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viernes, 27 de julio de 2018

PORQUE DIOS EXISTE, TODO ESTÁ PERMITIDO


Por: Jairo Báez

Unas palabras más en torno a lo nunca dicho literalmente, pero de cuya afirmación se cuenta, está en la Obra de Dostoievski, y la cual ha hecho carrera en las disertaciones sobre la moral humana: “Si Dios no existe, todo está permitido”. De entrada, podríamos asumir que todo lo permitido, no necesariamente encara la no existencia de Dios; más aún, sería igualmente valedero, enunciar una contrapartida con igual posibilidad de veracidad: “Porque Dios existe, todo está permitido”. No obstante, intentemos detenernos un poco, antes de avanzar, en la sentencia de marras para mirar algunas conclusiones no tenidas en cuenta.

De inicio, hemos de suponer sin el menor reparo que Dios tiene el control sobre todo lo existente y que, en ese orden de ideas, dictamina lo que debe y no debe hacer el hombre y no solamente en él, sino también en todo lo que puede o no puede existir. Esto, irremediablemente nos llevaría a un Dios bastante curioso y celoso, pues siendo capaz de controlar todo lo existente, permite la existencia del mal, lo cual no sería potestad del hombre sino de Dios mismo. Así nos encontramos ante una gran paradoja y suprema aprensión: Dios tiene la potestad sobre el bien y el mal; igualmente, tiene la potestad sobre el hombre y, sin embargo, permite al hombre ejecutar el mal para luego castigarlo. Se nos antoja curioso y aprensivo, porque si fuera un Dios y realmente tuviera la potestad de permitir al hombre su hacer o no, lo primero que debería no permitirle es ocasionar el mal y así no tendría razón para castigarlo. A menos, y la curiosidad aumentaría, que fuera un Dios ávido de crueldad y obediencia pero quisiera satisfacerse con una víctima inocente. Otra solución, para no castigar al hombre, sería no permitir la existencia del mal; así, ante la libertad que pudiera darle al hombre, éste no se vería compelido bajo ninguna circunstancia a cometer el mal, pues este no existiría.

 Al ser de este modo, todo lo permitido no está determinado por la existencia de Dios, sino por su propia voluntad. Y esto llevaría a la sana y prematura conclusión que esbozamos de principio: “Porque Dios existe todo está permitido”. Pues es Dios, todo poderoso, quien lo permite, no su existencia; en otras palabras, la condición de que todo esté permitido es la voluntad de Dios y para ello, necesariamente debe existir.  Aún más, Dios es imprescindible; sea lo que sea, al fin y al cabo, es lo único que hasta ahora ha sido asumido como causa original. Sea que exista para quienes dicen creer (teósofos) y no exista para quienes dicen no creer (naturalistas), Dios existe, pues no se trata de un cuerpo cierto sino de una suposición indispensable para poder dar una explicación a lo existente.

Por lo tanto, se hace más que imprescindible, para actualizar la discusión sobre la sentencia de marras, no confundir, la causa no causada, con la antropomorfización de la misma. Si Dios (causa no causada) es asumido en las mismas condiciones en que se asume la existencia del hombre, se estaría dando por hecho que esa causa actúa a voluntad y libre albedrío; (doble paradoja, pues se sabe que hasta ahora a quien se le supone libre albedrío, nunca lo ha tenido a plenitud). No obstante, si Dios, es asumido en rigor, compelido por unas leyes que están más allá de su voluntad y libre de todo razonamiento, se tendrá que aceptar que Dios es el culpable de todo lo existente y que, en ese orden de ideas, toda aquella variedad en el proceder del hombre en torno al bien y el mal, es absoluta y clara causa suya.

Si lo pensamos de nuevo, tenemos que afirmar que a Dios no se le puede declarar inmortal o mortal, pues eso sería demeritarlo y reducirlo a la misma condición del hombre. Dios es; por tanto no muere ni nace y por lo mismo, ha de ser el único causante de todo lo existente pero nunca culpable; pues no se le podría probar dolo en tanto no tiene voluntad, sólo es. Dios es causa de que el mal exista y de la existencia misma del hombre, pero no tuvo el libre albedrío ni la voluntad para la existencia o no existencia de ninguno de los dos. Que exista lo uno o lo otro son consecuencias de su propia existencia, no de su voluntad ni su razón. Antes bien, que Dios sea la causa del mal y del hombre es una consecuencia de la voluntad y razón del hombre.

