 544

 

Foucault en su último seminario que se denominó “El coraje de la verdad” trae a la palestra un término que de cierta le va a permitir apartarse una epistemología anquilosada en la búsqueda de una verdad trascendental o metafísica, interesándose por la “producción de verdad, el acto por el cual la verdad se manifiesta” (Foucault, 2010: 19), y el término que trae es el de aleturgia, que sería la producción de verdad “el acto por el cual la verdad se manifiesta” (Foucault, 2010: 19).

La “aleturgia’ sería entonces ese conjunto de procedimientos donde se produce la verdad, donde se saca a la luz lo que se plantea como verdadero, en oposición a lo falso, a lo oculto, a lo indecible, a lo imprevisible, al olvido. Aquí lo importante no es qué es lo verdadero, sino cómo se produce lo verdadero, la relación entre el sujeto y la verdad producida, y en el estudio de esas relaciones es que Foucault se encuentra con la práctica de la parrhesía.

La parrhesía como práctica de decir veraz, la práctica del discurso de verdad que el sujeto está en condiciones y es capaz de decir sobre sí mismo, lo cual era muy importante según Foucault en la moral antigua grecorromana: “hay que decir la verdad sobre uno mismo” (Foucault, 2009: 21).

Pero en la antigüedad también existieron otras prácticas que el mismo Foucault menciona como: el examen de conciencia, las libretas de notas, la misma parrhesía, o ese conjunto de reglas para la transformación de un sujeto, para la transformación del maestro por el decir veraz, que se llamaba “psicagogia”**.

Hay que recordad que este conjunto de prácticas tenían como finalidad el cuidado de sí, con el ocuparse de uno mismo, por medio de decir veraz, pero no sobre una cosa, o un objeto, sino sobre uno mismo, el decir veraz sobre uno mismo.

Este decir veraz sobre uno mismo siempre necesitó (incluso antes que el cristianismo implantará la confesión y le poder pastoral) al otro:

Para que la práctica del decir veraz sobre uno mismo se apoye en la presencia del otro y apele a ella, la presencia del que escucha, el otro que exhorta a hablar y habla. El decir veraz sobre uno mismo, y esto en la cultura antigua, fue una actividad realizada entre varios, una actividad con los otros, y más precisamente aun una actividad con otro, una práctica de a dos” (Foucault, 2009: 22).

Que la práctica sea entre dos o más, que esta práctica remita a un nosotros no implica como se entiende en la actualidad que es necesario un “maestro” que lo enseñe, o peor, que es necesario una serie de técnicas (preestablecidas y formateadas) que se enseñen de una manera que se pueda “evidenciar” o “estandarizar” en una institución llamada universitaria, o certificada como tal para otorgar títulos profesionales, para el decir veraz sobre uno mismo, o todavía más complicado, para escuchar ese decir veraz sobre uno mismo y de los otros no se necesita ningún título habilitante, ni mucho menos una serie de formatos a los que hay que seguir paso a paso para asegurar una eficacia y efectividad imaginaria, como bien lo señalaba Foucault con la parrhesía, esta práctica no tenía que ver con una profesión, y menos con la profesión tal cual como se entiende en la actualidad:

“El parresiasta no es un profesional, y la parrhesía, con todo, algo distinto de una técnica o un oficio, sino algo más difícil de discernir. Es una actitud, una manera de ser que se emparienta con la virtud, una manera de hacer. Son procedimientos, medios, medios conjugados con vistas a un fin y que, por eso, incumben a una técnica, claro está, pero es también un rol, un rol útil, precioso, indispensable para la ciudad y los individuos. Más que (como una) técnica ( a la manera de) la retórica, la parrhesía debe caracterizarse como una modalidad del decir veraz” (Foucault, 2010: 33).

