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viernes, 15 de agosto de 2014

LA FULMINANTE/NADIA/NADIE

Por: Jairo Báez

Para llegar al encuentro de algo muy  propio a la Obra de Nadia Granados, empecemos por jugar con la mutación de una sola vocal.  Nadia/Nadie o, da lo mismo, Nadie/Nadia. Ese Nadie que vive todos los días en la jungla de una ciudad agobiada por un sistema que se ha entronizado y que gobierna las acciones de los humanos, se hace visible, rompe las retinas, revolcando las vísceras en el pudor y el asco. Lo más deseado emerge al punto de mostrar su faz ominosa; mostrando lo inefablemente hablado pero aterrorizante.  O esa Nadia que nos hace recordar la revolución bolchevique, esa fracasada intentona por derrocar el imperio de la industrialización liberal, y que quiso alguna vez empoderar a los obreros para terminar siendo un despotismo más del mismo sistema; solamente ahora más militarizado y burocratizado. Para arribar finalmente a la Fulminante, nombre con el que se le conoce artísticamente a aquella que ofrece sus servicios a incautos que andan por la Internet en busca de sexo pago y que se encuentran de tope con algo que no es. Así podemos arriesgarnos a enunciar algo sobre la  Fulminante/Nadia/Nadie.


Como tesis fundamental, en la Fulminante/Nadia/Nadie, el porno y el morbo se elevan a la calidad de sublime. Lo underground emerge hecho obra de arte cumpliendo con todos los requisitos que los hacen uno, el subvertir lo instituido para promocionar algo novedoso. Aunque en su obra se pueden encontrar registros sociales y socializantes de gore, core, crítica, resistencia, planfleto, punk, nada de eso es en esencia. Lo que emerge con fuerza es un nombre propio, capaz de romper con lo mismo, con lo cotidiano, en una obra de Arte. En la propuesta estética de la Fulminante/Nadia/Nadie, aquellos que no tienen voz, los sin voz, que describe Jacques Rancière, toman la palabra y el cuerpo para hablar, para darse un lugar y gritar en el concierto del silencio que caracteriza la indolencia de la desigualdad social, que sólo es tenida en cuenta para corregirla como enfermedad y como acto delictivo, más nunca como efecto-residuo que deja un modelo de producción y relación humana.

La Fulminante/Nadia/Nadie tiene la facilidad de hacer hablar el cuerpo y mostrar que la palabra, la viva voz es vana, en un contexto donde se empoderó lo imaginario. Donde la imagen visual ha usurpado la palabra, no queda más que la exaltación del cuerpo, trasgrediendo cualquier límite que tienda a separar lo púdico y lo impúdico, lo interno y lo externo, lo macho y lo hembra. Su lucha es por hacer hablar la imagen ante la inminente decadencia del símbolo fónico-fálico. La Fulminante/Nadia/Nadie habla en lenguas, porque ninguno que se precie moderno quiere oír algo más allá de deleite sonoro, ninguno quiere oír más allá del goce que despierta el roce del yunque y el martillo. El significado se ha evaporado; solo queda forzar el sentido, postrándose como significante en esa larga cadena que adormece, en busca de un despertar. Ante la ausencia de la palabra que se escucha, la Fulminante/Nadia/Nadie ha implementado una pantalla que hace las veces de traductor de la voz a la escritura. En alusión clara a que ahora todo acto de comunicación pasa por la pantalla y la mirada se fija allí, (radio, televisor, teléfono, computador, y todo gadget producto de la tecnología científica), el cuerpo de la Fulminante/Nadia/Nadie porta un pantalla en la zona pudenda o en cualquiera de esas partes del cuerpo donde el ojo lascivo posa su mirada ávida de placer sexual; allí donde el mensaje tiene mayor probabilidad de capturar al lector en la exacerbación del goce.   


A partir del único instrumento que tiene a mano y que aún hoy convoca la mirada morbosa y lúbrica del gañan y del intelectual, del obrero y del empresario, del joven y del viejo, del santo y del degenerado, del definido y el indefinido, del etc,. y la etc., la Fulminante/Nadia/Nadie obliga a ver y oír lo que el ensordecido y el ciego no quieren, ya sea por cansancio o saturación. El cuerpo de Nadia eclosiona como un arma imposible de vencer e imposible de resistir; los buenos modales que se experimentan en lo público son arrasados por el convencimiento de que en la intimidad, el superyó freudiano hace su verdadera aparición con ese mandato que Jacques Lacan hiciera explícito: goza. Ese saber sobre un superyó impúdico, obsceno y nunca satisfecho es lo que explota la Fulminante/Nadia/Nadie, para hacerse oír y hacer oír lo que la castidad y las sanas costumbres quieren y han logrado adormecer. Si la miseria humana y la diferencia entre los hombres se ha hecho constante e invisible a los sentidos y el pensamiento político, la Fulminante/Nadia/Nadie irrumpe en cuerpo seduciendo e impactando la adormecida psique de los que se atreven a transgredir con su mirada y que en esencia, somos todos aquellos seres parlantes que sólo alcanzan a poner su mejor máscara pintada de moralina cristiana, para volver al mundo de lo público y lo correctamente aceptado.

Como poseída por el espíritu de Sade, la Fulminante/Nadia/Nadie hace  del cuerpo el lugar para dirimir lo que es propio de la política y lo político. Los mismos elementos de culto se tornan en transgresores. Si hay un lugar para la discusión de lo importante del ser parlante, -la polis-, este lugar ya no será el ágora griega, ni el recinto cerrado de los elegidos por una democracia de sí y por siempre decadente,  sino el cuerpo. Este convoca más que la plaza pública, y entre más transgresor y libidinoso, mucho más convocante. Son las bárbaras pulsiones las que mueven las grandes empresas sociales (el reparo está en los juicios de valor); entonces que sea el cuerpo el que decida.

De las pútridas calles de ciudades enfermas donde la vida florece sin la máscara sensiblera, la Fulminante/Nadia/Nadie recoge los elementos básicos para amenizar sus críticas a una sociedad que muere en la hipocresía de las buenas costumbres, el desaforo de la opulencia material y las pocas acciones de conmiseración por la existencia humana. Vaginas evacuantes, penes cercenados, senos insinuantes, bocas hambrientas, se alinean como ejércitos de la última y más fiera resistencia al Establecimiento. El cuerpo sin ortopédicos, solo y llanamente escueto, se convierte en el arma letal para derruir prejuicios que se empoderan como valores insoslayables de la sociedad ideal de los humanos. El cuerpo de la Fulminante/Nadia/Nadie eructa, escupe, excreta, fluidos y residuos de un oficio vital. Toda pretensión de vida trae su inmundicia que todos quieren tapar; el cuerpo de la Fulminante/Nadia/Nadie no. El cuerpo acá toma un lugar natural para denunciar la anti-naturalidad de la sociedad actual que pareciese, se ha preocupado más por la ingestión-digestión-excreción  que por la misma vida. Lo que denuncia la Fulminante/Nadia/Nadie es que la sociedad se ocupa hoy más por los procesos, fragmentados y bizarros por cierto, que por el mismo objeto. La sociedad anda sin norte… o el norte nunca ha estado donde lo ubica la cruz de los vientos de la razón.


Así,  el arte político emerge con fuerza en la obra de Nadia Granados; o mejor, el arte toma su lugar: la política. Aquellos que no tienen voz, a los que se les ha negado la voz, según el planteamiento de Rancière, hablan esta vez mediante la operación que Nadia Granados opera sobre su cuerpo, haciendo que el régimen policivo se vea enfrentado a un auténtico acto político. Dice el psicoanálisis que el cuerpo es el primer y fundamental conflicto del ser que habla; y el cuerpo de Nadia Granados logra enterarnos que la tesis es correcta, el cuerpo es el campo de lo realmente político; esto es, del conflicto con el otro. No obstante, ella sabe ir más allá de la metáfora para demostrar que no existe nada más real para poder enrostrar la política social, que aquel espacio dónde el cuerpo y el trato con él, hace su diáfana aparición. Cuerpo jamás amaestrado por más que sea mancillado; cuerpo que rehúsa la acción policiva y siempre en subversión de lo establecido.  Trasgredir es el sino del sujeto político, trasgredir es lo que hace Nadia Granados con su obra; transgredir es dejar hablar a aquel que no han dejado hablar y eso, lo sabe hacer bien Nadia.   




Referencias

Lacan, Jacques. (2006).  Seminario 20. Aun. Clase 1. Buenos Aires. Paidos.

La Fulminante. En http://www.lafulminante.com/ Página Oficial. Consultada 15 Junio 2014

Lozano, Olga Lucia. Es Nadia, es la fulminante ¿y qué? La Silla Vacía, 28/07/2013. Disponible en Internet  http://lasillavacia.com/content/es-nadia-es-la-fulminante-y-que-45288 Recuperado 28/05/2014


Rancière, Jacques (2011). El tiempo de la igualdad. Diálogos sobre política y estética. Barcelona. Herder.

SUSTENTO EPISTEMOLÓGICO PARA UN PROGRAMA DE PSICOLOGÍA EN COLOMBIA

Por: Jairo Báez

Esta propuesta curricular que ha previsto la imposibilidad actual de unificar la psicología en torno a un solo discurso, asume entonces que la crítica ha de ser el único derrotero. Tal como ha sido el legado de Kant, si hay lugar para la poner en evidencia la importancia de la razón pura, es en el ejercicio de la práctica humana. La razón, en su dictamen ético, será la que decida finalmente, si un discurso psicológico cualquiera ha de imponerse a los demás o si, en lo prematuro de una ciencia nueva como lo es la psicología, los debates racionales y la reflexión continua sobre lo hecho, deben ser la guía ineludible para sostener y encontrar una práctica que cumpla con el postulado de un imperativo categórico. 

En el imperativo categórico, como ideal que debe concretizarse en una práctica, el bien individual habrá de identificarse con el bien social; pues, no es posible pensar un acto ético de un sujeto, que se precie humano, que pueda causar daño siquiera a uno solo de los implicados en los actos de humanización. Por ello, la propuesta curricular estriba en el desarrollo y cultivo de la razón de la comunidad académica; la razón de cada uno de los sujetos implicados en el acto pedagógico (docentes, estudiantes y personal académico-administrativo). 

Saber razonar, ocasiona un actuar asegurado en la crítica; por tanto, el esfuerzo continuo desde lo formal y lo informal del currículo, para que sea el argumento lógico, en su expresión verbal y escrita, el que proteja el ejercicio profesional del psicólogo que egresa de este programa y el ejercicio de formación de nuevos psicólogos capaces de superar el estado actual de la psicología y las prácticas sociales de un país que ha sido denunciado por sus falencias sociales. En contraposición, las prácticas de fe y del dogmatismo autoritario serán motivo de incesante reflexión y detección, evitando así, el anquilosamiento de un programa que amerita estar siempre al tanto de dar solución a infinidad de problemas y conflictivas que emergen en el seno de las relaciones sociales y la existencia humana.

Soportado el currículo del programa desde el imperativo categórico kantiano, la comunidad académica no solo se precia de mostrar sujetos en su carácter profesionalizante, sino también en su capacidad de crear y actuar como seres íntegros, que respondan  a las exigencias contemporáneas de dar lugar a una sociedad que brinde bienestar a todos los asociados. 

No son los contenidos recitados sino las prácticas devenidas de los discursos, que se imparten en los diferentes espacios académicos, los que se ponderan en esta apuesta para formación de psicólogos competentes para enfrentar las vicisitudes del vivir como sujeto y en comunidad. La perdurable revisión y contrastación de los discursos impartidos en el currículo, tanto al interior como al exterior del mismo y del programa de psicología, motivan el acercamiento a otras disciplinas académicas y prácticas sociales, para así mantener el propósito de sostener una propuesta curricular siempre actual y efectiva con lo acá planteado. Esto dice y señala mucho del espíritu investigativo que debe acompañar la formación de nuevos psicólogos.

jueves, 7 de agosto de 2014

A PROPÓSITO DE LOS CUADERNOS DE HIROSHIMA DE KENZABURO OÉ

Por: David Parada
Sin duda cuando uno se enfrenta a una realidad cargada por la guerra y la muerte busca la voz y la mirada que ordenan y aprueban la destrucción sin sentido. Resulta inútil en esta tarea buscar y encontrarlo en los dirigentes de un país, en los noticieros, en las redes sociales o incluso en las víctimas, estas últimas más que querer poner en el espectáculo una escena horrorosa se encuentran atrapadas por la perplejidad y la urgencia de sanar las heridas causadas por el déspota que dejó tan gran herida con cicatrices para toda la vida. En esa medida solo después, mucho después, podrá hablarse de las dantescas escenas que el delirio por el poder deja como sombra sobre el yo, y quienes preocupados por esa oscuridad que habita en el hombre y que cierne sobre sí mismo van a intentar explicarlo, topándose con que hacen un libro sobre ello. A Kenzaburo Oé escritor japonés nacido en 1935 le sucedió con sus Cuadernos de Hiroshima publicados en el 2011.
Este escritor se dedica entre 1964 y 1965 a desenrollar de una gran madeja los hilos para resolver su pregunta sobre los efectos de la bomba nuclear no solo en los japoneses sino en la humanidad entera. Cuerpos pulverizados literalmente, sin cuerpo sobre el cual llorar su muerte es lo que más impacta de las escalofriantes escenas que va relatando Oé, quién aunque intenta respetar el silencio que muchas víctimas han reclamado por su situación y que no quieren que sea politizada, le parece también que el silencio total no es posible sobre todo cuando sabe que su vida personal fue afectada por el fantasma nuclear, uno de sus amigos se suicida por el miedo delirante que le causaba volver a vivir un impacto nuclear.
Cuenta todas las escenas de desesperanza y parálisis que la bomba dejó en los japoneses, un personaje central es aquel médico intentando revertir y curar esa enfermedad llamada bomba nuclear, en la que veía como las células se deformaban, mutaban y provocaban la muerte repentina de las personas sin tener un tratamiento para ello. Se decía que luego de esto la hierba no volvería a crecer durante por lo menos 75 años, y es aquí donde Kenzaburo pone su grito de crítica a los verdugos de este acto; dice que la moralidad del Japón siempre fue y será distinta a la occidental y estadounidense, dice que para el japonés la palabra moralidad en el sentido que se le daba en la antigüedad japonesa traducía: “ comentarista de la vida humana”, y siente que los japoneses son eso, y en cierta medida tiene razón dado que el hecho vivido allí deja en claro que son las víctimas de esta bomba las que pueden dar cuenta de la moralidad humana en un sentido que toca al más vil y falso de los humanismos, que muestra como a la fuerza y bajo el traumatismo, el Otro déspota, intenta inscribir significantes que con el tiempo tomarían el semblante de la energía nuclear, ya no de bomba. Cuenta Oé que los diarios y de por sí el lenguaje caligráfico no lograba inscribir las palabras “radioactividad” y “bomba atómica” para comunicar lo que había caído en Hiroshima, no había letra solo la Cosa. Afortunadamente la hierba volvió a crecer.
Descrito los eventos más ominosos el autor nos deja la duda de sí esta huella nuclear coincide con la locura desbordada de aquellos que decían ser los más dignos ejemplos de humanidad, si es posible con el resistirse a olvidar y no analizar poder aplacar la voz del delito en el nombre del poder, y si es posible mirar hacía un pasado que aún no deja de hablar en los cuerpos de personas que padecen del fantasma de las bomba nucleares, esos monstruos que con su irascibilidad dejaron en la humanidad un tufo de melancolía que se expresa en el poco interés por acceder a un Otro capaz de responder a lo que Kenzaburo Oé se pregunta sin preguntar en el título de uno de sus libros: Dinos como sobrevivir a nuestra locura.