Por otro lado, a pocos se les ha ocurrido detenerse en detalle en la contraparte; esto es, que Dios no sea bueno ni propenda por el bien en sí mismo sino que sea malo y se apasione por el mal. El mal, que hasta ahora ha sido delegado a uno de sus hijos, al más díscolo; pero también podría ser, una de las estrategias de Dios para allegar al mal, poner como chivo expiatorio de su legítima voluntad a su propio hijo. Y de la misma manera que hemos dicho, que si ha permitido al hombre cometer el mal, esta vez, si permite a su hijo caído incentivar el mal, es de su absoluta responsabilidad y voluntad lo que ocasionen los suyos. Empero, si volvemos a la sentencia de marras aducida a Dostoievski y ante la presencia del mal, nuestra sentencia sigue igualmente incólume: Porque Dios existe, todo está permitido. Y en su defensa, volveríamos a insistir, que no se trata la existencia o no de Dios, pues esta es insalvable, sino de la ausencia o presencia de voluntad y razón en él. Dios no tiene voluntad ni razón, solo es; por tanto, tampoco es culpable de lo que hagan sus consecuencias.

Si Dios no tiene voluntad, ni razón, error es intentar dialogar con él. Dios no entiende ni comprende y menos actúa a libre albedrío en la condición de sus consecuencias, sea este el hombre, su hijo o todas y cada una de sus consecuencias. Dios, en tanto causa no causada, es indiferente a la compresión, el entendimiento y las acciones que su emanación produzcan. Siendo más factible, concebir o Dios sin voluntad y sin razón y no obstante todo poderoso, no queda más al hombre que aceptar sus efectos. O en consecuencia, con tal deducción tan lapidaria, negar todo posibilidad de una causa no causada y asumirse cada hombre, en sí mismo, no como un Dios, sino como un ente capaz de ocasionar sus propias consecuencias y responsabilizarse de todos y cada uno de sus efectos y resultados.

lunes, 19 de enero de 2015

LOS DESAMORES DE LA MUERTE EN TIEMPOS ENLATADOS


Por: David Mira Vergel

El  tránsito hacia la muerte  se firmó  desde que el lenguaje arrancó abruptamente  al  humano del  reino animal,  y ya  nunca jamás habrá algo en el hombre que pueda  pensarse como  utópico; sin  embargo, la producción ofrece  paraísos ,  en donde  sus  ángeles miran  para  otro lado cuando aparecen los infiernos particulares del sujeto agitándose  frente a los  ideales de la época; la obsesión de ser  mejor que el vecino,  de una reputación  respetable,  en donde los  malestares son  amordazados para que nunca griten y el cuerpo sea algo que se pueda exhibir; unido esto , a la fascinación por lo nuevo, y la  insistencia   por   reprimir  el señalamiento de que aunque se tenga todo  resuelto  como ciudadano  y consumidor, siempre  habrá  algo que falta  como sujeto del lenguaje.

Las  velocidades han  cambiado, es eso lo que  denuncian los abuelos,  la nostalgia no es poca  al verse  en el juego de una  época en donde el  mandato  es “Olvida aunque  eso te  insista, olvida aunque  duela,  olvida y ven rápido, que siempre habrá algo nuevo para  disfrutar” , al parecer ya no hay tiempo  para  el duelo  cuando al día siguiente el sujeto ha de levantarse y  elegir un trabajo  que le consuma hasta el tuétano  y en las noches  proclamar  “estoy  muerto”  como un  ruego con el que empieza a dudar si la  vida es lo que él ha creído.

Hay  quienes  se plantean, que  hoy en día ya no pasa  nada , una  queja  que  deja  la molesta  sensación  de  que  la historia ya  está hecha, pero…¿Se puede hablar de una historia cuando el sujeto suele tender a su deconstrucción?   Sobre esto Slavoj Zizek (El desierto de lo real)  señalaría que  “La actividad social  frenética,  oculta  la identidad  básica  del  capitalismo  global, la ausencia  de un acontecimiento”, algo  curioso  en una época en donde  se retuercen  los cuerpos  para sacarles el  jugo de la  belleza  y  en donde el acontecimiento da testimonio de lo real.

Contrario  a  Slavoj  Zizek,  creo que  muchos  acontecimientos nos  asaltan, pero la  indiferencia  ocupa  hoy el  trono  de la inhibición de nuestra  época,  alejando al sujeto  y las comunidades, de actos  plenos  para su  existencia, así pues la cuestión no sería que no esté pasando  nada,  sino que   no queremos que pase nada optando por la quietud, y ante  lo que inevitablemente pasa  quizás no se quiere hacer nada.

La  angustia, acaba siendo  el  resto al final de la  cadena  productiva  y  actúa   como prestamista del deseo, que emerge   con  sus  insólitas  verdades   para  cobrar al sujeto su cobardía  al  haber cedido en su propia  temporalidad, y haber  cedido  su deseo a las temporalidades de la producción;  frente a eso la angustia  exige historias de las que no se puede  escapar

La complicidad entre el amor y la muerte -Los desamores de la muerte.

Nos pasamos  la  vida  amando a un cuerpo,  cuyo destino será el de divino  cadáver,  los  encuentros  entre el  amor  y la  muerte   son  otro  interés  que  surgió, al  hallar  en  estos   territorios  del  sujeto  chispas  que  lo hacen  hablar;  casualmente  el   enamorado y el doliente  son intensos  al hablar como al callar pues  ambos  acontecimientos  tanto el  amor como la  muerte   suelen  ocupar para  el  sujeto  el  lugar  de lo  enigmático  que de alguna  manera  obliga a crear  algo  cuando el  misterio  avasalla los  semblantes.

¿Por qué hablar  de  desamores de la muerte?  Al convocar la  producción  a  los territorios  de  la  muerte,  se ha podido  ver como  esta  ha  sido  enunciada  en términos de   mercado,  y de espectáculos para un noticiero, excluyendo   el componente  espiritual  de la mismidad,  como  una  manera de  crear  alrededor de  estas   historias  en  donde  se  le da  vuelo  a  lo simbólico; con la  entrada del  discurso  productivo la muerte  convertida en  un  servicio    es  un  gran  desamor  al  quedarse en el  terreno de  la calidad , dejando  a un lado el acto de reunirse  y hacer memoria.

La  vida es la amante  del  sujeto,   y en ella  existen algunos  otros que  se han convertido en pedazos de vida,  que entrañan  identificaciones  de las que la pulsión  ha logrado  extraer  algo,  y que cuando  mueren, simplemente   no se van, y la  ausencia  es  ese  testimonio  de que a la pulsión no le gusta  perder,  por eso mismo intentar  borrar la ausencia, o  pasar  rápido  aquella  circunstancia, resulta  infructuoso, pues después de  todo,  contrario  a  la  rapidez de la época cada quien  necesita un momento para llorar, burlarse y hablar sobre sus  muertos,  pues  solo con esto  se  asegura de vivir.

Canticos a una sepultura (El entierro)

A  pesar  de  que un  entierro  puede   ser visto  como  algo  lamentable, no se  puede olvidar  que este también  es una fiesta, de esas que  otro nos  organiza  como el bautizo, los quince años, el matrimonio, etc., que  aunque paradójicamente es una fiesta  para el final  de nuestros  días como  habladores , insiste  en  fundar  sobre  nosotros, el nombre de una leyenda con la virtud suficiente para  ser  contada.

Después del  entierro, la leyenda del nombre del difunto en algunos casos deja de ser  una  fiesta,  para convertirse  en   un  bazar  donde  arden  disputas  familiares  sobre  cómo  hablar del  nombre del cadáver,  quien habla lícitamente de él y quien no,  y  quien  debe  llevar los objetos  del  difundo;  mencionar  a Diomedes Díaz,  al  esmeraldero  Carranza incluso  al Joe Arroyo  puede   dar  elementos  para  pensar en  los  significantes  que  los  vivos  le  achacamos  a los  muertos, como  excusa para hacernos causar por las que seguir deseando y con ello viviendo.. 

El  entierro   se presenta también como  la  oportunidad  para que  aquello reprimido en  las familias,  se  desate alrededor  del  féretro  que emerge  un  lugar  perfecto  para los murmullos y para  que se  desaten  los  secretos; me pregunto ¿por qué  en esa  circunstancia, el  silencio puede  tornarse  insoportable?  La  existencia   pareciera  hacerse  añicos y el cadáver no podrá  responder nada  sobre la  confusión que  deja  el sujeto tras su   fallecimiento; por eso quizás  encarnando al oráculo de Delfos algunos  hablan de la muerte  intentando buscar en  esto  una  sabiduría  esencial.

Ánimas benditas y espantos de la ciencia  

Freud en  lo Siniestro (1923)  señala  que  aquellos horrores  que se  creen  ajenos  y de una naturaleza desconocida para  nosotros,  resultan  ser viejos  compañeros de nuestro psiquismo, que han sido  fieles escribanos de experiencias  en  donde el sujeto ha  cortejado a la angustia,  y  los  nombres que le damos a  nuestros  miedos  sería una  manera  de  mitificar  lo real, pues  sería  aún peor no poder decir nada al respecto; los horrores nunca dejarán de esperar, y bien  se sabe que toda  cita con el  inconsciente es  algo  inevitable  pues al final es una cita  con  una  verdad.

Con  las  ánimas  benditas  se  pretende  hacer  un  trueque libidinal,  se  les  reza  para ayudarlas  a  encontrar  una  luz  que  de  final  a sus  padecimientos,  pero no tan desinteresadamente,  pues  se les pide  favores,  o  que  no  asusten  a los vivos;  esta ha  sido  una  práctica  interesante  en tanto  aquí  se  juega el  sujeto  los significantes  que se ubican en el lugar de aquel que está ausente;  presentando  con esto   una  pujante  pregunta  ¿hay vida  después de  la muerte? En el  psicoanálisis  se  sabe que  sí, mientras  haya  un  lenguaje  dispuesto  allí  para  vivificar  al cadáver y darle  espíritu, pues no hay nada que angustie más que el silencio de los muertos al ser  un atisbo de que la propia desaparición es un atentado al narcicismo.

La  búsqueda  de  películas,  programas de radio,  y documentales con contenido  paranormal,  no ha cambiado  mucho de los tiempos de Freud  hasta nuestros  días;  solo  en el  aspecto  tecnológico   y por  el  intento de  hacerlo  legítimo  dentro  del  discurso  científico;  por lo demás, aun se  le  teme a la muerte ajena, a la propia y a  los fantasmas  que con estas surgen como demanda  de que allí queda algo por decir;  dado que la ciencia sobre la  muerte  por  más  sofisticaciones que ofrezca no logra un explicación de esta.

La  ciencia   ficción,  ¿es  acaso  el  reverso  de le ciencia?  Es una  pregunta  que surge al ver su precisión,   y  las  espantosas  visiones que  llegan a dar  sobre el goce, estos  relatos,  los  androides,  la bomba,  los  virus,  entre  otras  cosas  que se presentan como   la manera en que el progreso o avance  científico  puede  terminar instalándose en la dimensión de lo siniestro, ¿a qué  temerá la ciencia de nuestros días?

Tratos entre la vida y la muerte

No  hemos   cesado en  nuestros   intentos por  poder decir  algo para respondernos por  la vida,  y  cuando las palabras no bastan es la vida quien  con sus  sorpresas  nos  responde, apabullando  al sujeto  con la  angustia  necesaria  para que pueda emprender el camino de  la  palabra,  y  con  esto  a  través de  actos  que  están  más  allá  del   bienestar,  poder   crear  algo  con lo que  astillarse el alma, y conseguir  darle  alguna  gracia a una vida en  donde   se  sufre  lo que se  goza. 

Si  se  accede  a  pensar  la   vida como una   cuestión  de oportunidades, comenzando  por la  oportunidad  de  decir  algo  significativo  y  luego  morir  memorablemente,  o  de  guardar   silencio  y   actuar  en  aquel  momento  que  para el  sujeto es preciso,  y otras  oportunidades en donde un significante  aparece y se hace existencia;  desde la  sabiduría  popular  se nos diría  “las  oportunidades las  pintan  calvas”, algo  que  deja claro que  el  significante  tiene  sus  tiempos   precisos  para  unirse con  los  acontecimientos de la  vida de  un sujeto.

Cuando las  oportunidades se  pintan  calvas y no  se agarran  de un pelo, al no hacer  lo que se desea frente a  determinadas  circunstancias,  queda un resto  que  podría  ser  llamado  el  insoportable destino de los arrepentidos, aquel en donde lo no realizado insiste afanosamente    sobre  el  sujeto,  con  la  pesada  carga de   lo que pudo haber sido,  ¿qué  hubiera pasado  si cuando  aquel otro  estaba  vivo  hubiera hecho  esto?  O una  pregunta  para el  final de los días   ¿qué hubiera  pasado  si  en mi propia  vida hubiera  hecho  otra cosa?,  esto es un duelo en donde la oportunidad no  atrapada  es eso que deviene  como síntoma.

La pulsión de muerte en el lugar de la invención

 Al  hablar  de  pulsión  de  muerte   no  se  puede   eludir  la pulsión  de  vida,  no  porque sean  algo  dividido,  sino  porque   es  una sola  que  actúa  dependiendo   de  lo que le sea útil  psíquicamente , con  su cara mortífera  o vital según sea  el  caso;  sobre  este  concepto  fundamental se ha podido saber que la pulsión  no  quiere   garantías, solo  quiere   obligar  al sujeto a  vivir, aun cuando  vivir  sea  consumirse;  la  naturaleza  de la  pulsiones   aspira a  mucho más de lo que en realidad  se puede abarcar, aun así  se pueden hacer  grandes proezas en una vida tan  corta.

Dentro de lo que  Lacan  habla sobre  la pulsión en  su cara mortífera  expresa,  “si  la  pulsión  de  muerte se  presenta en   efecto  en ese punto  del  pensamiento de  Freud  como  exigiendo  ser  articulada, es  a  saber,  como  pulsión  de  destrucción,  en  tanto  pone  en  cuestión lo que  existe  como  tal, que en  suma  es igualmente  voluntad  de creación”  (Seminario   7);  un cadáver  en  descomposición  da un  ejemplo  claro de cómo una  cosa que está  muriendo  al mismo  tiempo se puede  estar vivificando;  siendo  así, la pulsión  en su  cara mortífera, desanuda,  daña,   trae  lo que  llaman  crisis, cuestiona  ideales y  significantes   en  un  intento  por  crear,   y  a  veces camina hacia el  goce  que  repetirá y repetirá  hasta  que  se  tropiece  con algún  hallazgo  que le  permita  inventarse  históricamente; dejando en claro, que  todo acto creador lleva  a  cuestas  una   eliminación,  en  la que el  cadáver de lo real   ha de ser  eliminado  para  dar espacio  a lo que pueden  parir los significantes.  

Referencias.

Slavoj  Zizek. El  desierto de lo  Real. Madrid. Akal 
Sigmund Freud. Lo  siniestro  (1923). Buenos Aires. Amorrortu 
Jacques  Lacan. Seminario  7 La  Ética del  Psicoanálisis. Buenos Aires. Paidós 






jueves, 24 de julio de 2014

ELLA Y ÉL: AQUELLOS

Por: Sergio Malagón P.

Él

Un día cuando volvía a su casa, por primera vez la vio. Estaba sentada en la sala con las piernas abiertas, llevaba una minifalda y un saco negro, su cara lívida se escondía tras un velo oscuro y sus piernas eran largas y famélicas. No le pareció extraño verla sentada a ella en sala de su casa, siguió a su habitación y luego volvió a la sala pero ella ya no estaba. En la noche se preguntó a si mismo cuál era la razón de no haberle hablado a aquella mujer que lo esperaba la sala y luego pensó que ni siquiera le había preocupado el hecho de una mujer extraña a quien no conocía hubiese podido entrar a su casa. La cual cuando él llego seguía cerrada con llave como cuando salió por la mañana.

Otra tarde, de esas tardes de agosto cuando el viento juega con los árboles y las hojas se estremecen hacia el suelo con vehemencia, la volvió a ver, esta ella sentada en la sala de su casa, en la misma posición de la vez pasada, con su velo que le cubría toda la cara, esta vez quiso hablarle pero apenas pronuncio un simple “hola” ella lo miro como si no hubiera nada, como mirando a través de él. En ese instante el semblante de él cambio y temió importunarla con sus palabras así que se calló y siguió a su habitación pero cuando volvió a la sala ella ya no estaba.

Días pasaron persiguiéndose siempre con la misma cara larga y otra vez más la volvió a ver. En el retrovisor de su carro cuando él se disponía a volver de su trabajo a la casa. No le preocupo preguntarse cómo había entrado ella al carro, incluso se alegró de tener compañía camino a casa. Él se armó de valor para invitarla a pasar a su casa pero cuando volvió a mirar el retrovisor ella ya no estaba,  solo había una rosa negra con pétalos  inmarcesibles en el asiento trasero.

Ella

Un día cuando volvía a su casa, por primera vez lo vio. Estaba sentado en la sala con las piernas cruzadas, llevaba un pantalón  y un saco negro, su cara lívida se escondía tras un sombrero oscuro y sus piernas eran largas y delgadas. No le pareció extraño verlo sentado a él en sala de su casa, siguió a su habitación y luego volvió a la sala pero él  ya no estaba. En la noche se preguntó a si misma cuál era la razón de no haberle hablado a aquel hombre que la esperaba la sala y luego pensó que ni siquiera le había preocupado el hecho de un hombre extraño a quien no conocía hubiese podido entrar a su casa. La cual cuando ella llego seguía cerrada con llave como cuando salió por la mañana.

Otra tarde, de esas tardes de agosto cuando el viento juega con los árboles y las hojas se estremecen hacia el suelo con vehemencia, lo volvió a ver, estaba él sentado en la sala de su casa, en la misma posición de la vez pasada, con su sombrero que no permitía ver los rasgos de su cara, esta vez quiso hablarle pero apenas pronuncio un simple “hola” él la miro como si no hubiera nada, como mirando a través de ella. En ese instante el semblante de ella cambio y temió importunarlo con sus palabras así que se calló y siguió a su habitación pero cuando volvió a la sala él  ya no estaba.

Días pasaron persiguiéndose siempre con la misma cara larga y otra vez más lo volvió a ver. En el retrovisor de su carro cuando ella se disponía a volver de su trabajo a la casa. No le preocupo preguntarse cómo había entrado él al carro, incluso se alegró de tener compañía camino a casa. Ella se armó de valor para invitarlo a pasar a su casa pero cuando volvió a mirar el retrovisor él ya no estaba, solo había una rosa negra con pétalos inmarcesibles en el asiento trasero.

Aquellos

Él soñó con el cuerpo de ella, ella con el cuerpo de él, nunca se habían visto a la cara pero se imaginaban, divagaban sobre sus rasgos y nunca se les pasó preguntarse porqué se aparecían de traje negro.

Ella como tentando al destino esa noche, cogió una de sus cajas de antidepresivos, saco todos los que habían y con una copa de whiskey se los mando adentro.

Él como tentando al destino esa noche, cogió una de sus cajas de antidepresivos, saco todos los que había, los contempló, no cabían en su puño, sin tomar nada se los tragó uno por uno.

Ella saco de su armario un viejo vestido que había usado en el entierro de su madre, era una minifalda negra con una blusa negra,  un saco y un velo.

Él abrió su closet busco entre toda su ropa algo elegante, se encontró un viejo traje que había usado para el entierro de su padre, este traje era negro con pantalón y chaqueta y un sombrero que tapaba los rasgos de su cara.

Mientras aún tenían consciencia aquellos salieron de sus casas, tomaron sus autos, llegaron a algún bar y se esperaron sin nunca llegar. Cuando la campana de la iglesia marco las doce fueron al puente más cercano. Se detuvieron, miraron la luna como si nunca la hubieran mirado, sintieron  ganas de aullarle, estaba excelsa en el firmamento, pusieron algo de buena música en sus carros quizá  Blues y miraron la luna por alguna extraña razón sintieron París. Luego de un rato miraron al fondo. Un caudaloso rio de imponte caudal se abalanzaba debajo, miraron por todos lados, la noche estaba fosca y no había nadie, pensaron aquellos de pronto en el silencio que respiraban los árboles, la noche y la ciudad. Nadie preguntaría por aquellos así que decidieron saltar.

Al otro día un titular de un periódico que yo estaba leyendo decía: “Pareja se  ha suicidado”.

Leí la noticia sin mucha atención  y decía algo así:

Esta mañana oficiales encontraron en la orilla del rio dos cadáveres. Se presume que aquellos eran una pareja. La autopsia revelo agua en sus pulmones y además una cantidad elevada de antidepresivos en sus estómagos. No se tiene ningún dato de quienes eran aquellos, no poseían ningún documento de identificación y no había registro alguno de sus huellas digitales.


¡Ah! Y además decía que junto con ellos se encontró una extraña rosa de color negro que abría sus pétalos a la vida.

jueves, 3 de mayo de 2012

EL VALOR DE LA VIDA- SIGMUND FREUD (ENTREVISTA)

Esta entrevista fue concedida al periodista George Sylvester Viereck en 1926 en la casa de Sigmund Freud en los alpes suizos. Se creía perdida pero en realidad se encontró que había sido publicada en el volumen de 'Psychoanalysis and the Fut', en New York en 1957. Fue traducida del ingles al portugués por Paulo César Souza y al castellano por Miguel Angel Arce.

Sigmund Freud: Setenta años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad.

Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma. El escenario de nuestra conversación fue en su casa de verano en Semmering, una montaña de los Alpes austríacos. Yo había visto al creador del psicoanálisis por última vez en su modesta casa de la capital austríaca. Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la actual, multiplicaron las arrugas de su frente. Intensificaron la palidez de sabio. Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente estaba alerta, su espíritu firme, su cortesía impecable como siempre, pero un ligero impedimento en su habla me perturbó. Parece que un tumor maligno en el maxilar superior tuvo que ser operado. Desde entonces Freud usa una prótesis, lo cual es una constante irritación para él.

Sigmund Freud: Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos. 

(Freud se rehúsa a admitir que el destino le reserva algo especial).

Sigmund Freud: ¿Por qué (dice calmamente) debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me revelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas -en compañía de mi mujer, mis hijos- el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?

George Sylvester Viereck: El señor tiene una fama. Su obra prima influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por causa de este señor. Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad.

Sigmund Freud: Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia.

George Sylvester Viereck: ¿No significa nada el hecho de que su nombre va a perdurar?

Sigmund Freud: Absolutamente nada, es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien
preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra prácticamente liquidó mis posesiones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna.

(Estábamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía).

Sigmund Freud: Estoy mucho más interesado en este capullo de lo que me pueda acontecer después de estar muerto.

George Sylvester Viereck: ¿Entonces, el señor es, al final, un profundo pesimista?

Sigmund Freud: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida.

George Sylvester Viereck: ¿Usted cree en la persistencia de la personalidad después de la muerte, de la forma que sea?

Sigmund Freud: No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué deberia el hombre constituir una excepción?

George Sylvester Viereck: ¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser rescatado del polvo? ¿Usted no tiene, en otras palabras, deseo de inmortalidad?

Sigmund Freud: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviéndose en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas, para usar la expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria? No habría vínculo entre el pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el ego y u ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo.

George Sylvester Viereck: Bernard Shaw sustenta que vivimos muy poco. El encuentra que el hombre puede prolongar la vida si asi lo desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. El cree que la humanidad puede recuperar la longevidad de los patriarcas.

Sigmund Freud: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Asi como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, asi también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, conciente o inconcientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro de nosotros. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: 'Más allá del principio del placer' En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la 'fiebre llamada vivir'. El deseo puede ser encubierto por disgresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción.

George Sylvester Viereck: Esto es la filosofía de la autodestrucción. Ella justifica el autoexterminio. Llevaría lógicamente al suicidio universal imaginado por Eduard Von Hartmann.

Sigmund Freud: La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la via directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido, (añadió Freud con una sonrisa), puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.

(Estaba haciendo frío en el jardín. Continuamos la conversación en el gabinete. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con la caligrafía clara de Freud).

George Sylvester Viereck: ¿En qué está trabajando el señor Freud?

Sigmund Freud: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al análisis como ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad en el comienzo. Después procuran monopolizarla.

George Sylvester Viereck: ¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos?

Sigmund Freud: Algunos de mis mejores discípulos son legos.

George Sylvester Viereck: ¿El Señor Freud está practicando mucho psicoanálisis?

Sigmund Freud: Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista como usted puede ver....

(En ese momento apareció Miss Anna Freud, acompañada por su paciente, un muchacho de once años de facciones inconfundiblemente anglosajonas).

George Sylvester Viereck: ¿Usted ya se analizó a sí mismo?

Sigmund Freud: Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como un chivo expiatorio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos cargados sobre él.

George Sylvester Viereck: Mi impresión es de que el psicoanálisis despierta en todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana. Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer comprender. 'Tout comprendre c'est tou pardonner'.

Sigmund Freud: Por el contrario, (acusó Freud sus facciones asumiendo la severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar todo. El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento.

(Comprendí súbitamente por qué Freud había litigado con sus seguidores que lo habían abandonado, porque él no perdona disentir del recto camino de la ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es recto es herencia de sus ancestros. Una herencia de la que él se enorgullece como se enorgullece de su raza).

Sigmund Freud: Mi lengua es el alemán. Mi cultura, mi realización es alemana. Yo me considero un intelectual alemán, hasta que percibí el crecimiento del preconcepto anti-semita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío.

(Quedé algo desconcertado con esta observación. Me parecía que el espíritu de Freud debería vivir en las alturas más allá de cualquier preconcepto de razas, que él debería ser inmune a cualquier rencor personal. En tanto no precisamente a su indignación, a su honesta ira, se volvía más atrayente como ser humano. ¡Aquiles sería intolerable si no fuese por su talón!)

George Sylvester Viereck: Me pone contento, Herr Profesor, de que también el señor tenga sus complejos, de que también el señor Freud demuestre que es un mortal!

Sigmund Freud: Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza.

George Sylvester Viereck: Imagino, observo, ¡cuáles serían mis complejos!

Sigmund Freud: Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida a la 'caza de los leones'. Usted procuró siempre a las personas destacadas de su generación: Roosevelt, El Emperador, Hindenburgh, Briand, Foch, Joffre, Georg Bernard Shaw....

George Sylvester Viereck: Es parte de mi trabajo.

Sigmund Freud: Pero también es su preferencia. El gran hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está procurando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte del complejo del padre.

(Negué vehementemente la afirmación de Freud. Mientras tanto, reflexionando sobre eso, me parece que puede haber una verdad, no sospechada por mí, en su sugestión casual. Puede ser lo mismo que el impulso que me llevó a él).

George Sylvester Viereck: Me gustaría, observé después de un momento, poder quedarme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus ojos. ¡Tal vez, como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi propia imagen! Aún cuando no confío en estar muy informado sobre psicoanálisis, frecuentemente anticiparía o tentaría anticipar sus intenciones.

Sigmund Freud: La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo.

(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere bastante de sus seguidores, que no gustan mucho de la seguridad del paciente que tienen bajo su supervisión).

George Sylvester Viereck: A veces imagino si no seríamos más felices si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto, al relacionar cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volvemos más alegres descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal.

Sigmund Freud: ¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana.

George Sylvester Viereck: ¿Por qué?

Sigmund Freud: Porque son más simples. No sufren de una personalidad dividida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. Mucho más desagradables que las emociones simples y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro, (añadió Freud pensativamente), nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconcientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.

George Sylvester Viereck: Mi cachorro es un doberman Pinscher llamado Ájax.

Sigmund Freud: (sonriendo) Me contenta saber que no pueda leer. ¡El sería ciertamente, el miembro menos querido de la casa, si pudiese ladrar sus opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo!