¿A que me remite todo lo anterior?, primero, a remitirme a Lacan y su teorización sobre el acto analítico, cuando dice que ese acto es contrario a una profesión (de ahí su escisión de la IPA), es la escucha de una producción de un decir, no por nada en el mismo seminario que lleva el nombre de “el acto analítico” llega a decir que el acto analítico tiene que ver con lo que puede ser enunciado del sujeto, que se llama lo inconsciente, lo que se habla de él, por tanto lo escuchar lo inconsciente era a lo que debía dirigirse el acto analítico. Y segundo, me remite a lo que ya hace casi un siglo nos decía Freud sobre la atención flotante como acto de escucha:

En realidad, esta técnica es muy sencilla. Rechaza todo medio auxiliar, incluso, como veremos, la mera anotación, y consiste simplemente en no intentar retener especialmente nada y acogerlo todo con una igual atención flotante. Nos ahorramos de este modo un esfuerzo de atención imposible de sostener muchas horas al día y evitamos un peligro inseparable de la retención voluntaria, pues en cuanto esforzamos voluntariamente la atención con una cierta intensidad comenzamos también, sin quererlo, a seleccionar el material que se nos ofrece: nos fijamos especialmente en un elemento determinado y eliminamos en cambio otro, siguiendo en esta selección nuestras esperanzas o nuestras tendencias. Y esto es precisamente lo que más debemos evitar. Si al realizar tal selección nos dejamos guiar por nuestras esperanzas, correremos el peligro de no descubrir jamás sino lo que ya sabemos, y si nos guiamos por nuestras tendencias, falsearemos seguramente la posible percepción. No debemos olvidar que en la mayoría de los análisis oímos del enfermo cosas cuya significación sólo a posteriori descubrimos. (Freud, (1912) 1992).

Lo que llevó a Freud a plantear una práctica de la escucha es haber encontrado en la mirada lo mismo que Foucault subrayaba en varios de sus textos, una vigilancia para el disciplinamiento, el orden y el control, una mirada que fue utilizada para en la modernidad para extender (extensiones protésicas) un campo de gobierno sobre los otros, para su dominación.

El acto de mirar, o más bien, la visión o el observar*** en las prácticas Psi es una constante, por lo menos el observar comportamientos, la percepción atenta del otro, las técnicas de observación aquí son eficaces para tal fin, incluso la observación parece ser el primer paso para la labor evaluativa en la practica psicológica, y por lo expuesto en el proyecto de las competencias profesionales del psicólogo en Colombia, la evaluación se ubica no sólo como una albor importante dentro de lo que “tiene” que hacer un psicólogo, sino como lo único que tiene que hacer, ya que la intervención sigue ajustada a la evaluación (ASCOFAPSI, 2010).

Volviendo a la aleturgia que plantea Foucault, esa observación y evaluación poco o nada tienen que ver con la escucha de un sujeto, y mucho menos, con la relación de ese sujeto con la verdad, con eso que le permite un decir veraz sobre sí mismo, por tanto, las practicas psi que se basan en esa observación no se dirigirán a un sujeto y el cuidado de sí, sino lo más probable es que se dirijan en el mejor de los casos a un conocimiento, y en el peor, a su dominación, y podemos intuir que el conocimiento y el dominio casi siempre están relacionados.

La propuesta foucaultiana de la aleturgia de cierta manera nos hace otra vez pensar en una práctica que pueda no sólo producir verdad, un decir veraz, sino una práctica que pueda escuchar ese decir, y al parecer Freud y Lacan desde el psicoanálisis lo que siempre desearon para constituir una práctica fue precisamente eso, una práctica que no sólo escuchara a un sujeto, sino que pudiera transformar a ese mismo sujeto, incluso, ¿por qué no?, una práctica que constituya como decía Foucault una nueva subjetividad.

 
Bibliografía

*Psicólogo. Magister en Psicoanálisis, Universidad Argentina John F. Kennedy. Doctorando en Ciencias Sociales y Humanas, Pontifica Universidad Javeriana. Docente universitario e investigador. Director de la revista Psique y Sociedad. www.psiqueysociedad.org

**. El tema de la psicagogia fue abordado en otro artículo, para mayor referencia consultar: http://indexno.blogspot.com/2010/01/la-psicagogia-no-es-psicologia-pero.html

*** Existe una diferencia entre ver y mirar que sería materia de otro escrito.

ASCOFAPSI. (2010). Competencias disciplinares y profesionales del psicólogo en Colombia. Documento preliminar- Propuesta para discusión. Recuperado de: http://www.ascofapsi.org.co/documentos/2010/Competencias_profesionales_psicologia.pdf el 25 de abril de 2011.

Freud, S. (1992). "Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico"(1912), en: Obras Completas, Vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu.