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jueves, 7 de agosto de 2014

A PROPÓSITO DE LOS CUADERNOS DE HIROSHIMA DE KENZABURO OÉ

Por: David Parada
Sin duda cuando uno se enfrenta a una realidad cargada por la guerra y la muerte busca la voz y la mirada que ordenan y aprueban la destrucción sin sentido. Resulta inútil en esta tarea buscar y encontrarlo en los dirigentes de un país, en los noticieros, en las redes sociales o incluso en las víctimas, estas últimas más que querer poner en el espectáculo una escena horrorosa se encuentran atrapadas por la perplejidad y la urgencia de sanar las heridas causadas por el déspota que dejó tan gran herida con cicatrices para toda la vida. En esa medida solo después, mucho después, podrá hablarse de las dantescas escenas que el delirio por el poder deja como sombra sobre el yo, y quienes preocupados por esa oscuridad que habita en el hombre y que cierne sobre sí mismo van a intentar explicarlo, topándose con que hacen un libro sobre ello. A Kenzaburo Oé escritor japonés nacido en 1935 le sucedió con sus Cuadernos de Hiroshima publicados en el 2011.
Este escritor se dedica entre 1964 y 1965 a desenrollar de una gran madeja los hilos para resolver su pregunta sobre los efectos de la bomba nuclear no solo en los japoneses sino en la humanidad entera. Cuerpos pulverizados literalmente, sin cuerpo sobre el cual llorar su muerte es lo que más impacta de las escalofriantes escenas que va relatando Oé, quién aunque intenta respetar el silencio que muchas víctimas han reclamado por su situación y que no quieren que sea politizada, le parece también que el silencio total no es posible sobre todo cuando sabe que su vida personal fue afectada por el fantasma nuclear, uno de sus amigos se suicida por el miedo delirante que le causaba volver a vivir un impacto nuclear.
Cuenta todas las escenas de desesperanza y parálisis que la bomba dejó en los japoneses, un personaje central es aquel médico intentando revertir y curar esa enfermedad llamada bomba nuclear, en la que veía como las células se deformaban, mutaban y provocaban la muerte repentina de las personas sin tener un tratamiento para ello. Se decía que luego de esto la hierba no volvería a crecer durante por lo menos 75 años, y es aquí donde Kenzaburo pone su grito de crítica a los verdugos de este acto; dice que la moralidad del Japón siempre fue y será distinta a la occidental y estadounidense, dice que para el japonés la palabra moralidad en el sentido que se le daba en la antigüedad japonesa traducía: “ comentarista de la vida humana”, y siente que los japoneses son eso, y en cierta medida tiene razón dado que el hecho vivido allí deja en claro que son las víctimas de esta bomba las que pueden dar cuenta de la moralidad humana en un sentido que toca al más vil y falso de los humanismos, que muestra como a la fuerza y bajo el traumatismo, el Otro déspota, intenta inscribir significantes que con el tiempo tomarían el semblante de la energía nuclear, ya no de bomba. Cuenta Oé que los diarios y de por sí el lenguaje caligráfico no lograba inscribir las palabras “radioactividad” y “bomba atómica” para comunicar lo que había caído en Hiroshima, no había letra solo la Cosa. Afortunadamente la hierba volvió a crecer.
Descrito los eventos más ominosos el autor nos deja la duda de sí esta huella nuclear coincide con la locura desbordada de aquellos que decían ser los más dignos ejemplos de humanidad, si es posible con el resistirse a olvidar y no analizar poder aplacar la voz del delito en el nombre del poder, y si es posible mirar hacía un pasado que aún no deja de hablar en los cuerpos de personas que padecen del fantasma de las bomba nucleares, esos monstruos que con su irascibilidad dejaron en la humanidad un tufo de melancolía que se expresa en el poco interés por acceder a un Otro capaz de responder a lo que Kenzaburo Oé se pregunta sin preguntar en el título de uno de sus libros: Dinos como sobrevivir a nuestra locura.

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