George Sylvester Viereck: Aún usted, profesor, sueña la existencia compleja por demás. En tanto me parece que el señor sea en parte responsable por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el psicoanálisis, no sabíamos que nuestra personalidad es dominada por una hueste beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como un rompecabezas complicado.

Sigmund Freud: De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente.

George Sylvester Viereck: Al menos en la superficie, pues la vida humana nunca fue mas compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o por sus discípulos, vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y más contradictorio.

Sigmund Freud: El psicoanálisis por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad.

George Sylvester Viereck: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca.

Sigmund Freud: La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos apenas en el comienzo de una nueva ciencia.

George Sylvester Viereck: La estructura científica que usted levanta me parece ser mucho más elaborada. Sus fundamentos -la teoría del 'desplazamiento', de la 'sexualidad infantil', de los 'simbolismos de los sueños', etc.- parecen permanentes.

Sigmund Freud: Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir continentes.

George Sylvester Viereck: ¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo?

Sigmund Freud: Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman: 'Más todo faltaría si faltase el sexo' (Yet all were lacking, if sex were lacking). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está 'más allá' del placer -la muerte, la negociación de la vida. Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor -como un paso para el aniquilamiento! Explica por qué los poetas agradecen a:

Whatever gods there be,
That no life lives forever
And even the weariest river
Wind somewhere safe to sea.

'Cualesquiera dioses que existan
Que la vida ninguna viva para siempre
Que los muertos jamás se levanten
Y también el río más cansado
Desagüe tranquilo en el mar'

George Sylvester Viereck: Shaw, como usted, no desea vivir para siempre, pero a diferencia de usted, él considera al sexo carente de interés.

Sigmund Freud: (Sonriendo), Shaw no comprende al sexo. El no tiene ni la más remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. El hace humoradas del amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de la historia. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, él despoja a Cleopatra de toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del movil de todas las cosas humanas, que emanan de sus piezas el clamor universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro bajo la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad.

George Sylvester Viereck: Usted, sin duda, fue bien seguido al transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dió nuevas intensidades a la literatura.

Sigmund Freud: También recibí mucho de la literatura y la filosofía. Nietzche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató más profundamente de los motivos duales de la conducta humana, y de la insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente que él. El Zaratustra dice: 'El dolor grita: ¡Va! Pero el placer quiere eternidad Pura, profundamente eternidad'. El psicoanálisis puede ser menos discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos, su influencia en la literatura es inmensa por lo tanto. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthak mucho nos deben a nosotros. Schnitzler recorre un sendero que es, en gran medida, paralela a mi propio desarrollo. El expresa poéticamente lo que yo intento comunicar científicamente. Pero el Dr. Schnitzler no es ni siquiera un poeta, es también un científico.

George Sylvester Viereck: Usted no sólo es un científico, también es un poeta. La literatura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes, Harvrey O'Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los dramaturgos Eugene O'Neill y Sydney Howard tienen una gran deuda con usted. 'The Silver Cord' por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de Edipo.

Sigmund Freud: Yo sé y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación. Pero, tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Unidos. El interés americano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo lleva a la aceptación sin que se lo estudie seriamente. Las personas apenas repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot. Yo prefiero la ocupación intensa con el psicoanálisis, tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente. La Clark University me concedió un diploma honorario cuando yo siempre fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Unidos hace pocas contribuciones originales al psicoanálisis. Los americanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente también en Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos, pues una formación estrictamente médica es con frecuencia, un impedimento para el psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro. 

¡Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio! El no puede obligarse a sí mismo a agradar a Estados Unidos donde están la mayoría de sus seguidores. A pesar de su rudeza, Freud es la urbanidad en persona. El oye pacientemente cada intervención, procurando nunca intimidar al entrevistador. Raro es el visitante que se aleja de su presencia sin un presente, alguna señal de hospitalidad! Había oscurecido. Era tiempo de tomar el tren de vuelta a la ciudad que una vez cobijara el esplendor imperial de los Habsburgos. Acompañado de su esposa y de su hija, Freud desciende los escalones que lo alejan de su refugio en la montaña a la calle para verme partir. El me pareció cansado y triste al darme el adiós.

'No me haga parecer un pesimista -dice Freud después de un apretón de manos. Yo no tengo desprecio por el mundo. Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplauso. ¡No, yo no soy un pesimista, en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y mis flores! No soy infelíz, al menos no más infelíz que otros'.

El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil me conducía rápidamente para la estación. Apenas logro ver ligeramente curvado y la cabeza grisácea de Sigmund Freud que desaparecen en la distancia....

George Sylvester Viereck. Periodista del 'Journal of Psychology'. Año 1926 publicada en New York en 1957